sábado, febrero 24, 2024

GUADALAJARA, EL DÍA DE LA LUZ

 

GUADALAJARA, EL DÍA DE LA LUZ

Toda una fiesta, se celebró en el mes de febrero de 1897, con motivo de la llegada de la electricidad a Guadalajara

 

    Aquel sábado del mes de febrero de 1897, la calle del Museo, frente al número 22, a eso de la caída de la tarde, se encontraba a rebosar de un público expectante y lleno de admiración por los cambios que la ciudad había experimentado en apenas unos pocos meses. Daba la sensación de que el pueblo entero, la señorial capital de la Alcarria y la provincia, hubiese decidido en semejante fecha y tarde echarse a la calle, a aquella calle en particular, con un único fin: presenciar un espectáculo único, de los que tan solo se dan una vez en la vida; después los ojos se acostumbran a la luz y ya no es lo mismo. Los guadalajareños conocían que ese día y tarde pasaría, como lo hizo, a la historia. Allí, tras los muros del edificio al que todos los ojos se dirigían, se encontraba la maquinaria de la Central Eléctrica.

   No hicieron faltan pregones para congregar a los vecinos, de la ciudad y de poblaciones cercanas; y a tanto llegó el gentío que el Sr. Alcalde, a la sazón don Manuel María Valles y Carrillo, se vio precisado a emitir a media tarde la orden terminante de que se prohibiese el acceso de más público a la calle, que en parte hubo de ser desalojada. Pues se temía que las primeras autoridades no pudiesen llegar, como se pretendía, desde el Ayuntamiento al lugar en cuestión.

   Sin duda fue uno de los grandes días para el Sr. Alcalde, para quien era su último año en el cargo; en aquellos las alcaldías se renovaban por mitades anualmente y los alcaldes, en la mayoría de los casos, con el fin de evitar algunas corruptelas, cosa que no siempre se lograba, permanecían en el puesto por término medio dos años. El Sr. Valles entró en la Alcaldía con el inicio del año 1896, dejándolo al final del presente en manos de don José Sáenz Verdura.

 

   Todo hay que decirlo, ya que, tal vez, el apelotonamiento de curiosos, a más del acto histórico que estaba por llevarse a cabo, buscaba otra cosa, pues con motivo de la inauguración que iba a tener lugar, se repartirían entre los vecinos, con preferencia pobres, y no eran pocos los necesitados en la capital y alrededores, nada menos que dos mil bonos de pan, y, en unos tiempos en los que la hambruna era general, a Guadalajara no sólo llegaron los pobres hambrientos de los pueblos vecinos, algunos recorrieron los kilómetros que fueron precisos con un único fin: matar el hambre, acaso por un par de días. Dos mil bonos que, traducidos a dinero, resultaron ser un total de quinientas pesetas, donadas al Ayuntamiento por los directores de la Compañía Eléctrica, entregadas por su Administrador, don José Caballero. Tan importante era el evento para la ciudad, y necesitados estaban los obreros, que el consistorio en lugar de gastar en francachelas, añadió las doscientas cincuenta pesetas destinadas a su convite, para repartirlas entre sus ciudadanos.

 


El 27 de febrero de 1897

   Esa era la fecha que marcaba el calendario, que como decimos, cayó en sábado. Día en el que, a la estación de Guadalajara, a bordo del tren corto, y desde Madrid, llegaron algunas ilustres personalidades, entre ellas don Álvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones, casi en los inicios de su ascenso político hacia los altos estrados del reino, a la sazón Diputado provincial, después de haber sido, durante los dos años anteriores, Alcalde de Madrid.

  Poco antes de las seis y media de la tarde, cuando la oscuridad rendía las calles de Guadalajara, se fueron abriendo paso las autoridades todas de la ciudad y provincia, reunidas a las puertas del consistorio, pues al acto concurrieron no solo el Sr. Alcalde acompañado por la totalidad de sus concejales; en unión del Sr. Conde de Romanones; también asistió el Sr. Gobernador Civil de la provincia y, por supuesto, las autoridades eclesiásticas y militares.

   Debido al gentío, que hizo que algunos de los personajes que habían de intervenir llegasen tarde, el acto se retrasó todavía un poco más, por lo que en lugar de las seis y media en que estaba fijado el comienzo de los discursos, dio inicio a las siete de la tarde, por supuesto, con noche ya cerrada sobre los cielos alcarreños, lo que añadía ese toque de misterio que había de romperse en el momento en el que alguien apretase el botón, o girase la palanca.

   A esa hora, el Sr. Arcipreste, párroco de la iglesia de San Nicolás, don Nicolás Vázquez, tomó el hisopo y aspergeó con agua bendita la reluciente maquinaria, previo paso a ponerse en funcionamiento, bendijo primero el generador de vapor y luego las máquinas, al tiempo que dedicó unas palabras a hablar de algunos hechos consignados en el viejo y nuevo Testamento, uniendo aquello con el progreso científico y la prosperidad social y espiritual que, a partir de entonces, se gozaría en Guadalajara.

   Al Sr. Gobernador, con oficios también de presidente de la Diputación provincial, don Francisco Javier Betegón, le cupo el gran honor de, a las siete y quince minutos de la tarde, exactamente, apretar el botón que ponía en movimiento la primera máquina; al botón de la segunda le dio la orden el dedo del Sr. Alcalde, y un instante después, para la ciudad entera de Guadalajara había desaparecido la noche, las bujías, por medio de la electricidad, iluminaban calles, paseos, plazas y plazuelas, y un ensordecedor aplauso hacía retemblar los edificios. Los ojos de los guadalajareños no salían de su asombro. Guadalajara se acababa de iluminar hacia el progreso.

 

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Un día de fiesta

   A las siete y media, las calles se hallaban completamente llenas de gente que buscaban conocer el sentimiento nuevo de ver la ciudad iluminada, mientras que la banda de música municipal, dirigida por don Pablo Gil Blesa, desde los balcones del Ayuntamiento, no cesaba de ejecutar las más conocidas composiciones, que los guadalajareños seguían y aplaudían agitando banderolas, gracias al día festivo que patrocinaba la Sociedad Eléctrica de Guadalajara presidida por don Isidoro Lastra. El Ayuntamiento, dadas las circunstancias por las que el reino atravesaba, no hizo más gasto.

   Una novedad, traían las maquinarías recién inauguradas en la sede de la calle del Museo de Guadalajara. La electricidad, al contrario de lo que acaecía en otros puntos en los que ya se había experimentado tan importante beneficio para la sociedad, no se generaba por turbinas de agua a través de los viejos y siempre útiles molinos harineros, como venía siendo corriente; sino por motores de agua y generadores de vapor, cuyos sistemas ya alumbraban grandes ciudades españolas como Barcelona, Madrid, Santander o Bilbao; la caldera, nos decían, se alimenta por un inyector o bien por un caballete de vapor, aspirando los dos aparatos de un gran depósito construido delante de la caldera, y toma el agua de la cañería derivada de los manantiales de Torija.

   Los motores funcionaban a 190 revoluciones por minuto, pudiendo trabajar con condensación, o a escape libre. Dos eran, al uno se le bautizó como “Manuela”; el otro recibió el nombre de “Rosario”. Sin duda, el nombre de hijas y esposas de los promotores, como también era costumbre.

   Las dinamos eran dos, de corriente continua, su potencia de 15.000 watts cada una, enrrolladas en derivación; desarrollan una fuerza eléctrico-motriz de 120 a 130 volts a la velocidad de 850 revoluciones por minuto. La maquinaria toda procedía de Alemania.

   Concluían nuestros colegas de la prensa diciéndonos que: “En suma, que la noche del 27 de febrero de 1897, será siempre recordada con agrado y gratitud por los habitantes de Guadalajara, y que su municipio, a pesar del estado precario porque atraviesa, se ha hecho acreedor al aplauso de sus representados, por la realización de tan importante mejora”.

   Claro que, dos días después, a las autoridades se las pedía que tomarán cartas en el asunto ya que, un mozalbete, afinó la puntería de su tirachinas contra la primera de las 120 bombillas que iluminaban la ciudad; la de la plaza del Jardinillo. Cosas que pasan.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 23 de febrero de 2024

 

 

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