URBANO ASPA, EL MÚSICO DE SIGÜENZA
Nació en el barrio del Castillejo, fue uno de los genios de la música del siglo XIX
El tiempo, que relega en ocasiones al olvido, parece no haberlo hecho con don Urbano Aspa, cuya música, a doscientos años de su nacimiento y composición, continúa viva, al menos para quienes como profesores de música desde remotas universidades europeas se interesan por ella, como con la de Karlsruhe, en Alemania.
Tenía, don Urbano Aspa y Arnao, aspecto de persona seria. Y lo era. Con el cabello recortado y aparentemente plateado por las sienes. Mostacho a la moda de la segunda parte del siglo XIX, y ojos pequeños, con cejas pobladas, ocultos detrás de unas lentes que se acostumbró a llevar poco después de comenzar a arrancar de las teclas del piano, o del órgano catedralicio, los sonidos que lo harían popular, en la provincia de Guadalajara, y fuera de ella.
Sigüenza, cuando los franceses invadieron la tierra
Nació cuando el XIX, que tantos sinsabores dejó para la historia, comenzaba a espabilar, en la primavera de Sigüenza, la del 25 de mayo de 1809; en una casita del barrio del Castillejo; en días en los que Sigüenza se encontraba, como la provincia entera, en armas contra los franceses napoleónicos que nos ocuparon la tierra.
Faltaban todavía unos meses para que nuestro buen diputado don Baltasar Carrillo Manrique Lozano, natural de Arbeteta y avecindado desde su infancia en Atienza, marchase a Ayllón con la comisión de encontrarse con don Juan Martín Díaz, el guerrillero Empecinado, y traerlo a la provincia, en la que entraría el 11 de septiembre de aquel año, para no dejar títere con cabeza entre las tropas invasoras.
Quizá don Urbano no se diese mucha cuenta de todas aquellas idas y venidas que a través de aquel y los años siguientes llevaron a cabo los de Napoleón en Sigüenza, Molina, Cifuentes o Cantalojas; tal vez porque los suyos en lugar de hablarle de política y guerras lo hicieron de música. De órganos. Cuando Sigüenza contaba con una de las academias musicales más prestigiosas para este tipo de artes: El Colegio de Infantes de la Catedral.
O tal vez porque, como hiciesen muchos seguntinos por aquellos días, la familia hiciese las maletas para avecindarse en la vecina villa de Palazuelos, hasta que los franceses llegaron a Palazuelos y, como hiciesen en otros lugares, dinamitaron sus murallas.
Chico de Coro, y Maestro de Capilla
Contaba con apenas ocho años de edad cuando obtuvo plaza en el coro de infantes de la primera iglesia de la Diócesis. En ella comenzó los estudios de música, y en ella continuó hasta que, pasados los años, dejó Sigüenza por el mundo de la Corte, como tantos otros muchachos que aprendieron las nociones básicas en la catedral, y echaron a volar por el mundo de la fama.
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Antes que sucediese, el abandono de Sigüenza por la amplitud del mundo, bajo las bóvedas de la catedral lo fue prácticamente todo, y desde 1833 hasta su partida en 1842, maestro de capilla. Dejando, a su marcha, una amplia colección de piezas musicales, como compositor de ellas que era. Colección de piezas musicales que sonaron en las grandes festividades de la ciudad. Con motivo de la toma de posesión de los obispos; en la Navidad, la Semana Santa, San Roque…
Don Hernando de Acevedo, escritor, periodista y también músico, lo definió como solo los admiradores pueden hacerlo de la persona por la que sienten afinidad más allá del galanteo: La característica de D. Urbano Aspa, ilustre maestro compositor de música religiosa, fue siempre la modestia, tan extremadamente adorada por aquel que en diversas ocasiones rechazó cargos oficiales, fundándose en que no poseía méritos para ocuparlos ni fuerzas para llenar sus obligaciones debidamente; y se opuso a que algunas de sus obras fueran lanzadas a la publicidad, sugestionado por el terror que le producía toda notoriedad.
La persecución de la fama
Quizá por ello, escondiéndose de la fama, pudo dar a la imprenta decenas, cientos de composiciones musicales que fueron en la segunda mitad del siglo XIX piezas que tocarse fuera y dentro de las iglesias, por mucho que la mayoría de ellas fuesen religiosas, con títulos tan significativos como: Lamentos de las ánimas benditas; Despedida a María Santísima del Carmen; A Dios, rey de la gloria; Salve del olvido; Los cielos y la tierra canten; Gozos de la Virgen de la Salud…, y así, hasta casi el infinito.
No fueron pocas las personas que tras dejar Sigüenza atrás, y conociendo la poca afinidad que nuestro hombre dispensaba a los elogios de la fama auguraron que su vuelo sería corto.
A pesar de ello, apenas tres años después de su arribo a Madrid ya formaba parte, junto a grandes y sonoros nombres de la música española, de la Capilla Musical de la Concepción, que se estrenó el primero de noviembre de 1845 en la iglesia de San Pedro, con una función a su titular. A partir de aquí la Capilla, o la orquesta, dirigida por nuestro gran maestro, recorrió con asombroso éxito gran parte de los aconteceres capitalinos de su tiempo.
A aquella Capilla Musical de la Concepción siguió la de San Juan; con ella recorrió los principales coros y escenarios de Madrid a lo largo de los cuarenta años siguientes, en los que la admiración por su obra creció tanto o más que su huidiza fama. Cuando los coros y teatros de Madrid se llenaban de público anheloso de escuchar las composiciones musicales de los grandes maestros europeos, y encontraban que también aquí teníamos genios singulares.
El camino del adiós y nunca olvido
Don Urbano Aspa regresó a Sigüenza en cuantas ocasiones le fueron propicias y las circunstancias le facilitaron el viaje, si bien a partir de aquel año de gracia de 1843 su vida se centró en la capital del reino, y en un pueblecito de la provincia de Soria, cercano a nuestros límites, Fuencaliente de Medinaceli, en donde levantó casa veraniega y a donde acudía a descansar. Ante todo, después de su matrimonio con doña Narcisa Gómez Benítez; matrimonio del que nacieron doña Encarnación y don Mariano Aspa y Gómez quien también dejó algunas notables piezas musicales, sin duda corregidas e influenciadas por su padre, del que aprendió el arte de la música en la academia que don Urbano abrió y dirigió, en la calle de la Aduana, en el centro de Madrid,
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Retirado del mundo y sus circunstancias, aquejado por una incipiente ceguera, don Urbano se ocupó en los últimos años de su vida de organizar su inmensa obra y descansar en aquel pueblecito de Soria que lo acogió, Fuencaliente, y en él falleció el 28 de agosto de 1884, a la una y media de la madrugada. Contaba con setenta y cinco años de edad.
En los días siguientes, conforme la noticia se fue conociendo, España despedía, a través de las crónicas periodísticas, con líneas que daban a conocer la grandeza de su persona, a uno de los hombres más populares, por su música, de España; tanto o más que don Hilarión Eslava, con quien compartió sana amistad y distinguida competencia, desde que don Hilarión le ganó la oposición a maestro de capilla de la catedral de Burgo de Osma, poco antes de que nuestro gran seguntino, quizá decepcionado por aquello, marchase a Madrid, para ser parte de la historia musical española.
Su música parece continuar endulzando los atardeceres de la Alameda. Música que suena, también, en Universidades lejanas. Más de trescientas composiciones dejó escritas.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 26 de agosto de 2022
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