PEDRO GAMO, Y CONGOSTRINA AL FONDO.
Pedro Gamo inició su vida poética en Galicia; su recuerdo se mantiene en Congostrina
Dos señalados poetas provinciales surgieron al mundo de la poesía en tierras gallegas. Tierras que tal vez tengan algo de atractivo para la poesía provincial de Guadalajara cuando aquellos, desde allá, cantaron la tierra que dejaron atrás, y la que encontraron a las puertas de Santiago.
Ambos nacieron con escasa diferencia de años; entraron y salieron de Galicia por la misma época; escribieron en los mismos periódicos; nacieron en la misma tierra, de Jadraque, y no coincidieron en la propia, para andarla y cantarla, hasta mucho tiempo después de dejar la que los lanzó al mundo poético. Fue uno de ellos José Antonio Ochaíta García, quien se ganó el apelativo de Galleguito mesurado; el otro Pedro Gamo Ortega, hombre de seria y recta conducta.
De Congosto, Congostrina
El Congosto que todos conocemos, o al que nos lleva la memoria, es el que en la actualidad tapona y retiene las aguas del Bornova bajo las que sumergieron aquel pueblecito que se llamó Alcorlo. El Congosto, el estrecho paso por el que las aguas fueron abriéndose paso, las sigue llevando tierra adentro de Guadalajara, orillando a San Andrés, del Congosto.
Por Congostrina hay otros congostos menos conocidos, por sus tierras se encuentra el barranco de la Angostura, que nos suena parecido. Es pueblo que se asoma a la vega desde el otero por el que va ascendiendo hasta tocar poco menos que los cielos en la plaza Mayor que, como la sala de don Celso, aquel que nos pintó José María de Pereda en su Peñas Arriba, es de lo poco llano que existe en la población, pues sus calles son, como las de los cerros, de cuestas arriba.
La casa en la que nació Pedro Gamo también puede presumir de encontrarse en terreno poco menos que accesible. Sobre la casa, con una de esas fachadas carentes de personalidad, parece galopar, solitaria y sin aliento, una triste placa de mármol blanca, con la leyenda que la distingue: “En esta casa nació el poeta Pedro Gamo". No hay fecha que indique el nacimiento; ni el descubrimiento de la placa. Pero a cualquiera que llegue le ha de llamar poderosamente la atención.
El ayer y el hoy, de Congostrina
Debió de nacer el caserío en aquellos tiempos que siguieron a la reconquista de estas tierras, al albor de los siglos XI o XII, cuando se levantó su iglesia, que conserva todavía parte de la portada original que debió abrirse cuando los alarifes que dejaron por estas tierras hermosos ejemplos de la arquitectura románica, tallaron sobre su arco algo así como puntas de diamante que en forma de cenefa la ornaron; de la misma manera que tallaron su pila bautismal. Hasta que las sucesivas obras y desgracias la han ido desfigurando.
En la actualidad luce su mejor cara después de la reconstrucción, poco menos que total, de la década de 1990. Y luce como el entorno. Frente a ella, el nuevo Ayuntamiento. A su alrededor, las nuevas construcciones que dan al pueblo un aire de pequeño oasis casi frente al mar. Casi frente a ese mar, o mejor, aguas de Alcorlo, que espejean con los atardeceres.
Ayer Congostrina fue parte de la Tierra de Jadraque, en tiempos del Cardenal don Pedro González de Mendoza, tras el trueque de estas tierras por las suyas de Maqueda. Los primeros señores, don Gómez y su mujer, doña María, a pesar del trueque, se quedaron a vivir la eternidad a no mucho de aquí, en la catedral de Sigüenza, dispuesto su enterramiento y sus bultos yacentes, al decir del cronista Layna Serrano, “como si viajasen en un coche cama”.
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El paso del tiempo dio a Congostrina un halo de riqueza, cuando el marqués de Hiendelaencina, don Pedro Esteban Górriz, registró oficialmente los primeros filones de plata en el mes de junio de 1844, y los hombres soñadores de media España y parte de Europa se lanzaron sobre esta parte de la tierra guadalajareña lo mismo que las gallinas sobre un cedazo de trigo. Hasta que dejaron el cedazo sin un grano, pero lleno de agujeros.
Lo mismo que sucedió por los términos del entorno, por La Bodera, Robledo, Zarzuela, Alcorlo y, por supuesto, Hiendelaencina, ocurrió en Congostrina. Los registros mineros, y los pozos en busca del tesoro que ocultaba el fondo de estas tierras, se contaron por decenas.
Pedro Gamo Ortega
Cuando nació Pedro Gamo, hecho que tuvo lugar en 1898, además de las desdichas de la fecha, que a Congostrina llegaron también, como a todas partes, la minería de estos lares de la provincia estaba condenada. En medio siglo se agotaron los filones y aquellos que soñaron, se dieron de frente con una realidad que no esperaban. De ahí que alguien escribiese algo así como que muchos soñadores se arruinaron, lo mismo que quien se juega los ahorros a la carta más alta.
Los primeros estudios los llevó a cabo Pedro Gamo en el seminario de Sigüenza, desde donde, antes de tomar los hábitos sacerdotales, marchó a Madrid, donde continuó estudiando; concluyó el Bachiller y sintió la extraña atracción que tiene la poesía.
En medio, preparó sus oposiciones al cuerpo de Inspectores de Hacienda, las aprobó y obtuvo su primer destino en aquella Galicia del inicio de estas líneas. La oposición la aprobó en diciembre de 1922, y en el siguiente enero ya se encontraba en La Coruña.
Es de suponer que le costó hacerse a aquel mundillo de los gallegos, que tan cerrado nos parece a los castellanos de tierra adentro, pues no comenzó a publicar sus primeros versos hasta un año después, cuando dejó en las páginas de “Vida Gallega”, uno de sus primeros poemas; por supuesto, con luz marina y gallega:
Sentada en la aspereza de una roca,
a la que el fiero mar bate con saña,
se ve todas las tardes una vieja,
que llora a veces, y que a veces canta…
También, como Ochaíta hiciese, en el periódico que ambos compartieron, El Compostelano, cantó a Santiago, Patrón de España; y en el Ideal Gallego, al Cristo de la Cruz a Cuestas:
Con la Cruz en sangre tinta caminando,
se llenaron de agua amarga sus pupilas…
Por el diciembre de 1925 anunciaba la prensa gallega la noticia de que Pedro Gamo, el poeta e Inspector de Hacienda de La Coruña, ponía a disposición de los lectores su primera novela: “La Reina de los Cantones”, una novela de costumbres gallegas, allá ambientada, que fue recibida con cariño por sus compañeros de la prensa: La valía de Pedro Gamo es para nosotros conocida… Se convertiría en su primera y única novela. A pesar de que continuó publicando versos, y jugando al ajedrez, arte en el que llegó a ser todo un maestro.
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A Barcelona marchó en 1931 y, a poco de llegar, publicó su primer libro de versos: “Sonrisas”, del que la crítica dijo que este libro era el proemio de una labor de felices aciertos.
Pero después llegaron las desdichas de 1936 y la dura postguerra. Con el pasar el tiempo regresó a Madrid, al final de la década de 1940; se instaló en Alcalá y comenzó a dar los pasos camineros hacía Guadalajara, con la llamada “Ruta Cervantina”, que reunió a los poetas patrios en Hita, al calor del Arcipreste; a Alonso Gamo, a Ochaíta, García Perdices y tantos más; mientras Pedro Gamo recitaba versos, ahora ya, de sentir serrano:
¡Ocejón, Ocejón, pico soberbio
que diste asunto a mi sencillo canto!
¡Cuán pequeño pareces desde arriba,
aunque parezcas grande desde abajo!
Se marchó temprano de estos mundos, en el mes de diciembre de 1958; en Congostrina queda, de su memoria, una placa de mármol en la que fue su casa.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la Memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 5 de noviembre de 2021
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