viernes, julio 31, 2020

ALBENDIEGO, DONDE LA PIEDRA SE HACE ARTE


ALBENDIEGO, DONDE LA PIEDRA SE HACE ARTE
El ábside de la iglesia de Santa Coloma es una de las joyas artísticas de la provincia



   Albendiego es nombre que suena a historia lejana, tanto que nos invita a descubrir su pasado; o al menos dedicar unas líneas a una población que fue importante en habitantes y arte a lo largo de la historia, y que el avance de los siglos ha condenado al  silencio y la despoblación.

   Suena el nombre mucho antes de la reconquista cristina de esta parte de la tierra de Atienza. Nombre que se irá repitiendo a través de los siglos, desde que por vez primera, o segunda o tercera, que nunca la historia, o los historiadores se pondrán de acuerdo, aparezca en los años finales del siglo XI o en los comienzos del XII.




   De lo que no podemos dudar es de que en los diccionarios y enciclopedias, nacidas en los últimos años del siglo XVIII y que alcanzan la gloria en el siguiente, Albendiego, el hoy pequeño y  apartado municipio de la Serranía de Atienza, o de Guadalajara, ocupa su lugar.

   Encontramos la breve reseña que por vez primera pone a Albendiego en los diccionarios del siglo XIX, el elaborado por Sebastián Miñano, dado a la luz pública en 1826:

   Provincia de Guadalajara, tierra de Miedes, partido y obispado de Sigüenza; 89 vecinos, 346 habitantes, 1 parroquia; confina con los pueblos de Somolinos, Hijes, Hujados y Miedes. Produce granos, pastos y ganados.

   Años después volverá a aparecer en el ya clásico Diccionario de Pascual Madoz, editado entre 1846 y los primeros años de la década de 1850, donde se nos habla de su abadía, que pudo ser fundada por los caballeros Templarios. En adelante, el Diccionario de Pascual Madoz servirá para tomar datos que transcribir en los que se publiquen a lo largo del siglo XIX y parte del XX. Entre ellos, el “Diccionario Universal del Derecho Español Constituido”, de Patricio de la Escosura; o el “Diccionario General del Notariado de España y Ultramar”, de José Gonzalo de las Casas. El Nomenclátor de la Diócesis de Siguenza, que vio la luz en 1886 nos dice que es pueblo de sanas y buena aguas y casi cincuenta años después, Luis Cordavias y Julián García Sainz de Baranda nos traerán el recuerdo del arzobispo Ximénez de Rada quien ya escribía y mentaba “Canonicis regularibus Sanctae Columbae”, que era una iglesia situada en las afueras del pueblo, en 1177.

   Por ella, más que por otro monumento o historia se conoce a la población, por la antigua abadía, hoy iglesia o ermita de Santa Coloma, o Santa Colomba, una de las joyas del arte románico provincial que, quizá por su escondida ubicación, ha permanecido prácticamente intacta a lo largo de los siglos para admiración de los tiempos presentes.

   Como gran parte de las numerosas poblaciones de Guadalajara, especialmente de la Sierra Norte, la de Albendiego ha experimentado grandes cambios en cuanto a sus habitantes, sobre todo desde el último medio siglo. Las causas han sido principalmente consecuencia de la emigración, que  llevó mayoritariamente a la juventud a buscar nuevos horizontes en las grandes capitales, principalmente Madrid y Barcelona a partir de la década de 1950. La falta de recursos en la mayoría de las poblaciones vecinas incentivó lo que de alguna manera pudiera considerarse un éxodo poblacional, reduciendo el número de sus vecinos a los 43 del censo de 2015,  cuando en los inicios del siglo XX su número rondaba los quinientos.




   El primer dato oficial sobre la población de Albendiego que conocemos corresponde a 1530, cuando se lleva a cabo el censo general de la Corona de Castilla, entre 1528 y 1536, entonces Albendiego cuenta con 37 vecinos que hacen 134 habitantes; número que asciende a 55 vecinos y 198 habitantes en 1590. Al llevarse a cabo la información para establecer la contribución catastral ordenada por el Marqués de la Ensenada, la población asciende a 49 vecinos, incluida una viuda –aproximadamente 200 habitantes-, consideradas entonces, las viudas, como medio vecino.

   Pasados los avatares de la Guerra de la Independencia, en el primer tercio del siglo XIX, alcanza a los 346 habitantes o lo que viene a ser lo mismo, según los datos ofrecidos entonces a la hora de contabilizar la población, 89 vecinos.

   En documentos medievales se hace figurar como “Avendiego”; “Alven Diego”, o simplemente “Vendiego”; de donde, a partir del siglo XVIII se generaliza el Albendiego tal y como hoy lo conocemos, que ha terminado por atribuirse, con razón o sin ella, al supuesto origen árabe de la población.

   Podemos considerar al Condestable de Castilla, don Álvaro de Luna, como el primer Señor efectivo de la tierra de Albendiego, después de que el rey Juan II de Castilla segregase de Tierra de Atienza los hoy términos de Campisábalos, Albendiego, Condemios de Arriba y de Abajo, así como Somolinos, para crear un señorío que sería entregado al Condestable en el año de 1448, cuando Atienza y su tierra se encontraban todavía bajo el dominio, sino efectivo, sí al menos presencial, de las tropas navarras al mando del capitán Rodrigo de Rebolledo quienes, al servicio del rey de Navarra, y con posterioridad a la batalla de Olmedo, tomaron la villa y su castillo, que sería reconquistada, si puede adoptarse la expresión, por las tropas castellanas en la primavera-verano de 1446. Tomando y arrasando los castellanos la villa, mientras que los navarros permanecieron en el castillo, donde resistieron algunos años más; hasta que la villa, y la paz, fueron compradas por el rey castellano a los navarro-aragoneses, por cincuenta mil florines de oro.

   La muerte de Álvaro de Luna devolvió sus señoríos a la corona, ya que fue desposeído de ellos con anterioridad a su ejecución y, en poder nuevamente del rey, usó de las tierras de Albendiego y poblaciones aledañas para entregarlas a otro de sus hombres de confianza, uniéndose estas tierras a las de Miedes, en lo que formaría una nueva tierra segregada del Común de Atienza: “La Tierra de Miedes”, que pasó a ser señorío y en algunos documentos señalada como “condadillo de Miedes”, integrada por la propia villa cabeza de esta tierra, junto a Campisábalos, Los Condemios, Somolinos, Albendiego, etc.

   No nos lo dicen las respuestas del Catastro, y si el Diccionario de Madoz, que esta población era visitada por gran número de arrieros que acudían a comprar muebles de pino, con objeto de trasladarlos al norte, a las provincias de Soria y Logroño, ya que Albendiego se convertirá durante algún tiempo, entre los años finales del siglo XVIII y el primer tercio del siglo XX, en centro de una artesanía característica que trascenderá los límites de la provincia de Guadalajara, llegando a establecerse en la población algún representante de los poderosos Cinco Gremios Mayores de Madrid, cuya casa saldrá a subasta en 1841, cuando los Cinco Gremios quedan disueltos.  


   En cuanto a la fabricación de aquellos muebles, instructivo es al respecto el artículo periodístico que bajo el título de “Los Mueblistas de Albendiego”, y firmado por Francisco Alcántara, vio la luz en el diario El Imparcial, de Madrid, el 17 de noviembre de 1906. E igualmente, sobre la dedicación artesanal de los vecinos de Albendiego, escribe Carlos Castel en 1881: Las carretas de Cantalojas, Galve y Condemios, hacen viajes a la provincia de Segovia, y llegan hasta la Corte con su cargamento de tablas, dobleros y puntas. Las piezas de mayor tamaño son conducidas a Atienza y Sigüenza, utilizando la carretera que une estos dos puntos, y después el ferrocarril de Madrid a Zaragoza. No carece de importancia el comercio que hacen los serranos con los muebles –sillas, mesas, taburetes, puertas, ventanas, etc.,- fabricados en los referidos pueblos y en Aldeanueva y Albendiego, para venderlos en la Alcarria, de donde regresan conduciendo a sus pueblos vino, aceite y algunos otros productos de que en ellos se carece.

   Después está el arte en la piedra, en el ábside  tan característico de Santa Coloma, en cada una de sus admiradas molduras, columnillas, arcos, o rosetones calados que nos hablan de un tiempo en el que el arte, también en la piedra, se hizo para resistir el paso del tiempo, por encima de la vida de los hombres. Pero ese arte tiene que descubrirlo el lector, sobre el mismo lugar en el que, hace cosa de mil años, unos canteros labraron aquella piedra para admiración de los tiempos presentes.


Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 31 de julio 2020

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