lunes, septiembre 13, 2021

UNA SEVILLANA EN JADRAQUE

 UNA SEVILLANA EN JADRAQUE. Eva madrina poética de José Antonio Ochaíta, su poesía y su recuerdo permanecen

 

   Cierto es que Sevilla tiene un color especial. Como el de Jadraque en las atardecidas, visto desde las alturas del cerro de su castillo del Cid o escuchando el murmurar del agua que escapa a borbotones de la fuente de la Tinaja, que sirvió en tiempos para regar las huertas del castillo del Cid. Cuando en el castillo lo habitaban sus señores y la carretera no separaba huerta y fuente.

   Aun así, como si de una Sevilla imaginada se tratase, parece que el entorno quiere expandir el olor del geranio reventón, el de las clavelinas que cuelgan de los balcones; y en los callejones de Jadraque, como en los de Triana, con recuerdos festivos a la vuelta de la esquina, pareciera que comienza a asomar otro olor, tanto o más apetecible que el del azahar. Por los callejones sevillano/jadraqueños comienza a oler a cabrito a la barreña que es tanto como decir que huele a pan recién hecho, a olores como los que escapan del patio de los naranjos de los reales alcázares.


 

   La ciudad, Sevilla/Jadraque, como la tarde, tiene ese color especial que marcan las atardecidas asomándose al río, Guadalquivir/Henares, donde se reflejan como en un espejo las estampas siempre graves de la Torre del Oro, de la Giralda, de las agujas puntiagudas de la catedral y hasta los copudos naranjos de la Alameda parecen estirarse más que nunca para sumergir su estampa en el cristal de las aguas; como los centenarios brazos de la arboleda del parque de los Montpensier, como las alas de las palmeras de los patios de los palacios y las casas sevillanas asomándose por encima de tapias y tejados. Sobre las paredes, entre retratos amarillentos destacan las estampas de la Macarena, del Cristo de los Gitanos, del Señor del Gran Poder y de la Virgen de San Esteban saliendo de su casa el martes santo, rozándole los dientes de la puerta mudéjar los varales traseros del patio. Aquello fue en la tarde en la que se apagó Eva Cervantes. Ahora está a punto de salir el Cristo de los Milagros jadraqueños.

 

Eva Cervantes/Esperanza Perales

   Eva Cervantes tenía un gracejo andaluz semejante al que empleaba en amistad don José María de Pemán, y mucho menos acentuado que el de Pepe Illanes, el imaginero que dio vida al sevillano Cristo de las Aguas. Para entonces Esperanza Perales de la Torre estaba ya convertida en la poetisa Eva Cervantes, la de la tertulia “El Paraíso” de la calle de Mateos Gago número uno; al fondo, como una estampa que avanza a lo largo de la noche, cruzando el Guadalquivir por el puente de Triana, mecido por los costaleros, el Cristo de los Milagros jadraqueño, y sobre su cerro, el castillo de Jadraque:

¡Desolados castillos,

que pierden sus cimeras,

mientras se alzan en alto mis banderas!

   Sí, Jadraque ha sido y sigue siendo tierra de poetas, y de poetisas. A Jadraque se vino a ahogar sus penas aquella gran dama de las cumbres asturianas, Micaela de Silva; y a Jadraque lo cantó Ochaíta, lo mismo que lo cantó Luis Gallego de la Portilla.

 


 EL CASTILLO DE JADRAQUE (Pulsando aquí)

   Eva Cervantes apagó las glorias de la niña Esperanza Perales, la hija del notario señorito de Sevilla que, fíjense ustedes por donde, se fue a casar con un caballero de Jadraque, don Mariano García Agustín, un Ingeniero de Minas a quien el destino lo llevó a Andalucía, a Huelva para más señas. En la iglesia de Santa María Magdalena, de Cala, un pueblo blanco y minero, se casaron. Corría el mes de diciembre de 1908 cuando el párroco les dio la bendición; al marqués de Paterna del Campo, que la pretendió de amores, no le quedó más remedio que convertirla en su musa, y amor platónico, dedicándola el primero de cada uno de sus libros de poemas, a partir de entonces. A Don Mariano García Agustín le prometió amor eterno; el jadraqueño, hermano de doña Cesárea, la madre del poeta, de José Antonio Ochaíta.

 

La dama de la poesía jadraqueña

   A Ochaíta, José Antonio, en el mundo de la poesía, lo apadrinó su tía, Eva Cervantes. A ambos, en el mundo de la poesía, los apadrinó José María de Pemán: Eva Cervantes y Ochaíta, alumnos aplicados de las musas…, que escribió el maestro.

   Corría, cuando aquello escribía Pemán, el año de gracia de 1935 y nacía, para la poesía, un libro mítico: “Turris Fortísima”, escrito por ambos, mano a mano. Galleguito mesurado, puesto que llegaba de Galicia, llamaron los poetas a Ochaíta. Los poetas que se rindieron al canto de Eva Cervantes. Una mujer capaz de reunir a los grandes de la copla, y de la poesía, en un tiempo en el que el mundo de la poesía, y de la copla eran, como el toreo, cosa de hombres.

   Eva Cervantes convirtió a su Sevilla en un segundo Jadraque, y a Jadraque en una segunda Sevilla. A Jadraque trajo al mejor orfebre de la Sevilla de aquel tiempo -1961-, José Antonio Marmolejo, para que labrase una corona a la Virgen de la Soledad; y a la mejor bordadora de Sevilla, Adela Medina –Gitanilla del Carmelo-, para que le bordase un manto de hechuras similares a los que Gitanilla del Carmelo creó para la Esperanza Macarena o la Virgen del Valle.

   Así se convirtió Jadraque en un segundo Triana, con su Giralda en lo alto de uno de sus siete cerros: el castillo; con su Torre del Oro convertida en iglesia; y su río:  Guadalhenares.

 

Tertuliana, y tertulianos de Sevilla y Jadraque

   Por su casa/tertulia sevillana de Mateos Gago número uno, los miércoles y los domingos por la tarde, se reunían los poetas; a su vera, para hablar de Jadraque y de Sevilla; los poetas, Manuel Barrios, Fernando de los Ríos; Pemán, Rafael de León, Adriano del Valle, Fernando Villalón, los hermanos Álvarez Quintero, el marqués de Aracena, o cuantos escritores extranjeros pasaban por Sevilla, para hablar, y recitar poemas.

   Unos cuantos dejó escritos Eva Cervantes en otros tantos libros. A veces sola, en ocasiones con su sobrino, José Antonio Ochaíta. Libros que todavía hoy suenan a poesía: Rosal de pasiones”, “Turris Fortísima”, “El Cantar de mis cantares”, “En vuelo herido”, “Estrellas mínimas”, “Canciones de Eva” … En todos se asomaban Sevilla y, por supuesto, Jadraque.

   Dicen que era una mujer bellísima; lo reflejan las estampas; de enorme cultura; de una gran sensibilidad. Enamorada de una tierra a la que cantó tanto o más que a la propia, la de Jadraque.

 

Jadraque recuerda a Eva Cervantes

   El matrimonio, Eva Cervantes/Mariano García-Agustín –que no tuvo descendencia-, se convirtió en asiduo de los veranos y festividades jadraqueñas, hasta que a don Mariano le alcanzó la muerte, el 27 de junio de 1962. Y Eva Cervantes, como la Macarena cuando murió Manolete, se vistió de negro. Desde entonces sus visitas a la villa del Conde del Cid se fueron espaciando. Y su paseo, el Paseo de Eva Cervantes, que Jadraque le dedicó, notó su ausencia.


 JADRAQUE. CRÓNICAS DE UN SIGLO (Pulsando aquí)

 

   Tanto vivió que llegó a conocer la muerte de todos aquellos a los que apreciaba. Incluso la de su sobrino, aquel poeta que ella lanzó al vuelo de la poesía. Ella se fue apagando poco a poco, entre estampas de Macarenas, procesiones sevillanas y paisajes jadraqueños, y un 19 de mayo, cuando las clavelinas y los geranios ofrecen su mejor flor y la Alcarria se viste de perfume, cerró los ojos al mundo. Y sí, aquel 19 de mayo de 1975 lloraron a la par la Macarena, la Virgen de los Reyes y la Soledad de Jadraque, que aquel día quedó un poco más sola. 

   Ahora saldrá, sobre los hombros de cientos de hombres jadraqueños, el Cristo de los Milagros.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 3 de septiembre de 2021

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José Antonio Ochaíta. El Principe de la Copla

 

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