MAZUECOS Y LAS CALABAZAS DEL DÍA DE ÁNIMAS
Del origen de iluminar con calabazas la noche de ánimas
Si don Ceferino Rodríguez y Álvarez, Cura Párroco de Mazuecos en 1925 levantase la cabeza, en lugar de condenar, como lo hizo, a don Deogracias García, al fuego eterno, es más que probable que lo invitase a comer unos puches de leche, dulces y bien luces, en honor de los fieles difuntos y, después, como por muchos lugares de nuestra geografía provincial se hizo, es probable que lo acompañase a embadurnar los picaportes y las aldabas de las puertas, para que los difuntos, en la noche de ánimas, al ir a tocar la puerta… ¡se pringasen!
Pero no, don Ceferino Rodríguez y Álvarez, hombre de carácter, que se enfrentó a todo el pueblo de Mazuecos por aquellos años, y se arrugó ante dos jesuitas que llegaron de Madrid a predicar la doctrina a cambio de unas pesetas y lo molieron a palos, en lugar de ello hizo que el pueblo de Mazuecos se revolviese contra don Deogracias y, prácticamente en procesión, acudieran a su casa, con resultados que, a poco más, y se arma la de San Quintín.
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Don Ceferino, un cura a la antigua
Fue don Ceferino, sin duda, uno de aquellos sacerdotes de arraigadas creencias, luenga sotana y genio pronto, que se dio a conocer a través de la prensa a la provincia entera y media España, pues no perdió ocasión por aquellas alborotadas décadas de 1920, y anteriores, de salir al ruedo de las páginas de los periódicos para rebatir ideas o reafirmar las propias, en el nombre del Señor.
No fueron pocos los escritos que firmó bajo el curioso seudónimo de: “El Cura sin Parroquia”, dando a la luz numerosos cuentecitos de carácter moral. Y no, por supuesto que no era cierto aquello de que no tenía parroquia, puesto que llegó a Mazuecos, para servir la de Santo Domingo en la segunda decena del siglo, poniendo orden en las creencias de sus feligreses. En Mazuecos permaneció hasta poco después de aquel incidente con los jesuitas madrileños.
Los dos frailes llegaron a la población en el mes de marzo de 1931, para llevar a cabo una de aquellas numerosas misiones que por entonces recorrían nuestros pueblos; lo hicieron acompañados por una hermosa joven que les ayudaba a la hora de recaudar las limosnas, es de suponer, que se solicitaban después del rosario de la aurora. Los frailes pidieron a don Ceferino que mientras ellos predicaban él saliese de la población y, como se negó, lo trataron de echar a guantazos. Por fortuna, el sacristán, don Patrocinio Collado, entró en la casa rectoral con los agentes de la Guardia civil de Mondéjar y los guardias solucionaron el asunto, echando a los frailes, y a la moza, de Mazuecos.
Cosas de la noche de las ánimas
Mucho juego, ha dado al folclore patrio la noche de las ánimas castellanas, noche de cementerios, sin necesidad de tener que recurrir a tradiciones de otras partes que, al final, concluyen todas en la misma dirección. Aquello de embadurnar las puertas con gachas la noche de ánimas fue costumbre extendida por la Serranía, en tiempos en los que las gachas formaban parte del menú, poco menos que diario, en los hogares.
Tampoco faltaba la costumbre de dejar, esa noche, sobre las brasas encendidas, el caldero de agua hirviendo debajo de la chimenea, por si las ánimas tenían la ocurrencia de deslizarse sigilosas a través de la oscura boca y penetrar por la cocina. Bajo ella las aguardaba el agua hirviendo, de la que incluso los gatos escapaban. El alarido que habían de lanzar por supuesto que había de despertar a los moradores de la casa, a fin de que, o bien se pusiesen a rezar, o saliesen corriendo como alma que lleva el diablo.
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La tradición de las calabazas de ánimas, y otros asuntos
Es en la actualidad cosa muy extendida esto de las calabazas. Algunas poblaciones tienen a honra ser las primeras en esto de presentar la calabaza iluminada en este día, tal que Tendilla, donde cuentan que se ponían en el camino del cementerio a modo de desafío, mientras sonaban las campanas con el toque correspondiente de la noche de difuntos.
En La Vereda, la misma noche, empleaban los puches, o gachas con miel, para taponar las cerraduras y evitar de esa manera que se colasen los espíritus, al tiempo que, se desconoce desde cuándo, las calabazas iluminadas aparecieron en la noche de ánimas en las ventanas.
Los mozos de Cifuentes las utilizaban, las calabazas, a modo de máscara antes de colocarlas sobre algunas lápidas del cementerio; algo similar hacían por Bujalaro, Torrebeleña o Bustares, al igual que por Albalate de Zorita, que ya se ha convertido en tradición.
Y en tantos otros lugares cuya memoria bastaría para llenar estás páginas, y las siguientes. Por aquí, hasta entonces, las calabazas huecas únicamente se habían utilizado para contener líquidos, o para emplearlas como flotador cuando de ir a nadar al río se trataba.
Don Deogracias García, y las calabazas de Mazuecos
Son pocas las noticias que el tiempo ha dejado en Mazuecos de don Deogracias García Ibares quien, sin duda, fue hombre de mundo y sentimientos. Alguno de sus familiares compartió la vida laboral en el campo con las responsabilidades municipales, y no consta fuese, como el cura don Ceferino lo definió, hombre desprovisto de sentimientos religiosos.
El suceso, que alborotó a la villa entera de Mazuecos, y gran parte de la Alcarria al igual que a la provincia entera de Guadalajara, tuvo lugar esa precisa noche de las ánimas mientras, en palabras del cura, las campanas de la parroquia con sus lenguas de bronce lloraban por los muertos llamando con sus clamores a la oración…
Don Deogracias tomó unas cuantas calabazas de la cosecha propia, les sacó la chicha, les dibujó boca y ojos, y las situó sobre las ventanas de su casa, con una vela encendida. El espectáculo, para quienes acudían a la iglesia, hubo de resultar tan insólito que, enterado el cura, mandó actuar. Y el cura lo contó, pues del suceso se hicieron eco algunos periódicos, situándolo en primera plana: Tan macabra como repugnante iluminación, apareció en la noche de todos los santos en la casa del vecino de esta villa Deogracias García Ibares. La existencia de tan burlona iluminación corrió por el pueblo como reguero de pólvora, y en pocos momentos la casa tan fantásticamente iluminada se vio rodeada de numeroso público, que creyendo (con razón) injuriados a sus difuntos, burlados y escarnecidos sus sentimientos religiosos por el autor de esta salvajada, protestaron enérgicamente lanzando grandes piedras contra la iluminación, hasta hacer rodar por el suelo las calabazas que figuraban cráneos de los difuntos. Rodaron las calabazas, se cascaron los cristales de la casa de don Deogracias, e incluso se derribaron los cables de la luz.
Esta, por el escándalo que se montó, fue, sin duda, la vez primera en las que las calabazas, huecas e iluminadas, aparecieron por los campos de la Alcarria; a Mazuecos, mientras no se demuestre lo contrario, cabe el honor de abrir camino. Sucedió la noche de las ánimas de 1925.
No hubo denuncia oficial de don Ceferino ante las autoridades, que según él ni caso hicieron, pero sí que llamó a las ánimas de la villa: ¡Pobres muertos!: levantaos de vuestras frías tumbas y venid al mundo de los vivos, no para comparecer al Juicio Final, pues no ha llegado aún el tiempo, sino para pedir justicia o venganza, contra el que, olvidándose del fin que le espera, ha injuriado vuestra memoria y profanado los sentimientos religiosos de los que en esa noche lloraban la ausencia de sus seres queridos.
Las ánimas, esa noche, se supone que con el escándalo, no aparecieron. Pero a partir de aquí, como por ensalmo, la noche de ánimas, por la Alcarria y más allá, se llena de calabazas huecas, iluminadas por dentro, simulando calaveras…
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 28 de octubre de 2022
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