viernes, diciembre 15, 2023

LA MULA BLANCA DEL OBISPO DE SIGÜENZA

 

LA MULA BLANCA DEL OBISPO DE SIGÜENZA

En unos días hará entrada en Sigüenza, a lomos de mula blanca, su nuevo Obispo

 

   En unos pocos días ha de vivir Sigüenza uno de esos fastos que la convierten en capital, no solo del obispado, de la provincia también, puesto que, en apenas unos días, las autoridades civiles y militares acudirán a recibir, del nuevo obispo, la bendición; después de que este cumpla con un ritual que, siglo a siglo, se viene escribiendo desde el XV o el XVI, o….

 

A lomos de mula blanca

   Puede que uno de los textos más antiguos en torno a la mula blanca sobre la que cabalgan las autoridades eclesiásticas en día glorioso como el que se avecina, sea el que refleja la entrada del Papa Benedicto XIII, el Papa Luna, en Valencia.

   Allá acudió, camino del refugio de Peñíscola, arropado por un inmenso cortejo, en el que no faltaron ni las tropas militares, ni los caballos ni las mulas blancas, con y sin cabalgadura. En alguna de ellas hicieron su entrada quienes lo acompañaban, por delante de Su Santidad quien, a lomos de mula blanca, se dirigió a la catedral valenciana, una mula blanca con mantas encarnadas de grana, que llegaban hasta la tierra; el calendario marcaba la fecha del 14 de diciembre de 1414.

   Los Papas de Roma, cuando eran elegidos para el pontificado fuera de la ciudad eterna, entraban en ella a lomos de la blanca mula; y cuando se movían por la ciudad, al frente del cortejo solía ir, abriendo calle, el subdiácono apostólico, portando la cruz, a lomos de blanca mula. Y cuando acudían a tomar posesión, como obispos de Roma, a San Juan de Letrán, el paseo desde el Vaticano palacio lo hacían en la blanca mula de marras, ricamente enjaezada. Cuenta la historia que el último Papa que cabalgó a lomos de mula hasta San Juan de Letrán fue Pío VII, en 1775; Pío VIII, su sucesor, hizo el tránsito en carroza, subiéndose a la mula el subdiácono; al igual que Pío IX.

EL VALLE DE LA SAL, LA NOVELA DE UNA TIERRA
 

 

Algo de la mula blanca

   La blancura de la mula no significa otra cosa que la pureza que ha de acompañar a la dignidad de Su Ilustrísima, y el montar en dicho animal, es de suponerse que la humildad, tratando de emular históricamente la entrada que Jesús hizo en Jerusalén a lomos de un asno. No faltarán, a lo largo de la historia, obispos que, en sus obispados, pues la costumbre de la entrada a lomos de mula blanca fue común a todos los conocidos, en lugar de mula empleó caballo blanco con sus correspondientes gualdrapas encarnadas, como fue retratado nuestro Cardenal, don Pedro González de Mendoza por Manuel Peti Vander.

   El ceremonial escrito de estas entradas data de los años finales del siglo XVI, o del XVII en sus inicios, aunque lo de la mula, como vimos por el Papa Luna, ya existía desde mucho tiempo atrás.

   Gaspar de Villarroel ya nos dice, en el siglo XVII, cómo ha de ser la entrada del obispo en la ciudad sede de su catedral: en una mula ricamente aderezada, limpias las calles, y en todas ellas esparcidas flores… El ceremonial también dice que ha de ser recibido por las autoridades y, bajo palio y en procesión, llegar a la catedral. La mula, enjaezada de morado, dirigida por el pertiguero.

 

Costumbres que se van perdiendo

   La entrada en la capital del obispado a lomos de mula blanca fue costumbre hasta no hace demasiado años, como anteriormente dejamos escrito, en la práctica totalidad de los obispados; la mecanización y costumbres modernas han ido desechando estas manifestaciones que nos mandan prácticamente a la Edad Media; a pesar de que todavía nos quedan los documentos gráficos de magistrales entradas en sus sedes de algunas eminencias; tal el caso de quien fuese arzobispo de Zaragoza, en la década de 1960, monseñor Cantero Cuadrado, quien recorrió la ciudad a lomos de la blanca mula; y lo mismo se hizo por Toledo, Oviedo, Huesca, y… tantos lugares más.

   El primer obispo de Madrid, el molinés Martínez Izquierdo, ya no llegó a tiempo de entrar en la capital en mula blanca, lo hizo en carroza tirada por caballos, después de pasar la noche de la vela en Majadahonda. A las puertas de Madrid lo aguardaron las autoridades.

 


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La mula del obispo de Sigüenza

   Al Sr. Obispo de Sigüenza, otrora uno de los obispados más prósperos del reino, dependiendo de cómo, o de donde llegue, la mula le aguarda, se supone, en uno u otro punto, pero le aguarda

   A don Fray Mateo de Burgos, que fue obispo en los albores del siglo XVII, lo esperó en la antigua puerta de Guadalajara, pues su eminencia hizo tiempo para la entrada en los salobrales del camino de Moratilla. Don Fray Mateo llegaba desde Pamplona, y la mula, en contra de su voluntad, como entonces mandaba la tradición, fue herrada con herraduras de plata, que terminaban desgastándose con el paseo a través del empedrado de las calles, al que arrancaban alguna que otra chispa, al tiempo que el acompañamiento lanzaba monedas al aire que disputaban cuantos, para ver el espectáculo, acudían a la ciudad en donde, para ese día, tenían garantizado el pan.

   A don Fray Toribio Minguella, quien llegó a la ciudad episcopal en tren desde Madrid, con el acompañamiento de las autoridades locales y provinciales, que fueron subiendo a los vagones en las estaciones del tránsito, la mula lo aguardó a las puertas de la estación. Y a sus lomos hizo entrada en la ciudad entre las aclamaciones del pueblo.

   A otras eminencias, que vinieron a Sigüenza por la carretera de Zaragoza, haciendo estación de penitencia en el Santuario de Barbatona, la mula, y su mulero, lo aguardó a los pies del inmenso castillo, alcazaba o fortaleza, que domina la ciudad.

   Las mulas procedían de cualquier lugar del obispado en el que, hasta no hace demasiados años, las acémilas de su clase se contaban por cientos, de todos los pelajes; y cualquiera se prestaba a dejar la mula para semejante jornada. En Zaragoza, para su arzobispo, la mula la solía prestar el cuerpo de Artillería de la ciudad.

   Al día de hoy los obispados en los que se mantiene la costumbre de que el obispo entre caballero en mula, que parece que tan sólo son dos, el nuestro de Sigüenza y el vecino de Orihuela, ya suele haber algún que otro problema a la hora de hallar mula de pelaje albo.

   Quizá por ello cuando don José Sánchez hizo su entrada en Sigüenza, el domingo 17 de noviembre de 1991, en lugar de llegar al lugar en el que había de vestir las ropas talares a lomos de mula blanca, llegó en un caballejo de blanco pelaje que le trajeron desde Molina y que, por la estética, podía dar el pego.

   Al anterior obispo le encontraron mula por Bujalcayado, según cuentas, y a sus lomos hizo la entrada en la ciudad en 2011.

   Contándolo nos entrábamos, la entrada de don José Sánchez a lomos del caballejo molinés, a los postres de uno de esos almuerzos en los que concluye una jornada etnográfica. En tierra de mulas, o sea Maranchón, cuando quien servía el ágape, en la antigua Posada, atento a la charla de la mula blanca, lanzó lo de: “Y era mío”.

   De Miguel Ángel Miguel, quien recordaba que el animal no era de mucho fiar, brusco y tozudo como una mula –quizá como la mula del Papa, que siete años guarda la coz, pues tiene buena memoria-, eso sí, los aparejos continuaban siendo los que elaboró, el tiempo perdió de ella su memoria, doña Teresa Huertas, de Tortonda.

   Será, sin duda, un día para recordar, la entrada del obispo a lomos de su mula, como la tradición manda.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 15 de diciembre de 2023

 

 


 

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