viernes, noviembre 12, 2021

UN NOMBRE PARA GUADALAJARA: ALFONSO MARTÍN MANZANO

 UN NOMBRE PARA GUADALAJARA: ALFONSO MARTÍN MANZANO

Pionero en la prensa provincial, y en la tipografía alcarreña

 

   No han sido muchos los periódicos, diarios o semanarios, que han pasado a la historia de la provincia de Guadalajara con el calificativo de “clásicos”, al menos para quienes los conocieron, o conocen. Uno de los mayores clásicos en el presente es este Nueva Alcarria, de tan prolongada existencia. Otro, sin duda, por haber nacido en el siglo XIX y haberse editado a lo largo de una parte importante del siglo XX fue Flores y Abejas; una revista, retitulada “festivo semanal”, que vio la luz por vez primera el 2 de septiembre de 1894, bajo la dirección de don Federico López González, y teniendo por colaboradores principales a Luis Vega Rey, Luis Cordavias, Marcelino Villanueva Deprit, y nuestro personaje, Alfonso Martín Manzano.


 

   Sustituyó poco tiempo después de la fundación del periódico, a don Federico López en la dirección, un histórico nombre de la vida periodística, médica y política de la Guadalajara de aquel tiempo, don Miguel Mayoral y Medina; y a don Miguel Mayoral, cuando don Miguel se marchó a los baños de Arnedo para tratar de curar sus males, Alfonso Martín Manzano. Don Federico fue Abogado del Estado, además de Fiscal del Tribunal Contencioso Administrativo provincial; su traslado a Madrid, en los inicios de 1895, para continuar su exitosa carrera como alto funcionario del reino, y de la política, puso el periódico bajo la dirección de don Miguel Mayoral y, ocasionalmente, en Alfonso Martín Manzano. Quien se hizo cago definitivamente de la dirección a la muerte de don Miguel Mayoral, que también fue Alcalde de la ciudad.

   Por aquel entonces don Alfonso compaginaba la dirección del semanario con su afición a la literatura, sus sueños de novelista y el empleo que le daba de comer todos los meses, ya que era tipógrafo de profesión y jefe de talleres de la imprenta provincial.

 

Guadalajara, 1900

   El Siglo XX trajo a la ciudad de Guadalajara muchas novedades. La ciudad, que en poco se parece a la de hoy, era lo más parecido a un pueblo grande en el que, a pesar de la grandeza, casi todo el mundo se conocía, desde las altas a las bajas esferas.

   Y había en la ciudad, a pesar de la nebulosa de los tiempos, una intensa actividad cultural; aunque fuese a través de las tertulias, los casinos o los ateneos.

   Por aquel entonces comenzaban a destacar personajes que posteriormente serían historia de la Guadalajara del siglo XX; personajes en el mundo de la literatura, y de la política; entre ellos nuestro Alfonso Martín Manzano, a quien se consideró periodista, a pesar de que, en aquel tiempo, la inmensa mayoría de quienes escribían y dirigían la prensa provincial eran de todo, menos periodistas de carrera.

   Todavía existía la costumbre, o ley, de renovar los ayuntamientos por mitades todos los años, con lo que, cada dos, por lo general, había nuevo Alcalde; una medida como otra cualquiera de luchar contra la corrupción, que también la había en algunos sectores políticos del reino.

   Algunos de los hermanos de Alfonso Martín Manzano fueron concejales del Ayuntamiento de Guadalajara por aquel tiempo, y si él no lo fue debió de ser porque no quiso, ya que fue hombre de muchos trajines ciudadanos.

 

Manzano literato

   Nació Martín Manzano en Guadalajara, el 9 de febrero de 1853, a pesar de que los estudios los llevó a cabo en Madrid; estudios que tuvieron que ver con la tipografía y la imprenta, regresando a la capital una vez que se hizo maestro en la materia. A partir de 1877 ya estaba trabajando en aquel empleo en la Imprenta Provincial, en la que pasaría por todos los estados, hasta llegar a dirigirla. En 1885, ocho años después del ingreso en la empresa ya era Regente de la Imprenta y Director y supervisor de todos los trabajos que se publicaban.



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  Fue por aquellos años, los finales de la década de 1880, cuando le surgió la vena literaria, en apenas cinco o seis años dio a la imprenta la mayor parte de su obra: “En Recoletos y al fresco; escenas sueltas en verso”, (Imprenta Provincial, 1888); “¿Dónde me quedé? (Imprenta Provincial, 1888); “Semblanzas del Liceo Artístico de Guadalajara”, (Imprenta Provincial, 1889), etc.; en los años siguientes daría a conocer algunas obras más: “Retratos al vuelo”, en donde biografiaba, en prosa y verso, a lo más granado de la política y cultura de la Guadalajara del momento; “Ropa vieja”, en donde a modo de cuentos recuperaba tradiciones pasadas de la capital; e incluso entró en el mundo de la escena con la obra a la que puso por título: “La Reina de los Mayos”, escrita en colaboración con otro de los literatos de la Guadalajara del momento, Antonio Velasco Zuazo, con la que salieron de gira por la Alcarria, representándola en Pastrana, Brihuega o Sacedón, en los primeros años de la década de 1890. De ello le nació su afición a ser algo más: empresario teatral.

  

El Ateneo del Obrero

   Mantuvo, Alfonso Martín Manzano, cierto grado de amistad con Pablo Iglesias Posse, cuando Iglesias comenzaba a liderar los movimientos obreros y socialistas, al que conoció durante su estancia en Madrid; y a quien se trajo en alguna ocasión a Guadalajara para instruir a los obreros en el sindicalismo y el socialismo, con algún éxito. Martín Manzano sería uno de los fundadores de las agrupaciones socialistas de Guadalajara, políticas y de trabajadores.

   De aquello surgió la idea de la fundación, en los inicios de la década de 1890, del Ateneo Instructivo del Obrero, del que formó parte, como Secretario-Contador, de su primera Junta Directiva, que presidió el conocido abogado D. José Sagarmínaga, otro de los nombres propios de la Guadalajara de los inicios de siglo; y donde acompañaban, a uno y otro, nombres como Gabriel Cabezudo, Ezequiel de la Vega, Ángel Campos o Tadeo Calomarde, todos ellos historia viva guadalajareña.

   En tanto, nació el semanario Flores y Abejas, después de la vida breve de otra revistilla que trató de alegrar la vida literaria de la capital: “Miel de la Alcarria”, en la que derramó sus versos; como lo hizo en otro de los semanarios de vida breve y tirada corta: “La Ilustración”, y algunos más.

   A la moda del tiempo, en no pocas ocasiones firmó sus artículos, composiciones o cuentos con un seudónimo que sonaba a historia molinesa en la capital provincial: “Marcos de Obregón”.

 

El gran duelo

   Nunca fue hombre de mucha salud, y desde que perdió a su esposa, actriz de teatro aficionada, en el mes de abril de 1910, se agravó. Por entonces comenzó a retirarse del mundo literario; de las largas composiciones poéticas a las que acostumbró a los lectores del periódico; se retiró de las tertulias literarias del Ateneo, y se encerró en su casa de Alvarfañez de Minaya 27, a llorar sus penas. Tan solo salió, en alguna ocasión, para acudir a los famosos baños de Trillo, por ver de recuperar en ellos la salud perdida.

   Allí falleció, en su casa de Alvarfañez número 27, el 13 de noviembre de 1912. Al día siguiente, en el traslado de sus restos al cementerio, tras el paso por la iglesia de Santiago, Guadalajara se echó a la calle a despedirlo.

   La categoría del finado la daba la presidencia del duelo: Los Gobernadores civil y militar, Presidente de la Diputación, Alcalde de la ciudad, Diputados provinciales…

   Más que al periodista, novelista o director de la Imprenta Provincial, Guadalajara despedía a un hombre como él mismo se definió, sencillo y sin ataduras.

   Sus compañeros de periódico, al escribir la crónica del entierro, añadían a los detalles principales el del gentío que siguió el féretro: Para dar una idea a nuestros lectores del gran número de personas que acudió al entierro de Alfonso Martín, bastará decir que cuando la cabeza de la comitiva llegaba a la Plaza Mayor, vimos no pocos acompañantes saliendo de la plaza del Conde de Romanones, plaza que se situaba en aquel tiempo por debajo de la iglesia de Santiago. Periódico, Flores y Abejas, que sacó número extraordinario el día de su muerte, para contar lo sucedido.


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   Quizá, de cuantos apuntes se escribieron sobre él, uno de los más acertados fuera el de don Joaquín García Plaza, otro de la historia de aquellos años: ¡Qué pocos vamos quedando!

   No lo pudo hacer, pero sin duda, él mismo, como los grandes genios, hubiese escrito su epitafio, como cerró, en verso, su autorretrato, a la moda de su tiempo: Y aquí termino. Así pues, besando a ustedes la mano, y a las señoras los pies, ya saben todos quien es, Alfonso Martín Manzano.

 

Tomás Gismera Velasco / Guadalajara en la Memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 12 de noviembre de 2021

 

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