JULIÁN
GIL MONTERO, la humildad en la pluma
Julián
Gil Montero fue uno de esos hombres apasionados de la pluma que ha dado la
provincia de Guadalajara. Apasionado porque comenzó a escribir y dar a conocer
sus escritos a muy temprana edad, con apenas 18 años, y continuó escribiendo,
prácticamente, hasta el día de su inesperado fallecimiento.
Nació en
Guadalajara, en los últimos albores del siglo XIX, el 11 de abril del histórico
año de 1898, hijo de un matrimonio de comerciantes de la capital, don Julián
Gil Morillas y doña Constanza Montero Villanueva; el primer hijo del
matrimonio. Sus padres se casaron en Albalate de Zorita, patria natal de la
novia, un año antes, en el mes de junio de 1897. Don Julián Gil Morillas fue el
propietario de una conocida industria establecida en la capital de la provincia
dedicada a la fabricación de jabones y productos de limpieza, ubicada en la
calle Mayor. Quizá por ello, por andar desde la infancia metido en el mundo de
la química, nuestro paisano estudió algo relacionado con ella, pues fue, entre
otras cosas, químico; también topógrafo del Estado; después de pasar por los
colegios de Guadalajara y por el Instituto Provincial. Donde dio muestras
sobradas de estar interesado por las Ciencias Naturales, a cuyo estudio dedicó
parte de su vida, dejando muestras de su conocimiento en alguna de las más
importantes revistas de su tiempo dedicadas a ella; en las que nos habló de
cómo conservarla y de cómo aprovechar sus recursos sin castigarla.
El 16 de
julio de 1916 se dio a conocer literariamente a la provincia a través del
entonces semanario “El Liberal Arriacense”,
haciendo para sus paisanos una especie de análisis de la actualidad de la
ciudad, que pasaba por aquellos años por contar algún sucedido de la guerra que
asolaba Europa. Y En el Liberal
Arriacense continuó escribiendo hasta que le llegó la edad de ingresar en
filas y marchar a servir, y defender, a la Patria.
A la par
que escribía sesudos artículos para El
Liberal, también dedicó algo de su
tiempo a la poesía. Sus primeros poemas vieron la luz en el que, desde que
marchó al servicio de la Patria, sería el periódico al que dedicaría el mayor
tiempo de su vida: “Flores y Abejas”.
Con veinte años publicó su primera novela, Vadoalegre, que vio la luz en la
primavera de 1920 a través de la imprenta de Rivadeneyra, con ilustraciones de
Félix Pascual. Se dio a conocer, como no podía ser de otra manera, en su
periódico de cabecera, el “Flores y
Abejas”.
Para
este periódico narraría, porque los vivió en primera persona, aquellos tristes
avatares de una de tantas guerras de España con el vecino Marruecos que dejaron
el desastre monumental del Monte Arruit, donde tantos jóvenes españoles
perdieron la vida; tantos se convirtieron en héroes y, algunos, en villanos. Siendo
sin duda el primer cronista de guerra que conoció la provincia de Guadalajara. Antes
de ello escribió para el periódico algún que otro cuento y no pocas crónicas.
A
Melilla fue como soldado de cuota en la tercera unidad de Aeronáutica. Y allí
vivió esas experiencias que imponen carácter cuando está en juego la vida, y se
ve cómo algunos de quienes fueron amigos, la pierden.
Contó
para los guadalajareños cómo era Melilla, y cuál el sentir de Monte Arruit,
donde algunos paisanos, como el famoso capitán Arenas, alcanzaron la categoría
de héroes. Regresó de la guerra, con su unidad, en el mes de mayo de 1922.
También con las heridas morales que deja una guerra de aquellas
características.
Continuó
sus estudios de químico, y continuó escribiendo. Convirtiéndose en uno de los
redactores de cabecera de Flores y Abejas,
al tiempo que en animador cultural de la vida de la capital, donde ofreció
algunas conferencias y declamó sus versos, e incluso abanderó en 1926 la campaña
que culminaría con la dedicación de una calle por el consistorio de Guadalajara
al príncipe de los Ingenios, pues Miguel de Cervantes todavía, en la capital de
la provincia, no tenía calle a su nombre.
Para
entonces ya trabajaba como topógrafo –o geómetra- del Catastro, escribía en
revistas de ciencias y proyectaba su matrimonio, en Albalate, con Dolores
Domínguez. Allí, se celebró la boda, el 12 de diciembre de 1927,
estableciéndose después en Madrid.
Con
sentimientos socialistas fue designado, poco después de la instauración de la
República, como director del periódico socialista Avante, sustituyendo en el puesto a don Marcelino Martín, quien
pasó a presidir la alcaldía de Guadalajara; y no faltó su firma en el periódico
que se convirtió en portavoz de la izquierda provincial, “Abril”, desde donde, a pocos días del estallido de la desdichada
guerra civil, se atrevió a calificar de “traidor”
al general Franco; era por entonces un destacado militante de las Milicias
Antifascistas. Claro está que aquello, al término de la contienda, le acarreó
la consabida detención, la depuración, y el silencio durante muchos años.
Regresó
a la vida literaria de Guadalajara en 1950, con la revista Reconquista, al lado
de Claro Abánades, Alfredo Juderías, Manuel Montiel, Jesús García Perdices o
José Sanz y Díaz, entre otros muchos alcarreños que por aquellos años destacaron
en la defensa literaria de la provincia de Guadalajara; al tiempo que comenzó a
colaborar como redactor en otros periódicos de tirada nacional, como ABC, convirtiéndose
en una de las firmas de referencia de la provincia, dentro y fuera de ella. Sin
que faltase su presencia en las iniciativas culturales que por aquellos años
trataban de dar realce a una provincia que se adormecía, iniciativas encabezadas,
en muchas ocasiones, por Francisco Layna, a quien siguió, como otros muchos
guadalajareños, en el intento de la creación del Centro de Estudios Alcarreños
y posteriormente en la refundación de la Casa de Guadalajara en Madrid, en la
que se integró, y de donde, en unión de los poetas provinciales, encabezados
por José Antonio Ochaíta, Suárez de Puga y tantos más, fundarían el conocido “Núcleo Pedro González de Mendoza”, en
los albores de la década de 1960, para ensalzar a la provincia de Guadalajara.
Para
entonces, aparte de su dedicación al periodismo, colaborando en más de cien
medios de prensa, nacionales y provinciales, había publicado algunos estudios
algo más concretos cuyos títulos todavía se mantienen en el tiempo: “La Cruz
Románica de Albalate de Zorita”, “Los artífices mudéjares de Albalate de
Zorita”, “Zorita, capital de la encomienda de ese nombre de la Orden de
Calatrava”, “Pastrana y las misiones del extremo Oriente”, “Las piedras de
Chequilla”, “Molina y su Señorío”, “El Corpus de Guadalajara”, etc.
Hasta que
llegaron los últimos días de noviembre, y apareció decaído. Y, tras el
decaimiento, la noticia de su muerte inesperada, que se produjo el 1 de
diciembre de 1967, en el Madrid de su residencia. Una muerte que no dejó de
impresionar a sus amistades literarias, el día anterior había acudido a la
tertulia semanal del Núcleo Pedro
González de Mendoza, en la Casa de Guadalajara. Al día siguiente recibió
sepultura en Albalate.
Fue un
hombre, a quien acompañó, a lo largo de su vida, la humildad. José Antonio
Ochaíta lo definió, días después de su ausencia: Don Julián lo sabía todo…, un saber humilde y melancólico que quería
pasar desapercibido, que se ruborizaba en la elocuencia…
Poco
después de su muerte todavía aparecía su firma en una de las obras que promovió
el Núcleo Pedro González de Mendoza,
la que recordaba el primer centenario del erudito alcarreño Manuel Serrano Sanz
Perteneció a aquella generación de hombres que enseñaron a amar, porque
ellos lo hacían, a la provincia de Guadalajara, su cultura y sus gentes, cuando
la provincia de Guadalajara más necesitaba de gentes como él. De ahí el
recuerdo de su nombre, que nunca se debe olvidar.
Julián
Gil Montero, químico, geómetra, escritor, poeta y periodista, nació en Guadalajara
el 11 de abril de 1898; falleció en Madrid el 1º de diciembre de 1967.
Tomás Gismera
Velasco
En
Henaresaldía.com
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