jueves, septiembre 15, 2022

EL ESCENÓGRAFO QUE TRIUNFÓ: RESTITUTO CENDEJAS

EL ESCENÓGRAFO QUE TRIUNFÓ: RESTITUTO CENDEJAS

Natural de Maranchón, se convirtió en una figura nacional

 

   Cuando Restituto Cendejas Escudero –Resti-, dejó Maranchón en los primeros años de la década de 1920, tenía claro que deseaba triunfar en algo que, al parecer, siempre le gustó, el mundo de la pintura, el de la escenografía teatral. En un tiempo en el que, en los teatros, tan importante resultaban la decoración como los buenos guiones. Eran los tiempos en los que los cómicos de la legua recorrían las poblaciones con su caravana de sueños.

   En la actualidad las nuevas técnicas audiovisuales han dejado de lado los grandes decorados, o su coste los ha retirado, sin más; pero por aquellos años al lado de los autores de éxito figuraban los pintores y escenógrafos de fama mundial, desde Pablo Ruiz Picasso a Salvador Dalí, para que ellos ambientasen las escenas que los actores representarían.


 

 

Los inicios de un largo sueño

   En ese mundo entró, con apenas veinte años de edad, Restituto Cendejas, quien marchó a Madrid desde su Maranchón de nacimiento para ganarse la vida en el taller mecánico de un paisano. Por entonces, los paisanos de buena posición en la ciudad atraían a quienes buscaban ganarse la vida.

   Del taller mecánico pasó a emplearse como dependiente en una librería, y de esta a aprender el oficio de la pintura en la Escuela de Bellas Artes; y en el taller de un escenógrafo de éxito en aquellos años, el valenciano Manuel Martínez Mollá, de cuyo taller pasó al del catalán Manuel Fontanals, uno de los directores de escena más representativos de las décadas de 1920 y 1930.

   Con Manuel Fontanals, como aquellos personajes cinematográficos que nos trasladan a los inicios del cine, recorrió los teatros de Madrid; hasta que llegó la Guerra Civil que paralizó una parte de la vida artística de España, y la de Resti Cendejas también; una actividad que volvería a recobrar en la década de 1940, con proyectos teatrales para los grandes escenarios de Zaragoza, Barcelona o Valencia. En Zaragoza se estrenó por su propia cuenta firmando el decorado de la obra “La Mala Uva”, de Pedro Muñoz Seca; y en Barcelona llevó a cabo la de “Las Maravillosas”, de Antonio Paso y Tomás Borrás.

 

Los años del éxito

   Al final de la década de 1940 volaba por sí sólo, fundando su propio estudio de artes escénicas, desde el que llevó a cabo numerosos montajes para el Teatro Español, entre los que figuraron obras como “Bodas de Sangre”, de García Lorca; “Electra”, de Benito Pérez Galdós, o “Tierra Baja”, de Ángel Guimerá; sin dejar de ser, en la capital del reino, un pregonero de las glorias provinciales, ya que se encargó de montar la exposición fotográfica de Tomás Camarillo en el Círculo de Bellas Artes en 1944, exposición que sería el inicio del reconocimiento nacional al gran fotógrafo guadalajareño. Recibiendo la pública felicitación de las autoridades provinciales, al tiempo que ello suponía el nacimiento de una amistad con los adalides de la cultura de Guadalajara. Amistad que permanecería hasta su ocaso.




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   No sólo para el Teatro Español trabajó, también lo hizo para el de la Zarzuela, el Pavón o el Reina Victoria y, en definitiva, para todos los de la capital del reino, e incluso recorrió una parte de Europa con sus montajes, triunfando en París o Londres; viajando hasta el Japón, donde en Tokio montó varios espectáculos en el Sankey Hall; llegando a residir en Los Ángeles para triunfar igualmente en los EE.UU, encargándose de la escenografía de espectáculos líricos y de zarzuela, con España al fondo. Recorriendo a partir de entonces medio mundo, desde Egipto, a Nueva Zelanda.

 

El pintor Cendejas

   Por supuesto que tampoco fue ajena su mano a la pintura, dejando su nombre junto a los maestros provinciales que triunfaron en las décadas de 1950 y siguientes, compartiendo titularidad pictórica con Fermín Santos Alcalde, el pintor de Gualda-Sigüenza, Rubén Torreira, Domingo Huetos o Regino Pradillo, en las exposiciones y certámenes provinciales, que le llevaron a obtener no pocos premios con sus espectaculares bodegones y, ante todo, con sus numerosas obras sobre Sigüenza o su entorno, además de ser uno de los primeros copistas del Museo del Prado, principalmente de Francisco de Goya y Diego de Velázquez.

   Tampoco el cine se quedó fuera de su mirada, colaborando en algunas famosas producciones de aquellas décadas junto a Sigfrido Burmann, dejando el sello de su autoría en cintas como “El último Cuplé”, “Cañas y Barro” o “Los amantes del desierto”.

 

Un nombre, en una provincia

   Cendejas Escudero colaboró intensa y desinteresadamente con el Grupo de Teatro Antorcha, de Guadalajara, desde su lejana fundación en la década de 1950 hasta que la edad lo retiró del trabajo diario. Para Antorcha realizó numerosos y exitosos decorados, como el que sirvió de telón de fondo para “La muerte de un viajante”, de Arthur Miller; también lo hizo para “La mordaza” de Alfonso Sastre; “La camisa”, de Lauro Olmo; “Los años de Bachillerato”, de Andrés Lacour; “La estrella de Sevilla”, de Lope de Vega”; “Fuenteovejuna”, de Calderón, y tantos y tantos más.

   El Grupo Antorcha reconoció la labor de Cendejas. Fue de las pocas entidades que dedicaron un espacio de tiempo a agradecer la labor de un hombre que llevó el nombre de Maranchón, y el de Guadalajara, por medio mundo. Tuvo lugar en los primeros días de septiembre de 1962, con motivo de la puesta en escena de la obra “Fuenteovejuna”, ofreciéndosele una comida de homenaje en el Hotel España; haciéndole entrega de su medalla de oro y al cabo de la tarde en el patio de las Adoratrices, donde tendría lugar la representación, del pergamino correspondiente, tras las palabras de quien fuese uno de sus más celebrados amigos, el poeta Ochaíta.

   Tampoco faltó en su cuadro de amistades otro de los grandes autores españoles, y de Guadalajara, Antonio Buero Vallejo quien, como buen autor teatral, admiró y elogió sus escenografías como parte del éxito de la obra teatral. Escenografías que, como el propio Cendejas confesaría, se contabilizarían por cientos para la gran mayoría de autores y teatros españoles de las décadas de 1950, 60 o 70, hasta que la edad le hizo apartarse del mundo de la escena para retornar a sus orígenes, a Maranchón, un pueblo que siempre llevó en el corazón a través de los cinco continentes, y al que volvió siempre que pudo, también para descansar a la eternidad. Un pueblo que reconoció y admiró al hombre de gran cultura, y mano dispuesta a la colaboración, conservando su memoria.

   Contaban de él que entraba en el escenario sin hacer ruido y se marchaba con discreción. Como discreta fue su vida, a pesar de haberse movida en un escenario casi público, y discreta es su memoria, que siempre merece el recuerdo y, por supuesto, figurar entre los grandes guadalajareños que hicieron patria de la provincia, y de su pueblo natal, por donde pasaron. El último viaje a su pueblo lo hizo el 10 de abril de 1897, para recibir sobre sus restos la tierra que lo vio nacer y crecer. Había fallecido el día anterior en la localidad de su retiro, Nerja, en la provincia de Málaga. Contaba con noventa y un años de edad.

   Su obra se continúa estudiando, sobre los escenarios, y fuera de ellos. Parte de ella ha ido regresando, como las golondrinas en las primaveras, a Maranchón, a honra y gloria de la Virgen de los Olmos, que en estos días se celebra.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 9 de septiembre de 2022

 


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