GUADALAJARA,
EN EL MUSEO DEL PRADO
Numerosos
son los pintores guadalajareños, con obra en el Museo
Doscientos años anda cumpliendo por estos
días la mayor pinacoteca nacional. El Museo del Prado, o Museo Nacional de
Pinturas, que para albergarlas nació y ha dado, en estos doscientos años que
atrás quedan, mucho historia de qué hablar y ha dejado muchos nombres que
contar.
También de hijos de Guadalajara que han
pasado por sus salas o que tienen en ellas alguna muestra de su arte. Del arte
de la pintura; pues a más de los hombres tan sonantes en el mundo del cuadro,
que tanto nos llegan por su sonoridad, y porque no lo vamos a negar,
escribieron páginas de historia más allá de la que se refleja en sus lienzos,
existen otros que, sin alcanzar las glorias de Diego de Velázquez, Francisco de
Goya, Francisco de Zurbarán, Bartolomé Esteban Murillo o tantos más, son dignos
de recordarse por sus obras y, porque no lo vamos a decir, porque nacieron en
la provincia de Guadalajara.
Juan Bautista Maino
Quizá sea Juan Bautista Maino el pintor de
más antiguo pincel que en la gran pinacoteca cuelga sus lienzos.
Juan Bautista Maino, que nació en Pastrana en
1581 como dejó sentado don Francisco Cortijo Ayuso tras dar la vuelta a los archivos
de la villa ducal, hijo de un comerciante de sedas de Milán que se asentó en la
villa bajo el patronazgo del primer duque de Pastrana, don Ruy Gómez de Silva,
que fue hombre de confianza del Rey Prudente, don Felipe II. Su madre, la de nuestro pintor, llegó a Castilla desde
Portugal, doña Ana de Figueredo, se llamaba. Cortijo Ayuso descifró la mayoría
de los datos familiares de nuestro hombre.
Su inclusión entre los nombres del Museo
viene de antiguo, pues su obra fue reconocida desde que se conoció en España,
en pleno siglo XVII, cuando don Juan Bautista regresó de Italia, donde cuenta
que se formó, pasando a ser tenido como un pintor de aquella escuela, italiana;
lo que de alguna manera confundió sus orígenes, ya que se formó con pintores
como Michelangelo Caravaggio, Ércole o Guido Reni.
Tras su paso por Roma y Milán, en los
primeros años del siglo XVII, regresó a España para instalarse en la imperial
Toledo. Cuentan que fue una de las voces más autorizadas, en materia de
pintura, de la corte de Felipe IV.
Quizá lo más conocido de su obra sean los
lienzos que en tantas ocasiones hemos visto reproducidos en cualquier medio, la
Adoración de los Reyes y la de los Pastores, de las que tantas variaciones
podemos encontrar en tantos otros pintores, de aquellos, y de tiempos
posteriores.
Casto Plasencia Maestro
No menos que de Juan Bautista Maino, se ha
escrito de Casto Plasencia. Quizá uno de los guadalajareños más sobresalientes
del siglo XIX. Un hombre que de haber vivido unos años más, puesto que falleció
apenas cumplidos los cuarenta años, hubiese dejado para la posteridad alguna más de las grandes obras
que, con tan breve vida, nos legó. Además de las grandes pinturas que se
muestras en el palacio de Linares o en la iglesia de San Francisco el Grande,
todas en Madrid.
Nació nuestro hombre en Cañizar, en la
Alcarria, el 1º de junio de 1846, hijo del médico de la población, y una vez en
Madrid, puesto a pintar, su fama no conoció límites, llegando a ser, en el
último tercio del siglo que vivió, quizá, el primer pintor de la Corte. O uno
de los primeros. Su fama pudo no conocer fronteras.
Quizá, de entre su obra, destaque en el
Museo uno de los lienzos de mayor tamaño que pintó nuestro hombre, al que dio
el título de “Los orígenes de la república romana”; nada menos que 25 metros
cuadrados de pintura, que dan fe de la calidad, y del arte, de aquel gran
guadalajareño que se nos fue el 19 de mayo de 1890.
Alejo Vera y Estaca
Coetáneo de Casto Plasencia fue don Alejo
Vera, que llegó a ser otro de los grandes de la pintura, con obra en el Museo
del Prado.
Alejo Vera nació en Viñuelas unos años antes
de que en Cañizar lo hiciese Casto Plasencia, puesto que lo hizo en 1834; y
vivió muchos años más.
Cuando murió, el 5 de febrero de 1923, contaba con 89 años de edad.
Muchos años, sin duda, de una vida, a pesar de la grandeza del personaje,
vivida sin las alharacas, atrevimientos o excesos de alguno de sus coetáneos.
Era hombre de hablar pausado, costumbres moderadas y de un pensamiento que
llevó hasta su último día, el de que para triunfar sobran los gestos teatrales,
puesto que lo importante es la obra. Y él tenía a sus espaldas una larga e
importante obra, pues le llegó el éxito con apenas veinte años, después de que
dejase los estudios en el Instituto San Isidro de Madrid, para iniciarse
definitivamente en el arte del pincel.
Su obra “Numancia”, destaca como una de las principales
de su tiempo siendo, sin lugar a dudas, la que le dio una fama que todavía, al
día de hoy, mantiene.
Pablo Pardo González
Sin ser pintor de mucho renombre, ni de
mucha obra, puesto que se retiró pronto tras lo que pudieran haber sido algunas
críticas irregulares a sus lienzos, dejó
para la posteridad algunas obras dignas de elogio.
Nuestro hombre nació en Budia, en la
Alcarria, en la primera mitad del siglo XIX, y como Casto Plasencia también
murió joven, el 16 de febrero del mismo año de 1890 en el que falleció aquel
gran pintor.
Como Alejo Vera fue también alumno de Federico de Madrazo, después de
serlo de Vicente López, llegando a obtener, en 1851, una pensión real, al ser
uno de los pintores que “más esperanzas prometen”
En 1858 destacaban sus formas
y trazos, a pesar de que la crítica le aconsejaba “seguir su inspiración
dedicándose a trabajos dignos de su inteligencia y aplicación”.
En 1858 alcanzó una mención de
la Academia de Bellas Artes por su obra “Escrutinio de los libros de don
Quijote”;
Famoso fue su lienzo El
Viático de Santa Teresa, que se conserva en el Museo del Prado, así como sus
retratos sobre Bravo Murillo y Olózaga, que fueron adquiridos por el Congreso
de los Diputados.
Restituto Martín Gamo
En la nómina de nombres provinciales con
obra en el Museo que ahora celebramos, no debemos olvidar el de este serrano,
de Condemios de Arriba, que además de ser uno de los más celebrados escultores
de una parte importante del siglo XX, inició su labor en la década de 1930 y
continuó trabajando hasta la década de 1990, fue restaurador de Esculturas en
el Museo a lo largo de varias décadas, las comprendidas entre 1960 y 1980,
dejando impresa su mano en múltiples obras que son hoy admiración de propios y
extraños, a pesar de que su nombre quede oculto tras aquellos trabajos.
Y puesto que de serranos hablamos, tampoco
vamos a olvidar a otro norteño, de Albendiego, Marcos Luengo Martín, quien tras dejar su lugar de nacimiento, en
busca de nuevos horizontes, se plantó ante el Museo del Prado para ser uno de
aquellos copistas que después vivieron de reinterpretar la obra de los grandes
maestros. A Luengo Martín, que nació en 1936, la muerte le pilló de improviso
veinticinco años después, en la pensión madrileña que le servía de refugio, a
unos pasos del Museo en el que pasaba la
vida.
Y es
que la vida, de Guadalajara, y de muchos guadalajareños, los citados y, sin
duda, muchos más, también pasa por ese Museo universal cuyos doscientos años,
todos celebramos.
Tomás Gismera
Velasco
Guadalajara en la
Memoria
Periódico Nueva
Alcarria
Guadalajara,13 de diciembre de 2019
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