viernes, septiembre 11, 2020

CIEN AÑOS DE HISTORIA DE GUADALAJARA. En el centenario de María Dolores Utrilla Layna.

 CIEN AÑOS DE HISTORIA DE GUADALAJARA.
En el centenario de María Dolores Utrilla Layna.

    Septiembre, hace cien años, era una fiesta. Lo era en una gran parte de la provincia de Guadalajara. Terminadas las faenas del campo, los pueblos se entregaban a ella, la fiesta. En la actualidad las fiestas de los pueblos han ido evolucionando, y cambiando de fecha en el calendario. Algunas se han mantenido pero la mayoría se ha ido adaptando a la visita agosteña de los paisanos correspondientes.
    Hace cien años las fiestas de la Natividad de la Virgen -8 de septiembre- se celebraban en su día; al igual que las de la Exaltación de la Cruz -14 de septiembre-. Cada una tenía su nombre, aunque se generalizaban en la “Virgen”, y el “Cristo”. 



    En la Alcarria, en estos días, había fiesta. Fiesta en Cifuentes, donde se celebraba al Cristo de la Misericordia; y fiesta en Ruguilla, donde se festejaba –se sigue haciendo- al Santísimo Cristo de la Fe, al que igualmente y con la misma denominación celebran por tierras de Cañizar y Hueva. En Atienza, la patria chica del escribiente celebran, sin más, al Cristo de Atienza.

    Cien años después la fiesta, que tanto dio de qué hablar, se nos ha quedado relegada al silencio, al recuerdo y, por qué no añadirlo, a la tristeza que nos traen estos meses de pandemia que tantos seres queridos se ha llevado. Entonces sonaban las guitarras de las rondas y hoy doblan las campanas.

    Quienes hemos nacido en mitad de los días de la fiesta del pueblo quizá, por estos, echemos un poco de menos aquellos. Por la alegría con la que la población se manejaba, y la vivía. Y también porque habiendo nacido en mitad de la fiesta el pueblo entero recordaba que aquel día nació el chico o la chica de…

    En Ruguilla, por aquellos días de la fiesta del Cristo de la Fe, el 15 de septiembre nació la hija mayor de don Jesús Utrilla, un militar que llegó a alcanzar el alto grado de Comandante de Ingenieros y a quien se impuso, entre otras, la Cruz de San Hermenegildo. Claro está que más que el sonoro apellido del padre, a los guadalajareños les sonará el de la madre: María Layna Serrano. A la muchacha la pusieron en la pila bautismal un nombre sonoro: María de los Dolores Josefina Caridad. Y trajo un poco, o un mucho, de alegría a la casa. El día 4 de aquel mes Ruguilla asistía al entierro de don Félix Layna Brihuega, quien hubiese sido su abuelo.

    Y sí, doña María Dolores Josefina Caridad Utrilla Layna, la última de las sobrinas en primer grado de aquel insigne historiador provincial, referencia de la historia guadalajareña del siglo XX cumple, el próximo martes 15 de septiembre, 100 años. Un siglo de vida. 



 Francisco Layna Serrano. El Señor de los Castillos. El libro, pulsando aquí

    Nació en aquella gran casa que es referencia para la historia local de Ruguilla; la que levantó uno de los hombres más conocidos de la villa en el siglo XIX, Felipe Serrano Santos. Entonces las madres daban a luz en la casa materna. Doña María Layna nació también en ella.

    Hoy una placa sobre la fachada principal nos recuerda la estancia en ella de Francisco Layna Serrano; del mismo modo que la huerta que se abre a la población nos trae la memoria del insigne Académico don Manuel Serrano Sanz; y arriba, sobre el cerro, en la ermita, se mantiene el recuerdo imperecedero de don Félix Utrilla Layna, hermano de doña María de los Dolores, quien hasta la ermita llevó la imagen de Santa Bárbara, patrona del cuerpo de Artillería; la misma que presidió la capilla de la Academia de Artillería de Madrid. Bueno, lo hicieron en su nombre sus descendientes, y desde el 4 de diciembre de 2012, allá se encuentra. La ofreció a la población el 5 de septiembre de 1985.

    Doña María Dolores Utrilla Layna vivió sus años mozos entre Ruguilla, Guadalajara y Cifuentes. Su padre ocupó cargos de relevancia en la Maestranza de Ingenieros, antes de retirarse a Cifuentes, donde María Dolores Utrilla, como hija mayor, ayudó a su madre a cuidar de sus hermanos menores, hasta siete, nacieron después que ella; y fue, junto a sus hermanas Amalia y María, solteras como ella, una de las amanuenses, así lo podríamos definir, de su tío, de don Francisco Layna Serrano. A nuestro gran historiador no se le daba demasiado bien aquello de aporrear las teclas de la máquina de escribir; por él lo hicieron en muchas ocasiones sus sobrinas y Carmen Bueno Paz, su primera mujer.

    Todavía permanecen inéditos –don Francisco Layna nunca los quiso publicar-, los dos tomos de memorias que hablan de sus inicios en los estudios de medicina, y los primeros pasos como médico rural de quien estaba llamado a convertirse, como antes se anotó, en el referente histórico para quienes de una u otra manera hemos tratado de seguir, con mejor o peor fortuna, sus pasos.

    Horas, días enteros, dedicó María Dolores Utrilla a complacer a su tío pasando a máquina sus dictados; ya en Ruguilla, ya en Madrid, a donde la familia se trasladó en los inicios de la década de 1960. En esos grandes tomos en los que queda, letra a letra, la realidad de un tiempo que hoy pertenece al recuerdo, están la esencia y el sentir de una parte de la provincia de Guadalajara, desde Galve de Sorbe al Monasterio de Óvila. A ella, y a sus hermanas, se lo debemos. Don Francisco  no hubiese tenido paciencia para hacerlo. Don Francisco hablaba, dictaba u ordenaba.

    Ella, María Dolores, junto a sus hermanos, fueron los herederos directos del gran historiador, y a ellos debe la provincia el que sus libros fuesen a parar, conforme él les pidió, a la Diputación Provincial. Sus libros, su despacho, alguno de sus cuadros…

     Es por ello que la provincia, en estos días tristes en los que tantos seres queridos y tantos  conocidos se nos van marchando, debe un recuerdo a esta mujer que trabajó en silencio por esta Guadalajara  que la vio nacer. 

     El escribiente, al igual que a sus hermanos, y a su tío, la siente como parte de su familia. Sucede que cuando un biógrafo escribe sobre un personaje, el personaje pasa a ser parte de los suyos, y se les extraña cuando se van marchando aquellos a quienes conoció. 

    La recuerdo, con veinte años menos -¡en un soplo han pasado!-, en el Salón Cardenal Mendoza, de la Casa de Guadalajara en Madrid, junto a toda la familia, en la presentación del libro biográfico sobre el historiador; y la visité en alguna ocasión en su casa madrileña. Hoy es probable que no me reconociese; los años la han ido haciendo perder algunas facultades, entre ellas la de, en ocasiones, reconocer a las personas que la visitan. No se ha olvidado de repetir las oraciones y recordar las advocaciones marianas de las que les hablaban sus padres y abuelos y, me cuentan, que las repite todos los días con el mismo sentimiento. Tampoco ha olvidado a Ruguilla, su cuna.


 RUGUILLA Y EL MONASTERIO DE ÓVILA. Toda una historia en un libro que puedes ver pulsando aquí

    También me cuentan que mantiene, a su manera, la misma alegría de sus años mozos. Es por ello que este recuerdo, esta memoria, es un canto a la vida; un canto a la esperanza. La felicitación centenaria a una mujer que, en la humildad de su aniversario es, como tantas mujeres y hombres de su edad, ejemplo de voluntad.

     Mucho más en este año en el que este dichoso virus nos ha dejado sin fiestas. María Dolores no podrá ir este año a Ruguilla a celebrar las del Cristo de la Fe, en cuyo intermedio nació, como el escribiente lo hizo en los coletazos finales de las del Cristo de Atienza, a las que tampoco podrá ir. ¡Casualidades que tiene la vida!

     El año pasado, como está mandado, visitó Ruguilla por última vez, y seguro que lo hace el año venidero, como lo trataremos de hacer todos cuantos amamos y sentimos nuestros pueblos.

   Entre tanto, María Dolores, en nombre de quienes admiramos la historia, y a las gentes que trabajaron por ella, ¡MUCHAS FELICIDADES!; seguro que en Ruguilla, y en Cifuentes, y en tantos lugares más, doblan las campanas y suenan los cohetes, como en los buenos tiempos, como lo hicieron hacen cien años; y en Ruguilla, tras el repique de campanas después del miserere, alguien reparte, como entonces hizo el señor Alcalde, don Victoriano Pérez que lo era, los típicos cañamones; y suenan las bandurrias y las guitarras mientras se brinda con ese vino peleón que dan las tierras ruguillanas. Por el Cristo de la Fe, y por usted.
 
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria

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