BUSTARES,
NAVIDAD EN LAS ALTURAS
Las
fiestas pastoriles alegraron la Navidad en las montañas serranas
A los pies del
Alto Rey, entre las serranías de Atienza y del Ocejón, en medio de
impenetrables bosques de roble, se alzan un buen número de pequeñas
poblaciones, tan apartadas de los caminos popularmente conocidos que a pesar de
haber perdido por ello el tren del futuro en las manos jóvenes de sus
habitantes, han conservado un urbanismo y unas costumbres dignas de figurar en
nuestras memorias, como resto, en no pocas ocasiones, de nuestro rico acervo
cultural, que ha dado a los pueblos serranos de Guadalajara una riqueza, a
veces impensable, dentro del folclore nacional.
Una de esas pequeñas poblaciones que al día
de hoy ve mermar el número de sus habitantes es Bustares, uno más de esos
pueblos de la Sierra Negra, capaz por sí solo de figurar en cualquiera de las
rutas turísticas tan de moda hoy en cualquier parte, y desde cuyas alturas se
alcanza a ver una buena porción de nuestra Guadalajara serrana, alcarreña y
campiñera.
El calendario festivo de Bustares
El rico folclore de nuestras serranías,
representado en muchas ocasiones por nuestras ancestrales botargas y las
representaciones carnavalescas de vaquillas, diablos, zorramangos y mascaritas,
no debe dejar en el olvido otras muchas representaciones rituales que tuvieron
hasta no hace demasiados años un puesto de honor en la cultura primitiva de
nuestros pueblos. Vaquillones, zarrones y zorramangos recorrieron las calles de
Atienza hasta comienzos del siglo XX. Danzantes y rondas las de El Ordial, y
botargas, máscaras y mascaritas la casi totalidad de una serranía hoy poco
menos que despoblada.
También las calles de Bustares vivieron,
desde tiempos ancestrales, como gusta escribirse de un tiempo acá, los ritos
añadidos a los santos patronos invernales, San Antón con su cochino, o Santa
Águeda, que recorría las calles del pueblo acompañada de la ronda de mozos. Una
ronda común a la inmensa mayoría de las poblaciones de nuestro entorno, pues en
la mayoría de ellas salieron los mozos a
tocar el pandero, el rabel o cualquier cacharro del que se pudiera sacar un
sonido melodioso.
La vaquilla de carnaval fue igualmente común
a muchas poblaciones de la hoy conocida ruta de los pueblos negros. Vaquilla
que en algunos lugares experimenta pequeños cambios, como para distinguirse de
una población a otra, adoptando en Villares de Jadraque el título de
Vaquillones, al igual que en otras poblaciones a medio camino entre la Campiña
y la Serranía. Manteniéndose, a pesar de ello, como una de las muchas señas de
identidad del folclore serrano.
Ha quedado en el olvido por muchos de
nuestros pueblos una tradición que también tuvo en Bustares amplia celebración,
el canto de los mayos y la plantá de
la maya en el centro de la plaza,
aunque se mantenga, como recuerdo del pasado, la Cruz de Mayo, la bendición de
los campos que en otras poblaciones se celebra por San Isidro o Santa Quiteria.
Quedó en el recuerdo la octava del Corpus,
como lo hizo la festividad de San Antonio, otrora fiesta grande en cuyo día los
vecinos de la población, unidos a Las Navas y algunas otras, ascendían en
romería, porque a ellos les tocaba hacerlo en este día, hasta las alturas
nubosas en las que se alza desafiando a los siglos la ermita del Santo Alto Rey
de la Majestad. Comenzaba para la Serranía, con el San Antonio de Bustares,
tras la Ascensión de Albendiego, un periodo en el que, desde junio hasta
septiembre, no faltaban romeros en la cumbre. Al día de hoy, y desde hace años,
todos los pueblos se unen para ascender al alto el mismo día, lo que no resta
folclore y tradición a la jornada.
Los Mozos de la Machorra
Pero entre la amplia gama de costumbres
tradicionales de estas poblaciones en los días previos a la Navidad, tenían
lugar en Bustares, a mitad de camino entre las fiestas de mozos de carnaval, y
ya desaparecida, una peculiar celebración centrada en “Los Mozos de la Machorra”, encargados de poner en estos días la
nota colorista a las festividades invernales.
Se
trataba de una más de las fiestas pastoriles que recorrieron la mayoría del
espinazo serrano de las tres provincias que se unen por aquellos altos, las de
Guadalajara, Segovia y Madrid, dejando por nuestro lado significativas muestras
de tradición por Cantalojas con sus cencerrones; o por la Huerce o Bocígano.
Aquí, unidos a la cabra, o el cabro, o la machorra, que de cualquier manera se
denomina al animal endemoniado dominado por los mozos. Extendida celebración,
la de la carrera o paseo del animal, desde la Alcarria, por Ruguilla, a las
cercanías de la Campiña, por Membrillera.
En Bustares la fiesta se centraba en estos
días navideños en los que por las calles la ronda cantaba villancicos y en la
iglesia se celebraba el nacimiento del hijo de Dios.
El desarrollo de la fiesta venía a ser, más
o menos, así: Se reunían los mozos quintos del pueblo en los días previos a la
festividad de los difuntos, nombrando entre ellos a un alcalde de los mozos, un regidor,
un alguacil y un ranchero, que integraban su propio ayuntamiento, acordándose al
mismo tiempo la compra de la cabra, la machorra,
una o dos, dependiendo de los quintos de cada año, que era adquirida por
tradición ese día de los difuntos,
uniéndola a la cabrada del pueblo, al tiempo que se la iba engordando con
berzas, coles o cualquier otro producto que era robado por los mozos en las casas del pueblo.
Para mantener a la machorra y al mismo
tiempo reunirse ellos, alquilaban un local en el que el día de Nochebuena
revestían a la machorra con lazos, cintas y campanillas, corriéndola por el
lugar mientras los mozos hacían sus rondas de cantos navideños, acompañados con
los sonidos de las guitarras, el rabel, almirez, bandurria, botella y laúd.
Tras esa ronda se mataba a la machorra, y
esa noche, reunidos en el local, se comía la asadura, reservándose la carne
para el día siguiente. Tras la cena, todos juntos y vestidos de pastores, con
un caldero de migas, acudían a la Misa del Gallo, ocupando el coro e
interpretando los cantos tradicionales alusivos a la noche, mientras daban
cuenta del caldero de migas, que cogían con las manos.
Concluida la misa daba comienzo a las
puertas de la iglesia la ronda nocturna de los mozos con el primero de los
cantos:
A las puertas de la iglesia,
en nombre de Dios comienzo,
a cantar el primer verso,
al glorioso San Lorenzo.
La ronda continuaba con cantos alusivos por
la casa del cura, del alcalde, y de aquellas otras en las que había mozas
casaderas.
El día de la Pascua se comía la carne de la
cabra, guisada por el ranchero, tras
el aviso a los mozos por parte del alguacil,
y bajo las órdenes del alcalde,
encargándose el regidor de mantener
el orden y cobrar las multas cuando no se obedecían las normas de coger bola (trozo de carne), hablar o
guardar silencio.
Posteriormente se organizaba el baile con
las chicas del pueblo, la rueda,
bailes en tiempo de jota y por parejas, que se iban intercambiando,
encargándose el regidor de que no se
rompiese la rueda, dentro de la cual
el alcalde de los mozos bailaba con
todas las chicas que previamente habían pagado la cantidad asignada para
hacerlo, concluyendo la jornada con nuevas rondas de calle en calle y puerta en
puerta, finalizando estas con un característico relincho de los mozos, y una
común despedida:
Se me olvidaba advertirte
lo caras que están las sogas,
y en vez de darnos unos realillos,
nos dieras un saco gordas…
Costumbre semejante, en torno a la machorra
de la Navidad y su fiesta de mozos, con similares características, hubo por
otros puntos de la Serranía, entre ellos La Vereda de la Puebla, La Miñosa,
Semillas, Naharros de Atienza… y tantos
más.
Ancestrales costumbres que nos hablan del
rito del paso de la juventud a la mocedad, y de un oficio, el de pastor, tan
arraigado en las altas cumbres serranas y que, de alguna manera, tanto nos ha
de recordar a la Navidad, al menos, en los villancicos.
Tomás Gismera
Velasco
Guadalajara en la
memoria
Periódico Nueva
Alcarria
Guadalajara, 20 de
diciembre de 2019
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