viernes, mayo 26, 2023

DRIEBES, EN LA BODA DEL REY ALFONSO

 

DRIEBES, EN LA BODA DEL REY ALFONSO

El vecino de Driebes, Eugenio Domínguez Bachiller, fue uno de los heridos en el atentado el día de la boda de Alfonso XIII

 

   Entre los dichos que acompañan la vida de nuestros pueblos, muchos de ellos recogidos por el folclorista Gabriel María de Vergara, uno de ellos, haciendo relación a Driebes, dice que: “Si vas a Driebes, pan para el camino lleves”; dicho que tiene numerosas acepciones, entre otras: “Si vas a Driebes, pan lleves y cama en qué dormir, si no, no has de ir”.

   El porqué del dicho es algo que se pierde en la costumbre del tiempo, y de los vecinos de los lugares próximos que, sin duda, lo añadieron a la población. Siendo como fue la tierra de Driebes de mucho y buena cosecha del cereal en cuestión, como lo fue de esparto y cáñamo. Por esta tierra y su vecina de Leganiel se produjeron grandes cantidades de piezas en las que el esparto fue eje principal, y por estas tierras adquirió la Real Hacienda, por tiempo inmemorial, los serones y útiles de esparto que se emplearon en las reales salinas de Imón y de La Olmeda.

 

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   En las “notas históricas”, que don Mariano Pérez Cuenca acompañaba a sus obras en torno a las poblaciones del partido de Pastrana, escritas mediado el siglo XIX, dijo en torno a Driebes que, este pueblo: “fue comprado por el marqués de Bélgida (y de Mondéjar). La parroquia que hay ahora fue construida en 1656. El llamarse Nuestra Señora de la Muela, la que se venera junto al Tajo, es por haberla hallado después de la expulsión de los moros en una concavidad cubierta con una piedra de molino, que suelen llamar muelas, de ahí tomó su nombre”.

   La leyenda, que ha ido pasando a través de generaciones nos cuenta que la imagen fue encontrada por un pastor de la vecina población de Estremera, hallándola, efectivamente, sobre la muela de un molino. Como en tantas ocasiones se nos contará en torno a este tipo de apariciones marianas tenidas por milagrosas, la imagen, por su pequeño tamaño, será confundida con una muñeca, por lo que el pastor la guardará en su zurrón para que sirva de regalo a su pequeña hija. Quien la recibirá. Encontrándose con su sorpresiva desaparición al día siguiente, para ser de nuevo encontrada por el pastor en el mismo lugar de su primera aparición.

   En varias ocasiones tomará la supuesta muñeca para llevarla a casa, y, en las mismas, tornará al lugar de su enigmática aparición hasta que, finalmente, y con el consejo vecinal, se alce sobre el lugar la capilla o ermita que la ha de dar culto, después de llegar a la conclusión de que se trataba de la aparición mariana. A partir de entonces, en fecha desconocida, se la dará culto; constando que desde hace al menos tres siglos se señaló el 30 de septiembre, día de San Miguel, para honrarla.

 

Eugenio Domínguez Bachiller, y la boda del Rey

   A Eugenio Domínguez Bachiller, próximo a los noventa años, lo entrevistó don José Sanz y Díaz en 1966. Sus palabras quedaron reflejadas en este Nueva Alcarria, de hace más de cincuenta años. Se trataba, al decir de nuestro erudito escritor, de un hombre afable a quien gustaba contar su historia, aquella triste historia que hablaba del día 31 de mayo de 1906; que pasaría a la historia no solo por la boda de los reyes Alfonso XIII y Victoria de Battemberg, también lo hizo a causa del atentado que, tras la ceremonia y mientras los reyes acudían a Palacio, a su paso por la calle Mayor el anarquista Mateo Morral arrojaría la famosa bomba que causó decenas de muertos ensombreciendo la jornada. Numerosos de los fallecidos pertenecían al ejército que cubría carrera al paso de Sus Majestades, entre ellos se encontraba, Eugenio Domínguez Bachiller. Coincidiría en el ejército, y en el lugar del suceso, como integrante del Regimiento Wad-Ras 50, encargado de la escolta, con algunos otros jóvenes de Guadalajara, entre ellos Isaac Romanillos Sancho, natural de Bochones, población aneja a Atienza, quien perdería la vida en el atentado. También con Sebastián Sánchez Yélamos, de Balconete, a quien de resultas de las heridas, la muerte le llegaría en su población natal un mes después.

    Algunas personas de la provincia de Guadalajara también se encontraron entre los muertos y heridos: Guillermo Molina y Zenón Llorente, naturales de la capital, y Vicente Taberner, de Hinojosa, pertenecientes al Regimiento Wad-Ras, resultaron heridos. También algunos espectadores, entre ellos Daniela Hernández, de Molina, y Rafaela Barrios, de Guadalajara. Fueron los nombres que ofreció la prensa provincial, encargándose de dar la noticia de la muerte en el hospital, a causa de las heridas, de Guillermo Molina.

   Eugenio Domínguez, echando atrás la memoria, recordó a don José Sanz y Díaz que: “yo era soldado, mejor dicho, Cabo Interino del Regimiento de Infantería Wad-Rás 50. Mi compañía cubría la carrera en aquel trozo de la calle Mayor. Y para que vea usted lo que son las cosas, nosotros no teníamos que haber estado allí. Cuando los Reyes se dirigían a San Jerónimo el Real (Iglesia donde se celebró la ceremonia) mi compañía cubrió la carrera en la calle del Arenal”.

   La casualidad quiso que la compañía que debía cubrir el itinerario de la vuelta, entre el abigarramiento general de las calles de Madrid, no pudiese llegar a tiempo, por lo que el Regimiento al que Eugenio pertenecía le tocó situarse en el fatídico punto de la calle Mayor que había de pasar a la historia negra de España: “Yo estaba en la acera de enfrente del número 88 desde el que arrojaron la bomba. Y ya ve usted lo que es la vida, ya estaba cumplido con el Ejército. Ya no tenía que haber prestado servicio ese día”.

   Pero se encontraba prestándolo cuando Mateo Morral, desde uno de los balcones del portal de aquél número de la calle Mayor, al paso de la carroza real y entre un ramo de flores, arrojó la bomba que cubriría de luto la jornada, y que causaría a Eugenio heridas en las manos: “Yo no me di cuenta de la herida hasta pasado un buen rato. Sobre mí cayó el palafrenero o cochero que iba en el pescante real. La bomba le destrozó. A los caballos se les veían las tripas por las costillas. Toda la calle quedó como un atajo de ganado muerto, entre caballos y personas. Sólo se oían gritos, y todo era espanto y confusión”.

 

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   Recordaba, como una de esas escenas detenidas en el tiempo y la memoria, el resplandor azul, amarillo y blanco, provocado por el explosivo, y que únicamente él y otro compañero, de los que pertenecían a su Regimiento, salieron con heridas leves: “Todos los demás resultaron más o menos heridos. A mí solo me rozó la metralla el dorso de la mano. Murió mi capitán, don José Rasilla; mi teniente, don Roberto Reyler. También murió un cabo de Guadalajara que como yo era de la quinta del tres y estaba ya cumplido (el bochonero Isaac Romanillos). Casi todos fuimos curados en el Hospital de Carabanchel, aunque yo volví al cuartel después de recibir asistencia”.

   Y lució con orgullo, hasta que un día y sin saber cómo la perdió, la Cruz del Mérito Militar que le dieron como recompensa. Para entonces, para aquel 1966 en que hacía memoria, continuaba cobrando las mismas 22,50 pesetas por trimestre que le asignaron como indemnización en 1906. Ello, y el recuerdo: “Me acuerdo que mi sargento, que recibió un metrallazo en el hombro, me decía cuando iba a verle al hospital: “Eugenio, de esto vamos a tener que contar mucho toda la vida”; y cierto fue.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 26 de mayo de 2023

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