viernes, mayo 28, 2021

LA MIÑOSA, EN EL CAMINO DEL CID

LA MIÑOSA, EN EL CAMINO DEL CID
Tras los pasos de Rodrigo Díaz de Vivar, en la Sierra Norte

 

   Don Timoteo Riaño Rodríguez, quien al igual que hiciese don Ramón Menéndez Pidal dedicó una gran parte de su vida al estudio de la figura mítica de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, como otros hicieran, puso fechas, y origen, al autor del famoso Poema que ha llegado a nuestros días como una de las piezas clave de la literatura de gesta medieval.

   Don Timoteo Riaño nos dejó escrito que aquel Per Abbat del monumento literario tal vez más conocido de la literatura española, a la par puede, o poco menos que El Quijote, fue clérigo de misa y hoya en Fresno de Caracena y en Gumiel de Hizán, en la vecina diócesis de Osma; y que puede, dado que tan hermosamente nos describió las tierras que pisamos, que cruzando la raya de la hoy provincia de Soria, tuviese algo que ver por las sierras de Pela; o mejor todavía, con las aldeas que se abrigan a las faldas del Santo Alto Rey de la Majestad, la sagrada montaña de esta parte de la siempre castellana tierra de Guadalajara. La fecha de la obra nos la data en el entorno del 1207, muy posterior a los años vividos por don Rodrigo quien, para cuando la obra que lo lanzó a la fama definitiva vio la luz, hacía más de cien años que descansaba a la eternidad.


 Desde las alturas del Torreplazo

   Una buena parte de la provincia se divisa desde aquellos altos que separan Guadalajara de su hermana Soria, hasta donde llegaron los pasos de don Ramón Menéndez Pidal y acompañantes en la épica jornada del 23 de mayo de 1903, que movilizó a una parte de la Serranía, para continuar desde aquí camino de las sorianas poblaciones de Romanillos y Medinaceli, indagando en torno a cualquier vestigio que mil años después pudiera quedar del Campeador. Que quedaban por entonces, como lo hacen al día de hoy, algunos topónimos que hacían referencia al hecho histórico. Quizá desvirtuado por el tiempo.

   A no mucho dudar, lo mismo debieron de hacer don Timoteo Riaño y doña María del Carmen Gutiérrez Aja, quienes nos desvelaron, o trataron de hacerlo al menos, los misterios que no consiguió descifrar Menéndez Pidal. Del mismo modo que otro ciento de autores han tratado de llegar a idénticas conclusiones, trazándonos el sendero que, desde Burgos, y a través de nuestra tierra, llevó a Rodrigo de Vivar hasta Valencia.

LA MIÑOSA, MÁS QUE UN LUGAR
 

   Para entonces, para cuando don Per Abbat, el clérigo de Fresno de Caracena, dio a la luz su Poema de Mío Cid, era mucho lo que se había escrito en torno al Campeador, desde que un desconocido clérigo de Ripoll diese a la luz, en vida del héroe, su Carmen Campidoctoris; y otro clérigo, por el mismo tiempo su Historia Roderici.

   Aunque es casi seguro que ninguno de los dos llegase hasta el Torreplazo para descender desde aquí, por aquellas fragosas tierras que orlan las hermosas poblaciones serranas de Hijes y de Ujados en busca del valle de Miedes para, entrando en él, plantarse ante una de las poblaciones más hermosas de esta tierra, en la que los caserones barrocos de los Veladíez (o Beladíez), son seña de identidad más allá de nuestras fronteras.

 Siguiendo un río

   El Cañamares que deja caer sus aguas al Henares para engordar en lejanas tierras las del Tajo, es el río que por esta parte fue abriendo barrancos y dejó el beneficio de su vega, también sus tragedias, pues fue desde que el mundo es mundo río de poco fiar.

    En sus cuentas, Menéndez Pidal nos dice que el Campeador y sus hombres, desde Burgos al Torreplazo, cabalgaron en cada una de las jornadas que hasta aquí los trajo 50 kilómetros. A partir de aquí no cuenta el tiempo. A partir de aquí cuentan la noche, el día y el bosque que los tiene que ocultar. Tienen que cabalgar a la luz de la luna para no ser vistos desde cualquiera de aquellas torres que otean la frontera. El polvo del camino puede delatar su presencia. Mientras que la noche se convierte en aliado de quien se esconde.

   Aquellas poblaciones por las que discurren los ríos Cañamares y Bornoba eran entonces, como hoy lo son, de no mucha entidad en cuanto a urbanismo y habitantes; aparte de que las enormes barranqueras por las que discurre en algunos tramos el cauce los ocultaba a toda mirada. No es muy probable que llegase el Campeador a tierras de Cañamares, sino que a través de las de Miedes, del hoy despoblado de Santa María de la Puente y Alpedroches alcanzase nuevamente el río Cañamares por tierras de La Miñosa para seguirlo, a través de estas y las de La Bodera por la parte baja, cruzando luego las del actual Robledo de Corpes y Rebollosa, para seguir por tierras de Angón, bordeando el antiguo castillo de Yñesque, y alcanzar finalmente el Henares a través de Pálmaces, Torremocha y Pinilla, que fue de las Monjas y es hoy de Jadraque.

 

EL CID EN TIERRAS DE GUADALAJARA. Tras los pasos del Cid (Pulsando aquí)

 

   Por esta tierra hubo, sino grandes, si al menos delatores castillos que surgieron de antiguas torres. El de Yñesque, o Inesque, fue uno de ellos. Más a la derecha, dominando el valle del Bornoba (o Bornova), el del Corlo o Alcorlo. Entre ambos se dispuso el Campeador a caer sobre el Castejón de Jadraque, que entonces era castillo, o castillete, de no mucha gallardía. Pues tendrían que pasar casi cuatro siglos para que se nos presentase con estampa similar a la que hoy muestra.

 

La Miñosa, en medio de un monte maravilloso

   Es lo que dice el Poema al llegar a estas fragosidades de la Sierra: en medio de un monte maravilloso y tupido, mandó el Cid parar y dar cebada a los caballos…

   Aquel monte no debió de ser otro que el que separa los términos de La Miñosa y Naharros, el que asciende manso hacía la cima que domina aquella ermita que, desde los siglos XIII o XIV, nos contempla. La del Santo Alto Rey de la Majestad, señora de estas sierras.

   La Miñosa es uno de esos lugares mágicos, y como tales desconocidos, que surgen en cualquier provincia. Guadalajara tiene la suerte de gozarlo entre sus propios. Como goza de tantos pueblecitos, estampas de postal para el turista, al margen de las grandes, históricas y significativas villas que por encima de todos ellos quieren destacar.

   En ocasiones hay que desdoblar los mapas para conocer muchos de nuestros pueblos, ante todo los que se ocultan tras las carreteras generales teniendo que, para llegar a ellos, hacer lo que Rodrigo de Vivar hizo: introducirse a través de un monte maravilloso en el que huele a jara, enebro y roble.

   Tenemos que remontarnos sin duda a los siglos XI/XII para encontrar los orígenes de la actual población de La Miñosa cuando, tras la Reconquista de la comarca, comienzan a repoblarse estas tierras con gentes llegadas de Vasconia y Navarra, e incluso de Francia, quizá siguiendo a los primeros obispos de la Sigüenza del milenio, Bernardo de Agén, Pedro de Leucata y Cerebruno.

   En 1453 La Miñosa es nombrada, en documentos de la Tierra de Miedes como “La Aminosa”; mientras que unos años más tarde, al pasar a la Tierra de Paredes y con ella al vizcondado de Torija y el condado de Coruña, la población es designada con el nombre de “La Haminosa”; sin que falten otras acepciones como “La Minosa”, tal y como en el siglo XVIII la da a conocer Eugenio Larruga, o el más que confuso de Munios o Muniosse, con el que la citan algunos de los primeros cronistas provinciales de Guadalajara, confundiendo nuestra población serrana con la soriana de Moñux.


 LUZÓN, entre el Ducado y el Señorío (pulsando aquí)

   Hoy La Miñosa es uno de esos pueblos a medio camino entre la despoblación generalizada de la Serranía y el refugio, casi secreto, de quienes buscan en lo profundo de nuestra Castilla el solaz veraniego. Los más de seiscientos habitantes de los primeros años del siglo XX, cuando las explotaciones mineras de la comarca ofrecían jornales, se han convertido en la actualidad en poco más de una docena. El silencio domina, y se siente quizá con mayor gravedad al abrigo del pórtico de la iglesia de San Pedro, que domina el caserío donde la pizarra pinta de plata lo más hermoso del entorno.

   En medio del silencio, batidos por el viento los ramajes de la arboleda, parecen escucharse los susurros de los caballeros que con el Campeador Ruy Díaz marchaban camino del destierro, polvo sudor y hierro… Quizá, una de las mejores maneras para descubrir una parte de estas tierras. Tomar el Poema bajo el brazo y soñar con pasajes de nuestra milenaria y castellana historia; tal vez, en un lugar como La Miñosa.

 Tomás Gismera Velasco / Guadalajara en la Memoria / Periódico Nueva Alcarria / Guadalajara, 28 de mayo de 2021

 

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