MIGUEL DE FUENTES; DE FUENTES DE LA ALCARRIA
Es considerado el primer protomártir del Nuevo Mundo
Si pusiésemos de fondo, a la lectura de estas apretadas líneas la genial música de Ennio Morricone y nos asomásemos a cualquiera de las inmensas cataratas que hacen crecer las aguas del Amazonas, podríamos figurarnos, perdiéndose bajo la cúpula eternamente verde de las selvas de Colombia o del Perú, en lugar de a Jeremy Irons interpretando al Padre Gabriel, al mismísimo Miguel de Urrea quien, dos siglos antes, en los años finales del XVI, dejó su localidad de origen, hoy Fuentes de la Alcarria, para marchar al Nuevo Mundo con la pretensión de evangelizar a los indígenas de aquellos lugares, en los que fundó su Misión. Viene a la memoria en este mes, en el que se rememoran los días en los que un castellano, quizá de Guadalajara, llegó a un, hasta entonces, desconocido Continente.
Fuentes de la Alcarria, hermoso y por descubrir
Lo contaba el cronista Layna Serrano cuando, de camino a Brihuega, llevaba a los grupos de excursionistas que comenzaban a desparramarse por la Alcarria. De paso, desviando al autocar de la ruta señalada, lo hacía llegar hasta la entrada de Fuentes. En aquellos tiempos, los de las décadas de 1950 y 1960, cuando nuestro hombre acarreaba visitantes a nuestros pueblos, las carreteras no permitían el tránsito acelerado de los vehículos, ni las calles de Fuentes admitían el trasiego de coches. Fuentes era, en su universo enrocado, un lugar exclusivo para la admiración de sus vecinos, e introducirse en la historia, lejana y soñadora de los siglos XVI o XVIII.
Del siglo XVI porque en este fue cuando a don Felipe II se le ocurrió vender la villa a uno de esos personajes que dejan huella más allá de las fronteras de su lugar de origen, en este caso Madrid, pues fue don García Barrionuevo de Peralta, tal el personaje, uno de esos a los que la televisión, en tiempos de sosiego, podía dedicarle una serie para contar su historia. Una historia que nos conduce al viejo Madrid en el que don García dejó pasar su existencia.
Bueno, al viejo Madrid, y a la Villa de Fuentes, pues apenas adquirida, en unión de Valdesaz y algunas otras poblaciones del entorno, decidió dedicar una parte de su importante capital a la mejora de la Villa que nombraría cabeza de sus señoríos, empezando por reconstruir su castillete, a la entrada de la población, y alzar prácticamente de planta nueva su iglesia. Hay quien opina que lo de la iglesia lo hizo con intención de llevar a reposar sus huesos bajo las losas de su suelo, pero no era así. Don García ya tenía adquirido lecho de reposo eterno en la iglesia madrileña de San Ginés, donde sus descendientes situaron la escultura en bronce que talló Michelangelo Nacherino, a semejanza de la que Pompeyo Leoni labró de Carlos V.
También llevaron a la iglesia de Fuentes el retrato en madera, semejando mármol, de don García, su mujer y sus hijos, lo que llevó a pensar en algún tiempo que, bajo aquellas, hoy desaparecidas bajo la acidez de los años que mediaron entre 1936 y 1939, se encontraban sus restos. Pero no. Sus huesos reposaban en San Ginés tras una leyenda, que adaptamos a nuestra era, y que definía la vida y obra del Señor de Fuentes: “Aquí Yace García Barrionuevo y Peralta; Caballero del Hábito de Santiago, Señor de las Villas de Fuentes y Valdesaz, que con sus virtudes correspondió a la nobleza de su linaje. Fue modesto, templado liberal con los vivos, piadoso con los muertos, amparo de los pobres y necesitados. Murió en paz, lleno de días y de buenas obras, de edad de 93 años, en 9 de del mes de febrero de 1613”.
La leyenda, y la obra escultórica, la mandó poner su hijo don Gerónimo, que fue cura de armas tomar en Sigüenza y dejó para la posteridad una obra literaria que tanto tiene de crítica como de chistosa, o página de sucesos, y a la que puso por título “Avisos”, que en seis tomos recopiló don Antonio Paz y Meliá. A don Gerónimo lo mandaron a pasar una temporada a Fuentes, para apagar sus ardores críticos, y no queda la menor duda de que escandalizó al pueblo a través de su barragana, o ambos juntos.
Al padre, don García, le queda la honra de ser, hoy por hoy, el hombre que mayor número de oficios religiosos dejó en herencia, para su eterno descanso y el de las almas del Purgatorio. Desconocemos si se han llegado a oficiar las más de trescientas mil que dejó pagadas al morir.
FUENTES DE LA ALCARRIA, SU HISTORIA Y SU CRÓNICA (Pulsando aquí)
Los Urrea de Fuentes
Se ignora la manera en que tuvieron de llegar a Fuentes los Urrea. Es de suponerse, dadas las líneas que dejó uno de ellos, don Miguel, el arquitecto, que vinieron de la mano de don García para llevar a cabo las obras de reconstrucción de la iglesia, e igualmente podemos imaginar en cuanto al castillete, que se convertiría en palaciego recinto desde el que el rey Felipe V pudo vivir la gloria de la batalla de Villaviciosa. En el palacete debió de hacer noche, y en la iglesia mandó decir los oficios de acción de gracias cuando, después de la batalla, la corona real de las Españas se asentó definitivamente en su cabeza.
Don Miguel de Urrea, el arquitecto, nativo de Fuentes, en donde nació su madre, fue el primer traductor de la obra de Vitrubio y a quien, después de muerto, su impresor, don Juan Gracián, trató de quitarle la gloria, a menos que entre ambos llevasen a cabo los trabajos, no poco penosos, de poner al día, y al orden castellano, la inmensa obra del romano Marco Vitrubio. El arquitecto se llamó como su primo, pues sin duda ambos fueron parientes, el docto jesuita Miguel de Urrea.
Miguel de Urrea, el protomártir jesuita
Es tenido, el Padre Miguel de Urrea, como el primer mártir jesuita que en el Nuevo Continente dejó su vida en aras de sus creencias religiosas.
El padre Miguel nació en Fuentes poco antes de mediar el siglo XVI, en 1545 o 46; su nombre se confunde en el tiempo, pues Miguel de Urrea pasó a ser conocido como Miguel de Fuentes, costumbre religiosa de aquel tiempo.
VALDESAZ, UNA VILLA EN LA ALCARRIA (Conoce más, pulsando aquí)
El padre Miguel, cuando tuvo tiempo y años, después de profesar en religión, y buscando lo que fue corriente en aquel tiempo, la salvación de las almas, partió al Nuevo Mundo, como decíamos líneas atrás. Su historia cuenta que llegó a Lima (Perú), en 1585, y desde allí comenzó su misión evangelizadora en tierras selváticas desconocidas. Fundó colegios de enseñanza y se empeñó en aprender las lenguas indígenas, como forma de colaborar con aquellas gentes. Un día, el de Santiago, década de 1590, dejó la comodidad de Lima, adentrándose en terrenos inexplorados. Y ahí es dónde nos imaginamos a Miguel de Urrea ascendiendo por roquedales bañados por las aguas, entró en tierra de los ciuncianos y de los chunchos, dicen que trepando por escarpadas peñas, atravesando a nado caudalosos torrentes y abriéndose paso a través de espesos bosques… Lo pudo contar quien lo acompañaba.
Miguel de Urrea se hizo un hueco entre aquellas tribus, que lo comenzaron a respetar, y admirar, como hombre sabio y de bien. Por supuesto que no todos, los chamanes de las tribus no vieron con buenos ojos que les trajera creencias de otro Dios, y lo pusieron a prueba: debía sanar al hijo del jefe de una de aquellas tribus; y no pudo. Su castigo fue morir a manos de aquellos. El 28 de agosto de 1597, los chamanes de Torapo lo mataron a golpes de maza.
Su cuerpo se mandó, tiempo después, al Colegio de la Compañía de Jesús, en la Paz. Y es que, en aquellas remotas tierras, también hubo gentes de Guadalajara que buscaron hacer el bien a los demás, de la manera que cada cual conocía.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 7 de octubre de 2022
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