viernes, febrero 19, 2021

LA VENTA DE RIOFRIO DEL LLANO. Las ventas, el antecedente de los moteles de carretera, formaron parte de nuestra historia


LA VENTA DE RIOFRIO DEL LLANO.
Las ventas, el antecedente de los moteles de carretera, formaron parte de nuestra historia

 

    El notable escritor don Antonio de Valbuena, maestro de Azorín en el arte de la prosa, cuando a Riofrío, en 1916, le dieron el apellido de “del Llano”, se quejó de que el pueblo ni estaba en un llano ni tenía río que denominarse “frío” pudiera; a pesar de que reconocía que no conocía ni el pueblo ni el entorno. Que, ciertamente, aunque no tenga río que llamarse frío pueda, sí que se tiende sobre una amplia llanada que desde las alturas a las que se nos asoman, que los de la tierra denominan “altos de La Bodera”, conduce a otras alturas, las que cierran el valle por el que, a la derecha, se tienden las tierras del Cercadillo; las de Atienza a la izquierda y tras los altos frontales se cobijaron las del caserío de Vesperinas, tras él, Cincovillas.

   Y como no conocía el pueblo tampoco conocía su famosa venta. La Venta de Riofrío, de Román, de Carrasco. La Venta tenía algún apellido más. Por el único y verdadero, casi nadie la conocía. La Venta de San José, que se situaba al final de la llanada.

 


De Ventas y Paradores

  En la actualidad, y en la inmensa mayoría de los casos, las ventas y paradores que antaño poblaron nuestros caminos han ido desapareciendo devoradas por la modernidad. Hasta hace poco menos de cien años eran punto necesario para el reposo del viajero en aquellos viajes que se conocía cuándo comenzaban, pero no cuando llegaban a su fin.

   La provincia de Guadalajara estaba llena de ellas, como provincia atravesada por cientos de caminos que, de norte a sur, comunicaban las Castillas y a los castellanos con Aragón, Extremadura o la Mancha.

   De aquellas antiguas, ya modernizada, puede que únicamente nos quede la de Almadrones; sin embargo, ventas importantes,  famosas por sus gestas o sucesos poblaron el mapa provincial; desde la de “Mal Abrigo”, junto al Henares, a las puertas de la capital, a la de Campisábalos, convertida en posada, que tuvo como huésped al cura Merino en las guerras carlistas; desde la de Paredes de Sigüenza, en la que Jovellanos pasó la noche del 31 de mayo de 1808 cuando regresaba a Jadraque, hasta la de Alcolea del Pinar, que despedía la provincia de Guadalajara frente a la Casa de Piedra para entrar en la de Soria; desde la de Prádena, a la que acompañó la mala fama, a la de Vista Alegre de Mazarete, en la que pasó su última noche el aceitero de Mantiel. O el parador de Justo, al abrigo de los roquedales de Alcorlo, donde don Eduard Rowses, gerente de la mayor explotación minera de Hiendelaencina, vio como los bandoleros se le echaron encima para robarle 100.000 reales de los de la mitad del siglo XIX.

   En las ventas y paradores de nuestros caminos hicieron un alto príncipes y coristas; arrieros y bandoleros. Miles de historias acompañan sus recuerdos. Aunque ninguno tan grato y novelesco como el que, en la venta de la Mancha manchega, de Membrilla o Manzanares, fue don Alonso Quijano armado caballero. 


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La Venta de Riofrío

    Puede que sea, la venta de Riofrío, Román, Carrasco o San José, una de las más antiguas que se documentan en la provincia de Guadalajara; levantada en uno de los ángulos camineros más transitados de la comarca serrana. Atravesada por un lado por el camino real que desde Madrid llevaba a la frontera pirenaica a través de Soria; por el otro, el camino salinero que desde de Imón y La Olmeda conducía a los alfolíes de Burgos, Zamora o Salamanca. Tan lejana se nos presenta en el tiempo su memoria que ya los alcaldes de la Mesta, por un quítame allá una oveja, ordenaron su derribo en el lejano siglo XV, cuando a don Sancho de Barrionuevo se le antojó que había de desaparecer y ordenó su demolición, para que no volviese a ser levantada, por sentencia real de doce de enero de mil novecientos noventa y tres, que desconocemos si fue o no ejecutada.

   Que fue levantada, en el caso de que llegase a ser demolida, no nos cabe la menor duda, pues pocos años después la Venta de Riofrío era tomada como mojón fronterizo, por esta parte de la tierra, entre las de Jadraque y Atienza; cuando se creó el Señorío de Jadraque y el Común de Atienza pleiteó por mantener a Jadraque y su tierra dentro de sus términos.  La línea fronteriza de ambas arrancaba aquí, a los pies del cerro tras el que se levantaba, por aquel tiempo, el pueblecito de Vesperinas, por cuyas tierras pleitearon igualmente, cuando el tiempo lo despobló, los concejos de Atienza y Cincovillas y la reina Isabel, por poner orden, concedió los dominios a los franciscanos atencinos, para que tuviesen de qué mantenerse.

   Por entonces ya era, la Venta de Riofrío, lugar de parada obligatoria, como lo continuó siendo siglos después. Hasta que llegaron los soldados de Su Majestad (q.D.g.) don Felipe V, en torno a la primavera de 1706, y la devoraron. Que era el término que en aquellos tiempos se empleaba para decir que, a base de juergas, peleas y francachelas, la destrozaron.

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   El Concejo atencino, que siempre consideró que aquellas tierras eran suyas, también incluyó entre sus propios a la venta de San José (o de Riofrío), y quien entonces ostentaba su titularidad, don Luis Blanco, se presentó ante aquel Concejo para, después de que la tropa real la arruinase y sin poder hacer frente a los gastos de reparación, entregarla a quien se hiciese cargo de su reconstrucción, así que quedó entre los propios de los hospitales de la villa, pues por darla a alguien, la cedió al antiguo Hospital atencino de San Julián. El costo de volverla a poner en pie, tras la acometida soldadesca, se tasó en 8.000 reales de los de los inicios del siglo XVIII.

   Es por ello, por la donación de don Luis Blanco, que cincuenta años después, cuando se llevó a cabo la indagación para establecer la Única Contribución, o el Catastro de Ensenada, la Venta de Riofrío figure en tierra de Atienza y como propia de los Hospitales de la Villa.


 
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Román Monge, alias Carrasco

   Don Román Monge, alías Carrasco, o el tío Carrasco, natural que fue de la vecina localidad de Cercadillo, fue su último gestor. Y por ello, para desgracia, el encargado de cerrar sus puertas para no volverlas a abrir. Si es que cuando tomó la decisión de dejarla en el olvido, quedaban puertas.

   Al presente lo que fue la venta se oculta entre una maraña de zarzales, estepas pringosas y asomo de nacientes robles marojos. Hasta hace unos años todavía se apreciaban los muros se sillarejo y pizarra negra que le dieron ese aire rumboso de las elegantes construcciones tradicionales de esta parte de la Serranía de Guadalajara; y se nos antoja extraño, viendo la maraña selvática que rodea el entorno, que a sus puertas tuviese lugar una de las mayores trifulcas habidas entre propios del terreno y arrieros de la sal cuando por un quítame allá esa jarra de vino sacaron los burgaleses las navajas y acometiesen a los serranos, y viceversa; de la misma manera que se nos antoja extraño que a su resguardo se acogiesen los Archeros de Borgoña que acompañaron a Felipe II, o la guardia real que abrió paso a los Felipe III y IV; o que aquí reposase, por ver si el tiempo mejoraba y dejaba de nevar, un mes de enero de 1702, don Felipe el “Animoso”, V, de su nombre como rey de España.

   A don Román Monge, a quien se conoció como el tío Carrasco, el peor golpe de fortuna se lo dio su yerno, un muchachuelo de Valdelcubo a quien casó son la mayor de sus hijas para que continuase el oficio; pero el muchacho, Santiago que se llamaba, el chico del Sotero y la Severa de Valdelcubo, prefirió las comodidades de Madrid por la soledad de la venta, y a Madrid marchó un caluroso mes de julio de 1890, para no regresar. Dejando el negocio para el “Parador de San Vicente”, de Cincovillas, donde cambiaron de posta los caballos de “La Soriana”, desde 1862.

   Después, mucho tiempo después, en el agosto de 1936, el ir y venir de tropas, porque había una guerra, de Atienza a Sigüenza y de Sigüenza a Atienza, y de ambas a tierras de Soria, hicieron el resto. El tío Carrasco cerró las puertas y la venta quedó en el olvido.

   Como todas. Pero no estará de más que, cuando de Atienza se gire a la izquierda, para marchar a Sigüenza; o de Sigüenza a la derecha, para continuar hacía Atienza; o al final de la llanada de Riofrío, donde la carretera gira hacía tierras sorianas, recordemos que allá se levantó una venta. Uno de esos lugares en los que la memoria, a poco que la sacudamos, empezará a contarnos historias… de nuestra tierra.



Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en Memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 19 de febrero de 2021 

 HIENDELAENCINA. CRÓNICAS PARA UNA HISTORIA



HIENDELAENCINA (Guadalajara), es uno de esos pueblos cuya historia está todavía por descubrirse. Un pueblo que, de la nada, saltó a las primeras páginas de la prensa mundial al descubrirse, en 1844, las minas de plata, quizá, más importantes de Europa. 









Aquello fue un antes y un después en la vida sencilla de un pueblo perdido en la Serranía de Atienza. De aldea, a punto estuvo de convertirse en ciudad. Las páginas siguientes son una especie de “Memoria” de Hiendelaencina; en ningún caso una historia de la población, puesto que carecemos de los datos suficientes para llevarla a cabo con el rigor necesario. 




 
RUGUILLA Y EL MONASTERIO DE ÓVILA


A cinco Kilómetros de Cifuentes, en la confluencia de tres amenos vallejos cerrados a Saliente por el redondeado lomo de la Cuesta de la Sierra, el pueblo de Ruguilla (Guadalajara) contornea trepando hasta la cúspide, un cerrillo cónico cubierto por agrio peñasco de pudinga, sobre el que se alza la castellanísima ermita de Santa Bárbara precedida de un porche sobre columnas jónicas de alta basa; los cerros inmediatos están asimismo cubiertos de lastras tobizas, tras ellos otros más altos aparecen tapizados de verdor gracias a los chaparrales y sobre todo al romero, tomillo y multitud de arbustos y plantas montaraces, con predominio de las labiadas; en las veguitas encantadoras surcadas por múltiples arroyos, los nogales centenarios lucen en primavera la pompa de sus enormes copas verdes, o los álamos negros y blancos agrupándose en apretados y umbrosos sotos frente al lugar y a lo largo del pintoresco valle de “tras la Muela”, siguen el curso de bellísimas barrancas pródigas en cascadas rumorosas semiocultas por una vegetación rica y variada, donde figuran la zarzamora, la  madreselva, los lampazos de enormes hojas triangulares, las malvas silvestres, las enredaderas que en mayo esmaltan aquellos lindos rincones con la policromía de sus campánulas, y el musgo tapiz de los peñascos multiformes…


Francisco Layna Serrano





   Sí, Ruguilla fue la segunda patria chica de Francisco Layna Serrano, pues allí se trasladó a vivir la familia cuando nuestro historiador contaba con cinco o seis años de edad. Y cantó y escribió sobre Ruguilla con pasión.

   Es uno de esos pueblos con encanto que nos ofrece la provincia de Guadalajara, y que a través de las páginas de esta sencilla obra tratamos de descubrir, desde su más remoto pasado, hasta la presente realidad.

   Por sus páginas desfilan historia, folklore, personajes, cantos, ritos, esperanzas… La crónica de un pueblo hermoso, en una tierra hermosa, unida e alguna manera a la historia de otro de los emblemas provinciales: El Monasterio de Óvila, que tanto nos cuenta, y tanto nos queda por contar.

   Ruguilla, el lugar que habitaron las primitivas civilizaciones y que, allá por los inicios del siglo XVIII, se convirtió en Villa. El rey Felipe V, apenas alcanzado el trono, dictó aquello de: e vos damos poder e entera facultad para que podáis poder, y tener e  pongades, Horca e Picota y Cepo, e Carcel y Cadena e Cuchillo, y Azote, y todas las otras  insignias de Jurisdiccion que las Villas sobre si de estos reinos pueden e deben tener y usar…

  


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