LAS DAMAS DE NEGREDO
La reina María, que evitó una guerra, y la Condesa de Aranda, que aquí vio la luz primera
Como si el tiempo lo hubiese dejado a un lado de los caminos principales, Negredo, que otrora fuese población populosa a la vera del camino real que desde la capital del reino llegó en su día hasta el de Navarra y a través de este al otro lado de los Pirineos, emerge como uno de esos núcleos urbanos que se resisten al olvido.
Al día de hoy es un cogollo de casas que, perfectamente adecuadas a los tiempos que corren, dan al pueblo un aspecto de modernidad. A pesar de que ahora la carretera, en lugar de hacer un alto a sus puertas, lo deje a un lado. Es lo que pasa cuando los peritos de obras buscan acortar la senda. Las galeras, las calesas y coches de caballos tenían allí, en la venta de Negredo, a las puertas mismas del municipio, su parada. Allí tuvieron su posta los carruajes del correo, de mercancías y de viajeros. Incluso, avanzado el siglo XIX, y cuando todavía el tren no cimbreaba con su paso los álamos del Henares, las galeras del Sr. Cordero que partiendo de la madrileña Puerta del Sol llegaban hasta Soria, aquí hacían parada; punto intermedio entre Jadraque y Paredes de Sigüenza.
Hasta hubo de aposentarse, al pie de la famosa venta de Negredo, un piquete de la Guardia civil que diese escolta, en los años ácidos del último tercio de aquel siglo, cuando los últimos carlistas y bandoleros se apostaban por aquellos montes, a las carretelas que hacían ruta, para que no los asaltasen aquellos que por estos pagos crearon escuela en lo del asalto en cuadrilla. Tanta escuela que incluso el cabo de la Guardia civil de aquella comandancia, don Antonio Caballero que se llamaba, fue depuesto del cargo para ser enviado al correccional de Ceuta después de que fuese pillado in fraganti en eso del asalto, cuando corría el año de gracia de 1853. Valor tuvieron después los alcaldes de Negredo, Pálmaces y Angón en denunciar los abusos, que hasta que no lo vieron con los grilletes cogidos a sus manos, no se atrevieron a hacerlo.
Negredo, cruce de caminos
Fueron estos días que corren en busca del invierno, de obligado paso de rebaños que procedentes de tierras norteñas bajaban de las montañas para ir en busca de las praderas andaluzas o extremeñas. Ante todo, cuando a partir de 1860 se abrió la línea férrea que desde Jadraque llegaba a cualquier parte, no pocos ganaderos de Soria o La Rioja vieron en lo del ferrocarril un prometedor futuro a la hora de acortar distancia al paso de sus rebaños, sacando a sus ovejas billete de ida vuelta por cuatro o cinco reales. Hasta cincuenta o sesenta mil cabezas se llegaron a embarcar por aquellos años.
Del mismo modo que, en la venta de Negredo, se detuvieron a echar un trago o tomar el bocado, todo tipo de viajeros, desde aquel rey que nos gobernó por el siglo XVIII llamado don Felipe, quinto en su orden, al heredero del trono de los belgas, don Leopoldo, duque de Brabante, quien recorrió medio Europa; llegó a Lisboa y desde Lisboa dio la vuelta hasta Jadraque, donde concluyó el trayecto férreo, para continuar, a uña de caballo, hasta la frontera, previo paso por este nuestro Negredo en donde, es un suponer, se detuvo a almorzar, el 12 o 14 de mayo de 1862.
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Por aquí pasaron la mayoría de los reyes que en Castilla hubo, como diría nuestro buen Galdós; e hizo parada y fonda don Gaspar de Jovellanos tras salir madrugador de Paredes, por el 1808; y el padre Flórez y Antonio Ponz, y…
La dama de la guerra
Debieron de ser, los tiempos medievales, algo así como una especie de juego de la oca en el que caballeros, príncipes y monarcas se jugaron el castillo a aquello de… y tiro porque me lleva la corriente. Y si todos aquellos fueron belicosos, quizá el que más, pasados los azarosos de la reconquista, lo fuera el siglo XV, en el que destacaron grandes y no menos belicosos caballeros.
Si algunos se llevaron la palma a la hora del guerreo, dos nombres vienen a la memoria por encima de todos los demás, don Beltrán Claquín, el de “ni quito ni pongo rey”, y, por supuesto, don Álvaro de Luna, prototipo del caballero e ilustrado medieval; el hombre que jugó a la guerra y compuso hermosas obras; el que enamoró a las damas y se batió el cobre en el palenque del honor.
Y aquí, en los campos de Negredo, fijó don Álvaro el lugar de la batalla que había de librar con don Alfonso de Aragón cuando Castilla y aquel reino se daban de guantazos por ver quién conquistaba más castillos, tierras o reinos.
Contaron los cronistas de su tiempo, en especial don Juan de Mena, que hasta el monte de Negredo, con todos los suyos, se llegó don Álvaro a esperar al de Aragón, quien con sus huestes cruzó la raya de la frontera, avanzó conquistando tierras sorianas y, de haberlo dejado, hubiera conquistado la Castilla entera.
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O quizá no, puesto que por medio se interpuso la reina, doña María, mujer del aragonés quien, por si fuera poco, además de ser la consorte de Aragón era hermana del rey castellano, don Juan, primero de su nombre, era una noche, víspera de la noche de San Juan, cuenta el cronista, las armas prestas… pero al cabo, tanto pudo la virtud de la Reyna doña María, mujer del Rey Don Alonso (de Aragón), hermana del Rey don Juan de Castilla, que a su causa no pelearon. Y de allí el Rey don Alonso se fue a su Reyno y el Condestable se vino al Rey Don Juan. Esto aconteció en el año de la encarnación de Nuestro Señor Jesucristo de mil y cuatrocientos y veintiocho años…
La condesa de Negredo
Bien pudo llevar el título doña Luisa de Padilla y Manrique, hija que fue de don Martín de Padilla y Manrique, y de doña Luisa de Padilla y Manrique. Sí, el padre y la madre, como parientes que fueron, llevaron los mismos apellidos que legaron a sus hijos. Curiosidades de los tiempos que a veces nos sorprenden, o no. Don Luis fue uno de los muchos héroes de la Batalla de Lepanto, aquella en la que don Miguel de Cervantes se jugó un brazo.
Llevó, don Martín de Padilla y Manrique, entre otros muchos, los títulos de Conde de Santa Gadea y de Buendía, y tan buen militar y marino llegó a ser, que le fue encargada, cuando el siglo XVI agonizaba, la alta misión de conquistar Inglaterra cuando discurría el año de gracia de 1597. Hoy sabemos que no logró su empresa, pero por aquel tiempo nadie dudó de que alcanzaría la gloria.
A doña Luisa de Padilla la casaron, a la temprana edad de 15 años, en 1605, con don Antonio Ximénez de Urrea, hombre de altos ideales literarios, además de V conde de Aranda.
Nadie sabe, pasados los siglos, de quien tomó lecciones doña Luisa de Padilla; es lo cierto que fue una de las mujeres más sobresalientes de su tiempo en el arte de la pluma, o de la literatura.
Doña Luisa de Padilla ha pasado a la historia por ser una de las más destacadas prosistas, acaso la más notable de cuantas florecieron en España durante el siglo XVII, pues juntóse en ella una rica erudición con la novedad de pensamientos y un fácil y castizo estilo. Escribieron quienes analizaron su obra y dieron a conocer sus libros.
Que no fueron demasiados, y algo que solía ser habitual en aquellos tiempos, que la autora no publicase su obra: No publicó Doña Luisa de Padilla sus obras, y aun alguna, como es la intitulada “Nobleza Virtuosa” la imprimió Fr. Enrique Pastor sin hacer constar en ella el nombre de su autora; el mismo religioso editó las restantes diciendo expresamente de quien eran. Por esto han supuesto algunos que se trate de obras póstumas, opinión que se desvanece considerando que doña Luisa murió en el año 1646 y el último de sus libros “Idea de Nobles”, fue impreso en 1644. Los otros fueron “Elogios de la verdad e inventiva contra la mentira” (1617), Noble perfecto y segunda parte de la nobleza virtuosa (1639), Lágrimas de la nobleza (1639) e Ideas de nobles y sus desengaños en aforismos (1644).
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Es ahora cuando toca decir que doña Luisa vio la primera luz del mundo en aquel Negredo que, por aquellos tiempos, era un alto en el camino para quienes, como su madre, viajaban a través de Castilla, en este caso, buscando las tierras de Granada. Corría el año de gracia de 1590.
Así pues, no está demás añadir el nombre ilustre de la condesa de Aranda, a la lista de sabias mujeres que vieron la luz, aunque fuese por un casual, en nuestra tierra. En Negredo, en este caso.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 29 de octubre de 2021
NEGREDO, en Tierra de Jadraque
NEGREDO, EN TIERRA DE JADRAQUE. El libro, pulsando aquí
La población de Negredo, o Negredo de Jadraque, por su pertenencia histórica a esta tierra desde los albores del siglo XV, se encuentra en la provincia de Guadalajara, en la comarca de la Serranía y sierra de su nombre que formó parte siglos atrás del Común de Villa y Tierra de Atienza.
Negredo nació sin duda como espacio urbano, alrededor de su actual iglesia, en sus orígenes románica, cuando se produjo la repoblación tras la reconquista, entre los siglos XI-XII.
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De su remota existencia para la Tierra del Común de Atienza queda la más que literaria prueba cuando, en el siglo XIII y año de 1269, se funda por el obispo seguntino, don Lope Díaz de Haro a la sazón, la Cátedra de Gramática de Atienza, para cuyo sostenimiento ordena dicho obispo que las aldeas del Común contribuyan, haciéndolo figurar en el documento fundacional, dándonos cuenta de los nombres de muchas de estas aldeas, gran número de ellas desaparecida al día de hoy; documento en el que podemos identificar perfectamente a Negredo, el cual figura ya con el nombre, en parte, que nos ha llegado hasta hoy, puesto que, como anteriormente apuntamos, también fue conocido como “Negredo de Jadraque”.
Comarca situada al Noroeste de la provincia, como punto de unión entre los sistemas montañosos Central e Ibérico, donde se forman una buena parte de las serranías provinciales, entre las cimas del Pico Ocejón y Alto Rey.
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