viernes, abril 08, 2022

BENJAMÍN ARBETETA, CON CIFUENTES AL FONDO

 BENJAMÍN ARBETETA, CON CIFUENTES AL FONDO

Fue, además de uno de los inspiradores del Viaje a la Alcarria, un personaje familiar en las televisiones españolas

 

   Benjamín Arbeteta Lope, que nació en Cifuentes en 1917, nunca se pudo imaginar, en sus tiempos niños, que su nombre quedaría unido, para la posteridad, al de los grandes músicos, poetas o intelectuales, actores y escritores españoles de todos los tiempos.


 

   Que su nombre se escribiría al lado de Adolfo Marsillach, Joaquín Dicenta o Luis Prendes, Francisco Valladares o José Antonio Ochaíta, o Gustavo Adolfo Bécquer, o Antonio Machado, o el mismísimo Miguel de Cervantes; o que, los españoles se fuesen a dormir después de escuchar unos versos, a medianoche, o una música, escogida por él. Por aquel poeta de Cifuentes, sencillo, humano, silencioso…

   Alguien escribió, en vida de Benjamín Arbeteta Lope, quien tantas cosas hizo y tantos silencios le guardó el tiempo, que era hombre humilde y poco propicio a la autopropaganda, y quizá por ello el tiempo pasó sin acordarse de él.

 

Una casa con balcones en Cifuentes

   Airosos, tanto que parecían plateas de teatro y miraban de refilón a la plaza Mayor. Los retrató literariamente Camilo José Cela cuando, a las puertas del verano de 1946, se entretuvo en hacer su “Viaje a la Alcarria”. A uno de aquellos balcones se asomó durante mucho tiempo Benjamín Arbeteta Lope. Era la casa familiar.

   Unas cuantas veces ha pasado este relator de historias por debajo de ellos. Quizá la última fuese cuando, al celebrarse los sesenta años de aquel viaje, a unos cuantos caminantes se les ocurrió celebrar aquel andariego episodio literario y, junto al tristemente desaparecido andariego y erudito en estos temas, Francisco García Marquina, le invitaron a retratar aquel episodio que va del Cifuentes al Tajo y, al pasar por debajo de aquellos balcones, recordamos a Benjamín Arbeteta.

   Hacía entonces tres años que Benjamín descasaba a la eternidad en su Cifuentes; el mismo Cifuentes que Benjamín retrató de mozo. Benjamín había salido de allí de joven, con apenas una veintena de años, y regresó anciano. A descansar para siempre en un febrero frío.

   Tres años habían pasado desde que se fue a la eternidad, y ya apenas nadie recordaba que, de mozo, mientras andurreaba por el Madrid que se convirtió en lugar de una nueva existencia, como para tantos de aquellos que tuvieron que dejar sus casas, amigos y familias, a la salida del trabajo, en el silencio de las tardes, con sueños de poeta se pasaba, día sí y día también, por el templo literario por excelencia de Madrid, por el Café Gijón del paseo de Recoletos, al que acudían quienes soñaban con dar forma a unos versos, a unas letras, a unos libros…, soñaban con ser escritores.


 
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   En el Café Gijón conoció al andariego Cela, y en el Café Gijón relató al andariego Cela por dónde comenzar el Viaje a la Alcarria o por dónde continuarlo; lo demás era cosa del escritor.

   Benjamín Arbeteta saludó a su autor, con hidalgas líneas: “Invitado por él, en una de esas madrileñísimas noches de primavera, que aún gustamos de revivir los que por el mundo todavía caminamos envueltos, meditativos, anhelantes en el torbellino de nuestras disparatadas ideas, llegué hasta su retiro en la calle de Alcalá, y allí precisamente fui conociendo las gratas, emocionadas y múltiples cosas de que se rodea este nuevo valor de la novela contemporánea”.

   Arbeteta fue de los pocos que conoció los entresijos del “Viaje a la Alcarria”, y por ello, de los pocos que escribió, un lejano 5 de junio de 1946, que el escritor se preparaba para escribir sobre un viaje; y dos días más tarde, que el viaje había comenzado.

   Hablar de aquel Viaje a la Alcarria, fue una de las últimas cosas que hizo públicamente Benjamín Arbeteta cuando, en la primavera de 1983, acudió a Cifuentes para hablar del libro recién escrito por Salvador Toquero y Santiago Barra: “Buscando a Cela en la Alcarria”; después, el silencio.

 

Arbeteta, el periodista, el escritor, el poeta…

   Por aquel entonces, cuando comenzó a nacer el libro que daría mil vueltas al mundo y haría que a la gente le diese la gana ir a la Alcarria, Benjamín Arbeteta ya se había hecho periodista y, tras los telones de las ondas, trabajaba en Radio Nacional de España. Antes había tenido otros empleos en la administración, que le sirvieron quizá para pagarse los estudios y también para que naciese en él el sueño de ser poeta. En Radio Nacional preparaba guiones sobre poesía y literatura. En aquellos lejanos tiempos en los que se contaba con menos medios para el solaz, la radio era un cauce con el que acompañarse, y del que aprender.

   Tanto habló de poesía, y de poetas y, poco después de la aparición del “Viaje a la Alcarria”, sacó su primer libro de poemas “Agraz”, que lo tituló. El agraz, por algunos campos de Guadalajara, es la uva de la parra, prieta, dulzona, que ornamenta con su fruto los viejos balcones de las casas hidalgas: “Todo el libro está lleno de aciertos poéticos; allí se escucha el caramillo que riela sus acentos sobre la promesa telúrica alcarreña, acá gravita una inédita sugerencia amorosa sobre el despertar de las almas. Los versos de Arbeteta son coros del alba, del amanecer de un poeta auténtico, sencillo y natural que suenan a cosa nuestra sobre las benditas tierras de Guadalajara…”, escribieron. Y Arbeteta cantaba al Doncel de Sigüenza:

El Doncel está muerto, pero lee.

En la forma indolente de su brazo

yace sobre la piedra de su sepulcro pálido,

como un símbolo vivo que la muerte

no ha podido truncarlo.

   Por aquellos días, cuando apareció su Agraz, Arbeteta, alcarreño militante, era uno de los entusiastas de aquella Guadalajara que se refugió en Madrid buscando vivir; de aquellos intelectuales que, lejos de su ser, aumentaron su amor a la tierra que los vio nacer formando, primero, parte de aquellos tertulianos de “La Colmena”, capitaneados por Francisco Layna Serrano; después de la Casa de Guadalajara en Madrid; luego del Núcleo González de Mendoza; más tarde del Grupo de Escritores Alcarreños que trató de dar siempre relumbre a la provincia.


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   Pocos alcarreños conocían que, cuando aquel invento de la televisión comenzó a entrar en los hogares, un guadalajareño, de Cifuentes, desde detrás de las cámaras, se asomaba todas las noches con su voz o sus escritos, al lado de los grandes poetas y músicos patrios, para despedir el día con sus “versos a medianoche”, por los que, a través de los años, desfilaron todos los poetas conocidos; que Arbeteta puso letra y paisaje a los versos de García Lorca y a los de Miguel Hernández; también a los de su buen amigo, el desdichado Manuel Machado, a quien acompañó hasta el cementerio: “… en esta tarde triste, ha sonado en mi pecho, al posar tu cuerpo en el hoyo, ese golpe seco que la mano temblorosa y encallecida del carretero, suele a veces dar sobre la tabla de la guitarra del mesón, para cantar con ella, como tu hermano dijo”.

 

Y Cifuentes, al fin

   Cinco o seis años, noche a noche, se asomó a los hogares la voz pasional de Benjamín Arbeteta y su poesía; un día, mediada la década de 1960, desapareció de aquellas noches de la televisión, y pasó a dirigir una colección de discos musicales, versos y coplas. Grabó en disco, con las mejores voces y las mejores melodías el Romancero Español; y aquellos “momentos musicales”, de los fines de semana televisivos. Compañeros de sus “Alforjas para la poesía”, de las que formaba parte.

   Cela durmió en su casa de Cifuentes, la de los balcones como plateas de teatro y, justo frente a ellos, al otro lado de la plaza, dirigió la palabra a sus paisanos cuando, ideólogo del gran homenaje a Layna Serrano, en su Cifuentes, se descubrió la placa que inmortalizaba, en Cifuentes, para la eternidad, al cronista y al amigo

   Arbeteta, Benjamín Arbeteta, se durmió para siempre el 19 de febrero de 2003 y regresó a Cifuentes al día siguiente. Un día frío; intensamente frío. Y allá quedó, a los pies de su castillo, para la eternidad postrera de los siglos:

Un castillo –centinela

milenario en su misterio-,

y el cerro de San Cristóbal

guardan la villa en secreto.

 

   Quizá lo dejó escrito para el momento del adiós.

 

Tomás Gismera Velasco. Guadalajara en la Memoria. Periódico Nueva Alcarria. Guadalajara, 8 de abril de 2022


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