martes, abril 16, 2019

JULIÁN SAINZ MARTÍNEZ, “SALERI II”. El torero

JULIÁN SAINZ MARTÍNEZ, “SALERI II”.
El torero
Tomás Gismera Velasco

   Que se ganó al público con una revolea, adornándose, sin perder de vista la cara del morlaco. Gustándose, sabiendo que, de arrugarse y dar la espantá, en lugar de ajustar el capote y sacarle los cuatro pases que tenía, todo estaría perdido. Que las ocasiones pasan y hay que aprovecharlas, que para eso se hicieron.

   Cambiado el tercio tomó los garapullos y aguantando una enormidad colocó un soberano par al cambio. Luego empezó su faena con el paso de la muerte, continuó erguido y elegante con pases naturales, de pecho, molinetes en la misma cabeza de la res y entrando derecho a herir le metió una estocada monumental en los mismos rubios. Vestido de grana y oro, y largando bandera.

   Luego, las orejas, el aplauso, el alboroto de quienes, a hombros, le quisieron dar la vuelta al ruedo, convirtiéndolo en un ídolo, cuando los ídolos salían de las plazas de toros.

Julián Saínz Martínez Saleri II


   Julián Saínz Martínez, que nació para torero en un pueblo con nombre de Conde, Romanones, en una provincia en la que los toreros, salvo en las capeas de los pueblos, no se dejaban ver demasiado.
   Sus padres, Eustaquio y Valentina, no lo veían como tal, a pesar de que, desde pequeño, sintió afición al arte de los toros, y con sus compañeros de escuela solía dedicarse a torear en los alrededores de su casa de Madrid, a donde la familia se trasladó a vivir desde Renera, el pueblo del padre, cuando Julián contaba con ocho o nueve años de edad.

   A los quince años se empleó como dependiente en una carnicería de la calle Infantas, propiedad de un tal Manuel Moncó, aficionado también, que le obligaba a visitar el matadero con cierta frecuencia, y allí, en el matadero, se conocía a más aficionados que, llegando el tiempo de las ferias, hablaban de toreros.

   El Julián, que se le metió en la cabeza eso de triunfar en las plazas de toros, hacerse rico, comprarse el mejor coche que hubiese en el mercado y presumir de todo ello, aprovechaba sus días libres para pasearse por las capeas de los pueblos de los alrededores de la capitas para hacer sus pinitos taurinos, aprendiendo el arte de torear, hasta que le llegó su oportunidad en Fuentes de la Alcarria, donde los días 2 y 3 de septiembre de 1908 mató un novillo cada tarde. Con aquellas revoleas, verónicas y pases de pecho que arrancó a unos toretes que ni para carne valían.

   Tenía entonces 15 años. A partir de entonces le surgirían los contratos en pueblos de la provincia, acompañado por su cuadrilla, entre la que estaba el banderillero Salinero.

El 27 de agosto de 1913 se despidió como novillero, en la plaza de Barcelona.

   En el mes de marzo de 1912 logró que el empresario de la plaza de Tetuán de las Victorias, hoy barrio de Madrid, le brindase una oportunidad, toreando junto a Copao y Gordet. Siendo el triunfador de la tarde. A partir de entonces comenzaría a torear con más frecuencia.

   El 15 de agosto de 1913, en Madrid, mató cuatro toros de la ganadería de Antonio Sánchez, de Añover de Tajo, por haber sido cogido Ballestero y ser más antiguo que Herrerín, sus compañeros de terna. Desde entonces sus éxitos fueron en aumento, hasta ser una figura nacional del toreo, llegando a estar en los primeros puestos del escalafón taurino, tanto en España como en América, por donde realizó innumerables giras.

   Aunque, donde verdaderamente se triunfaba  en aquellos primeros años del siglo XX, era en América, que también triunfó, cuando Europa se preparaba para vivir su primera gran guerra del siglo.

   De regreso a España, en la temporada de 1914, el 13 de septiembre se paseó por la arena la plaza de Madrid, con Vicente Pastor y Durán ("El Chico de la Blusa"), y acompañados ambos por el coletudo sevillano Francisco Martín Gómez ("Curro Vázquez").  

   Aquel fue el dia de su doctorado, su toma de alternativa, dando lidia y muerte a estoque al toro “Manguero”, marcado con la divisa de Pérez Tabernero. Anduvo templado y lucido en la lidia, lo que vino a confirmar los buenos presagios que tenían quienes le habían visto triunfar como novillero. Éste y otros triunfos similares le valieron para anunciarse en los carteles de Madrid durante casi todas las temporadas en que permaneció en activo, lo que tampoco le impidió acrecentar su fama en Hispanoamérica.

   En 1916 cumplió cincuenta contratos, sesenta y dos en la campaña siguiente; y setenta y dos en la de 1918. Estaba entonces en el momento culminante de su carrera, cuando lidió en Bilbao el día 18 de agosto de aquel año un toro de Parladé, al que mató recibiendo después de una faena de las que hacen historia, adornándose con la muleta como sólo él lo sabía hacer.

Saleri, adornándose ante un toro en la plaza de Valencia.


   Sin embargo, a partir de entonces comenzó a ver mermadas sus facultades físicas por culpa de ciertos problemas de salud, razón por la que firmó varios contratos en tierras de Ultramar, a sabiendas de que allí el público es menos exigente y el ganado más templado y manejable. Allí, además, a partir de 1922, comenzó a desarrollar su nueva faceta como empresario taurino.

   Antes, la boda, por todo lo alto, en Aranzueque. Como una estrella. Las crónicas de aquel tiempo así lo reflejan; claro está que se casaba con la hija de todo un caballero de la política y la industria de Guadalajara, con Carmen Pérez Pardo, hija de don Mariano Pérez Pardo, llevando como padrino a don Manuel Brocas, representando al conde de Romanones:

   Terminada la ceremonia religiosa una nube de fotógrafos, impresionó multitud de placas. A todos los invitados, que pasarían de trescientos, se les obsequió con espléndido almuerzo servido por la casa Tournié de Madrid.

La boda de Saleri, en Aranzueque, levantó tanta o más expectación que la de un rey


   En la temporada de 1923 intervino en treinta festejos, los mismos que lidió durante la campaña siguiente. Pero sus actividades en Hispanoamérica le absorbían todo su tiempo, por lo que no volvió a pisar los ruedos españoles hasta diez años después, cuando, en 1934, anunció que volvía a vestirse de luces ante sus paisanos. Sin embargo, sólo cumplió dos ajustes en aquella campaña, y uno en la de 1935, en las arenas de Almagro (Ciudad Real), el día 25 de agosto. Fue ésta la última ocasión en que hizo el paseíllo. Los buenos aficionados del primer tercio del siglo XX lamentaron la retirada de uno de los toreros más completos que habían conocido, largo en su repertorio, y valiente, que sabía manejar muy lucidamente el capote, poner banderillas con riesgo y soltura, muletear de forma soberbia y ejecutar recibiendo la suerte suprema.

   Para entonces había muerto su primera esposa, Carmen Pérez Pardo, y se había vuelto a casar con una estrella de los musicales del Brooklyn de Nueva York. Se había comprado los  coches más caros y levantó en su pueblo la mejor casa que se conoció en  muchos kilómetros a la redonda.

   Según todos los cronistas de su tiempo fue un torero muy estimable. El más señalado, sin duda, que ha dado la provincia de Guadalajara.

   ¿Qué por qué lo de Saleri II? Porque a uno de sus amigos, de los que con él anduvo por las capeas, Gabriel Hernández, se le antojo llamarse “Saleri”, a secas. Por lo de, saleroso.

Saleri fue, por encima de cualquier otro, el torero de Guadalajara.


   El maestro, director de la Banda Provincial y Municipal de Guadalajara, don Román García Sanz le compuso el pasodoble, que tituló con su nombre, y un tal Paco Pica Poco, le dedicó unos versos recién comenzada su andadura como matador:

La fama que Saleri ha conquistado,
es, sin duda, alcanzada con conciencia,
porque une, a su mucha inteligencia,
un valor decidido y comprobado.
Trabaja, como pocos, reposado;
no gusta de reñida competencia,
y escucha los aplausos con conciencia,
en pago de un trabajo delicado.
Es de la tauromaquia una esperanza,
que hará segura y próspera carrera,
porque tiene afición, y es muy valiente.
Si el premio de los héroes alcanza,
en lucha noble y franca con la fiera,
laurel de gloria ceñirá su frente.

   Que lo lució, el laurel y la gloria, hasta que un día, 7 de octubre de 1958, murió corneado por lo que los médicos dictaminaron como “infarto de corazón”.

   Julián Saín Martínez, Saleri II, torero, nació en Romanones (Guadalajara), el 19 de junio de 1980. Murió en Madrid, el 7 de octubre de 1958.

En: Gentes de Guadalajara.
Henaresaldía.com 


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