EL GRAN FALSIFICADOR, Y SUS GOLPES DE AUDACIA
Laureano Cerrada, natural de Miedes de Atienza, continúa siendo considerado, entre otras cosas, como uno de los mayores falsificadores de Europa
A Laureano Cerrada Santos, natural de Miedes de Atienza, donde vino al mundo el 18 de julio de 1902 se le ocurrió, en numerosas ocasiones a lo largo de su existencia, cambiar la historia de España. Quizá una de esas ocasiones en las que trató de cambiar el rumbo, político, sobre todo, de su país de nacimiento fue el 12 de septiembre de 1948. Lo intentó en otras ocasiones, aunque esta pasó, por sus circunstancias, a la historia.
Aquel día, a lo largo y ancho de las aguas de la playa de la Concha, en San Sebastián, se celebraban las clásicas Regatas de la Bandera, presididas por el entontes jefe del Estado, Francisco Franco. A eso de la media mañana, procedente de Dax, en las costas francesas, una pequeña avioneta Norecrim 1.202, cargada de explosivos, debía dejar caer su carga, veinte bombas de racimo de cinco kilos cada una, sobre el yate en el que Francisco Franco y algunos ministros más, presidían el duelo a brazo partido de la regata de honor entre las traineras de Fuenterrabía y Pedreña.
A Laureano le advirtieron que, de llevarse a cabo el atentado, podría morir gente inocente. Tan sólo puso una condición, que entre los posibles fallecidos se procurase que no hubiera obreros, no cayesen en la red peces de agua dulce.
Todo había sido estudiado con cierta meticulosidad, pero en el último momento, cuando la avioneta se disponía a acercarse a la línea de yates oficiales, algunos aviones del ejército español aparecieron en el horizonte y el piloto de la Norecrim, un antiguo piloto de cazas republicano, Primitivo Pérez, tuvo que darse la vuelta. Nunca se supo quién dio el chivatazo. Que lo dio.
Laureano Cerrada, que invirtió algo más de millón y medio de francos de la época, no se resignó a perder la partida y personalmente lo volvió a intentar a la mañana siguiente. El objetivo ahora era dejar caer las bombas sobre el palacio de Ayete, donde el general se alojaba. Pero durante toda la noche no dejó de llover en las costas francesas y cuando la avioneta, con Laureano en ella, trató de despegar de la pista de tierra del aeródromo de Dax, las ruedas se clavaron en el barro.
A aquellas mismas horas todavía continuaban celebrando los remeros de Fuenterrabía el éxito del día anterior ya que, por segundo año consecutivo, se llevaban el honor de alzar la bandera.
Laureano, el soñador
Laureano salió de Miedes de Atienza en el mes de septiembre de 1920, a punto de cumplir los dieciocho años de edad, camino de Barcelona. Apenas sabía leer y escribir cuando llegó a la ciudad Condal, que se preparaba para vivir aquellas revoluciones obreras que concluyeron con el éxito de la jornada laboral de las ocho horas, y algunos logros más, tras la famosa huelga de la Canadiense.
Trabajó en uno de los sectores que más se movilizaron en aquello de las conquistas obreras, el ferroviario, y fue, al poco de su llegada, uno de los adalides de los sindicatos obreros que más se significaron en los años siguientes. Se englobó en la CNT y se hizo anarquista. Aprendió a leer y escribir; se unió a una mujer luchadora como él, Rosario Falcó, madre de sus hijos, fallecida en plena Guerra Civil, el 21 de octubre de 1938 en la Clínica Ferroviaria de la calle de Campoamor, y con su hijo Floreal cruzó la frontera de Francia en el mes de febrero de 1939. Con él llevaba, entre otras pertenencias, los fondos del Sindicato Obrero al que pertenecía, que entregó a los gendarmes franceses en la misma frontera, para que los hiciesen llegar a los sindicalistas ferroviarios franceses.
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Por aquellos días Laureano, después de alzarse en armas junto a la inmensa mayoría de los ferroviarios catalanes, se encargaba de la buena marcha de la colonia "Espartaco", abierta en un antiguo palacete de la costa de Mataró, Can Garí, donde se acogía a niños huérfanos de la Guerra.
Por Francia y su libertad
Como perteneciente al batallón de Buenaventura Durruti, fue internado en el campo de Argeles-sur-Mer, del que no tardó en salir para combatir a los alemanes que atacaban Francia por la línea Máginot. Para entonces Laureano se había convertido en un auténtico maestro en el arte del dibujo, que otros llamarían falsificación. Lo hizo con sus propios documentos, y lo volvió a hacer con cuantos pudo. Llegando a falsificar el que ordenaba su libertad, luego que los alemanes lo tomaron preso. Con su salvoconducto se instaló en París, y allá montó su propia oficina de falsificación documental. Un cálculo, por lo bajo, cifra en 50.000 los documentos que, falsificados por él, libraron de la muerte a otros tantos, o más, judíos destinados a los campos de exterminio. No sólo lo hizo con documentos de identidad; también incluyó escrituras de propiedad, testamentos, o tarjetas de vehículos. Por supuesto que también lo hizo con órdenes y contraórdenes francesas y alemanas. Por las falsificaciones cobraba una pequeña cantidad que servía para mantener el sindicato anarquista. Laureano Cerrada, que manejó cientos de millones de pesetas, odiaba el dinero.
Al término de la guerra desfiló como un héroe por el Campo de Marte con las tropas francesas el día de la victoria, y envió a España, para combatir el orden establecido, decenas de vehículos y miles de armas tomadas a las tropas alemanas.
El gran golpe de la casa de papel
Nada se supo en España de ello, o sí. Que algún loco fue repartiendo fajos de billetes por las carreteras españolas, desde la frontera de Francia, hasta Valencia, o Madrid, o La Coruña, o...
Fue a raíz del asalto a la cartográfica Cartevalori, de Milán, la noche del 29 de abril de 1945. Aquella, mientras los partisanos se encargaban de la condena de Mussolini, nuestro hombre, con cuatro más, a unos centenares de metros de donde el juicio eterno terminaba con el dictador italiano, se introducía en la imprenta. En ella se imprimían los billetes españoles de 50 y 100 pesetas. De ella salieron con las planchas de impresión que sirvieron para la estampación de, tal vez, cientos de millones de pesetas, sino miles que, en camiones, cruzaron la frontera franco-española para ser arrojados por las carreteras, los pueblos, las calles, las plazas... El Gobierno español se vio precisado a anular aquellos billetes, y estampar unos nuevos. El objetivo no era otro que colapsar, con una sobre impresión de moneda, la economía española. Y a punto estuvo de conseguirlo.
Quizá fuese ese su gran golpe. O quizá no. Quizá el mayor fuese el atraco a un furgón bancario sin disparar un sólo tiro. Pertenecía a uno de los bancos más significativos de Francia, de donde salió con algo más de treinta millones de francos que sirvieron para mantener el sindicato.
También fue hombre divertido, en aquello de la falsificación, haciéndolo con decenas de miles de entradas de toros y fútbol, que repartía gratuitamente por los bares de París o Nimes, cuando los españoles se la jugaban en el ruedo, o en el campo de fútbol. Lógico, ante la avalancha de espectadores con entradas supuestamente legales, la corrida, o el fútbol, quedaban suspendidos.
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Sus entradas y salidas de la cárcel, entre los finales de la década de 1940 y 1970 fueron constantes. En la última ocasión en 1974, fue detenido cuando se disponía a hacer copia de la lotería de Navidad. Nunca se le pudo probar un solo delito de sangre, a pesar de estar considerado como una de los jefes del hampa francesa. La misma que lo protegió durante dos décadas.
Cumpleaños sangriento
Una fecha le quedó marcada en su calendario particular, la del 20 de noviembre de 1975. Lo que no pudieron sus ideas lo logró el paso del tiempo. Y aquella muerte, la de Francisco Franco, lo devolvió a la actualidad. Fue poco después cuando comenzó a hablarse en España de los atentados que se tramaron contra el Jefe del Estado, y cuando se conoció parte de su historia.
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Algo de ella comenzó a contar para una de las revistas de mayor tirada entonces del panorama nacional, por el mes de septiembre de 1976. En los primeros días de octubre de ese año todavía se anunció en la revista que Cerrada hablaría de su vida en los próximos números, y que grababa sus memorias... Tenía, sin duda, muchas, quizá demasiadas cosas que contar.
Había sido expulsado del sindicato al que entregó todo el dinero que consiguió de manera ilegal, y todo el mundo lo conocía en el café de Europa del Boulevard de Belleville, de París, en donde se consideraba que se encontraba su oficina. A él acudieron tres hombres la noche del 18 de octubre de 1976, día de su cumpleaños. Hablaron entre ellos, Laureano salió a la calle, caminaron unos pasos y sus acompañantes desaparecieron. Laureano Cerrada quedó tendido en la acera. Diez días después recibía sepultura en el cementerio de Pantín, a las afueras de la capital francesa. Le acompañaron una docena de conocidos. No hubo detenidos, a pesar de que se identificó al autor de los disparos.
Todavía hoy es considerado como uno los mayores falsificadores de Europa. Aunque su vida, y su obra, dan para mucho más. Se cuenta en el libro que hace memoria de su existencia. Una existencia de novela negra.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 22 de octubre de 2021
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Sublime
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