MAESTRAS,
EN LA SERRANÍA DE ATIENZA
Tomás
Gismera Velasco
José Ortega y Gasset cuando pateó las
tierras de Atienza y Sigüenza camino de las de Soria, por las que el Cid
cabalgó, nos dejó escrito que estas, con ser pobres, eran las que más escuelas
mantenían. Lo que no nos dijo era que las escuelas de niñas, y sus maestras,
para poder dar sus lecciones tuvieron que pasar, en mucho casos, un auténtico
calvario; la enseñanza, sobre todo por parte de la mujer y a la mujer dirigida,
no tenía ni consideración ni la devoción de parte de las autoridades. Claro
está que padres y madres de alumnas dejaron algo qué desear, presionadas quizá
por los gobernantes locales de turno.
Cuando doña Guadalupe López
llegó a Casillas de Atienza en el mes de septiembre de 1907, seguramente que no
esperaba encontrarse con la oposición municipal y más tarde vecinal a su labor.
Llegó doña Guadalupe a
Casillas y se armó el gran lío. La escuela de niñas había desaparecido en 1905
a causa de un incendio, y el local habilitado no reunía las más mínimas
condiciones y a pesar de que se la obligó a dar clase en el local asignado,
cosa que hizo, con la llegada del invierno y las primeras nieves se sintió
incapaz de llevar a las chiquillas a un lugar en el que además de la amenaza del
frío tenían sobre sus cabezas la ruina del edificio.
Por aquellos años la ruina se llevó por delante la escuela de niñas de
Atienza. El desplome del edificio tuvo lugar de madrugada, lo que evitó la
desgracia. Y a pesar de ello, las autoridades comarcales continuaban
manteniendo, para la enseñanza, edificios ruinosos. La nueva escuela de niñas
de Atienza tardarían años en levantarla.
No se la facilitó, a la
maestra a la de Casillas, otro local. Tampoco el Ayuntamiento cumplió con lo
acordado en cuando al pago de su salario y del alquiler de la casa habitación,
cosa habitual en cualquier población, teniendo que ser el Alcalde requerido
para que cumpliese con sus obligaciones.
Pasó el curso de 1907, y
comenzó el de 1908, y para ese doña Guadalupe se negó en redondo a acudir al
viejo local, por lo que le facilitaron uno nuevo, junto a la iglesia, así lo
contaba a otra maestra amiga suya:
“Figúrate, una habitación que me facilitaron en lugar de la escuela,
donde nos teníamos que colocar 34 seres humanos en 15 metros cuadrados”.
Los medios de enseñanza
brillaban por su ausencia. Y continua nuestra brava maestra:
“Yo, cumpliendo con la ley, me personé en el pueblo el 1º de septiembre,
¿pero a qué?, a estarme mirando hasta el 7 de octubre en que la bondad del
Señor Cura me proporcionó otro local, pues el primero al que llegué hubo que
desalojarlo el 29 de junio. Y el local se encuentra en peores condiciones que
el primero”.
Sin ventanas y lleno de humedades, porque se trataba del almacén de los
trastos del cementerio, junto a la iglesia. Entre los que se encontraban el
ataúd vecinal las palas y picos de los
enterradores, etc. Añade la maestra que, para más señas, el local sirvió de
osario. Cuando los entierros tenían lugar en el suelo de la iglesia.
Y continúa nuestra maestra relatando a su amiga:
“Al venir y encontrarme que no habían hecho nada me negué a tener clase en el
viejo local, y por ver si les movía la conciencia a los padres se me ocurrió
llevar a los niños dos tardes a paseo al monte del pueblo, que está cerca y es
un sitio muy hermoso; pero aquí fue Troya. El domingo pasado, después de salir
de misa fui llamada por el Alcalde y todos los vecinos al pórtico de la
iglesia, y fue la llamada para llenarme de insultos y de improperios por el
delito de no querer meterme donde ellos querían. Al fin lo han conseguido. El
mismo día por la tarde vinieron el Alcalde de Atienza y el diputado del
distrito, y mediante sus ruegos consiguieron que diera palabra de abrir la
escuela hasta tanto se abriera la otra, estando otra vez lo mismo que antes;
pero dispuesta a todo si veo que no dan principio enseguida.
Esta es mi situación, y sabe Dios cuándo terminará, porque no sirve de nada
recurrir a la Junta provincial. Ya estoy harta de recurrir a ella y de gastarme
en franqueo el sueldo para no conseguir nada”.
La amiga de doña Guadalupe
remitió la carta a la prensa madrileña, que la dio a conocer con el
correspondiente llamamiento al Sr. Ministro del ramo, quien como es lógico no
respondió, pero si que obligó al municipio de Casillas a concluir las obras de
la escuela. La prensa de Guadalajara, siempre servil al poder de turno, no se
atrevió a recoger las quejas de la maestra. Tan sólo la Gaceta de información
de los docentes dio cuenta a leves rasgos de lo que estaba ocurriendo en
Casillas. Ningún medio contó, a pesar de todo, que a doña Guadalupe le hicieron
la vida tan imposible que unos meses antes de concluir su relación laboral con
el municipio, tras una resistencia de casi tres años, dejó el pueblo por un
destino mejor.
Los métodos de enseñanza de Isabel Muñoz
Caravaca, en Atienza, fueron reprendidos incluso desde los púlpitos de la
iglesia por un famoso predicador, el padre Cadenas. A punto estuvieron de
asaltar la casa de doña Isabel siguiendo las airadas palabras del clérigo al
que, en Hiendelaencina tuvieron que sacar custodiado las fuerzas de la Guardia
civil, porque allí sus palabras no tuvieron eco contra la indiferencia de los
mineros. Isabel Muñoz Caravaca al final, tuvo que dejar la docencia oficial por
las presiones municipales, y algo similar le sucedió a la maestra de
Alpedroches, quien casi obligada por el municipio tuvo que abandonar la
población en 1914 porque se negaba a dar clase en un local inmundo e igualmente
ruinoso.
Escolástica Téllez, una de las primeras
maestras de la comarca, nacida en Galve de Sorbe en los primeros años de la
década de 1840, recorrió la mayoría de los pueblos de la serranía con
semejantes quebrantos, al igual que sus hermanas, Filomena, Isabel y Anacleta.
Maestras en Atienza, Cantalojas, Galve, Campisábalos y los Condemios.
Trato muy distinto fue el que recibió la
maestra de Jadraque, Conchita Abós, hija del farmacéutico Jacinto Abós, en
aquellos primeros años del siglo XX. Ya que Don Jacinto, el farmacéutico, era
persona admirada y respetada.
Lo habitual era que las maestras fuesen
hijas de maestros, y hermanas y mujeres de maestros, para compartir con ellos
las mismas penalidades.
Y a pesar de ello, muchas fueron las que
dejaron huella: en Hiendelaencina nació, en 1862, doña Asunción Vela, una de
las maestras que han pasado también a la historia de la docencia, luchadora
hasta el final de sus días por la digna cultura de la mujer, y de las maestras.
Por Atienza pasó Isabel Muñoz Caravaca, y en
Atienza doña Aquilina Morterero, fundó junto a Isidro Almazán la primera
mutualidad provincial de maestros conocida, y fue la única mujer que formó
parte de la Junta Directiva de una Asociación de Maestros.
Y junto a ellas, Agustina Pardo, quien desde
Cañamares a Villacadima, pasando por Campisábalos, dejó su nombre inscrito en
la enseñanza. O Ángeles López, la señorita Angelines, la maestra que, en 1950,
y ya por falta de alumnado, cerró la puerta de la escuela de Bochones.
Nombres de mujeres que lucharon, y
malvivieron, en pro de que aquellas muchachas a las que trataban de enseñar,
naciesen a la cultura y olvidasen la ignorancia.
Mujeres que, aunque no estén todas,
representan a aquellas que merecen un homenaje permanente. Sin ellas muchas
cosas no serían como hoy las conocemos. Benditas sean aquellas mujeres que
llevaron a cabo una labor impagable.
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