viernes, septiembre 24, 2021

Y LA CAPITAL DE LA PROVINCIA ES… ¡GUADALAJARA!

  Y LA CAPITAL DE LA PROVINCIA ES… ¡GUADALAJARA! Se cumplen doscientos años de la designación de Guadalajara como capital de la provincia

 

     En 1822, tras las discusiones convenientes a fin de alcanzar los correspondientes acuerdos, entró en vigor la división territorial española, por provincias, que más se asemeja a lo que hoy conocemos. Pues todavía tendríamos algunos ligeros retoques años después, en 1883. Con unas nuevas pinceladas antes de concluir el siglo XIX, y los últimos pespuntes en los primeros tiempos del XX que las dejaron tal y como las conocemos; tras las remodelaciones del ministro don Javier de Burgos y del Olmo en aquel tantas veces nombrado año de gracia de 1833; o el ajuste posterior de las diócesis a sus actuales provincias.
 

 


En busca de una capital de provincia

    La discusión para llevar a cabo dicha división, así como para señalar las distintas capitales provinciales se desarrolló a lo largo de los meses de septiembre y octubre del año 1821, cien años se van a cumplir, en distintas sesiones de las Cortes, en las que intervinieron numerosos diputados. 
 
   Por supuesto, también los de Guadalajara, con los desacuerdos e intereses correspondientes a la hora de señalar los límites territoriales, en lo que hubo poca discusión; y en señalar la capital de la provincia, en donde las discusiones se prolongaron por espacio de horas, de días y semanas, al entender que la capital designada por la comisión real, o nacional, Guadalajara, quedaba muy alejada de algunas poblaciones importantes.
 
   Las comisiones buscaban que la capital de cada una de las provincias estuviese lo más centrada posible dentro del mapa de su territorio, y que por ello fuese accesible a la mayoría de los habitantes de la misma, en la medida de sus posibilidades.
 


 LA GUERRILLA DEL EMPECINADO EN GUADALAJARA (Pulsando aquí)

 

Villas ilustres, para una capital
   Se barajaron para capital, en aquellos remotos tiempos, diversas localidades, hoy señaladas dentro de nuestro territorio como villas de interés por su historia, por su arte y sus servicios; siendo las más significativas Cifuentes y Brihuega, ya que entre el numeroso ramillete que se tenía para elegir se entendía que ambas poblaciones estaban en los puntos más céntricos de nuestro mapa y, por ello, eran más accesibles, a la hora del papeleo burocrático, para los serranos, los campiñeros o los molineses. Era de lo que se trataba.
 
   En las últimas discusiones perdió Cifuentes muchas de sus opciones al haber sido prácticamente arruinada la villa por las tropas francesas durante la guerra de Independencia.
 
   Lo explicó muy bien don Diego de Clemencín y Viñas, un murciano que llegaría a ocupar varios ministerios y la presidencia de las Cortes, en cuyo desempeño de cargo falleció durante el transcurso de la epidemia de cólera de 1834 en Madrid; Cifuentes, indudablemente, se encontraba bastante bien posicionado para designarse por capital, desplazando a  la de los Mendoza, pero… 
 
   El Señor Clemencín, habló descartando a Cifuentes: “Cifuentes fue una villa de bastante consideración antes de ser quemada por los franceses, pero estos la dejaron en una mala disposición, ¿y se había de establecer en tal desierto la capital de la provincia?”.
 
   Muchas eran las posibilidades de Brihuega, que se defendió a capa y espada; no obstante, los poderes económicos e industriales de una ciudad que en poco se diferenciaba entonces de poblaciones como la propia Brihuega, Atienza, Sigüenza o Molina avalaban el que Guadalajara se convirtiese en capital, con todo lo que ello significaba en cuanto a centralización de oficinas y servicios. Por supuesto, también de movimiento de personas. De toda la provincia tendrían que viajar a ella en algún momento sus habitantes, a solucionar papeles legales o judiciales, con lo que el crecimiento en cuanto a comercio y hospedaje estaba asegurado.
 
   La mayoría de las ciudades o villas que por entonces se barajaron se desecharon enseguida.   Molina fue descartada por las mismas razones que trataba de eliminarse de la nómina a Guadalajara, la distancia de las localidades de más renombre; de elegirse a Molina como capital nos hubiésemos encontrado como estamos. A pesar de que Molina de Aragón jugó sus cartas.
 
   Tenía, a la hora de defender sus valores, a uno de los diputados que más se exaltaban a la hora de defender sus teorías, don Juan Romero Alpuente, natural de la provincia de Teruel, quien no dudó en debatir con el presidente de la Cámara, y con quien se le puso por delante; todavía, después de la designación, siguió en sus trece: “no sé qué fundamento haya podido tener la comisión en conceder la capitalidad a Guadalajara, que está casi en Madrid y casi fuera de la misma provincia, y los pueblos de Molina y los que están al lado de Valencia puede verse cuán lejos están…”
 
   La ciudad de Molina se desechó por la distancia; la villa de Atienza quedó descartada por encontrarse en uno de los puntos de mayor riesgo invernal. La climatología podía cegar unos caminos que nunca se encontraron en la mejor de las disposiciones para recibir a los viajeros. Sus autoridades, conociendo que tenían perdida la partida tampoco pusieron demasiado interés a la hora de defender la candidatura.
 
   Sigüenza, además de ser la capital del obispado, tenía el mismo inconveniente que descartó a Atienza, las malas comunicaciones.
 

Brihuega, o Guadalajara
   Como si de elegir sede para unas olimpiadas, una a una fueron siendo rechazadas las villas y ciudades anteriores de modo que, finalmente, quedaron Cifuentes y Brihuega, como ya se dijo.
 
   El presidente de la Cámara despachó a Cifuentes por aquello de los franceses con lo que, para disputar el trono provincial a la que ya se consideraba capital quedó, únicamente, la histórica villa de Brihuega.
 
   No cabe duda de que las discusiones fueron ácidas, y que los intereses estaban sobre el tapete de las discusiones. D. Francisco de Paula Fernández Gascó, natural de Daganzo y futuro ministro de Gobernación, antes de su exilio y muerte en 1823, cuando don Fernando VII recobró la corona tras el trienio liberal, defendió que “los pueblos de la provincia de Guadalajara, dicen que les conviene más para capital la ciudad de este nombre que otra ninguna; además no está Guadalajara tan al extremo, pues tiene próximos los partidos más considerables de la provincia, a saber, el de Almonacid, el de Pastrana, el de Alcarria, en fin, tiene inmediatas más de las dos terceras partes de la población, y la mayor riqueza de la provincia, de lo que resulta que la centralidad existe en Guadalajara, si se ha de atender a la mayor población y riqueza que cerca de ella existe”. Claro está, que a los ciudadanos no se preguntó.
 
   De lo que se trataba era de repartir la riqueza, y que el bienestar llegase a todos sus pueblos, que más hubiesen ganado con una capital en el centro de su mapa. En Brihuega, sin duda alguna.
 
   El señor Fernández Gascó, luego de rechazar una a una todas las alegaciones de quienes defendían a Brihuega, afirmó rotundo: 
 
      Veamos si Brihuega tiene ventajas con respecto a Guadalajara, mediante lo que se necesita para capital. Brihuega tiene una mala posada donde han de alojarse los pasajeros, no tiene caminos de comunicación, y Guadalajara es una población que no carece de comercio ni industria, tiene magníficos edificios a propósito para las oficinas que se hayan de establecer; tiene pueblos fértiles, cuyos frutos van a vender a esta ciudad; ¿en dónde, pues, está la preferencia que se puede dar a Brihuega sobre Guadalajara?
 
   El calendario marcaba la fecha del 10 de octubre de 1821 cuando, tras debatirse ampliamente los pros y los contras de cada una de las poblaciones propuestas, y teniendo Guadalajara mayor número de industriales y políticos capaces de arrimar el ascua a su sardina, el presidente de la Cámara dijo aquello de: Declarado este punto suficientemente discutido se aprobó Guadalajara, que la comisión había propuesto, para la capital de la provincia de este nombre.
 
   Y Brihuega se quedó sin ser la capital porque, a juicio de los políticos, a pesar de gozar de mayores simpatías provinciales, tenía una mala posada; no obstante de que tenía sus fábricas de paños y, ahora, sus campos de lavanda.
 
    Doscientos años que hacen historia; ¡años son!

 Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 24 de septiembre de 2021

 

 

UTANDE y sus danzantes de San Acacio (El libro, pulsando aquí)

 

 MAZARETE

 

   Se encuentra Mazarete en la actual provincia de Guadalajara, dentro de la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha; siendo su altitud de 1.209metros sobre el nivel del mar, por lo que su clima es frío en invierno y suave en verano.


MAZARETE, EL LIBRO, PULSANDO AQUÍ

 

  Tiene por vecinos los términos municipales de Luzón, Ciruelos del Pinar, Maranchón, Anguita, Anquela del Ducado, Riba de Santiuste, Ablanque y Cobeta.

   Su superficie es de 56,17 km2, en los que pueden encontrarse tierras de labor, escabrosos parajes y extensos pinares que pertenecieron en su día a los extensos dominios del ducado de Medinaceli, por lo que gran parte de los municipios del entorno, así como estos pinares, fueron conocidos como “del Ducado”. Encuadrándose en la también denominada, por el de Medinaceli, “Sierra del Ducado”.

 

 


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SUMARIO:

 

-I-

La Geografía

Pág. 9

-II-

La Historia

Pág. 15

-III-

El Condado de Medinaceli

Pág. 23

-IV-

Mazarete, entre la Edad Moderna y el Siglo XVIII

Pág. 29

-V-

Mazarete, Siglo XIX

Pág. 49

-VI-

Mazarete; Crónica del Siglo XX

Pág. 77

-VII-

Personajes

Pág. 115

-VIII-

La Causa de Mazarete. El error judicial

Pág. 127

 


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  • ASIN ‏ : ‎ B096HQ5KNY
  • Editorial ‏ : ‎ Independently published
  • Idioma ‏ : ‎ Español
  • Tapa blanda ‏ : ‎ 145 páginas
  • ISBN-13 ‏ : ‎ 979-8513889236
  • Peso del producto ‏ : ‎ 245 g
  • Dimensiones ‏ : ‎ 13.97 x 0.84 x 21.59 cm 
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