sábado, junio 01, 2024

LOS VIAJES DE CASTELLANOS DE LOSADA POR LA ALCARRIA

 

LOS VIAJES DE CASTELLANOS DE LOSADA POR LA ALCARRIA

Viajó por los Baños termales de la Provincia, dando a conocer la comarca

 

   Don Basilio Sebastián Castellanos de Losada, o “Santos Bueno del Castillo”, o el “tío Pilili”, fue un hombre tan polifacético y ocupado que, visto desde la distancia del tiempo, sorprende el que dedicase una parte de su vida a los viajes, a recorrer la Alcarria de mediados del siglo XIX dejando constancia de ello en sus escritos, reseñando, para que nadie lo pueda poner en duda, su paso por nuestras poblaciones; cierto es también que lo hizo camino de los entonces famosos balnearios de Trillo y La Isabela; a los que acudió la nobleza madrileña. También, de alguna manera, don Basilio a ella pertenecía, sino por cuna, al menos por su dedicación: escritor, periodista, poeta, arqueólogo, biógrafo, dibujante, maestro, militar, escribiente, anticuario, seminarista… Y todavía tuvo tiempo, a más de para hacer viajes, de fundar la Academia Española de Arqueología, ejercer como anticuario en la Biblioteca Nacional, dirigir algún que otro periódico y revista, ser Director de la Normal de Maestros, Cronista de la Real Casa y Patrimonio e, incluso, entre otras muchas cosas, dirigir el Museo Arqueológico Nacional. Lo que se dice, un hombre sin tiempo para el aburrimiento, pues a más de todo ello dominaba alguna que otra lengua: italiano, francés, inglés, latín, griego, alemán, árabe y, para los ratos ociosos, hebreo.

   Nació en Madrid, el 14 de junio de 1807, y en Madrid rindió cuentas de su vida el 6 de junio de 1891, tras una vida tan intensa como novelesca. Al servicio de la Corona unas veces; de la Casa de Osuna, otras, y del Infante don Sebastián de Borbón y Braganza, algunas más.


 

 

Viajando por la Alcarria, a los baños de La Isabela

   Nos declara don Basilio que, por vez primera, viajó a la provincia de Guadalajara en el verano de 1842, apenas concluida la primera guerra carlista, que tanto daño causó en la Alcarria y, sobre todo, en algunos lugares a los que acudió la familia real, como los baños de Sacedón, o La Isabela, junto con los de Trillo; baños, de La Isabela, a los que se dirigió el Sr. Castellanos en el mes de julio de aquel año, después de haberse reconstruido las partes que dañaron las guerrillas: “y debemos confesar que nos sorprendió su bella y pintoresca situación, el hallar en él mayor comodidad que en cuantos establecimientos nacionales y extranjeros habíamos visto, y sobre todo, la bondad de sus aguas, que además de la salud que conseguimos en ellas, nos ofrecieron toda satisfacción…”

   Don Basilio, en su obra sobre La Isabela, nos dejará amplia reseña de la historia de los baños, puestos bajo el amparo del infante don Antonio, tío de Fernando VII, nominados así en honor de Isabel de Braganza, aunque la tradición cuente que ya eran conocidos en el siglo XVI y que, incluso, en ellos recobró la salud en 1512 don Gonzalo, el Gran Capitán.

   Don Basilio, como a las altas clases sociales que dirige su escrito, les cuenta lo que se han de encontrar quienes vengan; y lo que han de traer: ropas de abrigo y artículos de boca; a pesar de que nada de ello les ha de faltar en unas poblaciones que en aquel tiempo vivían, como hoy diríamos, del turismo, de balneario en este caso. De las gentes de alto copete que llegaban con la casa a cuestas y para su servicio empleaban a mozos y mozas de los pueblos del entorno: “al bajar del carruaje en La Isabela hallarán porción de jóvenes del Sitio y cercanías, criados fieles que le ofrecerán sus servicios, dando por fiadores de su honradez a personas respetables de la población”.

   Algo más de día y medio se empleaba en el viaje desde Madrid a Sacedón, recorriendo la hermosura de la Alcarria, entrando por el Pozo de Guadalajara para seguir por Aranzueque, Armuña, Tendilla, La Salceda, Alhóndiga, Auñón y, al fin, Sacedón.

   Contó La Isabela hasta 1835 con un teatrito, en desuso cuando llegó don Basilio, pues destrozado por los partidarios del pretendiente no había sido todavía reconstruido, si bien todo estaba a punto para el gusto y placer de la concurrencia, a la que aconsejaba visitar, como él hizo, el entorno. Un entorno que, a juzgar por lo escrito, maravilló a nuestro autor, quien dejó impreso en verso su sentimiento por la tierra recién descubierta. Desde los Saltos de Bolarque a las ruinas de Recópolis, sin olvidarse del recién desamortizado monasterio de Córcoles. La aventura estaba asegurada para los ociosos bañistas de La Isabela.

   Tampoco faltará el consejo de observar, desde los altos roquedales que circundan el Tajo, uno de los espectáculos de esta tierra, el paso de las maderadas que, procedentes de las altas sierras, descendían en busca del sosiego de Aranjuez.

   Unos años después, 1848, dejaría impresos sus versos a los “Baños de La Isabela”, que dedicó a Pedro Soriano, ciego de Huete que se ganaba la vida recitando romances, a cambio de unas perrejas.

 

EL LIBRO DE TRILLO, PULSANDO AQUÍ

 

Los Baños de Trillo y su entorno

   Don Basilio cantó en verso a la Virgen del Socorro de Sacedón; a Nuestra Señora de la Soterraña; a la Esperanza de la Vega de Durón, y a Salmerón y sus vegas.

   A Salmerón viajó unos años después de que lo hiciese a La Isabela; encontrándose, al final de la década de 1840, en los baños de Trillo. De los que, como los de La Isabela, escribió también su historia y, con detalle, lo que habían de encontrar y visitar en el entorno. Su “Manual del Bañista” se convirtió en un clásico que, desde que vio la luz en 1850, se amplió y creció con el pasar de los años. En la primera página de la obra ya se declaraba “Apasionado de la pintoresca Alcarria”; y es que a lo largo del decenio, de tanto correr y visitar localidades, no faltó pueblo en el que no dejó un amigo, un conocido, o un paisaje por admirar.

   Por la obra pasean los paisajes de Taracena, Valdenoches, Torija, Brihuega, Solanillos, Malacuera, Trillo, Gárgoles, Cifuentes; Viana y, por supuesto, Salmerón, donde dejó amigos y algún que otro familiar: “Salmerón es una villa del partido de Sacedón perteneciente a la provincia de Guadalajara, situado en la falda del monte de Santo Matías, y con valle o vega amenísima y poblada de frutales y de huertos regados por los riachuelos Valmedina y Valcastillo que se juntan en el valle. Fuera de la iglesia parroquial dedicada a Nuestra Señora de la Asunción, que es espaciosa, de buena fábrica y con altares muy regulares, y en la que tiene una lindísima capilla reedificada y adornada con lujo nuestro apreciable amigo D. Juan de Albisua, dedicada al Santo Cristo del Sepulcro (La capilla ha sido pintada en el año pasado por nuestro amigo el joven D. Román Sanz, de Sacedón), y de las casas de D. Francisco Tobar, catedrático de leyes de la Universidad de Madrid, y de las de D. José González Sanz, el caserío no destaca, pero es cómodo en lo interior. Este pueblo pertenece al ducado del Infantado, hoy de Osuna, cuyo señor poseyó un fuerte castillo en la población, sobre cuyas ruinas se halla el cementerio en la cima de un cerrillo.”

   De sus viajes por la provincia, como un siglo después hiciese el Nobel Camilo Cela, se ocupó la prensa de la capital del reino: “Como hace ya más de doce años que el Sr. Castellanos estudia este país recorriendo de pueblo en pueblo y visitando minuciosamente sus términos, en los que ha hecho a su costa excavaciones, levantando planos y adquirido la propiedad de algunos monumentos antiguos, se espera que su obra arqueológica sobre la Alcarria será muy útil para nuestra historia nacional y en particular para las de aquellas provincias”.

   Que lo fueron, sin duda, puesto que fue el primer propagandista de una tierra a la que la gente gustó siempre viajar.

 

  

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la Memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 29 de mayo de 2024

 

 

SALMERÓN, HISTORIA, PAISAJE Y GENTES (Pulsando aquí)

 

 

 

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