viernes, marzo 02, 2018

MIGUEL SÁNCHEZ DALP


Memoria de una calle de Atienza


    Hace apenas un par de meses, a través de las redes sociales, y en ese debate permanente en torno a los nombres de las calles de nuestros pueblos alguien, desde Atienza, se preguntaba qué pintaba una calle dedicada a un señor, Miguel Sánchez Dalp, a quien nadie en Atienza conocía y quien, probablemente, no estuvo en la villa en más de dos o tres ocasiones. Si es que lo hizo.

   Y llevaba razón, en lo de que don Miguel Sánchez Dalp y Calonge de Guzmán Fernández de  Granados, conde de las Torres de Sánchez Dalp, que se sepa únicamente estuvo en Atienza, con certeza, en dos ocasiones. La primera para pedir el voto, en el invierno de 1921, y ya elegido diputado a Cortes, por la primavera. De la tercera no hay memoria, menos de las sucesivas, sí es que las hubo. Claro está que han pasado cien años; y cien años son mucho tiempo, tanto que han olvidado la memoria de este “señorito andaluz” a quien se presentaba como “opulento agricultor”.



   Antonio Machado, de quien no hay  duda de que por Atienza pasó, hubiese hecho de él, de don Miguel Sánchez Dalp, un retrato semejante a aquel Don Guido por quien doblaban las campanas, luego que la pulmonía se lo llevase. A Don Miguel se lo llevó la edad, vivió cerca de cien años, desde la mitad del siglo XIX a la mitad del XX, en su palacio sevillano de la plaza del Duque de la Victoria. Un capricho arquitectónico que únicamente los soñadores, los “señoritos pudientes de Andalucía”, y las grandes fortunas, se podían permitir. Un remedo de las Mil y Una Noches a la sombra de la Giralda. Cuentan los entendidos que su demolición fue uno de los mayores atentados urbanísticos llevados a cabo en aquella capital, en la década de 1960. Sobre su solar se levantó uno de esos grandes almacenes que nos traen el anuncio de la primavera. Catorce años tardaron en levantarlo y  un par de semanas en convertirlo en escombrera, el palacio don Miguel.

   Nació como  opulento agricultor a pesar de que, sin lugar a dudas, le hubiese gustado ser cualquier otra cosa en la vida, y como tuvo posibles fue, exactamente, lo que le dio la gana: adalid de la moderna agricultura, señorito andaluz, escritor, periodista, arqueólogo, político cunero… Político cunero porque llegó a Guadalajara, convencido por el conde de Romanones, para presentarse como Diputado por la comarca de Atienza-Sigüenza al Congreso en las elecciones generales que se celebraron en el invierno de 1921. Por supuesto que salió elegido. Y en política, no hizo nada.

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   Entonces, cuando se presentó a Diputado y pasó por vez primera por Sigüenza y Atienza tan sólo era “señorito andaluz”; mecenas de la cultura y adalid de la moderna agricultura. El título de Conde de las Torres de Sánchez Dalp se lo concedió el rey Alfonso XIII cuando ya era Diputado por nuestro rincón serrano, en los primeros días de marzo de 1923, después de que don Miguel, como quien no quiere la cosa, sacase de su cuenta particular todo un millón de pesetas, de los de entonces, y levantase en Sevilla un Hospital para donarlo a la Cruz Roja. Su memoria, a partir de ahí, da para mucho. Bueno y malo, claro está. Tanto que en 1933, cuando aquello de la Ley de Reforma Agraria, el Sr. Conde, atendiendo a que sus fincas quedaban fuera de las expropiaciones, las donó al Estado. Estaban valoradas en 30 millones de pesetas, de las de entonces.

   Su proclamación como candidato por Atienza-Sigüenza se dio a conocer en el diciembre de 1920, y se comenzó a pintar su estampa, que nadie en Guadalajara conocía: Don Miguel, para envidia de propios y extraños, había recorrido medio mundo. Se había convertido en mecenas de las artes y las ciencias; fundado sociedades culturales; desarrollado planes de regadío; introducido maquinaría agrícola impensable para la sociedad española de su época, con nuevos cultivos y unas formas de trabajo que, incluso a sus obreros, llamaba la atención y lo admiraban, por raro que parezca.



    Cuando en el mes de mayo de 1921, y como uno de tantos rumores, se lanzaron al aire los planes de don Miguel Sánchez Dalp para con Atienza, nadie los podía creer. Don Miguel, vaya usted a saber el porqué, estaba dispuesto a  comprar al Sr. Obispo de la Diócesis de Sigüenza un terreno que para nada le servía en Atienza. Claro está que, encontrándose donde se encontraba, junto a las casas solariegas de los Beladíez y los Arce, nadie podía dudar que las intenciones del “señorito andaluz” estarían en levantarse un palacete a lo “serrano”. Y con premura de tiempo, don Miguel se lanzó, o lanzó, a quienes podían tener arte y parte en la construcción, a levantar un edificio rumboso al exterior, y mucho más al interior. En apenas seis meses se dieron por conclusas las obras y… ¡oh sorpresa! Desde su señorío andaluz don Miguel anunció a propios y extraños que donaba aquel edificio al Ayuntamiento de Atienza, pásmense ustedes, ¡para dedicar su planta baja a escuela de niñas!, y la planta alta a vivienda de las maestras.

   Veinte años, llevaban los munícipes de Atienza divagando sobre la necesidad, o no, de levantar un edificio para escuela de niñas, desde que el edificio de la escuela de niñas, que ocupó el viejo caserón de los Bravo de Laguna, entre el portillo de Palacio y el de la Virgen, arrastrado por la muralla, que se derrumbó, se viniese abajo. Veinte años discutiendo dónde construirlo; haciendo reparos que para nada servían en viejos caserones de los que había que escapar, como los gatos del agua hirviendo, a la carrera, porque la ruina amenazó en un par de ocasiones. Veinte años en los que, en dos o tres ocasiones, se volatilizaron los fondos que, a pachas, pusieron Ayuntamiento y Diputación para las escuelas. Y llega don Miguel, y ¡toma!, papeleta resuelta.

   No era la primera vez que lo hacía, lo de regalar una escuela a un municipio. Por Huelva, Cádiz, Sevilla y algunos otros lugares, había distribuido unas cuantas, sin miramiento de gasto.

   La recepción oficial, con inauguración íntima, para las gentes de Atienza, tuvo lugar el 15 de enero de 1922. La prensa lo recogió. Recogió que sin solemnidad alguna por no estar presente el generoso donante… El Sr. Alcalde, don Miguel Rubio, dirigió unas breves palabras; otras más breves el Sr. Párroco, don Bartolomé Llabrés; también habló la entonces maestra de niñas, doña Rosa Galán; y se aplazó hasta más ver, el acto oficial. Un acto oficial en el que deberían estar presentes el Sr. Obispo de la Diócesis, y don Miguel. Se aplazó para aquella misma primavera, y si se llevó o no a cabo, no se tiene memoria. Aquel día, el de la recepción oficial, se descubrieron las placas que daban nombre a aquel trozo de calle, amputado a la de Miguel de Cervantes, y que en lo sucesivo se llamaría de D. Miguel Sánchez Dalp, y sobre la fachada del rimbombante edificio se colocó la sencilla placa en la que se da cuenta de que un día el Sr. Diputado, D.  Miguel Sánchez Dalp, hizo entrega de aquel edificio al Ayuntamiento de Atienza. Un Ayuntamiento que, además de dar su nombre a una calle, le dio el honroso título de “Hijo Adoptivo” de la población. ¡Qué menos!
   No hace muchos años que la corporación atencina, sin miramiento de significados, en ese ánimo de ahorrar gastos al municipio deshaciéndose de lo superfluo, se deshizo del emblemático edificio que tanta cultura repartió en más de setenta años de vida. A punto estuvo de convertirse en aula de verano de la Universidad de Alcalá, pero se conoce que no hubo, como dirían los modernos, filin, entre la Universidad y el Municipio, y terminó convirtiéndose en residencia particular. Mucho más pimpante que en sus orígenes, pero hay que reconocer el buen gusto de su actual propietario quien, aun transformando el edificio, para mejor lucimiento, ha mantenido, donde siempre estuvo, aquella placa de mármol en la que se lee que un día don Miguel Sánchez Dalp…

   Ciertamente que el callejero de Atienza, como el de cualquier otro lugar, peca de adulación en unos casos, y le sobran placas en otros. Son cosas que pasan.

   Digamos que la de Atienza es la única calle que tiene don Miguel a su nombre en toda España, merecería muchas más. Y digamos, en su honor de merecido rótulo callejero, que en Atienza, en tiempos en los que a pocos preocupaba la enseñanza femenina ¡Donó una Escuela!, para que estudiasen las jóvenes de Atienza cuando a los munícipes de Atienza les parecía importar un bledo que las jóvenes de Atienza accediesen a la cultura. Sobrado mérito para que alguien, en agradecimiento, pusiese su nombre en una placa de una calle. Que más que merecida está.
  
  
Tomás Gismera Velasco

Guadalajara en la Memoria.
Nueva Alcarria, Viernes 2 de marzo de 2018
Atienza de los Juglares, marzo 2018

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