sábado, junio 29, 2024

EL GRECO EN ALMADRONES

 

EL GRECO EN ALMADRONES

Su Iglesia acogió, en los últimos siglos, uno de los Apostolados más conocidos del pintor

 

   Almadrones se levantó al pie de uno de los caminos más transitados de esta parte de Castilla, o de la provincia de Guadalajara. O tal vez el camino surgió al pie de Almadrones; es el caso que, desde siglos atrás, por aquí anduvieron cuantos desde Madrid o Guadalajara trataban de llegar, por el camino más corto, y sin duda cómodo, a la capital del reino de Aragón. A su pie, del camino, surgirían las numerosas paradas, o ventas, en las que hacer un alto, entre otras cosas para que las diligencias cambiasen el tiro, tomando caballos de refresco; o los viajeros estirasen las piernas, pues en el viaje, dos o tres siglos atrás, a través de estos caminos, se empleaban veinte o treinta horas, con nieve algunas más; teniendo el inconveniente de que, por las partes más arriscadas, podían salir los salteadores que, en más de una ocasión, dejaron a los viajeros con lo puesto.

   Almadrones fue parte de la extensa tierra del Común de Atienza, desde los tiempos de la reconquista, hasta que la majestad de la reina María de Aragón, consorte de don Juan II, desgajó del común la práctica mitad de su territorio para ponerlo en manos de María de Castilla cuando esta contrajo nupcias con Gómez Carrillo, creándose nuevo y amplio señorío que, con el tiempo pasaría mayoritariamente al ducado del Infantado.

   En él se encontraba ya en los siglos XVII-XVIII, cuando por aquí anduvo don Miguel del Olmo, sin duda, una de las figuras más interesantes para Almadrones en este tiempo.

 

 


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Las calzas y las peras del Obispo

   Fue el título de uno de los artículos curiosos que mediada la década de 1940 dio a la imprenta quien a la sazón era cronista provincial, D. Francisco Layna Serrano; a través de él nos daba cuenta de una visita llevada a cabo a la iglesia de Almadrones cuando, camino de Luzón, aquí hizo un alto para descubrir el entorno, y parte de su historia, a las puertas del verano de 1935: “en rápida visita, con objeto de comprobar si, conforme a las referencias que tenía, había allí suficientes cosas que justificaran una estancia detenida al año siguiente, para realizar un estudio sosegado y completo de todo. Efectivamente, encontré materiales sobrados para una publicación interesante, pero ya no volví…” Porque llegó 1936 y se suspendió una parte de la vida.

   Sí que descubrió los renglones de la vida de uno de los muchos obispos que la tierra de Guadalajara ha dado a la iglesia, don Miguel del Olmo y de la Riva, que lo fue de Cuenca, cuando la edad comenzaba a pedirle cuentas: “fue persona doctísima, humilde y piadosa, distinguiéndose por su caridad y blandura de carácter, pues jamás se dejó llevar de la ira ni castigó nunca a quienes lo merecían, prefiriendo volverles al buen camino mediante la persuasión y el recuerdo del deber. De su ingénita bondad y comprensión, aparte de sus actos, ya hablaba el mediano retrato que vi en Almadrones, e incluso aquellas anchas medias rellenas de paja, propias de un hombre gordinflón y pacífico, que si acaso pecó fue con la gula…” Y es que nuestro cronista advirtió, colgadas de una pared dos enormes calzas moradas con el color desvaído, semi recubiertas de polvo y rellenas de paja, pertenecientes al obispo; quien donó a la iglesia de su pueblo su traje de corte, incluido el calzado; parte de la vestimenta debió de servir para vestir a los santos de la iglesia; al parecer, dada la envergadura de nuestro hombre, a aquellos les faltaba cuerpo.

   Don Miguel nació en Almadrones, donde recibió las aguas del bautismo el 27 de abril de 1654. Todo hay que decirlo, pues el apellido nos lleva a tierras del río Salado; su padre era natural de La Riba de Santiuste; de Almadrones la madre que, como fuese tradicional en este tiempo y gentes de bien, fue a dar a la luz al lugar de su nacencia. Al cabo del tiempo, cuando don Miguel se hizo el hombre respetable que llegaría a ser, legó parte de sus bienes a su localidad natal de Almadrones, sin olvidarse de la tierra que dio vida a su apellido paterno, Riba de Santiuste o Palazuelos, entre otros puntos.

   D. Juan-Catalina García López, siguiendo a los cronistas conquenses que esbozaron la vida y hechos de don Miguel del Olmo, nos terminará diciendo que fue, entre otras cosas, Inquisidor de Llerena y Toledo, auditor del Tribunal de la Rota, arcediano de Alarcón y, por último, el 7 de marzo de 1706, tomó posesión del obispado de Cuenca.

   Don Trifón Muñoz Soliva, en su historia de los obispos de Cuenca nos dice que fue uno de los mejores obispos de la historia de aquella: “Doctísimo y humilde, celoso y lleno de piedad”. Y García López: “Buen Prelado, muy amante de la caridad, como probó con sus limosnas, obras y mercedes, dejó sus bienes al morir al arca de la limosna de Cuenca, donde falleció a 28 de febrero de 1721. Siendo enterrado en la capilla mayor de la catedral”.

 

Los Grecos del Obispo

   Numerosos fueron los bienes que don Miguel poseyó, ante todo en obras de arte, como lo prueba el que distribuyese ornamentos por las iglesias de su devoción, desde aquellas por las que pasearon sus antepasados, a la de Pareja, en cuya villa, como entonces perteneciente a los obispos conquenses, pasó largos meses.

   A Almadrones ya habían llegado años atrás algunas reliquias que remitió desde Roma don Miguel: de Santa Victoria, San Jurriano, San Vicente, Santa Savina, San Leoncio, San Justino, San Paulino, San Constante y San Carlos Borromeo.

    También llegarían a la iglesia de Almadrones en el siglo XVII, sin que se concrete fecha ni pueda darse cuenta con total certeza por cuenta de quién, el conocido como “Apostolado”, colección de cuadros o lienzos atribuidos a la genialidad pictórica de El Greco. Del mismo modo que se atribuye al obispo don Miguel del Olmo la donación. Cuadros que pudo ver el cronista Layna Serrano cuando visitó Almadrones en 1935: “que por estar muy sucios y mal iluminados no permitían discernir su mérito real vistos a la ligera, pero cuya factura me hizo pensar si serían de El Greco o de su escuela al menos, y esto mismo parece que había opinado antes el erudito don Elías Tormo”.

   La trayectoria de los lienzos nos la descifró el historiador García de Paz en su significativa obra: “Patrimonio desaparecido de Guadalajara”, al darnos señales de aquella: “En plena Guerra Civil de 1936 se encontraron una serie de cuadros dedicados a Jesús y sus Apóstoles colgados en la iglesia parroquial de Almadrones (Guadalajara). Son lienzos de 0,72 por 0,55, datados entre 1610 y 1614. Estos lienzos son unos de los varios “Apostolados” que Domenikos Theotocopoulos “El Greco”, hiciera en su estudio toledano, tres completos, tres incompletos y otros dos que no está claro si eran del pintor o de sus discípulos”.

   Los cuadros, en aquellos días oscuros de 1936 fueron trasladados a Guadalajara, al Fuerte de San Francisco; después hicieron un alto en el Museo del Prado, de donde debían de volver a Almadrones, como a otros lugares fueron las piezas requisadas a fin de evitar su pérdida, en los primeros años de la década de 1940. Pero el “Apostolado” de Almadrones, en lugar de regresar a sus paredes, inició vuelo hacia otros lugares; el entonces obispo diocesano decidió que, para restaurar tanto patrimonio como quedó desecho, podían aquellos lienzos ser parte de la obra; de esa manera, cuatro quedaron en el Prado y el resto tomaron el avión camino de América; y por allí andan, por los museos americanos de Los Ángeles, Indianápolis o Texas. A Almadrones, con el paso del tiempo, llegaron sus copias.

   Si don Miguel del Olmo levantase la cabeza…

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 28 de julio de 2024

 


 

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El libro de Almadrones

 

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