viernes, junio 27, 2025

ZARZUELA DE JADRAQUE, Y DE LOS ALFAREROS

 

ZARZUELA DE JADRAQUE, Y DE LOS ALFAREROS

La localidad fue conocida en tiempo pasado, de manera coloquial, como Zarzuela de las Ollas

 

   Es más que probable que la mejor historia de Zarzuela de Jadraque, o de las Ollas, para las poblaciones del entorno, la pudo escribir don José Pérez Llorente quien sin duda vivió los tiempos en los que los alfareros de la localidad salieron a correr mundo o provincia con los cacharros a cuestas, o mejor, a lomos de sus animales de carga, para llevarlos a los mercados próximos de Hiendelaencina, Jadraque, Atienza, Sigüenza, Cogolludo, o más allá.

   Pues fue don José Pérez Llorente, uno de esos grandes aficionados a contar cosas de su pueblo haciéndolo con alegría y buen humor, en este Nueva Alcarria que se nos mantiene desde más allá de la década de 1950, cuando a nuestro hombre, como a tantos más, le dio por salir de aquella Zarzuela alfarera que comenzaba a quedar como tantas otras poblaciones al raso del silencio.

   En Zarzuela nació en 1922 y sus primeros pinitos literarios los dio a conocer a través de una de aquellas revistas de Arte y Literatura que surgieron en Guadalajara editadas por la Delegación Provincial de Educación Popular; Reconquista. Revista en la que aparecieron firmas populares en la Guadalajara de la segunda mitad del siglo, desde el añorado García Perdices a José de Juan o Claro Abánades, Sanz y Díaz, Luis Cordavias o Francisco Layna Serrano.

   Don José Pérez Llorente, a más de enamorado de las costumbres de su pueblo era por aquellos tiempos factor de tren en Madrid, de donde pasó a Palencia; entre medias nos dejó todo un sentir y saber de Zarzuela de Jadraque, heredado sin duda de don Canuto Cuevas Domingo, que fue secretario del municipio por espacio de cuarenta años. Por si fuera poco don Canuto Cuevas también tuvo por mujer a una maestra de escuela, doña María Garrido Magro, y por cuñado al párroco de la población, don Pascual. Entre ambos cuñados idearon en aquellos tiempos del auge minero de la tierra, y después de que Hiendelaencina aprobase el establecimiento de un mercado semanal, los domingos, establecer una especie de frontera entre el Alto Rey y la para ellos pecadora población capital de la minería, ya que quienes acudían al mercado dominical se saltaban los preceptos religiosos de dedicar el domingo a honrar al Señor. Don Canuto llegó a escribir una especie de historia de Zarzuela, a mano y con buena letra, que se perdió entre los entresijos del tiempo y los papeles y archivos del ayuntamiento; falleció en el mes de enero de 1914, perdiéndose con su muerte su memoria. Una memoria que por fortuna recuperó de alguna manera nuestro buen factor de ferrocarriles, don José Pérez Llorente. Muy a pesar de que, a don José, tal vez porque se le escapó a don Canuto, no cuenta que allá por 1885, mientras el campanero tocaba a nublo para espantar las nubes, un rayo lo derribó de la torre y, a sus pies, le quitó la vida.

   De aquí también salió, cuando el siglo XX comenzaba su andadura, don Ruperto Merino, quien fue una de las glorias de la medicina provincial, triunfante en el Madrid capitalino después de recibir algunos premios por sus obras, como uno de los primeros investigadores en el tratamiento de las arterio-esclerosis. Don Ruperto nació aquí el 27 de marzo de 1861, abandonando el mundo en el Madrid que lo acogió, setenta años después.

 

 


 

Zarzuela de las Ollas, y del Cid

   Zarzuela de Jadraque es hoy una de las poblaciones que se abrigan con el terruño rugoso que asciende hacia la montaña sagrada del Alto Rey de la Majestad. Bajó su manto se cobijaron y mirando a las alturas fueron desarrollando una de las actividades por las que han pasado a la historia, al menos provincial:  la del barro. Por supuesto que no son los únicos paisanos que hicieron de las entrañas de la tierra arte; artesanos de la alfarería ha habido y algunos quedan, por otros lugares de la serranía y la provincia. Por esta parte de la Guadalajara de las alturas serranas, los de Zarzuela fueron, como dicho está, sin duda, los más significativos. Todavía, entre las entrañas de sus casas, quedan como monumento levantado al tiempo para que no se olvide, el que fuese uno de los hornos comunales de la localidad, el que alimentado por la estepa serrana curó y sanó botijos, cántaros y pucheros.

   Fue, Zarzuela de Jadraque, tierra de Atienza y fue también del poderoso Cardenal Mendoza y del Conde del Cid y de los duques del Infantado; y es hoy tierra de silencio que se estremece con el cierzo, al abrigo siempre de la montaña. De esa que, un lejano día de 1844 cambió el destino de numerosas de estas poblaciones; cuando la plata comenzó a lucir a ras de suelo y, también por aquí, los audaces probaron a mejorar su fortuna al calor de las luminarias de Hiendelaencina.

 

Los alfareros de Zarzuela

   Se desconoce desde cuándo se dedicaron a ello las gentes, hombres y mujeres, de Zarzuela de Jadraque, pues teniendo en cuenta que ya en el siglo XVI, cuando se lleva a cabo el famoso interrogatorio para las Relaciones Topográficas de Felipe II se citan estos trabajos en 1581, la dedicación debía de venirse arrastrando desde tiempo atrás. No es mucho lo que se nos dice, aunque lo suficiente, que viven de hacer algunas hollas

   Años después al elaborarse el Catastro de Ensenada nos dirán que la alfarería ha crecido pues en el término se encuentran tres hornos de cocer cántaros y otras cosas, propiedad de Francisco Llorente, Juan Moreno y Juan Atienza, y al oficio se dedican al menos quince vecinos, sin ser oficio muy productivo puesto que se les regula un beneficio de real y medio al día cuando un jornalero gana dos reales y un labrador tres.

   Más que artesanía, como lo consideramos al día de hoy, el oficio al que aquellas gentes se dedicaban en tiempo pasado formaba parte de la industria del pueblo, ya que algunas familias llegarían a vivir con el paso del tiempo enteramente del producto. Dedicándose los hombres a la labor de dar forma a las piezas mientras que las mujeres se encargaban de llevarlas a lomos de mula a ferias y mercados. Curiosa era la forma del transporte, entre paja y en serones la mayoría de las veces, llevando estos una especie de horquilla que prácticamente rozaba el suelo, con el fin de que la carga no se diese la vuelta y se arruinase la mercancía.

   Los alfareros tenían por lo general el alfar montado en su propia casa; la sobadera o amasadera, donde se preparaba el barro, en el portal; el torno en la cocina, donde igualmente almacenaban los cacharros hasta ser llevados al horno comunal, donde cocían al mismo tiempo las piezas de varias casas, por lo cual, y para distinguirse unas de las otras, cada alfarero tenía su propia marca, o guincho. La industria como tal cesaría en torno a 1970, cuando los últimos alfareros dejaron un oficio que para estos años había dejado de ser productivo, suplido el barro por el plástico o el aluminio. Pasando las piezas que aquellas gentes elaborasen a pertenecer a los coleccionistas, y, sin duda, a ser piezas de museo. Casualmente, la última ocasión en laque alfareros de Zarzuela pusieron sus manos en el barro, según se contó en su momento, sería en 1982 con motivo de unas jornadas organizadas por el que había de ser Museo de Etnografía de Guadalajara y que apenas permanecería unos días con sus puertas abiertas.

   Sin duda, el pueblo, el oficio y el entorno merecen nuestro recuerdo, con él, nuestro homenaje.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 27 de junio de 2025

 

UN LIBRO SOBRE ZARZUELA DE JADRAQUE

 ZARZUELA DE JADRAQUE, y de los alfareros

    Zarzuela de Jadraque es en la actualidad uno de los muchos pueblos de la provincia de Guadalajara condenados a la despoblación; no pasó a la historia por sus yacimientos mineros, sino por el trabajo de sus alfareros. Unos alfareros que le dieron al pueblo un apelativo especial, Zarzuela de las Ollas, en un oficio, la alfarería, a la que en temporadas se llegó a ocupar una buena parte de la población.


  ZARZUELA DE JADRAQUE. El libro, pulsando aquí

 

    En ninguna parte de la provincia se podría aplicar aquel viejo cantar conocido por la gran mayoría de alfareros, mejor que en Zarzuela:

Oficio noble y bizarro,

entre todos el primero,

que de la industria del barro,

Dios fue el primer alfarero

y el hombre el primer cacharro.

 

   El viajero, a las puertas de la iglesia, bajo la campana Santa Bárbara, tuvo ocasión de conocer a uno de los últimos alfareros de la población, ya jubilado desde hacía años, que dejó su oficio como tantos más en la década de los años sesenta, cuando el plástico comenzó a suplir a las ollas; cuando la emigración comenzó a dejar solitarios los pueblos; cuando los botijos se suplieron por jarras de cristal, y cuando los quincalleros comenzaron a cambiar las viejas tinajas de barro por modernos utensilios de metal.

    A través de las páginas de este libro nos acercamos a su historia, su tiempo, su memoria…

  


SUMARIO:

 

-I-

ZARZUELA DE JADRAQUE

Pág. 9

-II-

INTERMEDIO HISTÓRICO

Pág. 19

-III-

LA TIERRA Y SEXMOS DE JADRAQUE

Pág. 31

-IV-

ZARZUELA,

DE LA EDAD MEDIA A LA MODERNA

Pág. 41

-V-

ZARZUELA, EN EL SIGLO XIX

Pág. 47

-VI-

ZARZUELA DE JADRAQUE, SIGLO XX

Pág. 93

-VII-

LA ALFARERÍA EN ZARZUELA DE JADRAQUE

Pág. 109

 

 El libro:

  • ASIN ‏ : ‎ B097WZXTGN
  • Editorial ‏ : ‎ Independently published Idioma ‏ : ‎ Español
  • Tapa blanda ‏ : ‎ 179 páginas
  • ISBN-13 ‏ : ‎ 979-8527152777
  • Peso del producto ‏ : ‎ 222 g
  • Dimensiones ‏ : ‎ 13.97 x 0.74 x 21.59 cm 
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  •  ZARZUELA DE JADRAQUE. El libro, pulsando aquí

 

viernes, junio 20, 2025

LA IGLESIA DE SANTA MARÍA DEL VAL, EN ATIENZA

LA IGLESIA DE SANTA MARÍA DEL VAL, EN ATIENZA

Sin duda la más llamativa, a cuenta de los contorsionistas que ornamentan su portada

 

   De las numerosas iglesias que se levantaron en la villa de Atienza tras su reconquista, a lo largo de los siglos XII al XV principalmente, una de las primeras, que ha llegado a nuestros días y más interés despierta, es la que llevó el título de Santa María del Val, o del Valle, iglesia de su barrio hasta los años finales del siglo XIX, dependiente de la también parroquial de San Juan del Mercado.

   Algo más de una docena, en catorce se cifran, se alzaron en una de las poblaciones que fue cabecera castellana y figuró entre las de mayor renombre de las provincias de Guadalajara y Soria, a las que conforme a los tiempos perteneció.

   Desaparecieron algunas en aquella debacle guerrera del siglo XV, y entre las desaparecidas, con San Pedro y los Santos Nicolás, bajo cuyo patronazgo se alzaron dos, San Nicolás el Alto y San Nicolás de Covarrubias, a no dudar fue la también desaparecida de Santiago de los Caballeros una de las más enigmáticas y probablemente artísticas, tanto por el patronazgo como por la dependencia, ya que lo fue de los monásticos del burgalés monasterio de San Pedro de Arlanza, donde se conservó documento de donación real de Alfonso VII, signado en 1150, por el que concedía la iglesia de Santiago de los Caballeros, de la Villa de Atienza, a aquel monasterio, conservándose la documentación referente a ella en su Libro Becerro, bajo el título de “De la casa de Atienza”. Siendo, Santiago de los Caballeros, una de las advocaciones más significativas de la castillera villa, puesto que contó con hermandad o cofradía propia que llegaría hasta las postrimerías del siglo XVIII como una de las cofradías de hidalgos más significativas de Castilla, a través de la que se podía acceder a su Orden de Caballeros.

 


 

  

Santa María del Val, los orígenes

   Se alzó en su primitiva estructura en uno de los barrios extremos de la población, desaparecido en su mayor parte durante la guerra de los Infantes de Aragón en el verano de 1446, ya que fue este barrio uno de los más combatidos por haberse asentado en él las tropas castellanas que iniciaron la reconquista de la población para la corona de Castilla.

   Sin que quepa la menor duda de que nació románica, muy a pesar de que indudablemente dañada durante aquellos días, se levantó nuevamente con la arquitectura que ha llegado a nuestros tiempos, si bien manteniendo una de las portadas más singulares no solo de Atienza o Guadalajara, también de Castilla, puesto que a pesar de haber perdido la arcada del atrio que a no dudar la acompañó, mantiene en la arquería el conjunto de figuras que según los entendidos en arte románico a los que escuchemos, puede tratarse de saltimbanquis, mujeres o figuras de extraño catálogo.

   La inscripción en la jamba derecha de la portada ha sido transcrita como que el año de 1147 fue el de la consagración del templo, lo que nos indicaría que de ser así, esta sería la segunda iglesia que alzó muros en la reconquistada villa, tras la de Santa María del Rey, al pie del castillo, cuya fecha se da por prácticamente segura en el año 1112.

   De ella han escrito cuantos cronistas e historiadores han pasado por la provincia, dejándonos una de las primeras descripciones quien lo fuese en los inicios del siglo XX, y de quien tomaron nota algunos de los que lo siguieron, Juan-Catalina García López, quien conoció la iglesia todavía con culto abierto a la feligresía de un barrio en despoblación, diciéndonos en 1901 que: “Aparentemente no conserva de su antigua construcción sino un trozo de muro saliente y en él la antigua y primitiva portada románica que forman varios arcos sostenidos por impostas verticales a manera de pilastras y una columna a cada lado. Los arcos van en disminución de fuera adentro, y uno de ellos va adornado muy extrañamente. El adorno consiste en un baquetón cilíndrico al aire que sostiene diez figuras humanas cubiertas de luengas túnicas y las cuales semejan salir de las dovelas del arco y que rodean con el cuerpo y sujetan con manos y pies, apoyándose en la espalda al mencionado baquetón, mientras el vientre de cada uno de tan extrañas figuras que parecen gimnastas en ejercicio dificultoso sale de las dovelas. Es, repito, una extraña disposición la de estas estatuillas que por sus vestiduras largas y amplias y por la disposición de sus cabellos parecen moros con turbante”.

   No son las únicas figuras que ostenta la portada, puesto que, a ambos lados, devastados por el paso del tiempo, se muestran las figuras de sendos leones, en ocasiones confundidos con toros, que nos indican que son los guardianes del templo. Sobre la clave, otro misterio, en forma de figura escultórica, se ha tratado de interpretar como la representación de la “huida a Egipto”, si bien hay autores que introducen una nueva versión al adivinar, en el jumento sobre el que la Virgen con el Niño Dios aparece, en lugar de pezuñas, como correspondería, garras de felino. 


 HISTORIAS DE LA VILLA DE ATIENZA (Pulsando aquí)

 

Las diez figuras

   Diez son los contorsionistas que se parecen ocultar a través del baquetón y dan el aire de misterio a la iglesia, todos ellos diferentes, a pesar de mantener semejante expresión y compostura. Tocados con una especie de gorro o bonete y vestidos de sayas largas, lo que ha servido para hacer creer a algunos historiadores del románico que las figuras representan a mujeres; mientras que no faltan quienes los tengan por saltimbanquis o personajes circenses indicando con su presencia a la entrada de la iglesia, que en su interior no son bien venidos. Puesto que los saltimbanquis serían en este tiempo vistos como incitadores al pecado y vida licenciosa, ya que todo en el románico ha de tener su lección práctica para quien lo observa. Y así se muestra en el bestiario del siglo XIII, indicando que quienes aman o siguen a este tipo de personajes lo hacen con la procesión del demonio, quien los envía al infierno. Puede que por ello su compostura indique que asoman, o intentan escapar, al abismo demoniaco del que son presa.

   No es habitual esta composición, por lo que ha pasado a la historia del románico como una de las más curiosas y por su conservación estudiadas, pues a ello invita la escena.

 

Una parroquia significativa

   Otro de los historiadores y cronistas, siguiendo las líneas de García López, Layna Serrano, nos dirá que se trató de acondicionar la antigua iglesia a los ordenamientos que surgen tras el Concilio de Trento: “se intentó construir de nueva planta la iglesia de Nuestra Señora del Val, sin que fuera alzada más que la capilla mayor, prometedora de un hermoso templo que no llegó a cuajar, conservándose gracias a ello la linda portadita románica”.

   García López concluye diciendo: “El ábside pentagonal con cuatro contrafuertes, porque eleva en esta parte con relación al resto de la iglesia muestra una sola ventana ojival. El interior de la iglesia está dividido en tres naves; la central separada de las laterales por abiertos arcos de poco apuntada ojiva y de aristas rebajadas; los arcos arrancan de pilastras cuadradas. La capilla mayor lleva en la bóveda crucería de aristones, y el arco principal de ingreso se apoya en columnas donde el Renacimiento puso señales de su aparición en estas obras del periodo ojival último. Los retablos del templo son churriguerescos con pintura y escultura de escaso valor artístico, aunque alguno es del siglo XVI”.

   Iglesia y retablos que se mantienen en la misma estructura que los dotaron los siglos XVI-XVII, merecedores siempre de la observancia y el estudio.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 20 de junio de 2025

 


 HISTORIAS DE LA VILLA DE ATIENZA (Pulsando aquí)