CENTENERA, UN VIZCONDADO EN GUADALAJARA
Y un marinero de tierra adentro
Dejó escrito don Juan Catalina García López, exigente como todo buen historiador que se precie, que Centenera, o Centenera de Yuso, o de Abajo, como igualmente se denominó, era población que no tenía historia; y sin embargo nuestro cronista nos dejó unas cuantas e interesantes líneas en torno al pasado de la población. Líneas que nos recuerdan un tiempo perdido, quizá demasiado. Su viejo caserón, el palacio que un buen día mandase levantar por aquí su señor, el Vizconde de Centenera, no volverá a ser lo que fue.
También las gentes que habitaron el lugar allá por el siglo XVI nos dejaron la leyenda, más que realidad, de la moza nacida, y que vivió por aquel tiempo con un solo cuerpo, dos cabezas y dos distintos pensamientos o maneras de ver la vida. Los regidores encargados de responder al interrogatorio enviado por la majestad real de don Felipe II, replicadas a quince días del mes de diciembre de mil quinientos setenta y cinco, consignaron que en su vecino despoblado de El Villar, hemos oído a nuestros mayores que hubo una moza que tenía dos cabezas y dos caras en un solo cuerpo, y que la una cantaba y la otra respondía lo que cantaba la otra.
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Algo que confirmaron los encargados de la misma relación en la cercana villa de Atanzón cinco años más tarde, el 20 de agosto de 1580: que ha sido y es común opinión después que se acuerdan que en el lugar despoblado del Villar hubo una moza y esta tenía un cuerpo y dos cabezas con enteras figuras y que hablando y cantando decía la una y respondía la otra, y en testimonio de verdad esto vieron y así fue y ha sido público y notorio que en la ermita de Santo Domingo había la misma figura de un cuerpo y dos cabezas, hecha en talla de madera y estaba por cosa notable y memoria entre otras imágenes de santos de madera que de veinte años a esta parte poco más o menos se han deshecho por permisión de la iglesia, porque era indecencia estar así, y así a las vueltas se perdió la dicha imagen…
Y no se volvió a saber de aquella moza de dos cabezas.
Unas líneas sobre Centenera
Sí en cambio quedaron para la historia algunas líneas en torno al remoto origen de Centenera, que se pierden entre los pliegues de la tierra de Guadalajara que mira hacia la Alcarria; tierra de Guadalajara a la que perteneció sin duda desde la reconquista de la tierra.
Su nombre nos recuerda a los centenales, las tierras sembradas de centeno; y conocido es que el centeno se siembra allá donde no cabe otra semilla, quizá en tierras no aptas para la buena agricultura; sin embargo, Centenera la tuvo, y de ella vivió hasta tiempos no demasiado lejanos; buenos campos de pan, o de trigo, pues todas las informaciones pasadas confirman que sus producciones de trigo, cebada, centeno, avena, judías, lentejas, vino, aceite, cáñamo, patatas, cebollas y otras hortalizas y verduras, regadas por las aguas de media docena de arroyos que vinieron o fueron al cauce del río Hungría, mantuvieron a su no demasiada elevada población, pues nunca alcanzó más allá de los cuatrocientos habitantes. Que se mantuvieron fieles a la Villa y Tierra de la Ciudad de Guadalajara hasta que, como en tantas ocasiones sucedió con poblaciones de nuestra provincia, al rey se le ocurrió que, mejor que cobrar directamente sus impuestos, obtenía mayores ganancias vendiendo a un tercero la población y que aquel se encargase de ella.
A Centenera le llegó la hora de pasar a depender de personas ajenas en los primeros decenios del siglo XVII, reinando don Felipe III. No está clara la fecha en que ello sucedió, sin embargo, a finales de la década de 1620 don Carlos de Ibarra, en quien recayó la población, junto con Taracena, Iriépal y Valdenoches, ya se titulaba Señor de estas, marqués de Taracena y Vizconde de Centenera. Pagó por las cuatro posesiones algo así como 20.000 ducados que, en aquel siglo, debió de ser una interesante cantidad.
Don Carlos de Ibarra, marinero en tierra
Fue, Don Carlos de Ibarra y Barresi, uno de aquellos esforzados caballeros que hicieron de su nombre un mito en la lucha contra los elementos, sobre las aguas del mar. Sobre los elementos, los corsarios y los piratas, ingleses mayoritariamente, que buscaron su fortuna en los puertos y ciudades de la corona española allá donde el sol del imperio nunca oscureció las tardes. En el Nuevo Continente. También se las hubo de ver con los corsarios holandeses, y, de manera más formal, con el almirante de su armada, llamado “Pie-Palo”; don Cornelio Jolls, ocupado, como los buitres en pretender la carroña, en vigilar el paso de los buques o navíos españoles que traían a las costas de Cádiz los productos de la nueva tierra. Las victorias contra aquellos, su arrojo y valentía, le hicieron acreedor al título de Almirante de la Escolta de la Flota de Indias, según algunos historiadores, negándose a hacerse a la mar a menos que se le concediese un título nobiliario…
Provenía, don Carlos de Ibarra, de familia dedicada a las luchas contra el mar, originaria de Éibar, en Guipúzcoa, la localidad nativa de su progenitor. Su madre perteneció a la noble familia de los italianos Barresi, provenientes de Militello, en la Catanía, donde don Carlos nació entre 1597 y 1590. Si bien, a pesar de su italiano nacimiento, su vida e infancia transcurrió en el límite de las aguas cántabras, hasta que se hizo a la mar en defensa de la flota de Indias. Sus hazañas entran dentro de la épica de su tiempo, dignas de figurar entre las mejores novelas de aventuras en las que, los hombres del rey, ganan la batalla a los tigres de la mar.
Vizconde de Centenera
La victoria sobre el corsario holandés tuvo lugar en 1627, y dos años más tarde ya ostentaba los títulos de vizconde y de marqués, situando, por delante del marquesado de Taracena, el vizcondado de Centenera, villa a la que dotó de nueva iglesia cuyas obras llevó a cabo el arquitecto madrileño Gaspar de la Peña, encargado igualmente de proyectar para los señores de la villa un gran caserón-palacio en lo mejor del pueblo; obra de ladrillo iniciada hacía 1631, basado en un cuerpo cuadrangular, con dos torres y patio central, que se encargarían de llevar a la práctica los constructores Francisco de Malagón y Juan Sánchez, de Alcalá el primero y el segundo de Madrid.
No acabó en ello el sentir de don Carlos hacía su posesión de Centenera, pues como patrono de la capilla mayor, en ella ordenó los enterramientos familiares, trayéndose a la iglesia de Centenera, a reposar a la eternidad, los cuerpos de sus padres y algunos familiares más, del mismo modo que aquí ordenó se sepultasen sus restos cuando la hora fuese llegada. La muerte le alcanzó en Barcelona, el 22 de noviembre de 1639, y en Centenera reposaron sus restos.
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También aquí fundó una curiosa cofradía dedicada al Santísimo, en la que los vecinos del pueblo, el día del Corpus, danzaban y se cubrían con máscaras; sin duda, a la moda de Madrid. Y mandó para la iglesia no pocos ornamentos, tallas, molduras y adornos que le ennoblecen, así como en cada una de sus caras el escudo blasonado en bronce…
Casi todo ello se perdió con el pasar del tiempo y la voracidad de las guerras, que pocas cosas respetan. A pesar de que el nombre del hombre que engrandeció la localidad, se mantiene, siquiera en las páginas del libro de la historia.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 2 de junio de 2023
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