sábado, septiembre 08, 2018

ALMIRUETE: LA ERMITA DE JUAN DE DIOS.


ALMIRUETE: LA ERMITA DE JUAN DE DIOS.
Juan de Dios Blas Martín fue uno de los personajes más populares del Madrid de finales del siglo XIX


   Todavía puede leerse en una placa de mármol ya algo gastada por el tiempo, sobre la arruinada ermita de la Soledad, de Almiruete, la dedicatoria que sobre ella colocó quien llevó a cabo su última obra: “Realizada a la memoria de Claudia Manada Vera por su esposo don Juan de Dios Blas y Martín, naturales de Almiruete, vecinos de Madrid”.



   Claudia Manada Vera, cuando se descubrió la placa e inauguraron las obras de restauración de la ermita ya no se encontraba en este mundo, puesto que descansaba a la eternidad de los siglos en la sacramental de San Lorenzo, de Madrid, desde el año anterior; sin embargo, a la inauguración de todo aquello sí que asistió el pueblo entero de Almiruete, y muchos vecinos de los pueblos aledaños, incluidas las autoridades de Tamajón, con los curas de las parroquias de la comarca y, por supuesto, con la presencia de quien financió las obras, don Juan de Dios Blas y Martín, como entonces se decía: “del comercio”; además de escritor y periodista por afición; junto a su único hijo, Macario, licenciado en Derecho y farmacéutico en ejercicio, así como sus tres nietos, a los que don Juan de Dios adoraba, Fernando, Antonio y Luis, a los que trataba de transmitir el mismo amor a aquella población que él sintió a lo largo de su vida. Ocurrió el 22 de agosto de 1899.
 
ALMIRUETE, ENTRE EL OCEJÓN Y LAS BOTARGAS. Un libro para conocerlo (Conócelo aquí)

   Pero vayamos por partes, y comencemos por el principio; diciendo que Juan de Dios Blas hijo del pueblo de Almiruete lo fue también de quien, en el momento de su nacimiento, era secretario del Ayuntamiento de la población. Cargo, el de secretario municipal que pasado el tiempo heredó nuestro protagonista.

   No está muy clara la fecha de su nacimiento, pues mientras por algunas partes se habla de 1835, por otras se le añaden diez años más a su vida, situándolo en 1825. De cualquier manera comenzó a destacar mediada la década de 1860, cuando accedió al cargo de secretario municipal, al tiempo que comenzó a hacer sus pinitos literarios a raíz de un suceso que le marcaría la existencia: un robo ocurrido en la iglesia del pueblo en el mes de octubre de 1868, y su inesperada resolución, ya que fue Juan de Dios quien, tras sospechar de quién se trataba, descubrió al autor quien terminó quitándose la vida. Según la voz popular, roído por la mala conciencia.



   Aquel hecho lo contó Blas Martín en cuartillas y verso que repartió por los pueblos vecinos siguiendo el estilo de los romanceros de cordel. Lo que le dio cierta fama en la comarca y animó sus deseos de dedicarse a la literatura. Cosa difícil, puesto que una son los sueños y otra muy diferente los hechos. Y Juan de Dios, aunque los tiempos fuesen muy distintos a los actuales, no estaba preparado para la pluma tal y como lo entendían los literatos del siglo XIX.

   Por ensanchar fronteras y mejorar de estado y fortuna tomó el camino de Madrid dejando atrás los cargos de responsabilidad en el municipio, para ponerse a trabajar de dependiente en un comercio de ropa. Un bazar conocido en aquel Madrid entonces pueblerino, el de San Antonio, en la calle de la Corredera Baja, que no tardaría nuestro protagonista en regentar, haciéndose con el traspaso del local y ampliando el negocio a toda clase de vestimentas, telas y objetos para la casa.

  Al tiempo que regentaba su comercio se dedicó a  publicar numerosos poemas, y lo que él definió como pensamientos, en la prensa. Del mismo modo que pensamientos y pasquines regalaba a sus clientes, en los que daba a conocer sus poemas morales. Siendo de alguna manera tomado a chanza por los ilustres periodistas y escritores de su tiempo, que decían de él: … puede decirse, como dijo Zorrilla y con mayor razón, que brotó al borde de la tumba de un malvado. Inescrutables misterios de la providencia, que saca un poeta de un crimen, y otras veces permite que suceda lo contrario. Haciendo memoria del modo que nuestro personaje llegó al mundo literario.

   La buena marcha del Bazar de San Antonio de la calle de la Corredera le permitió abrir un segundo y más amplio local, el Bazar de La Latina, en la calle del Humilladero que, si hacemos caso a las crónicas de su tiempo, le hizo rico, dedicando parte de su fortuna a la  edición de sus obras en verso, así como de algún que otro libro de cuentos. El más famoso sus “Cuentos de Viejo”, en el que dejó reseña de cómo era el Almiruete que él conoció y lo lanzó al mundo de la literatura.



   Llegó a escribir y publicar más de 1.500 poemas distribuidos entre su clientela y dados a conocer a través de la prensa que, a finales del siglo XIX, cuando la salud le comenzaba a faltar, reconocía su ingente labor. Junto a sus poemas editó sus consejos, al Gobierno del reino y al Ayuntamiento de Madrid, al que se permitió aconsejar la manera de cómo convertir la capital del reino en una ciudad industriosa.

   Al fallecimiento de su esposa, en 1897, fue cuando ideó la manera de que el pueblo la recordase y su memoria se mantuviese a través del tiempo. Fue cuando imaginó que reconstruyendo la ermita de su pueblo todos los vecinos los recordarían. Reconstruyendo la ermita y restaurando las imágenes que se encontraban abandonadas en ella. Ya que comenzaba a ser un conjunto informe de ruinas tras el desplome del tejado. Sin que el municipio tuviese medios de llevar a cabo unas obras imposibles.

   Las obras concluyeron y se inauguró la ermita,  el  ya dicho 22 de agosto de 1899. El propio Juan de Dios se encargó de redactar el acta de inauguración, que es una especie de resumen de su vida y obra: En el pueblo de Almiruete, a 22 de agosto de 1899, siendo las ocho de la mañana y reunidos bajo la presidencia del Sr. D. José García Bayllo, cura ecónomo de esta parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, los Sres. D. Luis Díaz, párroco de la villa de Mochales y antes de Palancares, y cura ecónomo de Almiruete; D. Desiderio Morena, cura párroco de Palancares…



   Todavía, tras dejar en orden la ermita y dotar al pueblo con toda una colección literaria de sus obras principales, para obsequio de la juventud futura, continuó escribiendo sus “pensamientos”.

   Un año antes de fallecer dio a la imprenta lo que sería su último trabajo “Herencia que va a dejar esta guerra a la Europa y al Mundo entero”, editado con ocasión del final de la Primera Guerra Mundial, ya que corría el año de 1918; y con anterioridad a esto había dejado escrito un curioso artículo mediante el que desmadejaba los impuestos que pagaban los españoles por provincias y regiones, con un apartado sobre lo que se pagaba en Madrid y en Barcelona, al hilo de uno de los muchos intentos de separatismo que, tras dar cuenta de que los madrileños pagaban a la hacienda pública prácticamente el doble que los catalanes, concluía diciendo, al hilo del coste de los productos, que se dispararía tras una eventual independencia, o anexión a la república francesa, que era lo que entonces pedían los catalanes: “Estamos seguros de que no habrá un fabricante que esté en su cabal juicio que pida la separación de Cataluña de la madre patria”. La obra “El debe y haber de la Nación”, es un conjunto de sumas y restas que a él le funcionaron en sus negocios.



   Murió en Madrid, el 28 de julio de 1919. La prensa se hizo eco de su fallecimiento: Juan de Dios Blas. Otro amigo que desaparece, después de haber consagrado su larga vida a un trabajo honrado y constante, merced al que consiguió reunir una fortuna que unida a su nombre honorable lega a su desconsolado hijo. A más de un comerciante inteligentísimo, versificaba con gran facilidad y no pocos trabajos suyos vieron la luz en las columnas de los periódicos.

   También por los periódicos provinciales quedaron su firma, pensamientos y cuentos; y sus libros son, al día de hoy, pequeños tesoros que nos hablan de un tiempo pasado en el que en nuestros pueblos, a pesar de su aparente insignificancia, había mucha vida.

   A pesar de todo lo que dejó escrito su obra más conocida, como indicado queda, fue la titulada “Cuentos de Viejo”, publicados en 1887, haciendo memoria de lo que, una noche lejana de 1843, le contó un supuesto viajante llegado a Almiruete y a quien, una noche de invierno, sus padres le abrieron la puerta de su casa. Pareja a ella, “Las maravillas de la creación”. Relatos con moraleja, a la moda de la mitad del siglo XIX, que nada tienen que ver, sin embargo, con la provincia de Guadalajara ni mucho menos con la serranía guadalajareña de la que nunca se olvidó, como lo prueba aquella reconstrucción de una ermita que, al día de hoy, se encuentra perdida en el tiempo, y enmarañada en la ruina. Aunque conserve esa placa que mantiene su memoria en el lugar de Almiruete cuyo nombre árabe indica que fue fundado… Claro está que nunca pudo imaginar que la sierra, su sierra, se despoblase en la forma en que lo ha ido haciendo. Y que de su pueblo fuesen marchando, poco a poco, la mayoría de quienes conservaron su memoria.
  


Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Nueva Alcarria, Guadalajara, 7 de septiembre de 2018
 

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