viernes, abril 22, 2022

EL MADROÑAL DE AUÑÓN, Y SU MARQUÉS

 EL MADROÑAL DE AUÑÓN, Y SU MARQUÉS

Auñón, en el corazón de la Alcarria, es un lugar lleno de historia

 

  A don Valentín Fernández Cuevas, escritor y periodista, natural de Salmerón y quien con el pasar del tiempo se afincó en Auñón, le hubiese gustado relatar la historia del Madroñal de Auñón, la de los marqueses de la villa de su acogida y, por supuesto, la de don Pedro Franqueza, uno de aquellos caballeros que, al calor de los despachos oficiales, hizo mucha fortuna con un método particular: encargando a sus amigos que le adquiriesen propiedades y adelantasen los dineros, las pusiesen a nombre de don Pedro, y, atendiendo a que Franqueza era hombre de palabra, aguardasen a que este les reintegrase el importe de lo abonado, que parece que no lo solía hacer con la frecuencia debida. Don Pedro, con las escrituras a su nombre solía decir lo de si te he visto no me acuerdo, y así le pasó, que después de alcanzar las más altas cimas de riqueza, la real majestad de don Felipe III le quitó lo ganado de manera ilegal y lo remitió a una de aquellas prisiones tenebrosas de las que nos hablan las crónicas del siglo XVII, en las Torres de León, en la que terminó sus días corriendo el año de gracia de 1614. Por supuesto, negando que su capital fuese ganado ilegalmente.


 

  Eran aquellos, los que a don Valentín Fernández Cuevas le hubiese gustado relatar, días en los que algunos de nuestros nobles, al calor del poder, hacían dinero a manos llenas sin importarles los medios, que para eso eran quienes eran, gentes de poder y sonoro apellido. Gentes a las que alguien dio el nombre, pasados los siglos, de ladrones de guante blanco.

 

Melchor de Herrera, el Marqués de Auñón

   Don Melchor de Herrera y Ribera, que se convirtió por dicha del destino en primer marqués de Auñón, fue lo que hoy podríamos decir todo un caballero emprendedor.

   Claro está que algunas de las empresas a las que las nobles gentes de pasados siglos se dedicaban, era a la adquisición de poblaciones de las que la Real Corona ansiaba desprenderse, a fin de generar ingresos. Los nobles, o no tanto, que las adquirían, pasaban a tener en ellas su negocio, ya que por lo general cobraban unas más que saneadas alcabalas; algún que otro diezmo y los derechos que les permitiese la Real Hacienda, además de tener, al cabo del año, por las Navidades, unos capones, unos carneros, unos tocinos o unos quintales de miel, a modo de regalo.

   Don Melchor de Herrera, que inició su andadura poco menos que como simple funcionario de la corona, había nacido en Madrid en 1524, hijo de don Fernán Gómez de Herrera y de doña Ana de Ribera, introduciéndose en la Corte de la mano de su padre, perteneciente al Consejo Real y Alcalde de Casa y Corte; llegó a ser uno de los hombres de confianza del Rey Felipe II y de su sucesor, Felipe III, además de Regidor y Alférez de Madrid, Chanciller de Castilla, Ministro del Consejo Real de Hacienda o Tesorero del Rey, empleo desde el que tuvo acceso a los caudales regios, de los que se cuenta que usó a capricho, hasta que alguien, en el nombre del Rey, lo descubrió.

   El Rey perdonó a don Melchor sus desmanes, por los servicios prestados, aunque fue apartado de la Corte. Era ya, cuando aquello sucedió, marqués de Auñón, tituló y población adquirida en torno a 1572, junto a Berninches y algunas otras de la Alcarria que fue de la Orden de Calatrava.

 

Un Marqués aventurero

   Probablemente nunca supuso, como miembro que era del Consejo de la Hacienda Real, que pudieran descubrirse sus trampas en los libros de cuentas, que alcanzaron, sus trapicheos, estafas los llamaron quienes lo delataron al rey en 1585, a todo un fortunón, 1.200.000 ducados, que debía de ser mucho dinero, porque a pesar de que le fueron embargados la práctica totalidad de sus bienes, a excepción de algunas pequeñas propiedades, entre ellas el marquesado de Auñón, no pudo hacer frente al reintegro del capital. 


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   La mayor parte del dinero parece que se lo gastó en francachelas, y en mantener a algunas familias, aparte de la formal ante Dios y los hombres. Y es que don Melchor de Herrera ansiaba tener un sucesor que lo heredase. De su mujer, doña Francisca de Padilla, hija de don Gutierre López de Padilla (hermano del comunero toledano Juan de Padilla), tan sólo le vivió descendencia femenina, los varones que le nacieron murieron al poco de hacerlo.

   Logró su ansiado sucesor en doña Inés Ponce de León y Villarroel, dama de alta alcurnia, aunque no pudo dejar a su hijo, el gran literato don Rodrigo de Ribera y Herrera, a quien cantaron Cervantes y Lope de Vega, el mayorazgo soñado, porque habiendo nacido fuera del matrimonio, al rey no le dio la gana de legitimarlo.

   Hubo algunas aventuras amorosas más, y algunas otras hijas que, al momento del fallecimiento de don Melchor, por mucho que disputaron, se quedaron sin herencia.

   A su muerte, el 20 de febrero de 1600, fue cuando metió baza en estas tierras don Pedro Franqueza, por ver si se quedaba con las últimas migajas del imperio de don Melchor de Herrera. Iniciándose entonces sus desdichas, de las que arriba hacíamos cuenta. A los herederos del marqués, que fueron unos cuantos, ofreció el pago de 53.000 ducados por Berninches y algunas otras poblaciones, que pagó tarde y mal.

   Las hijas del Marqués se quedaron con Auñón, y sus herederos ostentaron el marquesado con dignidad y empeño, engrandeciendo todo lo que pudieron a la población, su iglesia, su convento, incluso a la patrona de la comarca, la Virgen del Madroñal.

 

El Madroñal de Auñón

   La historia del Madroñal de Auñón la escribió don Juan-Catalina García López, quien fuese cronista de la provincia, al igual que don Valentín Fernández Cuevas, natural de la vecina localidad de Salmerón. Salmerón el Grande, nombre que le dieron para distinguirlo de los dos Salmeroncillos, el de Arriba y el de Abajo, que se quedaron en la provincia de Cuenca.

 


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   Ambos escribieron largo y tendido de los milagros de Nuestra Señora del Madroñal, e incluso don Valentín Fernández Cuevas vivió, con 26 años de edad, el que tuvo lugar el 12 de octubre de 1924 cuando una joven de la localidad, Consolación Sáez, quien vivió hasta la década de 1970, llegó a la ermita inválida, y salió de ella caminando por su propio pie.

   Eso sí, ninguno de los dos conoció a Fray Miguel de Yela, quien tenía especial gracia en curar endemoniados, o de expeler demonios de los cuerpos; lo hizo con la marquesa de Astorga, en Cogolludo, el 4 de abril de 1664. Hasta treinta exorcismos, puede que alguno más, se cuenta que llegó a realizar al amparo de Nuestra Señora del Madroñal.

   Fue, Fray Miguel de Yela, uno de los más prodigiosos frailes del convento de San Sebastián de Auñón, que fundó, a poco de adquirir la villa, y con intención de convertirlo en su última morada, don Melchor de Herrera, el primer Marqués de Auñón. Al final don Melchor se quedó a descansar a la eternidad en la capilla mayor del convento de San Felipe, en la Puerta del Sol de Madrid, del que también era patrono, y se perdieron sus huesos por la capital del reino, después de que el convento fuese derribado para llevar a cabo una de tantas obras de ampliación de la famosa Puerta del Sol.

   También lo fue el de Auñón, al que engrandecieron sus descendientes, alguno de ellos, cuenta la historia, fue enterrado en él.

   No solían faltar, los descendientes de don Melchor de Herrera, a las festividades romeras del Madroñal, que solían ser por el mes de septiembre.

   Don Valentín Fernández Cuevas, habló de las romerías largo y tendido. Dando cuenta de lo hermoso del trayecto que, desde Auñón, conduce a los altos en los que se levantó la ermita, o santuario, del Madroñal. Un santuario que domina una buena parte de la Alcarria, de esa que, por estos días, se pinta con todos los colores que la primavera es capaz de ofrecer a un entorno sin igual.

   Quizá por ello, por la belleza del paisaje, se disputaron las tierras don Pedro Franqueza y don Melchor de Herrera, y las cantaron don Valentín Fernández Cuevas y don Juan-Catalina García; se echa en falta que, siendo uno de los más grandes literatos que a España dio el siglo XIX, don Enrique Ramírez de Saavedra, Marqués de Auñón y Duque de Rivas, no dedicase, al Madroñal de Auñón, unos versos. ¿O sí que lo hizo?

   En cualquier caso, una visita al Madroñal, con el trasluz de las historias de Auñón y los paisajes que la primavera pinta por la Alcarria, nunca está de más.

 

Tomás Gismera Velasco; Guadalajara en la memoria; periódico Nueva Alcarria; Guadalajara, 22 de abril de 2022

 


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