UNA MEMORIA DE ALCOCER, CAPITAL DEL INFANTADO
De la villa de Alcocer surgió el ducado, en el siglo XV
Es, y ha sido Alcocer uno de los pueblos de más extensa memoria de la parte alcarreña de Guadalajara. De los de mayor número de habitantes a lo largo del tiempo, y de mayor tradición artística y monumental. Casi desde que, cuentan, lo conquistó el Cid. O mejor, Álvar Fáñez de Minaya, que dio nombre a la puerta que se mantuvo en el tiempo, como una de las principales, haciendo memoria del personaje y de sus leyendas. Por el lejano siglo XVI, sus vecinos contaban, en torno a la conquista de la villa que era público haberla ganado el Cid, y, además de la puerta que llevó el nombre del capitán de sus tropas, a cuatro pasos se levanta el cerro de Alvarfáñez.
Lo cierto es que comenzó a crecer cuando la primera señora de estas tierras, doña María, o Mayor, Guillén de Guzmán, lo recibió en recompensa de su silencio, y por ser la madre de una de las herederas del rey Alfonso X. Aquella que pudo unir, por vez primera, parte de las tierras peninsulares. Doña Beatriz, que fue reina de Portugal y, al tiempo, señora de Alcocer, Cifuentes, Azañón, Palazuelos y… tal vez una docena más de nuestros pueblos, por la Alcarria y por las Serranías norteñas.
A tanto llegó la historia de Alcocer que, en aquellas interminables discusiones del siglo XIX, cuando las provincias comenzaron a ser lo que fueron, Alcocer, que formó, conforme al capricho de los tiempos, parte de Cuenca o de Guadalajara, solicitó que, por derecho propio, se le concediese ser cabeza de partido judicial. Tiempos eran, cuando trató de tener capitalidad comarcal, en los que, por Alcocer, surgían algunos revoltosos, a juicio de sus señores, que ponían en jaque las ideas moderadas de los dirigentes de Guadalajara y, sobre todo, de sus duques, los del Infantado.
Un título que surgía de esta tierra de Alcocer. Un Alcocer que, tras pasar de doña Mayor de Guillén a su hija doña Beatriz, y de esta a doña Blanca, nieta de doña Mayor; y de doña Blanca al revoltoso don Juan Manuel, quien lo mismo hizo a la espada que a la pluma literaria.
De Don Juan Manuel pasaron a su hija, y revertieron en la Corona Real antes de ser el ducado por excelencia de los Mendoza guadalajareños, después de que, en una de aquellas revueltas, las que pusieron sobre la cabeza de los Reyes Católicos la corona de los reinos hispanos, don Pedro González de Mendoza, nuestro Gran Cardenal, sugirió a la reina, doña Isabel de Castilla que, a cambio de haber mantenido la familia a doña Juana (la Beltraneja), que mantuvieron los Mendoza por algún tiempo en aquellas guerras civiles de la última mitad del siglo XV, bien podía premiar su alteza a los Mendoza con… las tierras del Infantado. Las que pertenecieron a doña Mayor, a su hija, su nieta, incluso al Infante don Pedro, que dio nombre al señorío del Infantado, las de Alcocer, Salmerón y Valdeolivas; aquí comenzó el ducado, que puso apellido a Alcocer, del Infantado.
Alcocer de Guadiela
Se pedía que Alcocer fuese cabeza de partido en el primer tercio del siglo XIX. España y sus pueblos habían vivido, hasta entonces, tiempos revueltos. Primero con la entrada de las tropas francesas y su intento de invasión y conquista; después con la llegada del rey que forzó el que, los españoles, o al menos parte de ellos, se pusiesen en su contra.
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Entonces fue cuando a algunas gentes de Alcocer, con su Alcalde, don Manuel Castro, a la cabeza, declarándose constitucional, no se les ocurrió otra cosa que correr a solicitar de las altas instituciones del reino, que aquel nombre, el de Alcocer del Infantado, por el recuerdo que traía de sus duques, se mudase, como entonces se mudaba cualquiera de camisa, por el de Alcocer de Guadiela, haciendo honor al río que por allí discurre… Queriendo el ayuntamiento borrar todo vestigio de vasallaje y feudalidad, solicitó que se suprimiera el sobrenombre de Infantado con que la villa ha sido designada hasta ahora y que se llamase simplemente Alcocer, o con el dictado de Guadiela, río que corre por su término… Eran los primeros meses del año de gracia de 1821, cuando de la mano del general Riego, llegó el “Trienio Liberal”.
El municipio, desde las altas esferas del reino, recibió la confirmación a sus peticiones: El excelentísimo señor secretario de Estado y del despacho de la gobernación de la Península, con fecha de 14 del presente mes de mayo de 1821, me comunica la real orden siguiente: Habiendo dado cuenta al rey de la exposición que V.S remitió informada de la Diputación provincial con oficio de 19 de abril último en que el pueblo de Alcocer del Infantado solicitaba que suprimiéndose el dictado del Infantado que recuerda su vasallaje y tiempos de feudalidad se le llame en lo sucesivo o simplemente Alcocer o Alcocer de Guadiela, río que corre por su término y que en el lema de sus armas se imprima así mismo aquel dictado y se sustituya otro alusivo a la constitución, se ha servido resolver se llame, en lo sucesivo, Alcocer de Guadiela y que se haga en las armas la variación que se indica…
Lo aclaraba la orden legislativa que mudó el nombre y el escudo, y, aprobado que fue, los duques, claro está, cuando por los Pirineos entraron los Cien Mil Hijos de San Luis en socorro de Fernando VII para derogar todo lo que en aquellos tres años de liberalismo se decretó, le hicieron la cruz al pueblo y sus gentes. Y quedó Alcocer sin capitalidad judicial.
Y es que, por aquellos tiempos, los duques del Infantado sentían por Alcocer y sus villas tanto o más cariño que por su palacio ducal de Guadalajara. Tanto que, uno de sus más reconocidos hombres de confianza, don Felipe Sainz de Baranda, que fuese administrador general, contador y secretario ducal durante los primeros decenios del siglo XIX, tuvo su residencia, fija y oficial, en Alcocer, en la casa que con el tiempo pasó a llamarse “de los Sainz de Baranda”.
Alcocer del Ducado
Tal vez sea, Alcocer, uno de esos pueblos en los que la memoria de aquel siglo XIX, y, ante todo, de los años oscuros en los que los franceses invadieron la tierra, mejor memoria conserva de la vida dura y el sobrevivir diario de sus gentes en los tiempos de guerra, cuando día sí y otro también, las tropas francesas, o las guerrillas empecinadas, recorrían las fronteras entre las provincias de Guadalajara y Cuenca.
Por aquellos días quedó la villa a merced de unos y de otros, y al empeño de su alcalde, don Juan Sibelo, y la fuerza de voluntad de sus vecinos, tratando de que los que allá quedaron pudieran salir adelante con los menores quebrantos. Mucho de ello se conoce a través de las cartas que doña Antonia, la mujer de don Felipe Sainz de Baranda, remitió a su marido con periodicidad prácticamente mensual. También lo hizo don Juan Sibelo, que presumió de vaciar de holgazanes las tabernas y hacer justicia sin distinción de sangre.
Don Felipe, en lo más espinoso de la guerra, hubo de marchar, detrás del duque, don Pedro Álvarez de Toledo, a Cádiz, a discutir y dar al pueblo una Constitución. La famosa Pepa, que costó alrededor de dos años poner en limpio, para que después el rey la mandase al cesto de los papeles.
Curioso es advertir que, por si doña Antonia no tenía bastante con atender la casa, las olivas, las viñas y los tres o cuatro hijos que su marido le dejó, sin manos a las que recurrir porque los hombres andaban en la guerra, se le arrimó su cuñado don Bernardo, con dos criadas, a vivir del cuento durante aquellos años. Don Bernardo, párroco entonces en Madrid, terminó sus días en Alcocer, el 1º de mayo de 1858, después de haber sido una alta dignidad catedralicia en Burgos. Lo que, por entonces, cuando la tropa del general Hugo y la de su hermano el coronel del mismo apellido rondaba Alcocer, no conocía doña Antonia, era que su cuñado, el presbítero don Bernardo, a más de a ser cura de almas, se dedicaba a espiar los pasos de los generales franceses para que luego las guerrillas les diesen para el pelo. En una de sus cartas le contaba a su hermano que los enemigos eran, el mismo demonio, capaces de hallar las cosas más recónditas.
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Las tristes cartas de doña Antonia, la marida de don Felipe, como se describe en los papeles, pintan todo aquello que, en tiempo de guerra, nos podemos suponer. Y que nunca debiera de suceder. Las guerras, por lejanas que estén, saben a hiel, y escuecen.
Sin duda, Alcocer, como todos y cada uno de los pueblos alcarreños, o arriacenses, está lleno de historias que, a poco que nos pongamos, podemos descubrir. E invitan a conocer el lugar en el que se vivieron. ¡Qué gran Episodio Nacional, nos hubiera dejado don Benito Pérez Galdós, de haberse dado una vuelta por aquí! Y es que, para conocer Alcocer, cualquier ocasión es buena.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 1 de abril de 2022
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