viernes, mayo 29, 2020

LAS SALINAS DE TIERZO. Fueron las terceras en producción e importancia, en la provincia de Guadalajara


LAS SALINAS DE TIERZO.
Fueron las terceras en producción e importancia, en la provincia de Guadalajara


   Tierzo es hoy una pequeño población de apenas dos docenas de habitantes, ubicado en tierra del Señorío de Molina y su sexma del Sabinar.

   Se encuentra a 1.141 metros de altitud sobre el nivel del mar, y fue repoblado tras la Reconquista cristiana en el siglo XI, habiendo sido con anterioridad patria de celtas o celtíberos, y ocupando la tierra los pobladores árabes que explotaron una de las riquezas que esta les pudo ofrecer: la sal de agua.





   Habría que remontarse a los diccionarios y enciclopedias comenzadas a publicar en los últimos años del siglo XVIII y comienzos del XIX para conocer algo más en torno a la población. A través de ellas nos dicen Pascual Madoz o Sebastián Miñano, los principales hombres que les dieron nombre, que por aquellos tiempos rondaba los trescientos habitantes y que Almallá, donde se ubican las salinas que dieron fama a la población, era un caserío dependiente del municipio. Caserío que contaba con diez o doce habitantes más.

   Surtía, la sal de las salinas de Almallá una parte de los alfolíes de Cuenca, parte de la Alcarria, algunos otros de Aragón y, por supuesto, a los vecinos pueblos del Señorío molinés.
   Tendríamos que volver a los siglos XI o XII para conocer algo en torno a estas salinas, ya que fue por entonces cuando comenzaron a figurar en la historia a través de sus distintos propietarios, enlazados con los reconquistadores de esta tierra para el reino de Castilla, siendo generadora de no pocas riquezas a lo largo de la historia ya que fue una parte de la provincia de Guadalajara, y lo sigue siendo, aunque las salinas no se exploten como en siglos pasados, tierra de sal.

   Numerosas fueron las explotaciones que en la comarca de Molina estuvieron en funcionamiento hasta el estanco decretado por Felipe II en 1564, cuando muchas de ellas desaparecieron quedando únicamente las más productivas; entre ellas las de Almallá, que pasaron por entonces a la corona, pues pertenecieron al ducado de Medinaceli, recibiéndolas don Gastón de Bearn del rey Enrique II el 29 de julio de 1368 en pago a los favores que el de Medinaceli prestó a la corona de Castilla.

   A través de aquel estanco de Felipe II el rey, por medio de la Hacienda Real, se hizo cargo de la inmensa mayoría de las explotaciones salineras de esta parte de la provincia; explotaciones que salvo las de Tierzo y Almallá quedaron clausuradas por considerarlas improductivas o de bajo rendimiento para los reales planes futuros. Entre las clausuradas se contaron las históricas de Valdealmendras, Anguita, Valsalobre, La Loma, Santiuste y tantas más. La inmensa mayoría pertenecientes a la Corona y algunas otras, en el señorío molinés, a los descendientes de los Lara; duques de Medinaceli o Mendoza. Generalmente compensados con diezmos, juros, alcabalas y tercias en otras poblaciones y provincias, como lo fueron los propios duques de Medinaceli, a quienes se compensó con las alcabalas y tercias de Carrascosa del Río (de Tajo), Utrilla, La Alameda, Almazul, Oteros, Mazaterón, Miñana y Morillejo

   Producían las salinas de Almallá una cantidad considerable de sal al año, entre 14 y 16.000 fanegas, por encima de las de Saelices y muy por debajo de las mayores de la hoy provincia de Guadalajara, Imón y La Olmeda, que llegaban a las 90 o 100.000 fanegas, siendo sin duda de las más importantes de la corona, por encima de las de Espartinas en la hoy provincia de Madrid, que seguían en importancia a las guadalajareñas.



   Como la inmensa mayoría de las salinas del reino, tras el estanco de Felipe II fueron puestas en arrendamiento, un arrendamiento que generó a la corona los correspondientes beneficios y que se mantuvo hasta el mes de septiembre de 1749, cuando Fernando VI, hijo de Felipe V y hermanastro de Carlos III, decretó que fuesen administradas nuevamente por la Corona.

   Al frente de las de Almallá situó a un administrador, don Juan Labory Torroella quien, al mando de un reducido grupo de oficiales y empleados las continuaron laborando, siendo reemplazos cada cierto tiempo, pues entendía la corona que la sal, por ser producto de difícil medida, podía corromper a sus operarios, y relevándoles del cargo cada determinado número de años se evitaban las corruptelas.

   Su último administrador conocido, previo a un nuevo arriendo, en 1840, fue don Miguel Bueno, quien se encontraba al frente de un fiel contador, Francisco de Paula Martínez, un medidor, Jacinto Marques y dos guardas de salinas, Julián Cereceda y Eusebio Jiménez. Un año después volverían nuevamente a ser gestionadas por manos particulares el conjunto de las salinas provinciales por don José de Salamanca, futuro marqués de Salamanca, quien centrándose en las fábricas de La Olmeda e Imón descartó el trabajo en las de Saelices y Almallá, que no volverían a producir hasta el cese del arrendamiento de don José, en 1847, año en el que tornaron a la corona como paso previo a lo que habría de ser el desestanco de la sal, dando paso a la explotación salinera de los particulares, algo que sucedería a partir del 1º de enero de 1870.

   Para entonces, las salinas de Almallá habían vuelto a la explotación, generando una producción de entre 16 y 18.000 fanegas anuales.

   Previamente a la enajenación por parte de la Real Hacienda, y en el inventario general que se hizo de la salinas de Castilla, para conocer producción y valor, se tasó la salina por su entonces administrador, don Saturnino Bedoya, en algo más de 330.000 reales, de los de 1852.

   El propio Bedoya contó cómo era entonces la fábrica de sal, compuesta por un pozo de 21 varas de profundidad; un recocedero y 161 albercas de  evaporación, con dos almacenes de una capacidad que podía llegar a las 150.000 fanegas. Donde trabajan habitualmente 21 operarios y en tiempo de entroje –recogida de la sal-, 50 obreros con 100 caballerías, vecinos de los pueblos limítrofes.

   Pasarían, a partir de desestanco, a manos de un conocido industrial madrileño, Adrián Barbería, quien destacó en Madrid por ser un importante ganadero de reses bravas; a su fallecimiento, en 1884, pasarían a su pariente don Pedro José Barbería, uno de sus herederos, pues don Adrián falleció soltero y sin descendencia directa.

   No solamente las reales salinas de Almallá fueron explotadas en término de Tierzo; cercanas a ella solicitó una nueva demarcación el molinés Crispín Escolano, salina a la que dio el nombre de San Antonio, y que no llegó a ponerse en funcionamiento al no ser admitida su demarcación, solicitada en 1857 y anulada poco después; al igual que una segunda denominada Nuestra Señora del Pilar. Mayor suerte tuvo el banquero de Isabel II, don Segundo de Mumbert, quien también invirtió en el negocio de sal, solicitando la demarcación de la que denominó “La Mar”, en 1876, a la que renunció poco después; al igual que la  que el también molinés Nicanor Torrecilla dio el nombre de “Neptuno”, en 1872, y que clausuró antes de abrir.

   Una mirada, y un recuerdo, por ser parte de la rica historia provincial, merecen nuestras salinas.

Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria

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