ANSELMO ARENAS LÓPEZ, el erudito de Molina
Si algo debió de tener claro don Anselmo Arenas y López, natural de Molina de Aragón, fue que no había nacido para ser zapatero, como lo fue su padre y seguramente algunos ancestros más en la familia. Un oficio que aprendió y ejerció en los años de la infancia cuando, en lugar de aprender a jugar, había que aprender el oficio paterno con el que ganarse cada día la existencia. Claro está que corrían, cuando aquello, los años medios del siglo XIX. Poco antes de que se doblase el siglo, en 1844, nació don Anselmo. En medio de las revueltas políticas. De las guerras y revoluciones que acompañaron uno de los siglos más revoltosos de la existencia castellana. O tal vez no. Quizá fuese uno más de tantos.
Don Anselmo, que se ganó el respeto de los suyos; de sus paisanos y de su familia, tuvo claro desde la infancia que su nombre había de quedar grabado para la posteridad en placa de mármol y letra de molde. A pesar de que no comenzó a dejarse notar hasta que le llegó la hora de servir a la Patria, de entrar en quintas, salir de Molina de Aragón e iniciar el vuelo de la historia.
Conocía, por supuesto, las nociones básicas de la cultura cuando salió de Molina; y se hizo Bachiller al poco de dejar de ser soldado, o siéndolo; y puestos en la senda del estudio, comenzó a estudiar con tantas ansias que en poco tiempo se licenció en Filosofía y Letras y, al poco, en Derecho.
Con aquellas cartas de presentación ganó cátedras para la docencia, joven aún, en el Instituto de Manila; después en el Instituto de Canarias y puestos a correr por los puntos cardinales de España, de Canarias saltó a la tierra extremeña, a Badajoz, donde había de dejar huella como catedrático en su instituto al tiempo que fundaría su propio periódico desde el que dar a conocer sus ideas. Descubrió su entusiasmo por la historia y la literatura y nada mejor que hacerlo sin tener que pedir favor a nadie.
Periódico diario que fue el primero que vio la luz en la provincia extremeña, y que se mantuvo por espacio de casi tres años, saliendo día a día, compuesto, dirigido y, casi hasta repartido por las calles, por el propio don Anselmo.
Desde Badajoz marchó a Granada, a dar cátedra en aquel Instituto. En la ciudad daría a la luz su primera obra larga, que no gustó en las altas esferas del Gobierno, pues con motivo de la publicación de su libro Historia de España, se le formó un expediente por orden del Ministro de Instrucción Pública, siendo separado de su cátedra cuando corría el año de 1893.
Fue repuesto pocos tiempo después, nombrándosele catedrático de latín en el Instituto de Valencia, ciudad en la que adquirió gran popularidad, tanto por sus escritos como por su sapiencia o forma de ser, pues había dado buenas pruebas de ser un investigador y trabajador incansable en cuanto a la historia patria se refiere; sin dejar de lado la provincial, en la que demostró estar dotado de conocimientos y aptitudes que a otros intelectos parecían escapar, y en donde se dejaba llevar por el arrebato casi místico que confiere al estudio el deseo de que buena parte de la historia se centre en la propia tierra.
Publicó obras de carácter histórico, mereciendo especial mención las diez que dedicó a reivindicaciones históricas poco menos que provinciales, como La Lusitania Celtibérica; Viriato no fue portugués sino celtíbero, o El verdadero Tarteso.
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A estas habría que añadir una buena colección de temas más que siguen siendo, a más de cien años de su publicación, fuente de estudio para eruditos de nuestro siglo: Situación del Obispado y la ciudad de Ercávica (1923); Reivindicaciones históricas (1919); Historia del levantamiento de Molina de Aragón y su Señorío en mayo de 1808 y guerras de su independencia, (1913); y una docena más, entre cuyos títulos no faltan los que hacen a la docencia, ciencia a la que dedicó la mayor parte de su vida: Curso de Geografía; Historia de España; Curso de Gramática francesa, etc.
Compartió tiempo, estudios e ideas con algunos de los grandes personajes de su tiempo, entre los que no podían faltar, encontrándose en Valencia, el gran novelista Vicente Blasco Ibáñez; tampoco se apartó de las corrientes imperantes y luchadoras de los últimos años del siglo XIX y los comienzos del XX, ideas que llevarían a algunos de sus enemigos a acusarle de anticlerical, mucho más después de que en Badajoz fundase una de las más conocidas logias masónicas, la Pax Augusta.
Su pluma se pudo seguir en la mayoría de los periódicos provinciales, y en numerosos nacionales, en los que dejó ver cuáles eran sus sentimientos hacía la historia, o su concepto de la realidad política y social de la España del momento. Abogando por la enseñanza laica y demostrando ser, a pesar de que sus enemigos crecieron con el tiempo, un hombre íntegro, de ideas firmes, llamado a ser figura histórica, poco estudiada y, en algunos aspectos, incomprendida.
Se jubiló en 1918, entonces dejó su cátedra de Valencia, que le ocupó los últimos años, y se instaló en Madrid, conde continuó estudiando, investigando, escribiendo, publicando sin cesar.
Su última obra vio la luz poco antes de su muerte; como si fuese el compendio de su existencia, quiso ser una de las principales, dedicada a su tierra y ciudad natal: “Origen del Muy Ilustre Señorío de Molina de Aragón”; contaba con 83 años cuando la publicación salió de la imprenta en los primeros meses de 1928.
No pudo disfrutar mucho del éxito de la obra, recibida en su tierra con las manos abiertas. Poco después comenzaría a sentir el agotamiento a que llevan el mucho trabajo, los pesares pasados, y la edad.
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Murió en Madrid, el 25 de noviembre de 1928. Entonces entraba en la historia y en la leyenda de una Guadalajara, y una tierra de Molina, que perdía con él a uno de sus grandes genios literarios e históricos. Fue enterrado el día 26 en la Sacramental de San Justo, siendo presidido el duelo por dos de sus hijos; al acto acudieron el presidente de la Diputación provincial de Guadalajara y el Alcalde de Molina de Aragón. Al funeral asistieron igualmente varios miembros del Alto Estado Mayor del Ejército, así como los jefes de Ingenieros militares de la Comandancia de Madrid. Una de sus hijas, María, era la viuda de uno de los héroes de aquellas guerras que por entonces se vivieron e hicieron de tantos jóvenes de la España de su tiempo héroes y mártires, el capitán Félix Arenas Gaspar.
El juicio a su vida y obra se definió entonces, como quien dice, en cuatro líneas: “Defensor de la libertad y la República, y un varón íntegro y austero. Poseía las virtudes de todos los inconformistas: la insobornabilidad y la rebeldía. Ni en la ciencia ni en la vida respetaba los falsos valores. Lo sujetaba todo a la revisión de su examen minucioso y libre de prejuicios”.
Anselmo Arenas López, escritor, historiador y periodista, nació en Molina de Aragón (Guadalajara), en 1844; falleció en Madrid el 25 de noviembre de 1928.
Tomás Gismera Velasco/ Gentes de Guadalajara/ Periódico Digital: Henaresaldia.com/ Noviembre 2021
ZAOREJAS EN EL TIEMPO
Se encuentra situada la localidad de Zaorejas en la comarca del Señorío de Molina (Molina de Aragón), dentro del llamado Alto Tajo, de cuyos parajes podría ser considerada como su capital, o si no, al menos sí, la localidad más representativa de ella en la parte de la provincia de Guadalajara en la que actualmente está integrada, ya que anteriormente Zaorejas y hasta mediados del siglo XIX, perteneció a la provincia y obispado de Cuenca.
Se encuentra al sureste de la provincia de Guadalajara y noreste de la de Cuenca, en la hoy comunidad autónoma de Castilla-La Mancha; anteriormente Castilla la Nueva.
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Tras su integración en la provincia de Guadalajara, a partir de la ordenación provincial llevada a cabo en 1833, Zaorejas pasaría a pertenecer al partido judicial de Cifuentes, audiencia territorial de Madrid y capitanía general de Castilla La Nueva, a la que ya pertenecía, manteniéndose dentro del obispado de Cuenca, en el que continuaría hasta la nueva reorganización eclesiástica de los inicios del siglo XX, pasando a depender entonces del arciprestazgo de Sacedón.
El río Tajo discurre por su término, dotándolo de paisajes únicos, al tiempo que sirvió para desarrollar a partir del siglo XVI una de las industrias más significativas de esta parte de la provincia de Guadalajara, la del transporte fluvial de la madera, tradicionalmente conocido como “maderadas”, que en muchas ocasiones tuvieron en término de Zaorejas su partida. Siendo igualmente sus montes, debido a las grandes formaciones arbóreas, eje de otra de las industrias surgidas en el siglo XIX y que forjaron algunas economías e industrias dentro del Señorío molinés, la extracción pinariega de la resina.
El agua dio también vida a algunos molinos harineros, batanes e incluso a las llamadas “fábricas de hierro”, las factorías en las que el mineral extraído de aquellos montes se convertía en producto útil para la industria.
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