SAN FRANCISCO
DE ATIENZA, LA HISTORIA ROTA
Numerosas
fueron las mujeres de la villa que se ocuparon de él.
Puede que sea, junto al castillo, el lugar
de Atienza que más pasajes de la historia de España ha contemplado. El Real Convento
de San Francisco de la Purísima Concepción del que queda, puede que de no
ponerse algún remedio no por mucho tiempo, parte del ábside gótico inglés o
normando, según lo interprete cada cual, único en España.
El primitivo convento franciscano nació en
la última mitad del siglo XIII. Su crecimiento fue constante hasta los años
finales del siglo XVIII, en que comenzó el declive. Pudiera decirse que ese
auge fue cosa de mujeres. También su
última ruina.
Lamentablemente con ese declive se ha
perdido en el tiempo parte de la historia escrita que nos daría la imagen real
de lo que fue. Una historia que nos habla de la rivalidad entre los
franciscanos y el poderoso Cabildo de Clérigos de la Villa, atento este a no
ver mermar sus privilegios. Hasta que las mujeres metieron mano. Porque todo
eso comenzó a cambiar cuando la reina de Navarra, Leonor de Trastámara, hija de
Enrique II de Castilla y mujer de Carlos III el Noble, eligió por confesor al
padre Guardián de San Francisco en 1395. En el testamento de la reina de
navarra, dictado en 1414, ordenó una serie de mandas a fray Juan, su confesor y
Guardián del convento franciscano de Atienza, que lo cambiaron todo.
La reina de Navarra coincidió en el tiempo
con la reina de Castilla Doña Catalina de Lancaster, Señora de Atienza, cuando
vino a casarse con el heredero castellano allá por 1388, y a quien se debe el
inicio de las suntuosas obras que nos han legado los tiempos. Los restos de que
hablamos. Parece que las obras no avanzaron más allá del ábside, espectacular
en su tiempo, y parece que tras las mandas testamentarias de la reina Leonor la
vida conventual comenzó a experimentar un cambio en el que pudo tener algo que
ver la famosa reliquia de las Santas Espinas.
Se concluyó el ábside y la cripta, bajo él,
donde se alojó la reliquia de marras y se detuvieron las obras, que concluyeron
con el alzado de la iglesia, en contra de los planes primitivos, y poco más,
hasta que a finales de ese siglo una nueva mujer tomó el relevo: Catalina Núñez
de Cienfuegos, mujer de Gonzalo Bravo de Laguna, alcaide del castillo de
Atienza. Doña Catalina Núñez de Cienfuegos, dama de Isabel la Católica,
prosiguió las obras y en el crucero ideó el panteón familiar.
Conoció el convento, a partir del reinado de
Isabel la Católica y bajo el patrocinio de Catalina Núñez de Cienfuegos, sus
mejores días. La reina lo dotó con una buena cantidad de cargas de sal de las
salinas cercanas que cobraron los franciscanos hasta el siglo XIX; les donó las
tierras de la judería y del cercano despoblado de Vesperinas, que más tarde
venderían los frailes al Concejo; los nombró Regidores Perpetuos de la Villa y,
por entonces, recibió el convento el título de Casa Real.
Doña Catalina enterró en él a su marido y a
su yerno, muertos en los preliminares de la toma de Granada¸ se enterró ella y
se enterró su hija Magdalena, bajo bultos de alabastro de los que conocemos sus
inscripciones gracias a Luis de Salazar cuando a finales del siglo XVI, y
siguiendo lo ordenado por Felipe II, trató de recopilar las inscripciones
funerarias de las iglesias del reino. Para entonces eran ya seis los bultos funerarios
de la iglesia; a los anteriores se unieron los de Hernando de Rojas Sandoval y
Catalina de Medrano, hijo él del marqués de Denia y ella de Diego López de
Medrano. Catalina, dama de la reina Juana; su marido, mayordomo. Doña Catalina
de Medrano reanudó las obras iniciadas por su madre y dejó parte de su fortuna,
a su fallecimiento en 1541, siendo Guardián del convento su hermano Luis, para
mejorar la iglesia y el recinto. Luisa Bravo, sobrina de de doña Catalina, tomó
las riendas del patronazgo años después, en unión de la familia Bravo de
Laguna. Lo continuarían manteniendo, con sus más y sus menos, hasta finales del
siglo XVIII, cuando los Bravo de Laguna dejaron Atienza por la Corte y se
enzarzaron con los franciscanos en pleitos sin fin.
Muchos nombres ha dado para la historia de
España a través de sus frailes y su cátedra de gramática o filosofía; desde
aquel Aparicio de Atienza, obispo de Albarracín, a Juan de Ortega, confidente
de la reina Católica y obispo de Coria; desde el venerable Antonio de Horta,
cuyos restos descansarían en la cripta, al otro
apóstol de los indios, consejero de Felipe II, fray Luis de Atienza, que dejó
la mitad de su vida en tierras de Popayán antes de venirse nuevamente a la
tierra que lo vio nacer; Sebastián de Acevedo o Antolín García, obispos de Mondoñedo
y Salamanca.
Hasta que llegaron los franceses en 1811 y
comenzó el declive, a pesar de que otra mujer, Brígida Lozano, madre del
todopoderoso Baltasar Carrillo, se había hecho cargo de los reparos necesarios.
Nunca conoceremos con certeza lo que sucedió en aquel mes de enero en el que
las tropas invasoras saquearon Atienza y su convento. Que funcionaba, como hoy
diríamos, como una fábrica de hacer dinero. Hasta que llegó la desamortización
y todo terminó.
El convento poco a poco se fue arruinando
como casa a la que le falta la vida. Al final, y al principio del siglo XX, no
quedaba de lo que fue más que el ábside y los muros que lo delimitaron. Bajo el
ábside la cripta y bajo el recinto conventual bodegas y almacenes. En esa
situación lo adquirió del Estado, en el primer decenio del siglo XX, la
compañía Eléctrica de Santa Teresa.
Del siguiente decenio son las primeras
fotografías que se conocen. Se deben a la mirada de Diego de Quiroga. En ellas
se aprecia, airoso aún, el ábside de nuestros quebrantos; también las portadas
gótica y románica de la iglesia, con algunas cosas más, difíciles de
distinguir. Para la década siguiente la
Eléctrica decidió levantar en el recinto un
molino harinero, de agua. Los rifirrafes de su gerente con la
corporación municipal alcanzaron carácter de enfrentamiento más allá de las
palabras. En mayo de 1936 comenzó a desmontarse el ábside…
Don Francisco Layna alertó a las
autoridades, y a la provincia, de lo que estaba a punto de suceder. Desde
Atienza otra mujer, doña Rosa Galán esposa del gerente de la Eléctrica, cargó
tintas: “…tila, tila, para el Sr. Layna… ¿Quién
es Vd. para levantar los ánimos de un pueblo, e incitarle a que pudiera cometer
un atropello que hubiese sido, si lo comete, el baldón de Atienza…” También
las cargó su marido, don Modesto Almazán. Lo acusaron de mentir y de poner
contra ellos al pueblo, y a la provincia. Fuese o no cierta la denuncia del
intento de desmontarlo, se pararon las obras. Apenas cuatro o cinco días
después de que la carta de Layna llegase a Atienza el calendario marcó la fecha
negra del 18 de julio, con todas sus consecuencias.
Se levantó la nueva fábrica de harinas sobre
el recinto de la iglesia, dejando exento el ábside, tabicando los vanos de los
rasgados ventanales y techándolo. Utilizándose de palomar, y depósito de
granos. De las portadas de la iglesia, piedras talladas y alabastros de que nos
habló doña Rosa y mostraba a quienes lo solicitaban, se perdió el rastro. El
ábside, único resto reconocible, deteriorándose con el pasar del tiempo es lo
único visible de lo que fue; el ábside y las arcadas de lo que fuera, quizá,
residencia real.
Atienza ha perdido, a lo largo del siglo XX
una buena parte de su patrimonio. Perdió, a caballo entre el siglo XIX y el XX
la emblemática Puerta de la Guerra, o de Caballos. Los restos de la Puerta de
Antequera; los pozos de nieve; los restos del convento de San Antón; las casas
palacio de los Bravo de Laguna, junto a la muralla; el monumental royo o
picota; los restos de la iglesia de San Nicolás de Covarrubias e incluso la
Torre de los Infantes de su castillo.
Ahora, quizá y de ponerse reparos, a lo
largo de la próxima invernada perderá, si nadie lo remedia, el que quizá sea su
más emblemático monumento, junto al castillo: los restos del ábside de lo que
fue el Real Convento de San Francisco de la Purísima Concepción. Nos quedarán,
para fortuna de la nostalgia, las imágenes que nos lo recuerden.
Tomás Gismera Velasco
En Nueva Alcarria, viernes, 1 de septiembre de 2017
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