sábado, junio 15, 2024

LUIS MAZZANTINI, EL TORERO QUE NOS GOBERNÓ

 

LUIS MAZZANTINI, EL TORERO QUE NOS GOBERNÓ

Famoso matador de toros fue, durante unos meses, Gobernador civil de la provincia

 

    A Don Luis Mazzantini y Eguía no le acompañó la suerte en los ruedos políticos de Guadalajara, en la misma manera que lo hiciese en los taurinos puesto que, desde los últimos meses de la década de 1870 hasta la de 1910, como poco, fue uno de los coletudos más famosos que pisaron las arenas de las plazas de toros de media España; también de la provincia de Guadalajara, ciudad, y alguno de sus pueblos.

 

Los lejanos orígenes

   No ha sido, por lo general, tierra de toreros la del nacimiento de nuestro hombre, pues vio la luz en las guipuzcoanas de Elgóibar, el 10 de octubre de 1856. Y tampoco en la familia se tenían demasiados conocimientos de la torería, puesto que su padre, don José Mazzantini, era un ingeniero de ascendencia italiana que recaló por allí, se casó con una guipuzcoana, Bonifacia Eguía, y al poco del nacimiento del torero regresó a sus originales tierras de Italia, donde se educó el futuro Sr. Gobernador, quien llegó a España unos años antes de tomar la decisión de vivir del toreo, acompañando, junto a toda su familia, a don Amadeo de Saboya, a quien pusieron en la mano el trono del reino de España. Luis Mazzantini era uno de los numerosos secretarios que acompañaron al cortejo del efímero rey, asistiendo al jefe de caballerizas reales, un tal Marchino y, cuando la Majestad de don Amadeo I tornó a su reino natal, nuestro hombre se colocó en una empresa de futuro prometedor, en la Compañía de Ferrocarriles del Mediodía. Llegó a ser factor en Navalmoral de la Mata, y jefe de estación en numerosas poblaciones de la línea de Madrid a Cáceres, Santa Olalla entre ellos. Oficio que no debió serle de demasiado agrado, puesto que lo abandonó con frecuencia, hasta que don José de Echegaray, Director de la Compañía además de político, literato de renombre y premio Nobel, lo puso, como quien dice, de patitas en la calle. O mejor, conociendo su afición, le dio a elegir: los trenes o los toros, y eligió los cuernos.

   Sucedía que Luis Mazzantini descubrió la tauromaquia, le gustó el mundillo del toro, se hizo maletilla y de aquí dio el salto a la novillería. Haciendo de las suyas por las plazas del norte, y las de Francia, con tamaño riesgo que se ganó un apodo afín a sus valentías: “el señorito loco”.

 


 

 

El torero Mazzantini

   Los orígenes toreros provinciales los reconocería tiempo adelante, siendo ya Gobernador de la provincia; por aquí anduvo echando el capote, y arriesgando la vida, como lo hizo por media España, hasta que le llegó el tiempo de tomar la alternativa, que lo hizo tras una arriesgada y exitosa carrera de novillero. La alternativa se la dio en la Maestranza de Sevilla, el 13 de abril de 1884, nada menos que Frascuelo; y la confirmación en Madrid, el 29 de mayo, Rafael Molina, Lagartijo. A partir de aquí, el éxito. Las puertas grandes y el dinero entrando a raudales en su casa, puesto que llegó a ser el torero que más cobró en su tiempo, tanto que dijeron de él que en unos pocos años se hizo de oro. Invirtió sus capitales en el mundo del toreo…, y los perdió. Cuenta la historia que para el año de su retirada, el de 1905, había acumulado una fortuna de cinco millones de pesetas.  La retirada la produjo la muerte de su esposa, Concepción Lázaro cuando, queriendo acompañarlo a Méjico, allí murió el 15 de marzo de aquel año. Aquel día se cortó la coleta y la puso en las manos del cadáver de su mujer, que siempre le pidió que abandonase ese mundo.

   Antes de ello le llegaron los pasodobles, pues unos cuantos le dedicaron.  La fama de valentía, e incluso la de señorito de moda, ya que, en los años últimos del siglo XIX, llegó a poner en boga el sombrero que gustaba llevar, el Mazzantini. Se cuenta que, a lo largo de sus veinte años de alternativa, intervino en 1.080 festejos.

   Siembre se le tuvo por un caballero a carta cabal, valiente y de palabra, y eso, en política, no suele traer buenas consecuencias. Para ser político hay que tener otras dotes que a nuestro hombre le faltaron.

 

El Señor Gobernador

   Retirado de los toros, Mazzantini se dedicó a la política y, entre los numerosos cargos que desempeñó desde entonces hasta su muerte, veinte años después de dejar los ruedos, fue nombrado, en el verano de 1919, Gobernador civil de Guadalajara; llegaba de desempeñar el cargo de teniente de Alcalde, por el distrito de Chamberí, en el Ayuntamiento de Madrid.

   A la capital llegó, para ocupar su nuevo destino, en el tren corto de las 11,20 del miércoles 6 de agosto de 1919; en la estación, a la llegada del tren, le aguardaban las altas jerarquías provinciales con el presidente de la Diputación y el Alcalde interino de la ciudad a la cabeza, además de directores de todas las altas oficinas y representaciones gubernamentales, y en el flamante vehículo que correspondía al cargo, marchó a tomar posesión de su despacho. Aquel día, a eso de las diez de la noche, la Banda Provincial le obsequió con una serenata de bienvenida, siendo ovacionado por el pueblo cuando salió al balcón de la residencia oficial a dar las gracias por la música.

   Aquel mismo día derogó los rígidos protocolos y anunció que las puertas del Gobierno civil estarían abiertas a cualquiera. Tan campechano se le vio por Guadalajara que se le auguró un éxito total en su mandato, a pesar de que a sus secretarios no gustó eso de que los protocolos de toda la vida se dejasen a un lado.

   Pero, como dice el viejo dicho, no hay mal que cien años dure, ni Gobernador que lo resista. A alguien, en Guadalajara, no debieron gustarle los rumbos que a la política provincial imponía el Sr. Gobernador D. Luis Mazzantini, así que, a las puertas de la Navidad de ese mismo año que lo trajo a la provincia, en otro tren y a distinta hora, don Luis dejaba atrás la capital de la Alcarria tras una campaña que buscó su cese, o su dimisión, sin que se conociese muy bien la razón, o sí, se le acusaba de que, en los cinco meses que llevaba en el cargo, tan solo había visitado dos poblaciones, el resto del tiempo se había ocupado a lo suyo en la ciudad, al despacho y escuchar a las gentes.

   El 27 de diciembre era nombrado para ocupar el Gobierno civil de la provincia de Ávila, mientras que a Guadalajara llegaba su sustituto, don Luis Maraver y Serrano. 

   Uno de aquellos pueblos que visitó fue Jadraque, el día del Cristo de septiembre, y desde el balcón del Ayuntamiento se dirigió al respetable: Ahí abajo, en esa plaza donde ahora bulle alegre la juventud, vestí por vez primera el traje de luces, traje que apenas pude alquilar, pues el humilde sueldo de jefe de estación que disfrutaba no consentía ahorros. Aquí cobré las primeras monedas, aquí recibí las primeras satisfacciones con los aplausos calurosos del público. Aquí, en Jadraque, dio comienzo mi vida de acción…  Ello fue en las fiestas del Cristo de 1879. El otro pueblo visitado fue Brihuega, asistiendo a la procesión de la Virgen de la Peña.

   Don Luis, alejado de la política, y casi del mundo, se retiró a vivir su soledad en un pisito de la calle de San Vicente, de Madrid; y en él le llegó la muerte el 23 de abril de 1926; tan solo le acompañaban un sobrino y el personal de servicio de la casa; y como no quiso dar publicidad a su fallecimiento, se enterró en la intimidad familiar al día siguiente, en la Sacramental de San Lorenzo.

   Quizá no nació para político, pero es lo cierto que cuantos lo conocieron dejaron testimonio de que, por encima de todo, fue un gran caballero.

  

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 14 de junio de 2024

 

 


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