LAS SALINAS DE TIERZO.
Fueron las terceras en producción e importancia, en la provincia
de Guadalajara
Tierzo es hoy una pequeño población de
apenas dos docenas de habitantes, ubicado en tierra del Señorío de Molina y su sexma del Sabinar.
Se encuentra a 1.141
metros de altitud sobre el nivel del mar, y fue repoblado tras la Reconquista
cristiana en el siglo XI, habiendo sido con anterioridad patria de celtas o
celtíberos, y ocupando la tierra los pobladores árabes que explotaron una de
las riquezas que esta les pudo ofrecer: la sal de agua.
Habría que remontarse a
los diccionarios y enciclopedias comenzadas a publicar en los últimos años del
siglo XVIII y comienzos del XIX para conocer algo más en torno a la población.
A través de ellas nos dicen Pascual Madoz o Sebastián Miñano, los principales hombres
que les dieron nombre, que por aquellos tiempos rondaba los trescientos
habitantes y que Almallá, donde se ubican las salinas que dieron fama a la
población, era un caserío dependiente del municipio. Caserío que contaba con
diez o doce habitantes más.
Surtía, la sal de las
salinas de Almallá una parte de los alfolíes de Cuenca, parte de la Alcarria,
algunos otros de Aragón y, por supuesto, a los vecinos pueblos del Señorío
molinés.
Tendríamos que volver a
los siglos XI o XII para conocer algo en torno a estas salinas, ya que fue por
entonces cuando comenzaron a figurar en la historia a través de sus distintos
propietarios, enlazados con los reconquistadores de esta tierra para el reino
de Castilla, siendo generadora de no pocas riquezas a lo largo de la historia
ya que fue una parte de la provincia de Guadalajara, y lo sigue siendo, aunque
las salinas no se exploten como en siglos pasados, tierra de sal.
Numerosas fueron las
explotaciones que en la comarca de Molina estuvieron en funcionamiento hasta el
estanco decretado por Felipe II en 1564, cuando muchas de ellas desaparecieron
quedando únicamente las más productivas; entre ellas las de Almallá, que
pasaron por entonces a la corona, pues pertenecieron al ducado de Medinaceli,
recibiéndolas don Gastón de Bearn del rey Enrique II el 29 de julio de 1368 en
pago a los favores que el de Medinaceli prestó a la corona de Castilla.
A través de aquel estanco
de Felipe II el rey, por medio de la Hacienda Real, se hizo cargo de la inmensa mayoría de las explotaciones salineras de esta parte
de la provincia; explotaciones que salvo las de Tierzo y Almallá quedaron
clausuradas por considerarlas improductivas o de bajo rendimiento para los
reales planes futuros. Entre las clausuradas se contaron las históricas de
Valdealmendras, Anguita, Valsalobre, La Loma, Santiuste y tantas más. La
inmensa mayoría pertenecientes a la Corona y algunas otras, en el señorío
molinés, a los descendientes de los Lara; duques de Medinaceli o Mendoza.
Generalmente compensados con diezmos, juros, alcabalas y tercias en otras poblaciones
y provincias, como lo fueron los propios duques de Medinaceli, a quienes se
compensó con las alcabalas y tercias de Carrascosa del Río (de Tajo), Utrilla,
La Alameda, Almazul, Oteros, Mazaterón, Miñana y Morillejo
Producían las salinas de Almallá una
cantidad considerable de sal al año, entre 14 y 16.000 fanegas, por encima de
las de Saelices y muy por debajo de las mayores de la hoy provincia de
Guadalajara, Imón y La Olmeda, que llegaban a las 90 o 100.000 fanegas, siendo
sin duda de las más importantes de la corona, por encima de las de Espartinas
en la hoy provincia de Madrid, que seguían en importancia a las guadalajareñas.
Como la inmensa mayoría de las salinas del
reino, tras el estanco de Felipe II fueron puestas en arrendamiento, un arrendamiento
que generó a la corona los correspondientes beneficios y que se mantuvo hasta
el mes de septiembre de 1749, cuando Fernando VI, hijo de Felipe V y
hermanastro de Carlos III, decretó que fuesen administradas nuevamente por la Corona.
Al frente de las de Almallá situó a un
administrador, don Juan Labory Torroella quien, al mando de un reducido grupo
de oficiales y empleados las continuaron laborando, siendo reemplazos cada
cierto tiempo, pues entendía la corona que la sal, por ser producto de difícil
medida, podía corromper a sus operarios, y relevándoles del cargo cada
determinado número de años se evitaban las corruptelas.
Su último administrador conocido, previo a
un nuevo arriendo, en 1840, fue don Miguel Bueno, quien se encontraba al frente
de un fiel contador, Francisco de Paula Martínez, un medidor, Jacinto Marques y
dos guardas de salinas, Julián Cereceda y Eusebio Jiménez. Un año después volverían
nuevamente a ser gestionadas por manos particulares el conjunto de las salinas
provinciales por don José de Salamanca, futuro marqués de Salamanca, quien
centrándose en las fábricas de La Olmeda e Imón descartó el trabajo en las de
Saelices y Almallá, que no volverían a producir hasta el cese del arrendamiento
de don José, en 1847, año en el que tornaron a la corona como paso previo a lo
que habría de ser el desestanco de la sal, dando paso a la explotación salinera
de los particulares, algo que sucedería a partir del 1º de enero de 1870.
Para entonces, las salinas de Almallá habían
vuelto a la explotación, generando una producción de entre 16 y 18.000 fanegas
anuales.
Previamente a la enajenación por parte de la
Real Hacienda, y en el inventario general que se hizo de la salinas de
Castilla, para conocer producción y valor, se tasó la salina por su entonces
administrador, don Saturnino Bedoya, en algo más de 330.000 reales, de los de
1852.
El propio Bedoya contó cómo era entonces la
fábrica de sal, compuesta por un pozo de 21 varas de profundidad; un recocedero
y 161 albercas de evaporación, con dos
almacenes de una capacidad que podía llegar a las 150.000 fanegas. Donde
trabajan habitualmente 21 operarios y en tiempo de entroje –recogida de la
sal-, 50 obreros con 100 caballerías, vecinos de los pueblos limítrofes.
Pasarían, a partir de desestanco, a manos de
un conocido industrial madrileño, Adrián Barbería, quien destacó en Madrid por
ser un importante ganadero de reses bravas; a su fallecimiento, en 1884,
pasarían a su pariente don Pedro José Barbería, uno de sus herederos, pues don
Adrián falleció soltero y sin descendencia directa.
No solamente las reales salinas de Almallá
fueron explotadas en término de Tierzo; cercanas a ella solicitó una nueva
demarcación el molinés Crispín Escolano, salina a la que dio el nombre de San
Antonio, y que no llegó a ponerse en funcionamiento al no ser admitida su
demarcación, solicitada en 1857 y anulada poco después; al igual que una
segunda denominada Nuestra Señora del Pilar. Mayor suerte tuvo el banquero de
Isabel II, don Segundo de Mumbert, quien también invirtió en el negocio de sal,
solicitando la demarcación de la que denominó “La Mar”, en 1876, a la que
renunció poco después; al igual que la
que el también molinés Nicanor Torrecilla dio el nombre de “Neptuno”, en
1872, y que clausuró antes de abrir.
Una mirada, y un recuerdo, por ser parte de
la rica historia provincial, merecen nuestras salinas.
Tomás
Gismera Velasco
Guadalajara
en la memoria
Periódico
Nueva Alcarria
Guadalajara,
29 de mayo de 2020
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