sábado, enero 13, 2024

LA CABALLADA DE BRIHUEGA

 

LA CABALLADA DE BRIHUEGA

Brihuega conservó, sin duda, uno de los mayores calendarios festivos de la provincia

 

   Ha sido y es, sin duda, a través del tiempo, la hermosa villa de Brihuega, una de las poblaciones que más festejos tradicionales nos ha legado a la hora de, si llegase el caso, elaborar la amplia enciclopedia de todo lo que en esta provincia se vivió y ha ido quedando en el archivo de la memoria; siempre rescatable a través de las páginas de su historia. Algunas obras han ido recogiendo los festejos que han llegado a la actualidad, en ocasiones llenos de colorido, que animan jornadas invitando a la excursión y conocimiento, y junto a ello, conocer historia y monumentalidad del lugar al que nos dirijamos. Todos y cada uno de nuestros pueblos, grandes y pequeños, tienen algo que mostrar, algo desconocido, algo por descubrir. Y todavía se sigue manteniendo el interés por la ampliación de esos estudios. De los que quedan algunas imágenes, como de sus monumentos o paisajes; a mi amigo Abelardo Mazo, de Brihuega, debo las que ilustran esta memoria.

   A través de numerosas obras encontraremos detalles que, en la actualidad, siempre nos llamarán la atención, si bien en la mayoría de los casos los grandes estudiosos de nuestra etnografía y folklore casi siempre se ocuparon de pequeñas poblaciones; pasando por alto algunas de recia historia, como es el caso de Brihuega, a la que dedicó amplios trabajos en torno a su historia y leyendas su cronista, don Antonio Pareja Serrada; poblaciones, antiguas capitales judiciales, que tanto tienen todavía por enseñar en cuanto hace a su legado histórico-costumbrista. Los grandes historiadores no se ocuparon de la nota etnográfica, dejándola de lado, en beneficio de otro tipo de festividades.

   Pero hubo, al menos desde mediados del siglo XIX, numerosos corresponsales, llamados de prensa, que desde las distintas poblaciones fueron contando, a través de periódicos, revistas y semanarios, lo que sucedía en sus lugares de origen, las pequeñas historias del día a día; la fiesta, la reunión social, la celebración del patrón, la feria…; legándonos, sin pretenderlo, la reseña que en otras obras echamos en falta.

 


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San Antón y San Sebastián por nuestros pagos

   El calendario festivo de Brihuega, como en la mayoría de nuestros pueblos, comenzaba con el nuevo año y sus rondas; en la actualidad centradas en la Nochebuena, pero que hasta no demasiados años pasearon su música por las calles a lo largo de todo el mes de diciembre y parte del de enero, concluyendo sus actos en la Epifanía, cuando comenzaba un nuevo ciclo festivo, de invierno, que nos llevaría a la celebración de los “Santos del Frío”, San Antón, San Sebastián, la Candelaria, Santa Águeda o San Blas, como introductores del Carnaval, y preludiando el silencio cuaresmal.

   San Antón y San Sebastián son dos santos con amplio predicamento provincial; el primero patrón de los animales; el segundo festejado por los municipios. Raro es el rincón en el que a cualquiera no se le rindió culto. San Sebastián se festeja en Zarzuela de Jadraque; al igual que en Zaorejas; los Yélamos; Valdesaz; Valdeconcha; Valdearenas; Trijueque; Torrebeleña; Terzaga; Jadraque…, y un ciento más; siendo costumbre, en no pocas de estas celebraciones, el encendido de hogueras, así como la entrega a los asistentes a los oficios, por cuenta de concejos o cofradías, de una caridad, consistente en la mayor parte de las ocasiones en una ración de pan, queso y vino; la caridad del santo. De la misma manera que en Cogolludo se elaboran los “molletes”, a base de masa dulce.

   No menor predicamento provincial tiene la festividad de San Antón, en cuyo día se dio solaz a los animales de labor, para que ellos, como parte importante de la vida rural, también lo festejasen. En muchas poblaciones fueron llevados mulas, asnos o bueyes de labor, al entorno de la iglesia, para que durante los oficios religiosos recibiesen la bendición del santo, en costumbre que hoy se ha traspasado a todo tipo de animales de compañía, o mascotas.

   A San Antón rindieron y rinden culto, con fiestas mayores, en Jadraque, iniciándose en lo antiguo con la llegada de la llamada Corrompé (gaita y tambor) que tiene la facultad de dejar medio sordos a todo el mundo; nos contaba su cronista en los inicios del siglo XX, encendiéndose la víspera, a la puerta de los hermanos de la cofradía, no pocas hogueras que a lo largo de ella eran visitadas por la música y el acompañamiento, estando obligado el amo de la casa a dar vino a quienes a su puerta se acercaban. Fiesta fue en Campillo de Ranas, Bustares, Bujalaro, o Palazuelos, en donde entraban los pastores al son de sus cencerros, que continuaban haciendo sonar en algunos momentos de la misa mayor, dando pie a conocerse aquello como “la cencerrada de Palazuelos”.

   En Moratilla de los Meleros se acuñó el baile del “japé”, con motivo de la festividad de San Antón; por cuyas calles los cofrades repartieron anisillos, vino y, por supuesto, el queso y el pan bendito, elaborado para la ocasión.

   Costumbre es, en muchos lugares, el encendido de las hogueras, que han de librar a los animales de la enfermedad; más si las saltan, como en tantas poblaciones se hizo, y continúa haciendo, entendiendo que este es mejor remedio para librarlos del mal que la contratación y pago anual de la “saludadora” que les libraba del mal de ojo o de la rabia.

 

 

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La Caballada de Brihuega

   La Cofradía, y la imagen de San Antón de Brihuega pertenecían a la iglesia de San Miguel; y hasta sus puertas, cuentan las viejas historias, llegaban la víspera de la función gaita y tambor, a lomos de sus asnillos, procedentes de Ruguilla o Azañón, tierra de buenos gaiteros; alojándose después en la posada de la Estrella. Aquella misma tarde, junto a los cofrades, paseaban por la calle su música, con el acompañamiento del famoso “cochino de San Antón”, al tiempo que se iban vendiendo las papeletas para su rifa, que sería al día siguiente, después de la función mayor. Al oscurecer se prendían las hogueras que, a lo largo de la noche, habían de iluminar la oscuridad briocense a través de la que los animales de labor habrían de verse libres de cólicos y torceduras.

   Tras la misa mayor, se iniciaba la procesión. Al frente de ella, decenas de animales, mulas, asnos y caballos, ricamente enjaezados, llevados por sus dueños, o con ellos a sus lomos, formando la gran “caballada” de la que Brihuega siempre presumió.

   Terminada la misa, nuevamente se ponía en marcha la comitiva, precedida de gaita y manda (recadero), recorriendo los hornos de pan cocer, donde la mujer labradora ofrecía sus roscas al Santo, que eran cargadas en un nuevo serón que llevaba una mula torda, y cuyas roscas eran después repartidas entre todos los hermanos. Era magnífica la procesión por la tarde, una gran caballada abría paso a la misma, mezclándose el humilde jumento con el caballo de pura raza, todos ellos enjaezados, con mantones, edredones y vistosos lazos de vivos colorines. Y como remate de esta, el baile en la plaza del Coso, donde las personas mayores enseñaban el “corre-corre” a la juventud al compás de la gaita y el tamboril”. Nos contaban las crónicas.

   Común a todas estas festividades fue la de ofrecer, al día siguiente, una misa de difuntos por los cofrades que pasaron a mejor vida a lo largo del año, y por la tarde de este mismo día, a las puertas de la iglesia de San Miguel, tenía lugar la rifa del “cochino de San Antón”: sacando papeletas y más papeletas, hasta que salía la “alhaja”, que era un papel blanco que daba la suerte al número o boleto sacado anterior a ella.

   Costumbres, y caballadas, que nos remiten a las de nuestras villas; a un tiempo pasado que permanece fresco en la memoria de nuestro folclore.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 12 de enero de 2024

 

 

 

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