viernes, marzo 04, 2022

BAIDES: UNA DE PIRATAS

 BAIDES: UNA DE PIRATAS

El nombre de la población es parte de las legendarias historias de piratas del siglo XVII

 

 

   Hubo un tiempo, mucho antes de que en la antigua casa del tío Guindón viese la primera luz el ilustre novelista don Ángel María de Lera, en el que nada de lo que sucedía en Baides escapaba a la mirada, mano y órdenes de los marqueses del Sabroso, Salvatierra, Baides, o de la duquesa viuda de Hijar, doña Luisa Fernández de Córdoba quien, desde su casa palacio baideño, parecía gobernar, como la reina María Cristina desde el suyo, a sus súbditos y sus tierras.

 

   Claro está que eran tiempos en los que Baides se señalaba en los mapas de caminos como uno de los puntos principales en el de Madrid a Aragón. Por aquí, en estas tierras que la fortuna quiso fuesen hoyadas por la línea del ferrocarril, hicieron alto aquellas endiabladas locomotoras que cambiaron el paisaje, o al menos lo trataron de hacer. Tiempos en los que, a partir de 1860, los naturales de la población vieron en el tren un futuro prometedor. E incluso se creó un nuevo barrio que añadir a la antigua población, que continuó abrigándose bajo el cerro de su castillo, entonces ya apenas señalado por un montículo de piedras.

 

Ángel María de Lera, el novelista de Baides

   Don Ángel María de Lera que fue el primer escritor nacido en la provincia de Guadalajara en obtener el premio Planeta de literatura, cuando corría el año de 1967 y el premio no había alcanzado la redondeada cifra económica actual, poco antes de ganarlo, siguiendo los pasos de su padre, que fue médico en la población en los primeros años del siglo XIX, se echó a los caminos de la “Medicina Rural”, para contar lo que se encontró por estas tierras. Lo primero, al llegar a Baides en 1966, fue enterarse de que en el pueblo ya no había médico. Que los baideños, tenían que acudir a Sigüenza, o de Sigüenza acudía a Baides el médico.

   Por entonces nos retrató la realidad de estos pueblos, que se comenzaban a quedar al trasluz de las montañas: “Hay mucho polvo y mucha ruina por aquí. Nos da la impresión de una escenografía cinematográfica tras la cual no hay nada. Es como si aquella época de feudos y señoríos se hubiera disecado y momificado en estos palacios deshabitados, en estas calles muertas, en estas alcazabas de las que solo se mantienen en pie los lienzos de sus murallas exteriores. Los pueblecitos de la comarca son también pequeños señores feudales venidos a menos. Algunos solo conservan la resonancia de su nombre antiguo. Se han detenido en el camino mientras los demás marchan en la gran caravana del desarrollo y los cambios de costumbres y estilos de vida”.

   Para entonces, incluso el que fuese palacio de doña Luisa Fernández de Córdoba, semejaba una estampa cinematográfica, con el mobiliario cubierto de sábanas blancas para preservarlo del polvo, y las paredes anunciando, a través de los desconchones del yeso y la escayola, la ruina.

 

Doña Luisa Fernández de Córdoba, la duquesa

   Doña Luisa, la duquesa viuda de Híjar, condesa de Salvatierra y marquesa de Baides, entre otros títulos, fue una de las mujeres más populares de la nobleza madrileña, como dama de la reina que era, desde la mitad del siglo XIX hasta su fallecimiento en Alicante, el 16 de noviembre de 1902. A una edad bastante avanzada. Las fiestas sociales en su palacio madrileño de la calle de Villanueva, en el que incluso se mandó construir un teatrito, fueron míticas, lo mismo que sus famosas obras de caridad, pues todos los años se desprendía de algo de lo propio en favor del necesitado; lo mismo sucedía cuando, año a año, visitaba Baides, donde pasaba largas temporadas.

   Sin duda se ganó el respeto de las gentes de la comarca, y el desafecto del señor obispo diocesano, don Francisco de Paula Benavides, cuando la señora se quiso hacer una capilla propia en la iglesia parroquial, dedicada a Nuestra Señora del Amor Hermoso, y el señor obispo le dijo que conforme en ello, pero pasando antes por el registro de una fundación, y con todas las legalidades, que no cumplió la duquesa, que para eso lo era. Y se puso a hacerla, con el consentimiento del párroco, don José García Pardo, quien fue recriminado por el obispado y escribió a la señora duquesa diciéndole que “no he querido ir a Palacio a avistarme con el Sr. Obispo, no sea que no tenga gusto y me diese un … por haber consentido se haga sin haberme dado permiso; porque todo tiene remedio, el altar luego se quitaba y se ponía la pared como antes; me han pasado algunos chascos con los prelados, y estoy yo alerta…”

   A pesar de ello, doña Luisa sería protagonista de uno de esos gestos que la hicieron merecedora del respeto de las gentes pudientes, como antes se decía. Sucedió 20 años después del enfrentamiento con el Obispo diocesano, cuando en la noche del 28 de agosto de 1880, una inmensa tromba de agua descargó sobre Sigüenza y comarca, inundando gran parte de los barrios bajos de la ciudad episcopal, y haciendo impracticables los campos; por supuesto que también la línea férrea, quedando retenido en mitad del barro y el agua, en el kilómetro 129, el tren número 42 con destino a Zaragoza. En Baides, donde estuvieron toda la tarde y parte de la noche en vela, temiendo que el agua lo borrase todo, llegó la noticia al palacio de la duquesa quien, ni corta ni perezosa, armó unas cuantas carretelas y, con ella al frente, se lanzó al rescate de los viajeros del tren embarrado, a algunos de los cuales se llevó a palacio; al resto les proporcionó medios para llegar a Sigüenza.


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   Aquello le valió la Medalla de la Beneficencia de tercera clase, y unas cuantas felicitaciones; desde las que llegaron de los despachos oficiales de la provincia, a las reales.

   El Gobernador de Guadalajara también acudió al rescate de los náufragos ferroviarios, y de los pueblos arrasados por la riada, pero cuando llegó, la duquesa ya había estado allí.

 

El Marqués don Francisco López

   El marquesado de Baides que ostentaron doña Luisa y sus ancestros ya había entrado en las páginas de la historia de España con letras de molde, antes incluso de que don Diego López de Estúñiga recibiese oficialmente el título el 22 de febrero de 1622; con anterioridad los Estúñiga fueron simplemente los señores del lugar. Don Diego López sería el abuelo del más famoso de los marqueses, don Francisco López de Zúñiga y Meneses, quien llevaría el nombre de Baides al otro lado del mar, puesto que fue uno de los grandes personajes que dejaron su huella en el Nuevo Continente, como gobernador, capitán general y presidente de la Audiencia de Chile.

   Don Francisco, que nació en Valladolid, casó con doña María de Salazar y Coca, hija del oidor de la Audiencia de Charcas, en Lima, en 1636. Siete hijos nacieron del matrimonio, todos en aquellas tierras. Poco después del casamiento fue cuando a don Francisco lo nombraron gobernador y capitán general de Chile y su mandato, a juicio de la historia, estuvo jalonado de aciertos, tanto para los reinos españoles, como para las gentes del país. Su vida podría formar parte de una de esas grandes novelas de aventuras de la historia en tiempos en los que las grandes potencias europeas trataban de conseguir lo que España obtuvo con el descubrimiento y colonización de una parte de América, extender la cultura patria, el idioma, e incluso utilizar los recursos de la tierra para engrandecer el reino de aquí y las tierras de allá. Don Francisco se enfrentó a los piratas holandeses en los Mares del Sur; a los portugueses por las costas del Brasil, y a los ingleses por cualquier parte.

   Le llegó el relevo en 1646 y años después, en 1655 inició el viaje de retorno a la patria. El 27 de abril de aquel año se echó a la mar, y año medio después, previo paso por La Habana, el 17 de septiembre de 1656, don Francisco y su familia alcanzaban a ver las costas de Cádiz. Claro que en la flota que traía al marqués de Baides y su familia venían también algunos cargamentos de oro y plata para la corona; y donde menos se esperaba, en las cercanías de Cádiz, aguardaban los piratas ingleses al servicio del lord protector de la entonces República de Inglaterra, don Oliverio Cromwell, siete navíos bien pertrechados que no tardaron en dar cuenta de las cuatro naves españolas, a pesar de que, recuenta la historia, la defensa de la capitana a lo largo de toda la jornada, por parte de don Francisco López de Estúñiga, marqués de Baides, fue ejemplar. Tanto que en la lucha murieron el marqués, su mujer y dos de sus hijos, el resto quedaron prisioneros, de los piratas.

 

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   El nombre de Baides continuaría en los libros de la historia, de entonces a hoy. Muy a pesar de que la tierra fuese quedando despoblada, y el castillo de los Estúñiga primero, y el palacio después, se fuesen arrumbando. Aun así, son el escenario perfecto para descubrir, entre el telón de fondo de su horizonte, el argumento de una canción, o de una novela, con trasunto de piratas.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 4 de marzo de 2022

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