AGOSTO DE DANZAS Y DANZANTES, EN LA SERRANÍA.
Los
danzantes de Galve y Condemios celebran a sus patronos
Una de las principales festividades que a través de los siglos celebró
la población de Hijes, metida en la hermosura de las sierras que dividen las
hoy provincias de Guadalajara y Soria, en la tan desconocida y por descubrir “ruta de los pueblos rojos”, popularizada
a través del Camino del Cid, fue la de San Bernabé, santo que de alguna manera
abría la puerta a las celebraciones primaverales de este lado serrano al que
por su altitud, las templanzas llegaban algo más tarde que al resto de la
provincia. No digamos de la parte de la Nueva Castilla, que se extendió hacia
las extremaduras andaluzas.
Agosto de danzas y danzantes en la Serranía. Guadalajara en la Memoria. nueva Alcarria. Guadalajara
San Bernabé, que se celebró por aquí como fiesta grande el 11 de junio,
llevaba a la población una de las más famosas comparsas de danzantes que se
conocieron en este rincón provincial. Que fue, como pocas, tierra de danzaderos
al santo patrón correspondiente; al que acompañaban desde la iglesia y a través
de las calles en su recorrido procesional por el pueblo para regresar, animados
de la música de la gaita y el tambor, nuevamente al lugar del que partieron,
ejecutando alguna de aquellas tan conocidas y bailables piezas en ritmo de jota
y compás de romance que, gracias a las poblaciones vecinas de Condemios o
Galve, mantenemos en la memoria.
Aquellas
que hablan de caballeros hidalgos, damas enamoradas y tantaranbainas al tero lero.
Que es, poco menos, que el sonido que producen los palitroques, puesto que
también se danza a ritmo de palitroque, al chocar entre ellos, en las danzas de
paloteo.
En el remoto siglo XVIII ya se nos daba cuenta de que los vecinos del
Concejo de la villa de Hijes, entonces vasallos del Conde de Coruña antes de
serlos de los duques del Infantando, celebraban misa mayor, además de las
votivas correspondientes, junto con una novena al dicho Santo Bernabé.
Danzantes que costaban, entre unas y otras cosas, la nada desdeñable cantidad
de ciento cincuenta reales anuales, dándonos a entender que estaban a salario
del Concejo. O que el Concejo pagaba aquella fiesta, porque era la principal,
puesto que los danzantes se invitaban
con aquello que los vecinos echaban en
la bolsa del zarragón, por bailar una pieza a las puertas de cualquiera de las
familias que lo solicitaba.
Los danzantes de Hijes también tomaron parte en las fiestas de San
Miguel de mayo del vecino pueblo de Ujados, ya que durante varios siglos ambas
poblaciones, quizá de las más significativas del “Condadillo de Miedes”, lo compartieron casi todo: el médico, el
farmacéutico, el herrero, el veterinario, el cura y, si a ello nos ponemos,
hasta las nubes de la tormenta.
Algo
más alejado de Higes, subiendo hacía la raya provincial de Segovia, en
Campisábalos, los danzantes, al igual que los anteriores, dejaron de bailotear
hace ya mucho tiempo. Cuando la herida
de la emigración gangrenó estas tierras hasta dejar las carnes en puritico y,
prácticamente, fosilizado hueso.
Y
sin embargo, de estos tres que llevamos citados, el que mantuvo a sus
danzaderos durante más tiempo fue el hermoso pueblo de Campisábalos. Ocho eran
los mozos que con motivo de la festividad de Santa María Magdalena, el 22 de
julio; y de San Bartolomé, el 24 de agosto, abrían las correspondientes
procesiones a través de las calles del municipio al son de la gaita y a ritmo
de danza, ejecutando sus artísticos saltos a honor y gloria de los titulares de
la fiesta; recorriendo el pueblo entre el alborozo de los vecinos que, al final
de cada una de ellas, ofrecían alguna caridad
que posteriormente los danzarines empleaban, como en Higes, en invitarse a una merienda bien regada con
el sano fruto de la vid correspondiente.
Danzantes y danzaderos hubo en el vecino lugar de Villacadima, con
ocasión de la Virgen del Campo, aquí celebrada el 8 de septiembre, y con motivo
de las fiestas votivas de San Roque, el 16 de agosto, de cuya memoria
prácticamente nada queda, ni gente para contarlo. Y danzaderos a ritmo de gaita
hubo en su vecino y hermoso poblachón de Cantalojas, al que Villacadima
perteneció como anexionado desde los remotos primeros tiempos del siglo XIX.
Aquí,
en Cantalojas, todavía los danzantes continuaron saliendo a las calles,
precediendo al santo patrón, San Julián Confesor, que de alguna manera quiso
desplazar la fiesta en honor a la Virgen de Valdeiglesias, traída a la
población desde su ermita a ritmo de danza y que terminaron siendo,
prácticamente, una misma celebración. Aquella Virgen de Valdeiglesias que
todavía conserva la letra de sus aleluyas:
La Virgen de
Cantalojas,
de Valdeiglesias
llamada,
tiene el color de
las hojas,
del robledar y
pinada…
Los mozos danzantes que abrían las procesiones a ritmo de gaita, como en
las poblaciones anteriores hace ya también muchos, pero que muchos años, que
desaparecieron. Sin embargo aquí, en la Cantalojas pinariega, la danza de los
ocho mozos quedó reemplazada por la de casi todo el pueblo; o por la de
aquellos vecinos y vecinas del pueblo que, cuando la procesión se detiene en
los lugares que señala la tradición, bailotean ante las imágenes
correspondientes con el recogimiento propio de las grandes festividades, a
ritmo de jota, en escena que se repite por muchos de los pueblos de las
provincias vecinas de Soria, Segovia y Ávila, en estampa prendida a la memoria
de los lugareños de esa Vieja Castilla a la que Cantalojas perteneció, desde
tiempo inmemorial, hasta que la reciente historia trazó los mapas de nuestra
organización provincial actual. No olvidemos que Cantalojas, antes de ser
Guadalajara, fue segoviana por parte de la vecina tierra de Ayllón, y
burgalesa, por parte de Aranda de Duero.
También hubo, y los continúa habiendo, danzas y danzantes al pie del
castillo de Galve. Danzas y danzantes que aquí quedaron unidos a la Virgen del
Pinar, que se celebró por el mes de octubre y ahora, por aquello de reunir a
los vecinos de la villa, que como los de tantas otras andan desperdigados por
el rugoso mapa que conforma el reino, se unen en el mes de agosto, los tercer sábado
y domingo, para danzar, bailar y cantar, traer y llevar de la iglesia a la
ermita y de la ermita a la iglesia, a su Virgen patrona a ritmo de gaita y
compaña de danza.
Y
allá vieres, como los antiguos
dirían, a las mozas y mozos que hoy conforman el grupo de danzantes ejecutando
sus saltos, castilleros incluso, organizados por su zarragón, como manda la costumbre, vestidos de domingo, que es como
decir que lucen traje de fiesta, ribeteado de flores cuando la ocasión lo
requiere, y hacen sonar castañuelas y
palitroques, cuando lo requiere también la ocasión, como para que se
despierten, sin durmiendo están, aquellos espíritus que habitaron la histórica
tierra del legendario castillo de los Estúñiga, de don Juan Manuel y los Alba
que ahora, con la mella de los últimos siglos, parece querer continuar mirando,
y escuchando, el danzar y a sus músicos. Unos danzaderos, los de Galve de
Sorbe, que han extendido, o al menos dado a conocer la hermosura de sus danzas,
de imperecedera memoria, por media España.
Cosa que también hacen, e hicieron, los vecinos danzantes de Condemios
de Arriba, que celebran danzando la Asunción de María, el 15 de agosto. Desde
los tiempos en los que, quizá, los pastores que marchaban de aquí a la
Extremadura, con los rebaños de los Manrique, los Lozano, los Beladíez o los
Montero, regresaban en semejante día para compartir, con los suyos, la fiesta
del lugar.
Son, los danzantes de Condemios de Arriba, a semejanza de los de Galve
de Sorbe, o viceversa, número par. Ocho mozos y mozas, que las mozas han
entrado hoy por hoy a formar parte del folclore provincial, antaño reservado al
varón. Ocho mozos y mozas, decía, que a las órdenes de su jefe, o jefa de danza
nos recuerdan que la Serranía, y nuestros pueblos, se mantienen vivos en ese
aspecto tan importante como es la tradición, y el sentir popular que es cosa
que se agarra al corazón. Danzantes, y danzantas, que nos bailan “Tres Hojas·,
“El Troncho” y hasta el “Me casó mi madre”, que pasa por ser un romance aunque,
todo hay que decirlo, es copla con música del poeta de Jadraque, Ochaíta, y
música del maestro Valerio.
Pero, ¿existe cosa más hermosa que ver a los danzantes serranos, de
Galve o Condemios, trenzar su cordón al pie de nuestro mítico alto, el Santo
Alto Rey de la Majestad?
Ocasión tenemos de verlos, en este mes de agosto en el que la danza, y
sus danzaderos, salen a la pradera de nuestra tierra para decirnos que sí, que
sigue teniendo vida; y gente que la baile y la cante. A ritmo de jota y con
sonido de gaita y tambor.
Lo bueno del mes de agosto de esta nuestra Sierra, que de cuando en
cuando, se viste de gala.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 9 de agosto de 2019
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