viernes, octubre 30, 2020

PAREDES DE SIGÜENZA, Y EL SECRETO DE SU CEMENTERIO. O de cómo se encerró, entre cuatro tapias, una sepultura.

 PAREDES DE SIGÜENZA, Y EL SECRETO DE SU CEMENTERIO. O de cómo se encerró, entre cuatro tapias, una sepultura.

 

   En unos días, si la pandemia no nos hubiese venido a visitar, tendrían nuestros cementerios cientos, sino miles de ellas, con el sano fin de recordar a nuestros difuntos quienes, al menos una vez al año, nos vienen a la memoria. Muchos de quienes abandonaron un día nuestros pueblos es con esta ocasión en la que regresan para recordar a los suyos y dejarles un ramo de flores, o una oración. De paso, a sanear las lápidas y el entorno de ese archivo de vidas que es el campo santo.

   En él se da cita historias, leyendas, vidas, aventuras, e incluso, entrando en el mundo siempre amable de la etnografía o el folclore, costumbres que han pasado a pertenecer, como la inmensa mayoría de nuestros difuntos, siguiendo el dicho, a mejor vida.


 

   Y es que también guardan, nuestros cementerios, secretos inconfesables. Algunos de ellos los desentrañó un periodista casi paisano, Luis Carandell, en uno de sus libros míticos al que puso por título aquello que en numerosas ocasiones leemos en estos lugares de culto: “Tus amigos no te olvidan”. Y así debe, y debió de ser. A pesar de que hoy tendemos, más que ayer, al olvido.

   De ahí que se nos pasen por alto nuestras tradiciones en torno al día, y nos fijemos en otras importadas, que anteriormente exportamos nosotros.

   Son, nuestros cementerios, una caja de sorpresas en cuanto a dichos, leyendas y algo que suele pasar desapercibido, monumentalidad. En ellos encontramos auténticas obras de arte en las que, de no pertenecer a la familia, apenas nos fijamos; y sentencias de vida y muerte, muchas sentencias que, igualmente, y de no pertenecer a los nuestros, ahí se quedan.

   Una de aquellas sentencias afectó al hermoso pueblo de Paredes de Sigüenza, a medio camino entre Atienza y la ciudad episcopal. Pueblo que siempre perteneció a la tierra de Atienza y desde el siglo XV al Vizconde de Torija y arciprestazgo de Baraona, en la provincia de Soria, como algunos más del entorno. 

 

PAREDES DE SIGÜENZA. CRUCE DE CAMINOS. El libro que escubre un pueblo (Aquí)

 

   En esta tierra el caso quedó en el olvido. A pesar de que marcó, como otro similar en el obispado de Tarazona, jurisprudencia. Años después de lo sucedido en Paredes de Sigüenza, Sevilla vivió una auténtica revolución cuando al Excmo. Sr. Marqués de Pickman, don Rafael de León y Primo de Rivera, no se le permitió dormir a la eternidad en el panteón familiar. Del que fue sacado de madrugada y con escolta de la policía municipal. Al Sr. Marqués se le ocurrió suicidarse, así se solía reconocer, en duelo a muerte de pistola y tres tiros en el que el retado fue todo un capitán de la Guardia civil. Los sevillanos acusaron a su arzobispo, don Marcelo Spínola, de asalta cementerios.

 

   La vida de Ángel Cabellos, natural y vecino de Paredes de Sigüenza cuando el siglo XIX entraba en su último tercio fue de esas que marcan el destino de los hombres desde el mismo momento en que sacan al mundo la cabeza. Ángel Cabellos la sacó en Paredes de Sigüenza en la segunda mitad de aquel siglo para pasar los años de su vida a medio camino entre Paredes, Atienza y Baraona, que por las tres poblaciones anduvo buscándose la vida. Hasta que se asentó, hasta su último día, en el pueblo de la nacencia.

   Se asentó allí después de que el destino, siempre tan caprichoso, lo hiciese pasar una temporada en la cárcel de Atienza, luego de que se encaprichase de la sirvienta del médico, esta le diera calabazas y navaja en mano se fuese a preguntar al señor doctor, por el sucedido. Imaginando que fue el amo quien le dijo a la moza que Ángel Cabellos no era trigo limpio, o no era la persona con la que mejor compartir el resto de los días. A pesar de que Cabellos acababa de cumplir los veinte años y tenía todo el futuro por delante. No pasó la cosa a mayores, a pesar del baldón que en lo sucesivo tendría en su historial.


 MARÍA PACHECO. LA COMUNERA DE TOLEDO. El Libro, aquí

   Lo recibió en su casa, tras ello y como criado de campo, por hacerle favor y caridad a un mismo tiempo, doña María Borlaf quien, viuda y sin nadie que se ocupase de las tierras, confió en el mozo cuando el decenio de 1870 se acercaba a su final.

   Lo que sucedió en aquella casa es algo que se llevaron a la tumba ambos, doña María y nuestro Ángel, convertido, por sus actos, en demonio. Una de aquellas noches en las que la oscuridad todo lo tienta lo tentó a él. El resultado lo tenemos en una de esas sentencias tan de los tiempos pasados, en las que se nos habla del suceso, y de todas sus consecuencias.

   Y es que nuestro Ángel Cabellos no tuvo mayor ocurrencia que la de arrebatar la vida de doña María, y cometido el crimen, quitarse la propia.

   Intervinieron en el asunto, de primera mano, el juez municipal de Paredes y el de Barahona, con sus párrocos correspondientes, a la hora de los oficios religiosos. Y por no haber culpable que juzgar, puesto que el mismo Ángel se declaró culpable por escrito antes de liarse la soga al cuello, los jueces correspondientes ordenaron el entierro de los muertos. El cuerpo de doña María fue a ocupar su destino en la sepultura familiar; el de Ángel lo enterraron en la misma que ocupó su madre cuando murió, después de traerlo a la vida, por orden del señor Juez de primera Instancia de Atienza, quien entendió del caso.

   Y quien montó el escándalo. Pues el párroco de Baraona, arcipreste de Paredes, puso el grito en el cielo, lo mismo que el de Paredes por orden del de Baraona. Ambos entendieron que, dando tierra en aquel cementerio al suicida, se profanaba la tierra santa y el descanso del resto de los vecinos difuntos de Paredes de Sigüenza, con lo que elevaron sus quejas al señor Obispo, y el señor Obispo de Sigüenza, don Antonio Ochoa y Arenas, quien entendió que aquello no podía ser posible, continuó alzando la voz, hasta que logró ser escuchado por el mismísimo señor Ministro de Gracia y Justicia, don Saturnino Álvarez Bugallal:

   Vista la comunicación que el Rvdo. Obispo de Sigüenza ha elevado a este Ministerio de Gracia y Justicia, en queja de la conducta observada por el Juez de primera instancia de Atienza al disponer dar sepultura eclesiástica en el cementerio católico de Paredes al suicida Ángel Cabellos de Francisco, y en solicitud de que su cadáver sea exhumado y enterrado fuera del mismo cementerio, que ha quedado profanado por aquel acto…

 

JUAN BRAVO, ENTRE LA HISTORIA Y LA LEYENDA. El libro, aquí

 

   Vistos los antecedentes de Ángel Cabellos se llegó al convencimiento de que este era indigno de estar enterrado allí; el cementerio había quedado profanado y, para ser nuevamente bendecido era preciso sacar de allí aquel cuerpo pecador, muerto fuera de la religión cristiana, como sucediese años después con el Marqués de Pickman en Sevilla.

    Los párrocos de Baraona y Paredes se habían dirigido al Juez de Atienza y este, con malos modos, les dijo que el entierro hecho estaba, y allí terminaban sus competencias, y que mejor dejar las cosas como estaban, que meterse en camisa de once varas.

   Que se metió el señor Obispo, en bien de su feligresía, del descanso de los muertos de Paredes y por supuesto, del respeto al Derecho Canónigo entonces en vigor. Sólo la iglesia, o sus clérigos, podían de alguna manera decidir quién si y quién no, moría dentro de la religión y podía ser enterrado en tierra cristiana. Ángel Cabellos lo hizo fuera, por lo que no le correspondía enterrarse en tierra santa. El asunto, del Ministerio, pasó al Gobierno, emitiéndose al final el veredicto:

   Considerando que una vez verificada la inhumación en el cementerio católico hay que apreciar también para decidir el conflicto suscitado lo que respecto a inhumaciones prescriben las disposiciones referentes a la salubridad pública…

   Tiempo atrás se había dado un caso similar en Tarazona. Corrían tiempos de epidemias, las de cólera; y todavía no estaba extendido el enterramiento en féretros. Un simple sudario bastaba para dar a los muertos a la tierra. Debían de pasar dos años antes de que el enterrado pudiera ser exhumado con todas las de la ley, incluidas las bendiciones sanitarias.

   La solución se encontró de manera sencilla entre las partes en disputa. En torno a la sepultura de Ángel Cabellos se levantaron cuatro tapias que la dejaron dentro. Cuatro tapias de la misma altura que las que rodeaban exteriormente al cementerio. A los dos años fueron derribadas.

   Cosas que sucedieron con nuestros muertos, y en nuestros cementerios, que forman ya parte del archivo curioso de nuestras leyes, pueblos y pasadas normas.

 
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 30 de octubre de 2020

BARAONA EN LA MEMORIA. EL LIBRO, AQUÍ

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