LA VIRUELA, MAJAELRAYO, Y EL MÉDICO DE CAMPILLO
Manuel Serrano de la Peña fue uno de los pioneros en la lucha contra la Viruela, en la sierra del Ocejón
En estos tiempos en los que las pandemias, o las epidemias o como lo queramos llamar, nos acorralan, cuando médicos y científicos se afanan por librarnos, y librar al tiempo al mundo de la amenaza de virus, bacterias y otros bichos de compleja identidad, no está de más echar atrás la mirada para ver cómo otros científicos, sin medios apenas, libraron parecidas batallas, por esta nuestra castellana tierra de Guadalajara, pionera en tantas cosas, incluso en las luchas contra el mal.
Para ello hoy ascendemos a la sierra, para seguir la senda oscura que marca la pizarra a los pies del Ocejón, y caminar por aquellos senderos que, al día de hoy, son seña de identidad provincial a cuenta de su arquitectura negra.
Escribían los cronistas ilustres de los diarios madrileños, entre ellos don José L. Bernaldo de Quirós, aventurero por estos pagos, quien hace justamente cien años llegó hasta Majaelrayo, que “las casas de este pueblo son todas de fragmento de pizarras, y los tejados de grandes losetas de lo mismo, no conociéndose las tejas. Esto hace que hasta que se está a cien metros del pueblo no se le distinga, porque sus casas son negras como aquellas agrestes laderas”.
Majaelrayo, en la tierra de la pizarra negra
Atrás dejaron los excursionistas la hidalga villa de Tamajón, quizá la más ilustre de estos pagos, en donde hicieron noche. La segunda fue en aquella otra población que don José nos señala. Allí se alojaron en la posada “del tío Bernardo”, curioso personaje donde los hubiera que fue, en sus tiempos mozos, criado de confianza de uno de los grandes hombres de la escena del siglo XIX, Rafael Calvo. Entonces era la única que había en la población, y por ello la más transitada de aquellos pagos, a pesar de que el retrato que se nos hace del famoso tío Bernardo, Bernardo Herranz que se llamaba, deja un tanto que desear, pues nos lo retratan como una especie de Quijote que, en lugar de batallar contra los cueros de vino lo hacía, simplemente, contra los cueros, después de dar cuenta del vino.
Era tierra pobre, sí; de pastoreo y buenas gentes acostumbradas a los trabajos de la vida. Y gente sana. Alejada la población entonces de todos los caminos y rutas conocidas.
Por aquellos días de 1921 de los que hacemos memoria comenzaba a ponerse de moda lo de acudir de excursión a nuestras montañas, al Ocejón, como más adelante se pondría en boga lo de cruzar las fronteras y acudir al Himalaya. Majaelrayo, y el Ocejón, se encontraban de Madrid no a una distancia kilométrica, que hoy mediríamos, sino a dos o tres días de distancia, que entonces se empleaban en llegar.
Unos cuantos años antes, en 1908, ya llegaron algunos excursionistas, estos en uno de aquellos coches de los inicios del siglo XX que, lo mismo que los carros, saltaban todos los obstáculos conocidos o, caso contrario, el mecánico, que siempre acompañaba, se encargaba de hacerlos salvar.
El primer vehículo convencional que llegó a la plaza del pueblo, de Majaelrayo, fue el conducido por un emprendedor hijo de la población, don Moisés Velasco, el titular del “Garaje Peninsular” de la calle de Ponzano de Madrid. Ocurrió el 21 de agosto de 1927. Alcanzó su pueblo al tercer intento y de tan grata memoria fue para la población que, reunido su Ayuntamiento, hizo figurar en las actas municipales el evento.
Campillo de Ranas, pizarra hidalga
Campillo de Ranas se queda un poco antes. A mitad de camino entre Tamajón y Majaelrayo. Quizá sea la puerta de esa entrañable y hoy trasegada ruta de la arquitectura negra. Ambos dos, Campillo y Majaelrayo, guardan para quienes los quieran descubrir las mejores piezas de esta arquitectura que hipnotiza. Y es que, para quienes conocen los pueblos blancos, azules, rojos o verdes de otras regiones, abriendo el libro de los paisajes de Guadalajara es quedar absorto en cualquiera de sus páginas.
Ambos pueblos fueron rivales, Majaelrayo y Campillo, desde que se tiene memoria, rivales en el entorno por un ¡quítame allá esas majadas! O por las tierras que, cuentan algunos, fueron el origen de alguno de los disgustos. Las tierras de Majadas Viejas, como ambos, pertenecientes, hasta bien entrado el siglo XIX no a las tierras de Guadalajara, sino a las vecinas de Segovia, al común de Ayllón, tierra hermana que por serlo tanto se nos parece.
A los tribunales tuvieron que recurrir en más de una ocasión ambos concejos, desde que don Diego López Pacheco y Portocarrero, duque de Escalona, marqués de Villena, conde de San Esteban de Gormaz y Señor de Ayllón, concedió el uso y disfrute de aquella tierra a los de Majaelrayo, que negaron los de Campillo y, así se tiraron, discutiendo, desde más allá del siglo XVI, hasta que perdieron las ganas.
La lucha contra el mal
Fueron ellas batallas sin sangre. De discusión a través de los papeles y poco más. Si acaso, los de un concejo prohibieron el uso de los pasos a los del otro. Pero nunca llegó la sangre al río. Que por estas y vecinas tierras manan y salen al mundo las del Jarama, que vierte al Madrid que todo se lo lleva, o se lo llevó, cuando sus aguas fueron de posibles.
Hubo entre ambas poblaciones una especie de campechanía, y de compadreo en eso de echarse una mano cuando las nieves, que ya no nieva como antes, dejaron a ambas poblaciones, y sus pedanías, envueltas en el blanco manto. Hasta épocas recientes de Tamajón no pasaban las máquinas para aliviar los males de unos y otros pueblos, como si, en Tamajón, hasta avanzada la década de 1970, se acabase la tierra y no hubiese nada, pueblos o gentes, más allá.
Pero ahí estaban ambos, para echarse al camino y darse la mano. Y en ello anduvieron cuando, allá por la mitad del siglo XVIII comenzó a investigarse la enfermedad que hacía estragos, por aquí, y más allá. La viruela.
Manuel Serrano de la Peña
Es el nombre del hombre que por aquí la atajó. Uno de los pioneros en la lucha contra el mal, puede que incluso años antes de que se conociese lo que se dio en llamar “el mito de Jadraque”.
Don Manuel Serrano de la Peña, de quien poco más conocemos que su dedicación al estudio, a la ciencia y a la cura de cuerpos, anduvo ejerciendo la medicina por tierras de Ayllón y de Sepúlveda, por donde experimentó por vez primera en lo de atajar el mal de la viruela.
A Campillo de Ranas llegó en los años finales de la década de 1740 o en los inicios de la de 1750, cuando la viruela hacía de las suyas. Se había cebado de manera inusitada, cuentan las crónicas, en Majaelrayo, a las puertas de uno de aquellos veranos que, por serlo, sus vecinos tenían que entregarse, lo quieras o no, a la recolección.
No cabe la menor duda, lo contó el propio don Manuel Serrano al publicar sus experimentos en el estudio que llamó: “El mejor específico para las viruelas”, al que puso el punto final en 1768, que tuvo que batallar contra la enfermedad, y contra las creencias que, entonces como tiempo después, quedaban al margen de la medicina tradicional.
Emociona leer la crónica de aquel tiempo. Las líneas de puño y letra de don Manuel Serrano de la Peña, imaginando que las escribió a la luz de la lumbre, en una de aquellas casas techadas de pizarra: … este año de 68, por el mes de mayo, habiendo epidemia a tres leguas de distancia, trajo el contagio un joven al lugar de Majaelrayo, uno de mis anejos…
Claro, entonces, como hoy: … lo mismo fue decir, viruelas hay, que todos, o la mayor parte, clamaban…
Pero don Manuel Serrano tenía, y puso el remedio, a través de la inoculación, y libró del mal a aquel pueblo, y al entorno. Uno de los pioneros en estas tierras, de Guadalajara, y de España. Bueno, se le murió una paciente, Isabel Calleja se llamaba, natural de Majaelrayo.
Al término de su trabajo, Serrano de la Peña escribió, laus deo; que podía traducirse como ¡Qué grande y hermosa es esta tierra de pizarra negra en la que, de todo hay, genios también!
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 19 de noviembre de 2021
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