miércoles, diciembre 23, 2020

NAVIDAD DE PASTORES, CENCERROS Y NOCHEBUENO

NAVIDAD DE PASTORES, CENCERROS Y NOCHEBUENO
Las Navidades costumbristas de nuestros pueblos nos aguardarán hasta el próximo año

    A doña María Francisca Veladíez y Ortega de Castro, hija de don Francisco de Veladíez y Torres y de doña Josefa Ortega de Castro, le dieron en Braojos de la Sierra, hoy provincia de Madrid, el susto de su vida. Doña Francisca era natural de Atienza, al igual que su señora madre. El padre, don Francisco, pertenecía a los ilustres Veladíez de la villa de Miedes. Doña Francisca contrajo matrimonio con un hacendado ganadero de la localidad, y para allá que se fue.

   Se encontraba, la noche del susto, en compañía de su sobrina María Josefa Fernández Manrique. De los Manrique serranos dueños de, más que de mediana hacienda, de grandes rebaños de merinas que pastaron por tierras serranas, por las hoy sierras madrileñas y por las extensas llanuras extremeñas y manchegas. Doña María Francisca ya era viuda cuando aquello sucedió, y de edad avanzada, de ahí que se fuese desde Atienza, para atenderla, su sobrina, dejando la comodidad de la casa natal en la hoy atencina calle de Cervantes.

 



 

   Y es que Braojos de la Sierra fue, como gran parte de los pueblos de nuestra serranía, tierra de pastores y grandes rebaños.

   Por aquel tiempo, el suceso tuvo lugar en los años finales del siglo XVIII, una fría noche del mes de febrero de 1794, Braojos, como algunos otros de nuestros pueblos serranos pertenecía a la provincia de Segovia, de ella pasó a la de Guadalajara y de aquí a la de Madrid, por lo que no es extraño que como otros del entorno compartiesen, además de familias y tradiciones, cuadrillas de bandoleros. Una de ellas, la del contrabandista navarro Francisco Ortiz, a quien se conoció como “el Francho”, fue el protagonista del soponcio de doña Francisca. El Francho, y alguno de sus pastores que dieron el soplo de que de la casa se podían marchar con buen botín. Y lo lograron.

   No hacía muchos días que nuestra ilustre paisana lució alguna de sus buenas joyas en la iglesia del pueblo con motivo de la Navidad, muy celebrada en Braojos como lo fue por todo el espinazo serrano a cuenta de las pastorelas, de las misas pastoriles en las que fueron protagonistas, más que los párrocos, los pastores, que por aquellos días bajaban del monte a cumplir la tradición de llevar sus mejores corderos al Niño que nació en Belén. Sus mejores corderos, sus mejores cantos, sus mejores bailes y el mejor sonido de sus cencerros.

   La Pastorela de Braojos de la Sierra, una de las pocas y más ancestrales que se conservan por esta parte de la vieja Castilla es una página abierta a la etnografía y la cultura popular, y quizá la más pura, alegre y sentida de cuantas han llegado, desde los lejanos siglos XV o XVI, a nuestros días.

   No fue la única que por las sierras, hoy de Madrid, ayer de Guadalajara, alegraron las misas del Gallo, las de Pascua, Año Nuevo o Reyes. Por desgracia para esa cultura popular, hoy tan seguida y ayer tan poco valorada, la inmensa mayoría de ellas han pasado a ocupar su lugar de honor en el libro de la memoria y el rincón del olvido.

 

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   Pastorelas similares se celebraron en torno a las faldas del Ocejón, en días que, por ser las fechas que eran, mostraba la blancura de su manto. Valverde, Majaelrayo, La Huerce y tantas otras poblaciones vecinas contemplaron el paso cencerreante de sus pastores camino de la iglesia en la Nochebuena, para arrullar al Niño con sus cantos, y con sus cencerros.

  De aquellas, bajando casi al llano, nos queda el recuerdo vivo que todos los años, por días como estos, los hoy conocidos “Cencerrones” de Cantalojas nos vienen a decir que también ellos estuvieron allí, al pie del altar la noche del nacimiento.

   Son, los Cencerrones de Cantalojas, salvo que alguna pluma corrija estas líneas, los únicos representantes que nos quedan de un tiempo en el que los pastores dejaban sus rebaños y bajaban del monte a cantar villancicos.

   Del monte bajaron, pastores y mozos, hasta la iglesia de San Lorenzo, en Bustares, donde celebraron la llegada del niño con cantos, juergas, vino y migas, de pastor; con el enfado correspondiente del señor cura quien, en más de una ocasión, como Jesús a los mercaderes, los echó del templo; como echó, también en más de una ocasión a los danzantes de Valdenuño-Fernández que también, por estas fechas y con semejante motivo se reunieron, en tiempo de pastoreo, a cantarle al Niño.

 

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   Son, los Cencerrones de Cantalojas y los danzantes de Valdenuño dos de las pocas representaciones provinciales que nos quedan de aquellos días en los que la Navidad, la sencilla Navidad de nuestros pueblos, reunía a los de acá y a los de allá, alrededor de un buen plato de migas, de pastor, y quizá al olor del guiso del mejor gallo del corral. Y de postre, sopas de leche, y algún que otro dulce, con mucha miel y mucha almendra y un puñado de nueces.

   Al calor de la lumbre, en aquellas cocinas de pueblo, profundas y oscuras, iluminadas y mejor calentadas por el eterno Nochebueno, el tronco que comenzaba a prenderse la tarde de la Nochebuena y continuaba vivo durante días y días, hasta que la Navidad se comenzaba a despedir. Cuando el Niño, después de que lo adorasen los pastores, ya tenía con qué cubrir sus desnudeces. Pues corría por nuestros pueblos la voz de que el Nochebueno tenía que arder antes y después, para calentar al Niño y que no pasase frío, congregando en su entorno, como cantase don Rodolfo Gil, a la familia entera de la parda llanura castellana.

   Este año, las circunstancias mandan, ni sonarán los cencerros en Braojos ni lo harán en Cantalojas; ya vendrá otro año en el que los malos recuerdos se dejen atrás, como los dejó doña María Francisca Veladíez y Ortega de Castro, aunque le costó olvidarlos. Una buena tropa formaba la cuadrilla del Francho que asaltó su casa: Juan el Murciano; Nicolás el Bilbaíno; El Sapo; Benigno Serrano, natural de la villa de Uceda; Antonio Vara, casado, torero de a caballo que fue en la villa de Madrid; Domingo Menéndez Vega, soltero, chocolatero, natural del lugar de Acellana, concejo de Salas, en el principado de Asturias. Manuel de Hita, viudo, emborrador de lanas de la fábrica de la ciudad de Guadalajara, natural y vecino de la villa de Torrejón de Velasco. Cipriano Riaño, soltero, trabajador del campo, natural del concejo de Valdeburón, diócesis de León, residente en la villa de Madrid y Bartolomé Hernanz, casado, labrador, vecino del lugar de Piñuécar, Sacristán de su iglesia parroquial y residente en la casería de Vellidas, jurisdicción de la villa de Buitrago.

   Gusta imaginar que doña Francisca se trajo a su tierra, desde la vecina Braojos, aquellas costumbres pastoriles; o que desde esta tierra las llevó con ella. Estas representaciones pasaban así, de pueblo en pueblo; el tiempo las fue adaptando a otras celebraciones, las de invierno, cuando por nuestros pueblos comienzan las botargas a hacer de las suyas. Las botargas, los zorras, los zarragones… 

 

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   El director de la danza pastoral de Braojos se llama Zarragón, como se llamó por numerosos de nuestros pueblos; por Alarilla, que sale a espantar los malos augurios y llamar a los nuevos en los inicios del año; en Condemios, que dirige a los danzantes de San Antonio; o en Galve, que lo hace con los de la Virgen del Pinar.

   Y es que la Navidad, además de villancicos y dulces, nos trajo, y nos traerá, tradiciones que sobreviven al paso de las generaciones; al azote de la soledad, de la emigración y del silencio de nuestros pueblos. Nos trajo danzantes, cencerros y pastores, y nos trae zarragones y botargas.

   Ya no bajan del monte, porque apenas suben, los pastores que por estas fechas bajaban a sus respectivas poblaciones para celebrar en amor y compañía familiar las fiestas navideñas. Y muchas de las tradiciones quedarán a la espera de la llegada del próximo año.

   Este, lo mejor que puede hacernos, es marcharse cuanto antes, y con viento fresco; como doña María Francisca Veladíez y Ortega de Castro deseó olvidar el de 1794. A ella la visitó la cuadrilla del Francho, a nosotros la cuadrilla del Covid.

   El Nochebueno de este año, ese tronco que ardía y no parecía terminar de consumirse nunca, mantendrá las ascuas encendidas hasta la próxima Navidad, nos recordará a los que se nos fueron, sin darnos tiempo a despedirnos de ellos. Y esa sí, esa la celebraremos a lo grande, con nuestro nochebueno encendido; con muchos cencerros, y cantos, y dulces y pasándonos, de pueblo en pueblo, la voz de: ¡Feliz Navidad!


Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 24 de diciembre 2020

 

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