CUATRO VIENTOS, EL VUELO INFINITO
La gran hazaña de dos pilotos españoles, truncada por la desgracia
Por estos días se cumplen noventa y un años de uno de los vuelos míticos de la aeronáutica mundial; también de uno de los mayores misterios que acompañaron a la aviación. Misterio que, para muchos investigadores, quedó resuelto; para otros está por resolver. Se trata del vuelo del Avión Cuatro Vientos que, desde Sevilla, voló a través del Atlántico para aterrizar en un rinconcito de la isla de Cuba, Camagüey. El primer vuelo, directo y sin repostar, que en junio de 1933 unió los dos continentes tras casi cuarenta horas en el aire; sin radio ni otros medios de orientación que los planos que su capitán, Mariano Barberán, trazó en tierra para seguir en la oscuridad de la noche, oculto en buena parte por la niebla o las nubes. El vuelo seguía, quinientos años después, la ruta que llevó a las tres carabelas de Colón al Nuevo Mundo.
EL VUELO DEL CUATRO VIENTOS, LA ÚLTIMA HAZAÑA, pulsando aquí
Los pilotos
La mayor parte del vuelo, desde su despegue en la madrugada sevillana del 11 de junio, hasta su aterrizaje en Cuba, 39 horas y cuarenta minutos después de la salida, el avión, de fabricación española con patente francesa, fue pilotado por el teniente de aviación Joaquín Collar Serra.
En parte del trayecto, debido a una indisposición del piloto, tomó los mandos, ya que el avión llevaba doble cabina y mandos, el capitán proyector de la aventura, Mariano Barberán, descendiente de murcianos y natural de Guadalajara.
El aterrizaje en Camagüey también lo efectuó el teniente Collar, después de haber sobrevolado el aeródromo militar de Guantánamo cuando el avión comenzaba a quedar sin combustible, y donde no pudieron tomar tierra debido a que un rebaño de bueyes pastaba en la pista de aterrizaje.
Collar Serra había formado parte pocos meses atrás de aquella revuelta que fue conocida como “sublevación de los aviadores de Cuatro Vientos”, el 15 de diciembre de 1930; e incluso la historia dice que cargó las bombas que debían dejarse caer sobre el palacio de Oriente, en lo que había de ser el inicio de una nueva etapa en la historia de España. Claro que las bombas no llevaban mecanismo de explosión, por lo que el fracaso estaba asegurado. Mariano Barberán estuvo entre los oficiales que se negaron a tomar parte de aquella parte de la historia; que terminó uniendo a dos de los considerados mejores pilotos no sólo de España, también de Europa. Una España que ya había dado a la historia unos cuantos éxitos aéreos: el Vuelo del Plus Ultra y el del Jesús del Gran Poder, que volaron a las costas de Brasil y Filipinas, entre otros.
Era la primera vez que un avión, de las características del Cuatro Vientos, se aventuraba a volar desde Europa a América, con viento contrario; de América a Europa, con viento favorable, ya lo había hecho el famoso coronel Lindbergh.
La gran hazaña
La gran hazaña que constituyó el vuelo fue seguida a través de la prensa en los cinco continentes; los aviadores, tras su paso por Camagüey, fueron recibidos en la Habana por miles de ciudadanos que, eufóricos, los acompañaron a través de las calles de la ciudad en interminable caravana de vehículos, mientras las radios transmitían, en directo por vez primera, el acontecimiento; que nos recordaría cómo, muchos años después, se siguió en el mundo el viaje de ida y vuelta a la luna de los astronautas americanos.
Una escuadrilla de aviones del ejército cubano acompañó el vuelo del Cuatro Vientos a través de los cielos de Cuba; y en La Habana recibieron nuestros paisanos los máximos honores de república; recibiendo la invitación para asistir a los numerosos actos que se proyectaron en su honor; también España comenzó a brindárselo, el Gobierno declaró festivo, para que todos los españoles pudiesen acudir a recibirlos, el día en que aterrizasen nuevamente en Madrid.
Desde La Habana fueron autorizados para continuar a la ciudad de Chicago, donde se celebraba la Gran Exposición Mundial, dedicada a la aviación. Allí, sin duda, debían de ser las estrellas que más brillasen; antes debían de pasar por el aeropuerto de México; siguiente destino en la ruta. Y hacía allá se dirigieron diez días después de una intensa estancia en La Habana.
Cuando por fin el Cuatro Vientos reinició su vuelo el 20 de junio, nuevamente las radios transmitieron el momento; del mismo modo que desde el aeropuerto de Ciudad de Méjico se siguió, minuto a minuto, el paso del avión desde que dejó tierras cubanas hasta que se adentró nuevamente en el continente. Decenas de miles de personas comenzaron a congregarse en las pistas de aterrizaje, a la espera de los héroes.
Dictamen pericial: ni crimen ni pillaje
Sin embargo, el avión no apareció. Una gran tormenta, sobre las selvas de Chiapas, hizo que el avión retrocediese hacía el Golfo, en busca de un paso más cómodo… y nunca más se supo. O sí, el 25 de junio, el bracero Candelario Mezquita encontró en la playa, cerca de Chilpetec, el único resto hasta ahora identificado como perteneciente al avión: el flotador que habían de usar en caso de amerizaje, un neumático de la compañía Pirelli de Manresa. Nunca antes la firma había llegado hasta aquellas tierras.
Don Manuel Ruiz Romero-Bataller fue, sin duda, la mayor eminencia en cuanto a conocimiento aeronáutico que pisó tierra mexicana en los últimos decenios del siglo XX; a pesar de que no era mexicano, nació en Sevilla y, desde aquí, dio el salto a aquella tierra para ser todo una figura en ese mundo tan complejo, llegando a ser Director de la Biblioteca de la Historia Aeronáutica de México.
Fue, sin duda de ninguna clase, una de las personas que mayor conocimiento llegó a tener sobre el vuelo; reuniendo decenas de testimonios en torno a él; y no solo eso, sino que conformó la mayor biblioteca aeronáutica en tierras de México sobre el Cuatro Vientos, y sobre la aviación; ya que también México fue, en aquel tiempo, pieza clave en el desarrollo de la aeronáutica mundial.
Tal vez, uno de sus libros de mayor éxito sea el titulado: “El Cuatro Vientos; historia documental del glorioso vuelo y trágica desaparición del avión español y sus pilotos, Barberán y Collar”; que sería un nuevo hito en la literatura de investigación en torno a la misteriosa desaparición de los pilotos y quien, como muchos otros autores, llegó a la conclusión, tras analizar documentos y obra escrita, que el avión cayó al mar en algún punto inconcreto del Golfo de Méjico; que ni hubo pillaje, ni crimen, ni robo a los pilotos, ni expolio de lo poco que llevaban…
La obra aparecería poco después de que una nueva: “La última Hazaña”, que firmó quien esto escribe, viese la luz. Obra que fue seguida con indudable interés en aquella tierra y que, a noventa y un años de la mítica aventura, continúa vigente, como un homenaje que año a año nos recuerda que un genial aviador de Guadalajara, dio a la historia mundial un vuelo genial, como escribe Bataller: “el autor, Tomás Gismera Velasco, paisano de Mariano Barberán, ha hecho una recreación literaria en la que se entrelazan las aventuras y riesgos del vuelo con la turbulenta marcha de la recién instaurada República Española. Es de agradecer las descripciones sobre los pilotos; la personalidad de los aviadores, distinguiendo entre los avales que distinguen la caída en la sierra, o en el Golfo. Un verdadero oasis en ese erial de desinformación a que estábamos habituados”.
Sean pues, el recuerdo, las líneas y la memoria, homenaje permanente a dos de los mayores héroes de la aviación mundial, a los que el infortunio privó de la gloria de su aventura. De su vuelo infinito.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la Memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 21 de junio de 2024
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