viernes, junio 25, 2021

SIGÜENZA, Y SUS ABOGADOS

 SIGÜENZA, Y SUS ABOGADOS

Memoria de Agustín Barrena Alonso de Ojeda

 

    Sigüenza, con Guadalajara, ha sido patria chica de grandes hombres y mujeres. De literatos, de médicos, de artesanos o historiadores que, de alguna manera, han ido desfilando por las páginas de los libros de la historia, dejando reseña de sus lugares de origen.

   También lo han sido de grandes hombres de leyes y, por supuesto, de abogados de primera línea que inscribieron sus nombres con honores en los libros de la judicatura; y a los que no se suele recordar como se debiera.


 

   Quizá el abogado penalista más mediático que conoció la provincia de Guadalajara fue don José Serrano Batanero, a quien el Ayuntamiento de Madrid, en contra de la costumbre, y dados sus muchos logros, dedicó una calle en la década de 1920, cuando don José Serrano Batanero, natural de Cifuentes, no había cumplido los treinta años de edad. El Ayuntamiento de Madrid no acostumbra a dedicar calle a personajes vivos.

   Rivales suyos, en el mundo del Derecho y en los tribunales, fueron dos de los más prestigiosos abogados de aquellos tiempos, ambos naturales de Sigüenza, los hermanos Barrena, Agustín y Luis, a quienes la casualidad llevó a contraer matrimonio con dos hermanas de sonoro apellido, Carmencita y María Doval, hijas a su vez de una de las glorias del Derecho Penal de los inicios del siglo XX, don Gerardo Doval Formoso, quien en Guadalajara intervino en causas tan célebres como la de Mazarete, que pasó a la historia por el gran error que cometieron los jueces, al llevar casi a la muerte a dos inocentes; o por la causa de El Pobo, que llevó a prisión a un desgraciado y finalmente enloquecido médico de aldea.

TINTA NEGRA. LA LETRA DEL CRIMEN. Pulsando aquí
 

   Los hermanos Barrena fueron hijos de don Felipe Barrena y Barrena, igualmente abogado de profesión y una de las figuras clave de la alta sociedad seguntina de los años finales del siglo XIX, al dirigir junto a su hermano Agustín la sociedad gestora bancaria “Barrena y Hermano”, de la calle de Villegas 2, en la que, además de trajinar con efectos bancarios, también se comerciaba en tejidos y otros asuntos. Los locales de la “Banca Barrena” son los que en la actualidad ocupa el Museo Diocesano.

 

El crimen de la encajera de Carabanchel

   Don Agustín Barrena y Alonso de Ojeda, de él nos ocupamos, estudió en Madrid la carrera de Derecho, llegando a alcanzar una gran reputación como jurista, destacando como gran orador. Algo imprescindible en aquellos tiempos para triunfar en el mundo de la abogacía. Había nacido en Sigüenza, como decimos, en los inicios del año de gracia de 1899 y, apenas concluida su carrera, la ventura le deparó la defensa de dos mozos, metidos a diablos, que protagonizaron en Madrid uno de esos casos en los que, de existir entonces la televisión, hubiesen mantenido a la audiencia pendientes de sus andanzas.

   El caso fue uno de esos misteriosos misterios que ensombrecen las noches madrileñas; comenzó a cernirse la mañana del domingo 13 de marzo de 1932, después de que el pastor Esquitinio de la Concepción, al ir a soltar sus ovejas que dormitaban junto a la antigua “Vereda del Soldado”, a las afueras del entonces pueblo de Carabanchel Bajo se diese de bruces con el cadáver de una pobre mujer que resultó ser una vivaracha toledana que se dedicaba a vender los famosos bordados lagarteranos por las calles de Madrid. La tarde de la víspera, la última vez que con certeza se la vio, fue saliendo del palacio de Buenavista, residencia entonces del Jefe de Gobierno, don Manuel Azaña, a cuya mujer, doña Dolores Rivas, vendió unos paños que doña Dolores regaló a la embajadora de Francia. La largaterana tuvo la desdicha de decir a un paisano que era portadora de mucho dinero.

EL VERDUGO DE MADRID. EL libro, pulsando aquí
 

   Era entonces don Agustín Barrena, a pesar de su juventud, puesto que acababa de cumplir los 33 años de edad, uno de los abogados penalistas con mejor futuro y mayor prestigio de Madrid, después de unos cuantos sonados éxitos en la Audiencia que lo llevaron a figurar en la página de sucesos y tribunales de los periódicos de Madrid. El caso, que fue conocido como “El Crimen de la Encajera de Carabanchel”, lo terminó por consagrar.

   Tardó en resolverse el crimen, aunque antes de que lo hiciese, para que a don Agustín no le faltase trabajo, surgió el del “Zagal de Fuensalida”, un zagalillo natural de esa localidad que en las proximidades de Madrid, por ver quién puede más, se llevó por delante la vida de tres pastores de la finca para la que trabajaba; don Agustín logró que al zagalillo la condena se le quedase en un internamiento, de por vida, en una casa de salud.

 

   La resolución del caso de “La Encajera” tenía visos de mayor complejidad, pues eran tantos los testimonios cruzados que no había por dónde cogerlo. Tuvo que llegar el mes de agosto con todos los calores que caen sobre Madrid en los meses de agosto, cuando las gentes que pasaba por la calle del Arroyo de las Pavas, en el antiguo pueblo de Carabanchel, se dieron de bruces con otro crimen. Hasta una vivienda de aquella calle los dos diablos dichos atrajeron a un buen hombre, tabernero de oficio y natural del pueblecito molinés de Cubillejo. Los asesinos no se dieron cuenta de que con los calores se encontraba la ventana abierta, y que mientras mataban al tabernero los vecinos miraban. La policía los encontró metidos en faena, a pesar de que uno de ellos, por si colaba, se escondió debajo de una cama. Pasó a la historia como “El lelo de Caranbanchel”. Resultó que eran los mismos que meses atrás se llevaron por delante la vida de la encajera, y a pesar de que don Agustín no los pudo librar de una condena a prisión perpetua, ya que por aquellos años estaba abolida la pena de muerte, su actuación letrada en aquellos casos lo lanzó a la fama eterna. 

 

   Su bufete, en la céntrica Glorieta de Bilbao, fue uno de los más perseguidos por la prensa a partir de aquellos años; como lo continuó siendo después.

 

Don Agustín, un arriacense ejerciente

   No faltó la contribución de don Agustín Barrena a la prosperidad de Sigüenza; tampoco su mano a la modernización de la abogacía madrileña, integrándose en la junta directiva del Colegio de Abogados de la capital del Reino, a la que perteneció durante varias décadas. Siendo uno de aquellos guadalajareños ejercientes en Madrid a través de la Casa de Guadalajara, de la que fue fundador y segundo presidente en lucha a brazo partido con otro de los guadalajareños históricos, don Francisco Layna Serrano. Con don Agustín Barrena creció la Casa de Guadalajara cuando a partir de 1934 comenzó a sonar la Casa Regional por toda la provincia, y su presidente fue hasta los aciagos días del verano de 1936. Al término de la guerra le sucedió Francisco Layna Serrano.

 

   Ambos se conocieron en aquella Sigüenza próspera de la década de 1920, cuando don Francisco Layna se construyó en la ciudad episcopal su casita de vacaciones en el paseo de los Arcos, y a Sigüenza comenzaba a acudir lo más granado de la sociedad provincial. Y ambos mantuvieron la amistad hasta el fin de sus días.

 

EL DUELO DEL MARQUÉS DE PICKMAN, El libro, pulsando aquí
 

 

   Una de las últimas actuaciones de don Agustín como abogado de éxito la tuvo en el más que doloroso caso de la catástrofe de Ribadelago, cuando la presa de Vega de Tera, en aquel municipio zamorano reventó, llevándose por delante la vida de 144 personas.

 

   Para entonces los dos diablos que llevaron a cabo los crímenes de la Encajera y el del Tabernero de Cubillejo, que dieron fama letrada a don Agustín pertenecían a la historia, aunque su final no fue como contaron algunos medios al pasar del tiempo; ninguno de los dos perdió la vida en el cadalso a manos de verdugo aprietagañotes; uno de ellos, el más listo, murió de viejo en el penal de Cartagena; al que pasó por lelo, al esconderse bajo la cama tras matar al honrado tabernero molinés, la muerte le llegó en el penal del Dueso, cuando al encabezar una de esas revueltas carcelarias que las películas cinematográficas nos recuerdan de cuando en cuando, se enfrentó, encabezando a los 300 presos que entonces se encontraban tras los muros del penal, en los inicios de 1936, a todo un batallón del ejército que tuvo que intervenir para sofocar la revuelta. Los disparos de un capitán de artillería terminaron con su vida.

 

   La vida novelesca de don Agustín, puesto que la de los abogados penalistas de aquellos tiempos, era vida semejante a una novela de intrigas por entregas, concluyó en Madrid, el 29 de junio de 1968, donde fue sepultado al día siguiente en el cementerio de Nuestra Señora de la Almudena; y es que también los grandes abogados son merecedores de un buen recuerdo; ante todo cuando, además del ejercicio de su profesión, dedicaron una parte de su vida a trabajar por su tierra, y honrarla.

 

 

Tomás Gismera Velasco / Guadalajara en la Memoria /Periódico Nueva Alcarria; Guadalajara, 25 de junio de 2021

 


 LOS CRÍMENES DE CARABANCHEL. El libro, pulsando aquí

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