jueves, octubre 01, 2020

CINCUENTA AÑOS NO SON NADA. Las Troyanas de Atienza (y V)

CINCUENTA AÑOS NO SON NADA.
Las Troyanas de Atienza (y V)



En el invierno de 1970, cuando la Navidad llamaba a las puertas de Atienza, según llegaron se fueron los del cine y en Atienza no se volvió a saber. Poco a poco los edificios que los del cine alquilaron regresaron a su estado original. Algunas de las personas que fueron contratadas para trabajar como jornaleros fueron las encargadas de desmantelar aquella especie de Troya ruinosa que nunca fue de papel cartón, como algunos periódicos o revistas de aquellos días dijeron.

Gabriel Cabellos Martínez fue una de las personas encargadas de empaquetar los últimos “bártulos” de los del cine, y estuvo entre quienes se presentaron a la llamada municipal para limpiar las murallas, que quedaron ennegrecidas tras el incendio que cerraba la película; se decía que los del cine habían dejado pagada la limpieza de las murallas, del castillo e incluso de los lugares en los que tuvieron alguna intervención. Lo cierto es que aquella especie de ruinosa Troya levantada al pie del castillo permaneció en el mismo estado durante muchos meses; al igual que las murallas, ennegrecidas. Con el paso del tiempo todo desapareció, del mismo modo que el mismo tiempo se encargó de hacer desaparecer aquellos graderíos que imitaron los de los templos griegos, o aquellos otros por los que descendían las mujeres y ascendía el príncipe Astianacte. 


 
 
Entre las autorizaciones para el rodaje, una de las cláusulas impuestas por la Dirección General de Bellas Artes, transmitida al Ayuntamiento de Atienza, contemplaba que todo aquello había de volver a su estado original. En el mes de septiembre, desde el Ayuntamiento de Atienza se pidió al Director General de Bellas Artes la confirmación de que se había efectuado el depósito de las 500.000 pesetas que posteriormente, conforme a las órdenes de la Dirección del Patrimonio Artístico, tendrían que emplearse en obras de restauración del entorno. También llegó la intención de Katharine Hepburn de construir unas escuelas para los niños de Atienza.

Nadie en la villa recuerda nada del hecho; ni tenía conocimiento del detalle que, para con la villa y sus niños, expresó aquella gran mujer. Ninguna información, periodística o municipal habló, con posterioridad a la película, de que en Atienza se llevasen a cabo obras culturales relacionadas con la idea de Katharine Hepburn para con los niños de Atienza, a pesar de que todavía existen las cartas del Sr. Alcalde agradeciendo el detalle. Tampoco ninguna información posterior al término del rodaje de la película nos habla de inversión de ningún tipo, llevada a cabo en obras de reconstrucción del castillo de Atienza o su entorno, en que habían de emplearse aquellas 500.000 pesetas depositadas como fianza.

Pasó aquello; como pasó el tiempo, y no eran pocas las personas que esperaban que, como sucedió con aquella especie de película televisiva que se proyectó en la Casita Rural, para que los de Atienza viesen su Atienza a través de la televisión; los del cine llegasen un día cualquiera con aquella gran película rodada en Atienza para que los de Atienza se viesen, si eran capaces de reconocerse.

Poco más quedó, salvo el recuerdo de unos días en los que Atienza, sin llegar a saber muy bien el por qué, fue uno de los centros del cine mundial.

El tiempo comenzó a pasar, y de la película poco más se supo. Los rumores decían que en España la habían prohibido porque salían mujeres desnudas; o porque al director no le gustó el resultado final; o… ¡vaya usted a saber por qué! Eso sí, las mujeres de Atienza perdieron el miedo a salir en las películas, y en las series de televisión.

Cuatro años después llegaron los de la tele, para rodar los exteriores de aquel famoso remedo de “El Crimen de Cuenca”, “El error judicial”, una película en la que Valeriano Andrés leía el periódico sentado en una silla del balcón de esquina de la calle de Cervantes con la plaza de San Juan; y a la plaza llegaba el coche de línea de los Pascuales, que hacía la ruta entre Sigüenza y Miedes, con parada en todos los pueblos del recorrido; y del coche de línea descendía Eloísa Higes y corría a recibirla la tía Visita, Visitación Torrequebrada quien, unos planos antes, aparecía de parloteo con la tía Guapa y con la señora Benita, la del tío Pedro Medina; y en los soportales, junto a la puerta de Julita Salvadores, aparecía el tío Liborio con su eterna gabardina… 
 

LAS TROYANAS DE ATIENZA. El libro, pulsando aquí

Tiempo después, por la misma plaza, paseó descalza entre la nieve Analía Gadé, vestida de monja; cada cierto tiempo entraba en la tienda de Pedrito González, a reponerse del frío con unas friegas de alcohol y un chupito de wiski; más tarde, ya sin ninguna vergüenza a salir en las cintas del cine, algunos de los que se lanzaron a esa especie de estrellato con las Troyanas, se sentaron en el Casino para salir en otra de las escenas míticas del cine español, cuando a Fernando Fernán Gómez se le ocurrió que podía ser escenario de su “Viaje a ninguna parte”. Y llegó Sancho Gracia, con su “Máscara”, que reclutó a otros tantos atencinos que se dieron cita a la espalda de Santa María; y “Goya”, y “Réquiem por Granada”, y… de la película Las troyanas, nada.

Lo cierto es que la película no llegó a España hasta veinte años después, que se proyectó a través de la televisión, en horario nocturno y por la segunda cadena. Fue el lunes 19 de agosto de 1991, a las 22,30 de la noche, dentro uno de aquellos ciclos de cine, dedicado a Katharine Hepburn.

Aquel día, de aquella noche, España entera pudo ver, por vez primera, la película rodada en Atienza. La mayoría de quienes la vieron coincidieron en que allí no se conocía a nadie; y que, además, era un auténtico “rollo”.

Lo más creíble, para que no se estrenase en España hasta tantos años después habría sido, sin duda, el régimen político que imperaba cuando se rodó. Una película que no parecía estar rodada para ser proyectada en los cines y tener éxito de taquilla. Más bien era una especie de “película de autor” convertida, con el pasar del tiempo, en película de culto. Algunos estudiosos de la obra de Michael Cacoyannis, y de la tragedia griega, la han definido como una obra maestra.

Se proyectó por vez primera en 1971 en el Festival de Cannes, fuera de concurso, desde donde algunos periodistas españoles confundieron no sólo a las actrices, también los espacios naturales en los que fue rodada. Poco después fue proyectada en los cines de Francia. Donde el recibimiento por el público, a pesar de las críticas, fue más bien frío. Desde París, y para la prensa española, fue entrevistada Katharine Hepburn, quien estaba a punto de regresar a España para un nuevo rodaje “Viajes con mi tía”. Más tarde sería proyectada en el Festival de Cine de Montreal.

A España llegó, por vez primera, en aquel otoño de 1971, siendo proyectada en Torremolinos, dentro de la “III Semana Internacional de Cine de Autor de Benalmádena”. Fuera de concurso, y estimada como lo que ya comenzaba a ser, una especie de obra maestra, que sólo el paso del tiempo podría juzgar. Años después todavía se preguntaban los críticos cómo pudo esquivar la censura.

La película, o alguna de sus intérpretes, ya habían recibido premios internacionales por su interpretación. A Katharine Hepburn se le había entregado el Kansas City Film, de la Asociación de Críticos de Cine de EE.UU., a la mejor actriz. Irene Papas recibió el NBR (Consejo Nacional de la Crítica del Cine de Nueva York).
 

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A partir de entonces, y hasta su proyección a través de la televisión, dentro del ciclo cinematográfico dedicado a la actriz protagonista, Katharine Hepburn, el silencio.
De entonces a hoy han pasado, prácticamente, cincuenta años. Los chiquillos que entonces participaron con diez o doce años rondan la edad de jubilación; las personas mayores, aquellas mujeres a las que no pareció importar el qué dirán, han muerto en su inmensa mayoría; al igual que los hombres. En el pueblo nada hay que recuerde que en el verano de 1970 Atienza, una hermosa población castellana se convirtió, por unos meses, en Troya. Una Troya que reunió a algunos de los actores y actrices más prestigiosos de cine mundial.

Una Atienza que nunca debió de olvidar a una actriz, Katharine Hepburn, que quiso que su nombre permaneciese unido a la historia de la villa a través de unas escuelas para los niños de Atienza. Unas escuelas que nunca se construyeron.

Hoy el nombre de Atienza, unido a Katharine Hepburn y a la película Las Troyanas corre por el mundo. En breve varios libros, por Guadalajara y Cataluña, principalmente, también por allende las fronteras, recogerán estas anécdotas de las que hemos ido dando cuenta con mejor o peor tino. La historia, y la memoria, continúan en ellos.



Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 25 de septiembre de 2020

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