CARNAVAL, BAJO LA MONTAÑA SAGRADA.
En Villares de Jadraque, al pie del Alto Rey
Cuenta la leyenda que un lejano día quedó encerrado el dios Caco, ladrón de toros y bueyes, bajo la montaña que le echó encima el propio Hércules y que, desde entonces, y a través de los siglos, braman las bestias y cocean la tierra, tratando de escapar a su encierro, generando con ello las consabidas tormentas, los truenos y algunas cosas más que el misterio de los tiempos no ha sido capaz de resolver. Un encierro que se encuentra en las entrañas del más que mítico monte Moncayo. Una de esas cumbres de la tierra, divisoria de tres reinos, Castilla, Aragón y Navarra; hermana de dos de las cumbres señeras de la hoy provincia de Guadalajara, Ocejón y Alto Rey.
Nada extraño que el bramido de aquellos toros y bueyes estremezca las entrañas de nuestros picos sagrados que, sin duda, en el fondo de la mitología y la leyenda, debieron conservar nuestros ancestros; sino aquella, otras más que semejantes, que forjan el sentir, querer y admirar lo que se esconde detrás de lo que no entendemos. A los pies de ambos picos provinciales, Ocejón y Alto Rey, convertidos en máscaras, en ídolos paganos de un tiempo que los buscó, corretearán, este sábado de Carnaval, tal vez los descendientes mitológicos de aquellos toros que en las entrañas de la tierra escondió el hijo de Júpiter; por el Ocejón deberán corretear las máscaras de Almiruete; por el Alto Rey de la Majestad, lo serán los Vaquillones de Villares de Jadraque. Herederos todos de un tiempo, de unas creencias, de unos ritos… De una tradición que el paso del tiempo engrandece.
El Alto Rey, la montaña sagrada
Algo ha de tener el Santo Alto Rey que, a más de atraer las miradas de la provincia, puesto que se divisa su cima a través de una buena parte de ella, atrae y también atrajo la mirada de los investigadores, los historiadores, los devotos o los simples curiosos.
Más de mil años hace que por las altas cimas, quizá buscando las cercanías del cielo, se aposentaron los monjes, guerreros o caballeros del Temple. Por aquellas ruge el viento y se divisa, con profundidad de horizontes limpios, el inmenso plano de una tierra inmensa, que es la de este rincón de Guadalajara que fuese la frontera castellana.
A la cumbre llegaron, en busca del mito, o de observar aquel horizonte, hombres de letras y de ciencias, desde el sin par doctor Kaestner, cuyo viaje a la cumbre nos relató el ingeniero Menéndez Ormaza: Y ahora volved vuestra vista a los escalonados valles y barrancos, por donde al Sur serpea el Bornova a la busca del Henares camino de la corte de las Españas; al erudito Pérez Villamil: Yo no he visto paisajes más melancólicos que los que ofrece por doquiera este rincón de España, ni costumbres más morigeradas y sencillas que las de sus moradores. Los pueblos son de corto vecindario, las casas que los forman humildes chozas de piedra y lodo cubiertas con hojas de pizarra negra, y los campos que los rodean tierras áridas, en su mayor parte, que apenas bastan a soportar la leve carga de cereales que en ellas se siembran.
Pero siempre fue la cumbre, lo apuntó el cronista Juan-Catalina García López, lugar de reflexión, de extasiada reflexión: Para quien ha visitado gran parte de las regiones de España, y no pocos países extranjeros, la ascensión al Alto Rey no debía ser causa de asombro y de profundo deleite, pero cierto es que lo fue.
Villares de Jadraque, al calor de la plata
Se pierde en el tiempo el origen de Villares de Jadraque, como se pierde el de las poblaciones que lo rodean, desde Zarzuela a Gascueña pasando por La Bodera o Bustares. Tierras que fueron de íberos, de celtíberos, arévacos o pelendones; al fin y al cabo, todos un mismo pueblo; tierra en la que se abrieron paso, no sin poco empeño, las aguas del padre río, el Bornova, que desde sus inicios, por el manadero de Somolinos, desciende calmo en busca del valle. Atrás quedan los pinares de Campisábalos y Condemios, los embrujos de Albendiego, Prádena o Gascueña para, al fin, limar peñascos por tierra de Villares antes de descender a través de Hiendelaencina a la que fue su puerta al mundo: el Congosto de San Andrés y de Alcorlo.
Fue tierra de riqueza minera mucho más allá del siglo XIX, cuando a don Pedro Esteban Górriz y a don Antonio Orfila les dio por invertir en el mundo de la plata, y por sacar lo que la tierra escondía. Mucho antes que ellos, por estos mismos pagos, la plata y el oro partió camino de Roma, para engrandecer sin duda aquel imperio, el romano, que fue efímero por aquí. La riqueza que ofreció la naturaleza, casi siempre se disfrutó lejos de sus orígenes. Aquí sólo quedó la pizarra. La pizarra, convertida en símbolo de una comarca, más allá de las faldas del Ocejón. Y las gentes. Gentes que jugaron, sirva la expresión, a sobrevivir, a mantener el rito, la tierra, la casa, la memoria de sus tradiciones. La fuerza etnográfica de sus festejos paganos. Sus Vaquillones.
Vaquillones de Carnaval, en Villares
Son, los vaquillones de Villares de Jadraque, lo escribimos ayer y lo repetimos hoy, los diablillos de la comarca del Alto Rey que, por estas fechas carnavaleras, se enseñorean como ellos solos saben hacerlo del amplio horizonte que sube desde Hiendelaencina hasta doblar la montaña en línea recta. Cada cual, en la ciudad, como en los carnavales de Venecia, se disfraza como quiere, o como puede, porque Carnaval es inversión, con la cara tapada. Y cada cual, por nuestras sierras, rinde culto a sus ancestros. Y representa lo que para ellos es poco menos que sagrado. Y se echa encima la cuerna de sus bueyes, sus toros o sus vacas; se enristra los cencerros que dieron cuenta de donde pacían en noches de luna; se arrebolan los cobertores de sus mulas, como antes lo hicieron con los pellejos de sus cabras, y sobre ellos se echan las amugas que cargaron la leña y el grano; se forran la cara para que no los conozcan y salen a rondar las calles. Amorcar, corretear, danzar, pitear…, y todo aquello que se nos pueda ocurrir.
Son como los toros que robó el dios Caco y encerró el hijo de Júpiter bajo la montaña sagrada y a los que, un día al año, se les da libertad. Y la disfrutan, porque, al cabo del día, volverán a su cueva, a su encierro, a mugir y patalear creando las tormentas. Tras la diversión y el ruido, el silencio penitente de las cuaresmas. Después del exceso, la calma.
Los Vaquillones de Villares mañana, sábado de Carnaval, saldrán a mugir, a cencerrear entre la pizarra negra que pintó el entorno. A recordar que hace cincuenta, cien, doscientos años, sus antepasados hicieron lo mismo; como pudieron, como supieron. Es la tradición. El recuerdo del pasado y la viveza del presente. La antesala del silencio cuaresmal.
Carnaval cultural
Este año las máscaras provinciales han iniciado su camino para pasar a ser patrimonio cultural. O inmaterial. No sólo de castillos viven la tierra. También de este tipo de monumentos, que lo son, a la cultura de nuestros antepasados.
Villares de Jadraque no es pueblo de crecido número de habitantes; pero lo es de apretados corazones que tratan de significarse con sus pequeños detalles. El Carnaval, que también es cultura, se celebrará mañana por todo lo alto.
Una exposición fotográfica recordará, a través de los objetivos de Vicente J. Acedo y de Santiago Somolinos, lo que fue y es Villares de Jadraque; y lo que fueron y son sus Vaquillones, o su vaquicas, o sus vaquillicas. También habrá literatura, de la mano de José Ignacio Llorente Olier, quien presentará una de esas novelas que nos recuerdan que, también por estas tierras, crecen los buenos literatos. Su novela: “Te daré gusanos de seda”, es también un sentimiento que corre por los senderos del Alto Rey.
Y habrá historia, a través de un librito que recorre la del pueblo, sus vaquillones y sus gentes, “Villares de Jadraque y sus Vaquillones”, que firma quien esto escribe a quien, por aquello de escribir, el pueblo ha nombrado “Vaquillón del año 2022”, que es tanto como darle las gracias por su labor, que el escritor agradece; y habrá también con qué llenar el estómago, a través de las migas populares, que después vendrán la penitencia y el ayuno; y música de dulzaina, y sonido de cencerros que nos recordarán que, hace cientos de años, un día, por Carnaval, las gentes salían a celebrar. Así pues, mañana, Carnaval en Villares de Jadraque, el sonido y el color cubrirán las faldas del Alto Rey de la Majestad. También las emociones. Y la gratitud. A un pueblo, y a unas gentes, que bien lo merecen. Allí nos vemos. A las once de la mañana, suena la cuerna.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 25 de febrero de 2022
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