viernes, julio 15, 2022

BRIANDA DE MENDOZA Y LUNA

 BRIANDA DE MENDOZA Y LUNA

Memoria de una dama, en la historia de Guadalajara

  

   El día en el que descubrieron su sepulcro, los investigadores que lo hicieron se llevaron alguna de las más gratas sorpresa que les reservaba la vida.

   Desde Guadalajara dio la noticia al mundo hispano don Gabriel María Vergara, entonces catedrático de Geografía e Historia en el Instituto que pasó a llamarse como la mujer que descansaba en aquella histórica obra de la arquitectura funeraria, en alabastro tallado, ni más ni menos que por Alonso de Covarrubias; uno de los grandes nombres del Renacimiento español. A Don Alonso de Covarrubias encargó también doña Brianda las hechuras de la iglesia, su iglesia, de reducidas pero elegantes proporciones, conforme a lo que nos cuentan los cronistas de aquel tiempo.


 

   El sepulcro se encontraba en el lugar en el que siempre estuvo; claro está que no podía ser otro que la capilla  mayor de la iglesia de la Piedad; aquel nombre dado “por la poca que se tuvo con su abuelo, el Maestre de Santiago”. Que lo era, el Maestre, don Álvaro de Luna; aquel a quien el rey mandó cortar la cabeza en Valladolid. Y que tanto nombre e historia dejó por tierras de Guadalajara puesto que fue dueño y señor de una parte de la provincia, allá por donde las sierras se funden con las sorianas de Gormaz y las segovianas de Ayllón y pierde Guadalajara el nombre, y la nueva Castilla se convierte en la Castilla de siempre.

 

Un convento abandonado

   Claro está que cuando se descubrió el enterramiento la iglesia se encontraba prácticamente abandonada y en avanzado estado de ruina.

   Nos decía don Gabriel María, para ser más precisos, que la iglesia quedó desmantelada en las últimas décadas del siglo XIX, y que los escombros correspondientes a la pared de la capilla mayor y los de la bóveda, estaban amontonados en el suelo del templo… 

   Así fue, desde aquellos años últimos del XIX hasta el año de gracia de 1902, cuando el Ayuntamiento de la ciudad se propuso llevar a cabo las obras de ampliación, mejora y reparación, del adyacente Instituto Provincial, establecido en lo que siglos atrás fuese el palacio de don Antonio de Mendoza, otro de los mecenas de la casa; palacio que heredó doña Brianda junto a alguno de sus primos, convirtiéndolo en un convento que el tiempo destinó a la enseñanza de los guadalajareños.


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   Y nos dice el señor Vergara: … en su virtud, al llegar los trabajadores a la parte señalada se encontró una gran piedra de jaspe de forma artística, y levantada que fue se halló un nicho cimbrado y dentro de él una caja de madera ya desecha que contuvo los restos de la expresada señora, de los que pueden conocerse perfectamente…

   Podían conocerse, perfectamente, los últimos restos óseos de la hidalga doña Brianda. Claro está que pasaron, entre el óbito y el descubrimiento alborozado, algo así como cuatrocientos años, o más; puesto que murió doña Brianda en el año de gracia de 1534, a los más de sesenta de su edad.

   De cómo se llegó a aquel estado, y del futuro que al monumento aguardaba, señalaba Vergara, augurando los malos tiempos que estaban por llegar al patrimonio histórico provincial, que quienes entonces formaban las entidades destinadas a protegerlo, no se distinguen por su entusiasmo para la conservación de todo aquello que pueda servir para el conocimiento de la Historia y de las Artes; y muy errado no es que estuviese, puesto que el tiempo le dio la razón. Fueron los años en los que se derribaron murallas y palacios, y los castillos comenzaron a perder sus piedras canteras para emplearse en el firme de las nuevas carreteras.

 

Vida de noble

   Había nacido, doña Brianda, en Guadalajara, hacia el año de 1470, arriba o abajo, pues no se ponen de acuerdo los estudiosos de su vida en situar la fecha exacta; hija del segundo duque del Infantado, don Íñigo López de Mendoza.

   Doña Brianda, no se sabe muy bien por qué motivos decidió quedar soltera y entregarse a la vida monacal, poco menos que como hiciese su tío don Antonio. Dedicando su vida a lo mismo que muchas de las mujeres nobles de su tiempo, a las fundaciones de caridad y dejar algunas obras para la posteridad de los siglos, perpetuando en ellas su memoria. De las obras dejadas en vida para después de la muerte por doña Brianda destacaron el dicho convento de franciscas convertido con el paso del tiempo en Instituto.

   Cuenta la historia que era, doña Brianda, de carácter fuerte, detallista y precavida; mujer sesuda. Reflexiva, enérgica y perseverante. Poco común a las damas de aquellos tiempos, acostumbradas a la obediencia, a guardar silencio, y a servir.

   Vivió en un siglo de cambios, de revoluciones, cuando el erasmismo, o el luteranismo, se abrían paso por una Europa que amenazaba con dar la vuelta a algunas ideas, o cambiar culturas. Ideas o culturas que no estaban del todo conformes con lo que predicaban desde las alturas de sus cargos los grandes señores; obispos, cardenales o padres de la iglesia; poco conformes en que se cambiasen los conceptos que aquellos predicaban. Cuando María de Cazalla, y algunas otras damas de la Guadalajara de aquellos días, los alumbrados de Guadalajara, que se dijo, se enfrentaban al potro de la tortura de la Inquisición por sus pensamientos, o por sus ideas.

   Cuentan que de una u otra manera doña Brianda de Mendoza anduvo metida en aquellos mundos oscuros; aunque sin que se sepa muy bien cómo, o tal vez sí, optó por seguir el camino de siempre, visto que a sus amistades no las trató del todo bien la sacrosanta Inquisición.

   En 1524, cuando contaba algo más de cincuenta años de edad, fundó aquel beaterio que sirvió para que las damas de su linaje tuviesen casa de acogida; beaterio que se convertiría tiempo después en monasterio para las altas damas guadalajareñas; que  llegaría a aquellos años en los que, en pleno siglo XIX  comenzaron a desaparecer en pro de las dichosas desamortizaciones que a poco o nada llevaron; o sí, a destruir una parte grande del patrimonio arquitectónica, de Guadalajara en particular, y de España en general.


 
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   Pasaron aquellas dependencias por ser sede de la Diputación Provincial, hasta que se levantó el palacete actual sobre el solar de las casas de don Alvar Gómez de Ciudad Real; y cárcel pública hasta convertirse en Instituto de Enseñanza, cuando don Gabriel María Vergara contó que hallaron, entre las ruinas del templo, el lugar de enterramiento de la dama.

   Y no, no andaba muy descaminado en aquello del mal futuro que aguardaba al sepulcro. Tiempo adelante, nos cuentan que fueron abandonados todos aquellos recintos, alguno de aquellos tipos de pocos escrúpulos y mucho dinero ofrecieron al guardés veinte duros por las piedras, del sepulcro, y el de doña Brianda se nos fue, como tantas cosas, aunque regresó.

   Hoy su nombre, el de doña Brianda de Mendoza, se recuerda por el Instituto; y su memoria se une a la historia de Guadalajara, y de su maltratado patrimonio. Afortunadamente, aquellas cosas, las de la desaparición de nuestro patrimonio, ocurren con menos frecuencia, o pasan más desapercibidas.

 

 

Tomás Gismera Velasco / Guadalajara en la memoria / Periódico Nueva Alcarria / Guadalajara, 15 de julio de 2022


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