viernes, julio 30, 2021

MEMORIA DE AMELIA DE LA TORRE

MEMORIA DE AMELIA DE LA TORRE
La actriz, nacida en Illana, y que en su pueblo comenzó a interpretar

 

   Hace algo más de cien años que el cinematógrafo comenzó a recorrer las plazas de nuestros pueblos para ofrecer, especialmente en días de verano como los presentes, el espectáculo de unas imágenes en movimiento, estampadas sobre un telón colgado de cualquier fachada que a ello se prestase. Así lo recuerda este relator de memorias, puesto que la primera vez que vio escenas de lo que hoy llamamos películas de cine, fue sobre la gran sábana que unos titiriteros desplegaron a lo largo y ancho de la fachada de una de las casas de la plazuela de San Gil de su pueblo natal. De ello han pasado algo así como sesenta años. Y es que los años corren y el cine se moderniza.


 

   Tanto que quienes, por aquellos mismos tiempos, se dedicaban a solazar al respetable con funciones teatrales en los cafés y casinos pueblerinos, comenzaron a ver en aquello de la sábana plasmada de imágenes, al enemigo.

   Y así nos lo dejó entrever don Fernando Fernán Gómez en aquella mítica película que nos recuerda escenas semejantes, El viaje a ninguna parte, con el telón de fondo de la incomparable villa de Palazuelos, donde se rondaron las escenas en las que la voz inconfundible del actor quedó enmarcada para siempre junto a la puerta de San Roque.

 

La voz de una dama

   Tenía, doña Amelia de la Torre y de la Fuente figura de dama de la nobleza, con su voz peculiar y un genio que se hacía destacar por encima de algunos más de los grandes actores del cine español, se dejó sentir en una de sus últimas películas; quizá la que más nos la podría recordar: “La vaquilla”. A pesar de que, a lo largo de su vida, dejó su imagen en un par de docenas, desde Las Bodas de Sangre, de 1938, que fue la primera, hasta “Padre Nuestro”. Dos años después dejaba este valle de lágrimas.

   La voz inconfundible de Amelia de la Torre, de las películas en blanco y negro de la España de la postguerra, acompañó, sobre todo a través de los escenarios teatrales, a dos generaciones de españoles. La Amelia de la Torre de las pantallas de la televisión que la presentaban en su “Estudio Uno”. La que recibió aplausos, pasó por los escenarios de España y América sin hacer ruido y, en silencio, pasó a la historia de la cinematografía nacional.

 

La primera escena

   Tenemos que buscarla, de muy chiquilla, en la escuela pública de su pueblo, de Illana, recitando versos, allá cuando el siglo XX comenzaba a sacar la cabeza, en 1913, cuando don Manuel Brocas, diputado por el distrito de Pastrana y administrador del Sr. Conde de Romanones, acompañado de todas las autoridades del pueblo, y algunas otras de fuera de él, acudió el 26 de marzo de ese año para inaugurar las escuelas públicas del municipio que, arruinadas las anteriores, se levantaron con el esfuerzo municipal, y allí estaba ella, la niña Amelia, cuando hubo que recibir a las autoridades, darles la bienvenida y recitarles versos:

   las preciosas niñas Gloria Rico y Amelia de la Torre, recitaron con encantadora simpatía unas composiciones poéticas…

   Así lo recogieron los semanarios de su tiempo, junto a la noticia de las inauguraciones y las impresiones del Sr. Brocas prometiendo, como sólo los políticos saben hacer, que la cultura llegaría a todos los pueblos de su representación, siempre que le diesen el voto, claro está. Obteniendo el aplauso del Sr. Alcalde de Illana, don Luis Rico, y del párroco de Leganiel que bendijo los locales, porque el de Illana se encontraba enfermo.


 LA GUERRILLA DEL EMPECINADO EN GUADALAJARA (Pulsando aquí)

 

   Tenía entonces, Amelia de la Torre, aquella encantadora niñita que saludaba al Sr. Brocas y al Sr. Gobernador, y a todas las autoridades, ocho años de edad, y era la primera vez que se ponía ante el público. Después lo haría en muchas ocasiones más. Pero aquella, en su pueblo, fue la primera.

 

Un debut, junto a Margarita Xirgu

   Doce años después debutaría, a lo grande, en Madrid, nada menos que en la compañía de Margarita Xirgu. Porque Amelia tuvo muy claro, desde niña, que quería ser actriz. Y lo hizo con la obra de un premio Nobel, don Jacinto Benavente, en “Cuando los hijos de Eva no son los hijos de Adán”; y a continuación, con el teatro de otro de los grandes de la escena y la poesía española, Federico García Lorca, en su “Doña Rosita la Soltera”.

   Eran los años dorados de los actores españoles, que triunfaban aquí y allá. Los años dorados de los finales de la década de 1920 y los comienzos de la de 1930, que trajeron aquel disloque entre los hijos de la madre tierra que se llamó Guerra Civil.

 

El Buenos Aires querido

   En 1936, dos o tres meses antes del estallido de la Guerra, la compañía para la que entonces trabajaba, la de Josefina Díaz de Artigas, se embarcó hacía Argentina para interpretar, entre otras piezas, “Bodas de Sangre”; y allá, en Buenos Aires, se tuvo que quedar durante algún tiempo. El tiempo en el que actores y actrices de la talla de Amelia de la Torre no estaban muy bien vistos en los escenarios teatrales, entre otras cosas porque habían interpretado escenas de autores contrarios al ideario político gobernante; autores entonces llamados malditos; la política tiene esas cosas. Mientras, allá se hacía grande interpretando obras de Rafael Alberti o de Alejandro Casona.

   En Buenos Aires se casó con el actor Enrique Diosdado, otro de los grandes de la escena, que aportaba como hija a la futura actriz Ana Diosdado, fruto de otra relación anterior; otra grande de nuestros escenarios que en ese momento contaba con pocos años de edad. De su matrimonio con el gran actor le nacería otro hijo, Enrique, como el padre.

   A su vuelta a España, al final de la década de 1950, cuando se calmaron las aguas, no le faltó trabajo. Porque era de esas actrices que llevan el escenario en la sangre.


 

 

   Se integró, a su vuelta a España, en la compañía de María Guerrero, y trabajó habitualmente al lado de su marido, hasta la enfermedad y muerte de este.

   Debutó en el cine en 1938, en Argentina, con aquellas Bodas de Sangre, ya memoradas. Y a pesar de que fue fundamentalmente actriz de teatro volvió a los platós para grabar algunas otras películas, entre ellas: El Tren Expreso (1955); Plácido (1961); La Celestina (1969); La Miel (1979); y, finalmente, La Vaquilla (1984).

   Fue habitual en los escenarios teatrales de televisión, para los que interpretó, entre otras obras, Eloísa está debajo de un almendro; La Malquerida; Ocho Mujeres, o La Pechuga de la Sardina.   Igualmente intervino en series de televisión, de las que destacan “El Señor Villanueva y su gente”; “Anillos de Oro” y “Segunda Enseñanza”; algunas de ellas escritas, y compartiendo protagonismo, por quien se consideró su hija, puesto que desde niña la tuvo entre sus brazos, Ana Diosdado.

 

El ocaso

   Su vida transcurrió con un pie sobre los escenarios del teatro y el otro en los platós de cine. Entre la casa y la familia; ganándose, por su particular forma de ser, la simpatía de los españoles, que la vieron, a partir de la década de 1960, como la madre de muchos de quienes descubrían el cine, la televisión o el teatro, por primera vez; como la abuela después.

   Vivió sin hacer ruido. Y sin hacer ruido se marchó, en Madrid, el 13 de julio de 1987. Atrás quedaba una gran carrera teatral; pocas mujeres habían interpretado a tantos y grandes autores: Benavente, Lorca, Alberti, Casona, Pemán, Jardiel Poncela, Lope de Vega, Tennessee Williams, Gala, Chejov, Calvo Sotelo, Ruiz Iriarte, Bertolt Brecht…

 


 

   Más de dos docenas de otras de teatro componían su repertorio; en más de dos docenas de películas dejó su sonrisa, y se llevó todos los premios que entonces se podía llevar un actor: Nacional de Interpretación, Larra, Latino…

   Seguro que, desde el telón de un cine de verano, un día cualquiera, se nos asoma para recordarnos que los sueños son eso, sueños. Como el cine. Sueños que, en muchas ocasiones, si se buscan con conciencia, se encuentran.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria, Guadalajara 30 de julio de 2021

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