viernes, septiembre 02, 2022

EL CÓLERA, LA GRAN PANDEMIA DEL SIGLO XIX

EL CÓLERA. LA GRAN PANDEMIA DEL SIGLO XIX

Las epidemias, o pandemias, acompañan a la humanidad desde sus orígenes

    Pocas epidemias, o pandemias generalizadas a lo largo y ancho del planeta tierra, salvadas aquellas medievales que tan lejanas nos quedan, causaron tanta muerte, dolor y lágrimas, como la que, a lo largo del siglo XIX, llegada de La India, asoló la tierra. La muerte –como señaló nuestro admirado Doctor y Académico de Medicina, Sr. Sanz Serrulla, entraba en las casas de tapadillo y salía con la cabeza alta y chorreaban gotas de sangre por la punta de su guadaña. Era una enfermedad nueva, desconocida, que viajaba a través del aire, o del agua, y que, en apenas unas horas o unos pocos días, se llevaba familias enteras al cementerio. Sin medicinas capaces de detenerla. Se convirtió en la enfermedad misteriosa que se transmitía de unos a otros sin saber cómo ni por qué; como si se tratase de una de aquellas plagas bíblicas que, en lugar de castigar a un pueblo, los castigó a todos.

 

El origen y las consecuencias

   Tuvo su origen en las aguas del Ganges, de ahí que en sus inicios recibiese un nombre acorde: “El mal del Ganges”; después se le dieron muchos más: el mal misterioso o la enfermedad sospechosa; hasta que se acuñó lo de “Cólera Morbo”. A Europa, a Inglaterra, la llevaron los famosos soldados bengalíes al servicio de su graciosa majestad. Desde Inglaterra comenzó a correr mundo. Hasta llegar a España en los primeros meses de 1833, y a la provincia de Guadalajara en los primeros días de julio de ese año. Cuatro fueron las principales acometidas de este entonces desconocido mal que vivió el siglo; la primera en 1833, a la que siguieron una nueva en 1855; la tercera en 1865 y una cuarta y última en 1885 que traspasó la frontera del tiempo para pasar a llamarse en muchos pueblos de la provincia, el año del cólera. A Guadalajara costaron cerca de 15.000 vidas, lo que vendría a suponer el 8 o el 10 por ciento de su población, sin contar con la masiva emigración o los costes que para muchos de los pueblos afectados tuvo en unos tiempos en los que se carecía de sanidad oficial, y, por lo general, había que recurrir a la beneficencia pública o la caridad del pueblo.

 

Guadalajara en los tiempops del cólera, otra historia de Guadalajara (pulsando aquí)

El libro del cólera (pulsando aquí)

 

   Los convulsos tiempos políticos que vivió en aquellos años España contribuyeron a su expansión; a aumentar un poco más el dolor y la muerte. La primera incursión tuvo lugar en medio de una guerra civil, la primera carlista, que llevó la locura a las calles de Madrid, cuyos vecinos asaltaron los conventos y dieron muerte sin miramiento a frailes y sacerdotes en la creencia de que aquellos envenenaron el agua de las fuentes. De ahí el mal.

 

El cólera en Guadalajara

   A Guadalajara, a la Alcarria, llegó por vez primera a través de unos pobres segadores a los que el Gobernador mandó regresar a Cuenca, de donde procedían, con unas pesetas en el bolsillo. Pero cuando salieron el mal estaba ya extendido, y la gente moría sin saber por qué. Una descomposición general provocaba una deshidratación que causaba la muerte instantánea. Por fortuna no se entretuvo en Guadalajara por mucho tiempo, llegó en el mes de julio y salió en el de octubre.

   Los acuerdos municipales y provinciales que nos hablan de la lucha contra la epidemia también lo hacen de la implantación de lazaretos o cordones de seguridad, que fueron finalmente declarados ilegales, y que estuvieron vigilados por gentes de armas, que impedían la entrada o salida de los pueblos, en la creencia de que de esa manera quedarían a salvo, haciendo pasar la cuarentena –cuarenta días enteros y verdaderos-, a quienes llegaban de otros lugares.  

   Los remedios afloraron por cualquier parte, desde las aguas milagrosas a los remedios más impensables, y, por supuesto, la confianza en que, la oración, de todo libra, aunque no fue el caso.

   La gran epidemia de 1855 (cerca de 10.000 muertos en tres meses en la provincia de Guadalajara), afectó a todas las comarcas por igual, salvo algunos pueblos de la serranía. La movilidad transportó el mal a todas partes, de ahí la importancia de quedarse cada uno en su casa. Se suspendieron fiestas, eventos, ferias, y romerías. Se prohibió el acompañamiento en los entierros, que tenían lugar a lo largo de la noche, y hasta el toque de difuntos, para no causar malos ánimos entre las gentes.

   Por si fuera poco, al desastre del año 55 siguió el económico, precedido de malas cosechas, y sin poderse recoger las últimas por falta de manos, seguida de un invierno duro, que asoló a un buen número de pueblos. Incluso las salinas de Imón se encontraron sin gente capaz de transportar la sal a los alfolíes. Y no solo las personas murieron y se perdieron las cosechas, también murieron muchos de los animales de labor, y, sobre todo, aves. Aumentando la miseria.

 

 

Guadalajara en los tiempops del cólera, otra historia de Guadalajara (pulsando aquí)

El libro del cólera (pulsando aquí)

   La última y más documentada epidemia, la de 1885, tras la férrea censura que rodeó la de 1865 que pasó por Guadalajara sin hacer apenas daño, tuvo un preámbulo en Molina de Aragón en 1884: quienes pudieron abandonaron la ciudad, que quedó totalmente desabastecida, tan sólo una docena de arrieros de Selas se atrevieron a prestar ayuda, llevando cargas de leña.

   En Madrid, la de 1885 se llevó incluso al rey Alfonso XII, quien tuvo la valentía de acudir a Aranjuez, donde la gente moría con la única compañía de un guadalajareño que pasó a la historia, don Rafael Almazán García, a quien las gentes del Real Sitio terminaron convirtiendo en Alcalde y las de Guadalajara salieron a la calle a darle las gracias por su labor.

 

Ayer y hoy

   Sucedió entonces como ocurre ahora. Hubo héroes y villanos. Médicos y sacerdotes que entregaron sus vidas por ayudar a los más necesitados, e industriales y políticos sin escrúpulos que inventaron remedios y jarabes imposibles que vendieron a precio de oro. Alcaldes que negaron la epidemia, para no arruinar la economía de sus pueblos hasta que a sus pueblos los arruinó la muerte; y la mano de la caridad que, a falta de otros recursos, ayudó a que los pueblos pudiesen salir adelante. Sin ella no podría entenderse el comportamiento, o la subsistencia de algunos municipios, ya que el coste de las epidemias quebró las arcas, incluidas las de la Diputación. La epidemia de 1855 se tasó para España en treinta millones de reales, y, para hacernos una idea, un jornalero ganaba poco más de cinco o seis reales diarios. La mayoría de los municipios tuvo que gastar en unos meses el doble del presupuesto municipal para todo el año.  Hipotecándose por los restos.

 

Guadalajara en los tiempops del cólera, otra historia de Guadalajara (pulsando aquí)

El libro del cólera (pulsando aquí)

 

   También, estas epidemias, trajeron algunos cambios: el reconocimiento a la moderna medicina, la higiene, tanto de las personas como de los municipios; la solidaridad y la lucha por la vacuna, que logró un buen español, don Jaime Ferrant y Clúa, en 1885. A partir de entonces hubo un medio con el que hacer frente al mal. Después llegó la epidemia de gripe de 1918 que apenas afectó a la provincia; y más tarde, que nunca se fue, la de viruela, que tanto daño hizo en los primeros años de la década de 1930. A todas se las venció.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 22 de septiembre de 2022

 


 

Eugenia de Montijo, el Imperio Escarlata (Conoce la novela, aquí)

Y aquí, el libro

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