MEMORIA DE UNA TIENDA, EN UNA PLAZA DE PUEBLO. En la Plaza del Mercado, de Atienza
Hubo un tiempo en el que, sin duda, en la inmensa mayoría de nuestros pueblos hubo tienda en la que adquirir cualquier artículo, desde unas humildes alpargatas a una congria. Tiendas en las que se vendía prácticamente de todo, ejerciendo en ocasiones a modo de uno de esos grandes hipermercados que, a la salida de las grandes capitales, además de poder adquirir los artículos más imprescindibles para la vida diaria, se puede conseguir el ladrillo y el cemento con el que levantar una casa; los muebles que la puedan rellenar, e incluso, si sobra tiempo, se puede acudir al cine.
Hubo un tiempo en el que, las grandes villas de nuestra provincia, aquellas que encabezaban los antiguos partidos judiciales, además de disponer de unos cuantos días para la celebración de sus ferias; y de tener señalados una o dos jornadas por semana para su mercado habitual tenían, además un amplio repertorio de tiendas, comercios, tabernas o talleres en los que conseguir, prácticamente, cualquier cosa. Claro está, el todo, o cualquier cosa a que se podía aspirar tres o cuatro o cinco decenios atrás.
Una plaza con solera
Dicen quienes por vez primera la descubren, que la plaza del Mercado, de Atienza, es una de las más singulares no sólo de la provincia, también de España. No vamos a detenernos a suponer que la plaza del Mercado, de Atienza, pueda ser un andaluceo castellano ideado por un arquitecto provincial. La realidad es que la plaza del Mercado de Atienza debía de asemejarse un poco más a la severidad de las plazas mayores de la Castilla con la que se codea; las de Ayllón, Sepúlveda o Berlanga, que más nos tocan. El tiempo nos la ha legado así. A ella nos hemos acostumbrado y, porque no, hemos de reconocer que es una de las plazas mayores más singulares de la Península, aunque más grandes y tal vez hermosas las haya. ¡Esta es nuestra!
En ella, en un tiempo no demasiado lejano, se alzaron todos los símbolos del poder: la Casa del Concejo; la de los Clérigos; la del Corregidor Real; la iglesia… incluso la cárcel. En ella se dio el mercado, la fiesta de toros; el juicio divino y humano… Por ella, como por todas las plazas mayores que en España hubo, pasó la vida de la villa, y de quienes a ella acudían por algún motivo.
Y en ella se centró el comercio, no solo de la Atienza hoy silenciosa y otrora bullanguera; también el serrano. En ella se reunió el gentío de todos esos pueblos hoy silenciosos que pueblan lo que antaño fuese el partido judicial de Atienza.
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Soportales, balcones y miradores
Tiene la plaza la singularidad de que todos los edificios que la rodean tienen su soportal. Sobre ellos, hoy con balcones, antaño con galerías o corredores, observaron el discurrir de la vida, y disfrutaron del festejo cuando lo hubo, los nobles, los caballeros, los clérigos y los comerciantes. Pues el pasar del tiempo hizo que las casas nobles reconvirtiesen sus bajos, o portalones, en amplios y bien servidos comercios.
Y si una casa hay que destaca sobre todas las demás, en esto de los soportales, la hidalguía o el comercio, es la antigua que fue sede del Cabildo de Clérigos de la Villa. Tanto destaca que las columnas que soportan el grueso del edificio, al contrario que las de otros, en lugar de madera son granito; y sobre ellas se esculpen los emblemas de la iglesia; y de sus aleros cuelgan los pomposos ornamentos que, al igual que sucedió con la del Concejo, la distinguieron y distinguen.
Tan singular continúa siendo que incluso don Benito Pérez Galdós le echó el ojo para señalarla como solariega de su marqués de Beramendi. Y tan singular continúa siendo que por ella han pasado las cámaras del cine y de la televisión. Quizá se haya perdido ya la cuenta de las veces que ha servido como plató de rodaje. La última está aún fresca, apenas dos o tres meses han pasado desde que, de alguno de esos países nórdicos del extremo europeo, se vinieron hasta aquí para rodar escenas de una película que algo ha de tener que ver con aquel Ecce Homo a medio hacer que tanta popularidad dio a Borja y a su autora, seguramente sin pretenderlo. Y seguramente, también sin pretenderlo, popularizará la plaza del Mercado de Atienza, en algún país escandinavo.
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Una tienda centenaria
El 10 de julio de 1917, don Mariano Moreno Moreno, que fue durante algún tiempo dependiente de uno de los más insignes comercios seguntinos, el de “Las Cruces”, tras decidir independizarse, abrió en la plaza de España, de Atienza, donde hasta pocos años antes estuvo el obrador de pastelería de don Eusebio Ballesteros Cerrada, que popularizó en Cantabria el hojaldre de Torrelavega, su propio comercio: “Casa Moreno”, y tan bien le fue que en apenas media docena de años más, abrió almacén al por mayor a las afueras de Atienza, y sucursal de Casa Moreno en la plaza del Mercado. Sí, En los soportales de ese edificio con solera que albergó al Cabildo de Clérigos de la Villa. El de don Mariano Moreno fue el primer comercio conocido en el lugar; comercio que se codeó con la confitería de más renombre en la comarca, La Azucena, entonces dirigida por don Benito Gómez. La misma que entró en las páginas de la novela de Manuel Vázquez Montalbán, y de la poesía de Gerardo Diego.
Don Mariano Moreno Moreno tenía pinta, más que de tendero, de intelectual, con un aire añoso de literato escapado de las páginas de una novela de don Pío Baroja, que por aquí hizo un alto.
Tuvieron que pasar unos años hasta que don Mariano dejó su negocio en manos de otro emprendedor, como ahora conoceríamos a nuestros comerciantes o tenderos. El nuevo propietario del comercio se llamó don Pedro González López, y al comercio le pusieron el nombre de Casa Ridruejo, al igual que el original, que abrió sus puertas en el centro de la ciudad de Soria en la primavera de 1875. Seguramente que sus fundadores, don Epifanio y don Bernardino Ridruejo, nunca pudieron sospechar que, en unos años, su comercio se extendería por media Castilla, la Vieja; por Segovia, por Burgos y, por supuesto, por Atienza, Almazán y Berlanga de Duero.
La Sucursal de Casa Moreno de la plaza del Mercado de Atienza se convirtió, en la década de 1940, en una más de las sucursales de Casa Ridruejo; si bien en esta ocasión estaba dirigida por don Pedro González; por su mujer, doña Lola García Puertas y, en ocasiones, por don Victoriano González Tablada y su mujer, doña Petra, los padres de don Pedro.
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Los ojos que todo lo ven
Por delante y detrás del comercio han pasado dos o tres generaciones de serranos, y de atencinos; como tres generaciones de González han pasado por detrás del mostrador de la tienda, pues a aquel Pedro González, hijo de don Victoriano González, le sucedió su hijo, Pedro González.
Algo tienen los antiguos comercios, que encandilan el recuerdo y la mirada. Casa Ridruejo, antes Casa Moreno, ha mantenido desde el primer día los añejos estantes; el singular mostrador; la cajonería repleta de toda clase de atavíos; las columnas labradas que dan calidez, y señorío, a un comercio con solera. Sus puertas hace ya un tiempo que se cerraron, pues la jubilación, que a todos nos aguarda en cualquier esquina, llegó para sus últimos representantes; y de entonces acá, han ido convirtiendo el histórico local en una de esas sucursales de museo de lo cotidiano, de lo auténtico, de lo sencillo, de lo delicado… Han logrado trastocar el antiguo portalón de la Casa del Cabildo de Clérigos, en uno de esos espacios, mitad comercio, mitad museo, que tanto agradaron a don Benito Pérez Galdós a quien, sin duda, y de conocerlo, le daría pie para escribir una nueva serie de sus Episodios Nacionales.
Aplauso merece el detalle, pues no estamos acostumbrados a que los antiguos comercios se reinventen de esta manera. Ahora, por los estantes, en lugar de cajas de tejidos, hilados o cintas de colores, se muestran sin el rubor del paso del tiempo, aquellos objetos que fueron cotidianos hace cien y más años; la cajita de nácar y el quinqué, y el frasquito de esencias, y la caja de galletas de lata; y la pipa de marfil o imágenes de los tiempos de Lumiére.
Y es que, mañana lo pueden comprobar quienes asistan en Atienza al Día de la Sierra, Atienza tiene de todo lo que tiene; incluso buenas gentes y comercios en los que el tiempo, como en las novelas de Benito Pérez Galdós, se detuvo a mirarnos, y a enseñarnos.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 15 de octubre de 2021
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