MEMORIA
DE DON CALIXTO RODRÍGUEZ GARCÍA
De
la resinera de Mazarete, a los retratos de Sorolla
Fue, don Calixto Rodríguez García, uno de esos hombres todopoderosos que
se nos pinta de la España de los comienzos del siglo XX. De la España de los
caciques, como se ha dado en llamar a un periodo de tiempo en el que una
comarca, pueblo o región estaba dominada, en lo político, económico y social
por una persona. En este caso, y en la comarca guadalajareña de Molina de
Aragón el hombre, y el nombre, era Calixto Rodríguez García. Un hombre, y un
nombre que llegaron aquí de muy lejos, nada menos que del asturiano Gijón, para
ser por estos pagos el amo y señor, podría decirse que al estilo medieval, de
vidas y haciendas; como por otros rincones provinciales dominaba la mano de don
Alvaro de Figueroa. Con quien compartió afición por las codornices.
Fue, por profesión y afición, Ingeniero de Montes, y como Ingeniero
desembarcó en nuestra provincia en 1876, con apenas 28 años de edad; nació en
el revoltoso 1848. De su oficio surgió su posterior negocio, ya que conoció los
montes y pinares de nuestras tierras y encontró que en la comarca de Molina una
de las materias emergentes, la resina, apenas se explotaba. De su mano surgió
la Resinera, y las factorías de Mazarete y Anquela del Ducado, entre otras.
Factorías en las que ocupó a centenares de hombres que de alguna manera le
debían el pan diario y lo consideraron, más que como a un amo, como a un padre,
con lo que cuando al pasar del tiempo se dedicó a la política no le fue difícil
conseguir los votos que le llevasen al Congreso de los Diputados; a poner y
quitar alcaldes y, a medio camino entre los finales del siglo XIX y los
comienzos del XX, ser el todopoderoso señor de la tierra molinesa.
Sus negocios fueron tan prósperos, y su visión para invertir tan ágil,
que llegó a convertirse en uno de los hombres más poderosos y acaudalados de
España. Por supuesto que también de la provincia de Guadalajara, donde en algún
momento de su vida nada escapó a su mirada, forjándose además la idea de hombre
amable y bonachón. Al contrario que algunos otros de sus coetáneos. Además, y
como por aquel entonces no existían las redes sociales que contribuyesen a
promocionar su imagen creó, como solían hacer los grandes personajes de su
categoría, su propio periódico a través del que dar a conocer no sólo sus
proyectos políticos o sus negocios o sus obras de caridad, que las hacía;
también aquellos otros gestos que sin duda contribuían a que su nombre e imagen
ganasen adeptos: construyó caminos y carreteras; llevó el agua potable y la luz
eléctrica a algunos pueblos, y no faltó su mano cuando alguien le pidió ayuda.
Fue lo que se dio en llamar un cacique bueno.
No sabemos si se la pidió aquel gran pintor de su tiempo que se llamó Joaquín
Sorolla y que a Madrid llegó de Valencia trayéndose en sus pinceles la luz del
Mediterráneo. En alguna ocasión don Joaquín contó que parte de su éxito se lo
debía a don Calixto, quien en sus comienzos le compraba sus cuadros, fuesen
malos o buenos, con el sano fin de ayudarle a salir adelante. En otras
ocasiones se expresó diciendo que don Calixto, en Madrid, compraba muchas obras
suyas. Con lo que hemos de entender que la amistad fue creciendo, al tiempo que
la fortuna de nuestro hombre y la fama del pintor, en unos tiempos en los que
tener colgado de las paredes de la sala principal de la casa un retrato pintado
por un pintor de fama era tanto como tener un título nobiliario.
Se conocieron, don Calixto y don Joaquín, en las honras fúnebres de otro
gran pintor alcarreño, Casto Plasencia, que dejó pasar su vida entre Asturias y Madrid, y
aquellos días de duelo, mientras Sorolla esbozaba a carboncillo la lúgubre sala
mortuoria del pintor alcarreño, dieron pie a que don Calixto se fijase en los
colores, en la pintura, en el estilo de don Joaquín, y razón tenía el pintor,
fue don Calixto Rodríguez, sin duda, sino el mayor coleccionista de obras de
Joaquín Sorolla, al menos uno de los principales.
Cuando aquello sucedió, la muerte de Casto Plasencia, en el mes de mayo
de 1890, don Calixto acababa de adquirir el palacete de la calle de Almagro que
se convertiría en su residencia. Allí vivió junto a su esposa, Martina Lorente
Soriano y su sobrina María. Y de las paredes de la casa colgaron muchos de los
lienzos adquiridos al pintor; quizá los más famosos sean el Voltaire contando uno de sus cuentos, y El Pescador, sin que faltasen las
escenas asturianas pintadas sobre cartón, producto de los viajes del pintor a
Almiares. Paisajes natales de la tierra de don Calixto. Tampoco faltaron los colgantes florales que nuestro hombre
encargó para las cuatro esquinas de la sala. Cuadros que, en su mayor parte,
regaló a su mujer.
Don Calixto pudo permitirse comprar unos cuantos más, encargando al gran
Sorolla un retrato de cuerpo entero de su esposa, Martina, quien posó para don
Joaquín en 1898. El lienzo es una de las obras más importantes del pintor. También
le encargó otro de los retratos que lo hicieron famoso, el propio de don
Calixto, pintado un año después que el de su mujer. Ambos debieron de ser
encargo para la misma sala, puesto que las posturas de los retratados guardan
similitud; aunque el colorido sea mucho más alegre en el de la mujer; y más
serio en el varón. Producto de los tiempos.
Fallecida doña Martina, el 5 de noviembre de 1902, don Calixto contrajo
un segundo matrimonio, con su sobrina, con María Lorente, y de nuevo pidió al pintor que la
retratase. Lo hizo en 1905. Del mismo modo que don Calixto volvió a posar para
Sorolla y para un nuevo retrato que situar junto al de su nueva esposa.
La amistad entre don Joaquín y don Calixto llegaría al extremo de que
ambos pasasen a ser familia. Uno de los sobrinos de María, su mujer, contrajo
matrimonio con Elena, hija del pintor.
Don Calixto murió en Madrid, hace poco más de cien años, el 8 de abril
de 1917 en su domicilio de la calle de Almagro número 40, siendo
trasladado su cadáver por ferrocarril al panteón familiar de Cervera (Zaragoza).
A su entierro acudieron desde el Ministro de Hacienda, al Gobernador del Banco
de España.
Sus cuadros han ido pasando poco a poco por las salas de subastas de
medio mundo, después de que pasasen a pertenecer a su sobrino, José María
Lorente Sorolla. Curiosamente, algunos de ellos se encuentran en la colección
del Banco de España, del que don Calixto llegó a ser consejero.
Memoria de un hombre, Calixto Rodríguez, que va más allá de la industria
resinera.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Nueva Alcarria. Guadalajara, 25 de mayo de
2018
El que se caso con Elena, Victoriano Lorente, no era sobrino de María, sino su hermano
ResponderEliminarDio la carrera a su sobrino, mi abuelo Isidro Rodríguez Zarracina y a sus hermanos. Y de su familia de verdad el autor no dice nada. Asi es la vida. Ingrata. También ha pasado con la memoria de mi padre.
ResponderEliminarIsabel Rodríguez
ResponderEliminarY de sus sobrinos de verdad a los que dio carrera, entre ellos mi abuelo Isidro Rodríguez Zarracina, no se dice nada. Asi es la vida de ingrata. Lo mismo que con la memoria de mi padre
ResponderEliminar