jueves, diciembre 19, 2019

JULIÁN GIL MONTERO.La humildad en la pluma



JULIÁN GIL MONTERO, la humildad en la pluma

  
   Julián Gil Montero fue uno de esos hombres apasionados de la pluma que ha dado la provincia de Guadalajara. Apasionado porque comenzó a escribir y dar a conocer sus escritos a muy temprana edad, con apenas 18 años, y continuó escribiendo, prácticamente, hasta el día de su inesperado fallecimiento.

   Nació en Guadalajara, en los últimos albores del siglo XIX, el 11 de abril del histórico año de 1898, hijo de un matrimonio de comerciantes de la capital, don Julián Gil Morillas y doña Constanza Montero Villanueva; el primer hijo del matrimonio. Sus padres se casaron en Albalate de Zorita, patria natal de la novia, un año antes, en el mes de junio de 1897. Don Julián Gil Morillas fue el propietario de una conocida industria establecida en la capital de la provincia dedicada a la fabricación de jabones y productos de limpieza, ubicada en la calle Mayor. Quizá por ello, por andar desde la infancia metido en el mundo de la química, nuestro paisano estudió algo relacionado con ella, pues fue, entre otras cosas, químico; también topógrafo del Estado; después de pasar por los colegios de Guadalajara y por el Instituto Provincial. Donde dio muestras sobradas de estar interesado por las Ciencias Naturales, a cuyo estudio dedicó parte de su vida, dejando muestras de su conocimiento en alguna de las más importantes revistas de su tiempo dedicadas a ella; en las que nos habló de cómo conservarla y de cómo aprovechar sus recursos sin castigarla.



   El 16 de julio de 1916 se dio a conocer literariamente a la provincia a través del entonces semanario “El Liberal Arriacense”, haciendo para sus paisanos una especie de análisis de la actualidad de la ciudad, que pasaba por aquellos años por contar algún sucedido de la guerra que asolaba Europa. Y En el Liberal Arriacense continuó escribiendo hasta que le llegó la edad de ingresar en filas y marchar a servir, y defender, a la Patria. 

   A la par que escribía sesudos artículos para El Liberal, también dedicó algo de su tiempo a la poesía. Sus primeros poemas vieron la luz en el que, desde que marchó al servicio de la Patria, sería el periódico al que dedicaría el mayor tiempo de su vida: “Flores y Abejas”.

   Con  veinte años publicó su primera novela, Vadoalegre, que vio la luz en la primavera de 1920 a través de la imprenta de Rivadeneyra, con ilustraciones de Félix Pascual. Se dio a conocer, como no podía ser de otra manera, en su periódico de cabecera, el “Flores y Abejas”.

   Para este periódico narraría, porque los vivió en primera persona, aquellos tristes avatares de una de tantas guerras de España con el vecino Marruecos que dejaron el desastre monumental del Monte Arruit, donde tantos jóvenes españoles perdieron la vida; tantos se convirtieron en héroes y, algunos, en villanos. Siendo sin duda el primer cronista de guerra que conoció la provincia de Guadalajara. Antes de ello escribió para el periódico algún que otro cuento y no pocas crónicas. 

   A Melilla fue como soldado de cuota en la tercera unidad de Aeronáutica. Y allí vivió esas experiencias que imponen carácter cuando está en juego la vida, y se ve cómo algunos de quienes fueron amigos, la pierden. 

    Contó para los guadalajareños cómo era Melilla, y cuál el sentir de Monte Arruit, donde algunos paisanos, como el famoso capitán Arenas, alcanzaron la categoría de héroes. Regresó de la guerra, con su unidad, en el mes de mayo de 1922. También con las heridas morales que deja una guerra de aquellas características. 

   Continuó sus estudios de químico, y continuó escribiendo. Convirtiéndose en uno de los redactores de cabecera de Flores y Abejas, al tiempo que en animador cultural de la vida de la capital, donde ofreció algunas conferencias y declamó sus versos, e incluso abanderó en 1926 la campaña que culminaría con la dedicación de una calle por el consistorio de Guadalajara al príncipe de los Ingenios, pues Miguel de Cervantes todavía, en la capital de la provincia, no tenía calle a su nombre.

   Para entonces ya trabajaba como topógrafo –o geómetra- del Catastro, escribía en revistas de ciencias y proyectaba su matrimonio, en Albalate, con Dolores Domínguez. Allí, se celebró la boda, el 12 de diciembre de 1927, estableciéndose después en Madrid.


   Con sentimientos socialistas fue designado, poco después de la instauración de la República, como director del periódico socialista Avante, sustituyendo en el puesto a don Marcelino Martín, quien pasó a presidir la alcaldía de Guadalajara; y no faltó su firma en el periódico que se convirtió en portavoz de la izquierda provincial, “Abril”, desde donde, a pocos días del estallido de la desdichada guerra civil, se atrevió a calificar de “traidor” al general Franco; era por entonces un destacado militante de las Milicias Antifascistas. Claro está que aquello, al término de la contienda, le acarreó la consabida detención, la depuración, y el silencio durante muchos años. 

   Regresó a la vida literaria de Guadalajara en 1950, con la revista Reconquista, al lado de Claro Abánades, Alfredo Juderías, Manuel Montiel, Jesús García Perdices o José Sanz y Díaz, entre otros muchos alcarreños que por aquellos años destacaron en la defensa literaria de la provincia de Guadalajara; al tiempo que comenzó a colaborar como redactor en otros periódicos de tirada nacional, como ABC, convirtiéndose en una de las firmas de referencia de la provincia, dentro y fuera de ella. Sin que faltase su presencia en las iniciativas culturales que por aquellos años trataban de dar realce a una provincia que se adormecía, iniciativas encabezadas, en muchas ocasiones, por Francisco Layna, a quien siguió, como otros muchos guadalajareños, en el intento de la creación del Centro de Estudios Alcarreños y posteriormente en la refundación de la Casa de Guadalajara en Madrid, en la que se integró, y de donde, en unión de los poetas provinciales, encabezados por José Antonio Ochaíta, Suárez de Puga y tantos más, fundarían el conocido “Núcleo Pedro González de Mendoza”, en los albores de la década de 1960, para ensalzar a la provincia de Guadalajara.

   Para entonces, aparte de su dedicación al periodismo, colaborando en más de cien medios de prensa, nacionales y provinciales, había publicado algunos estudios algo más concretos cuyos títulos todavía se mantienen en el tiempo: “La Cruz Románica de Albalate de Zorita”, “Los artífices mudéjares de Albalate de Zorita”, “Zorita, capital de la encomienda de ese nombre de la Orden de Calatrava”, “Pastrana y las misiones del extremo Oriente”, “Las piedras de Chequilla”, “Molina y su Señorío”, “El Corpus de Guadalajara”, etc.

  Hasta que llegaron los últimos días de noviembre, y apareció decaído. Y, tras el decaimiento, la noticia de su muerte inesperada, que se produjo el 1 de diciembre de 1967, en el Madrid de su residencia. Una muerte que no dejó de impresionar a sus amistades literarias, el día anterior había acudido a la tertulia semanal del Núcleo Pedro González de Mendoza, en la Casa de Guadalajara. Al día siguiente recibió sepultura en Albalate.

   Fue un hombre, a quien acompañó, a lo largo de su vida, la humildad. José Antonio Ochaíta lo definió, días después de su ausencia: Don Julián lo sabía todo…, un saber humilde y melancólico que quería pasar desapercibido, que se ruborizaba en la elocuencia…

   Poco después de su muerte todavía aparecía su firma en una de las obras que promovió el Núcleo Pedro González de Mendoza, la que recordaba el primer centenario del erudito alcarreño Manuel Serrano Sanz

   Perteneció a aquella generación de hombres que enseñaron a amar, porque ellos lo hacían, a la provincia de Guadalajara, su cultura y sus gentes, cuando la provincia de Guadalajara más necesitaba de gentes como él. De ahí el recuerdo de su nombre, que nunca se debe olvidar.

   Julián Gil Montero, químico, geómetra, escritor, poeta y periodista, nació en Guadalajara el 11 de abril de 1898; falleció en Madrid el 1º de diciembre de 1967.


Tomás Gismera Velasco
En Henaresaldía.com

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